Imperdible relato de un hoy olvidado y singular episodio de la historia argentina, en los albores del Siglo XX
DANIEL BALMACEDA*
En abril de 1927, durante el gobierno de Marcelo T. de Alvear, el ministro de Guerra Agustín Pedro Justo (futuro presidente de la Nación) partió de gira por el país con el fin de realizar inspecciones militares.
Desde la ciudad de Córdoba voló a La Rioja en un biplano que contaba con un asiento para el piloto (Victoriano Martínez de Alegría) y otro detrás para el acompañante (en este caso, el obeso ministro de Guerra). En ese tipo de vuelos era obligatorio el uso de los cinturones de seguridad. Pero Justo no lo usó porque le molestaba debido a su prominente barriga.
Eran las once de la mañana. Alegría sobrevolaba la provincia de La Rioja (se encontraba a unos cien kilómetros de la capital) cuando se topó con un pozo de aire que sacudió la aeronave. El ministro Justo salió despedido, como si lo hubieran eyectado.
Para su fortuna, llevaba el obligatorio paracaídas que le permitió descender desde una altura de 2.200 metros en unos siete minutos, según su cálculo. Mientras planeaba en cielo riojano logró divisar la vía de ferrocarril. La clave de la salvación era alcanzarla y seguirla hasta desembocar en alguna estación.
Una vez en tierra, se deshizo del paracaídas, lo extendió para que pudiera ser visto desde el aire e inició la caminata. Sin embargo, el sol del mediodía riojano atentaba contra la humanidad del ministro, quien se recostó a la sombra de un algarrobo y durmió una siesta.
Más tarde, con los rayos menos agresivos, marchó los trece kilómetros hasta la vía y luego apuntó hacia el norte. Mientras tanto, en la ciudad de La Rioja se improvisó un tren rescatista. Llevaron un joven gritador de potente voz.
Se acercaron al radio en que esperaban encontrar al ministro, cada dos o tres kilómetros la locomotora (cuyo silbato sonaba con insistencia) se detenía, cuatro hombres bajaban a revisar los alrededores y el gritón lanzaba sus alaridos.
A las once de la noche, el tren se detuvo. Abordó el vagón principal, Agustín P. Justo. Al día siguiente voló a Buenos Aires (con el cinturón de seguridad ajustado), donde fue recibido por su mujer, Ana Bernal, y el presidente Alvear, a quienes vemos en la foto.
* Historiador.
(Texto gentileza del periodista Alvaro Otero)