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ANÁLISIS
Scibona: "otro" 2do. semestre. Oña: dios dinero y odiosa inflación
11/07/2016

El "otro" segundo semestre

LA NACIÓN

NÉSTOR SCIBONA

En las expectativas de consultoras privadas y no pocos empresarios hay bastante consenso en que este "famoso" segundo semestre será mejor que el primero, aunque como transición hasta que en la primera mitad de 2017 puedan verse resultados de mayor actividad económica y menor inflación, que podrían consolidarse durante la segunda mitad en coincidencia con las elecciones legislativas.

Esta secuencia semestral también coincide con el objetivo político de Mauricio Macri de buscar más bancas en el Congreso y ampliar sus propios márgenes de gobernabilidad. A estos fines, el "otro" segundo semestre (el de 2017) resulta más importante que el actual por más que no se lo mencione en los discursos oficiales.

Mientras tanto, la Casa Rosada parece haber aprendido una lección: no anunciar metas económicas con fechas taxativas sin la certeza de cumplirlas. De lo contrario, los costos políticos no tardan en aparecer. Ocurrió con la inflación del 20/25% para este año, superada en sólo seis meses; las abruptas subas de tarifas con poco y nada de gradualismo, o el pronóstico de suba del PBI en 2016, acotado ahora al último trimestre. Todo a contramano de la mejora de expectativas que buscó instalar con el fin del cepo cambiario y el andamiaje intervencionista del kirchnerismo.

Aun así, a favor del gobierno juegan las escandalosas revelaciones del sistema de corrupción de la era K, que inhiben a cada vez más legisladores peronistas de defender lo indefendible. Y también la torpeza de ciertos diagnósticos, como el del ex gobernador José Luis Gioja quien, como presidente formal del PJ, inmortalizó la frase: "Nos mintieron, llegó el segundo semestre y no pasa nada...", ¡el sábado 2 de julio!

Más allá de este tributo al realismo mágico, varios elementos indican que el clima económico de este semestre no será igual el del primero.

Por un lado, con casi todas las paritarias cerradas, está el compromiso oficial de no disponer hasta fin de año nuevos aumentos en servicios públicos ni combustibles, mientras nadie espera subas significativas del dólar. El Banco Central, que inicialmente evitó un Rodrigazo con su política de restricción monetaria, ya produjo en dos meses una baja de casi 800 puntos básicos en las tasas de interés de las Lebac (de 38 al 30,25% anual), para dejar más margen de crédito al sector privado. Ahora su objetivo es que la tasa de inflación converja desde septiembre al 1,5% mensual (19,5% anualizado).

Por otro, varias decisiones políticas muestran también que el gobierno optó por un mayor pragmatismo para que la economía vuelva a crecer a fines de 2016 y durante 2017, a costa de posponer el saneamiento de las cuentas fiscales y cubrir el bache con endeudamiento, externo e interno.

Esta estrategia apunta a mejorar las chances del oficialismo en las elecciones legislativas del año próximo y se apoya en un fuerte impulso a la inversión pública en infraestructura, complementado con el blanqueo y el pago de deudas a jubilados, además de créditos subsidiados para la compra de bienes durables (celulares 4G o autos 0 km). Todo en un contexto externo más incierto y volátil debido a la crisis brasileña y el Brexit.

El punto de inflexión fue el reciente DNU para lanzar un plan de casi $ 100.000 millones en cuatro años, de los cuales 3500 millones corresponden a 2016 con licitaciones de viaductos y obras ferroviarias, cuya ejecución elevará ese monto a $ 31.000 millones en 2017. Algunos proyectos tienen prioridad discutible y reparos técnicos, como el postergado soterramiento del ferrocarril Sarmiento hasta Castelar y la Estación Central Obelisco para la futura Red de Expresos Regionales (RER), que insumirán más de la mitad del programa total ($ 57.000 millones) hasta 2019. Paralelamente habrá mayor impulso al Plan Belgrano en el Norte y a obras viales, de agua y saneamiento y vivienda en todo el país. En su último ciclo mensual, el economista Miguel Ángel Broda estimó la inversión para estas áreas en $ 71.500 millones para este año, de los cuales casi $ 60.000 millones se concentran entre mayo y diciembre.

A este impulso a la demanda se suma la ley de blanqueo con la cual el gobierno de Macri apunta, como ya se señaló en esta columna, a varios objetivos para los próximos ocho meses. Entre ellos, generar mayores ingresos fiscales; financiar al Tesoro a bajo costo; inyectar ahorros improductivos para reactivar la economía y volcar progresivamente al consumo la mejora de ingresos que recibirán 2,4 millones de jubilados, a costa de elevar el gasto previsional en más de 1% del PBI a partir de 2017.

A su vez, las provincias dispondrán de más "caja" con el reintegro progresivo de coparticipación de impuestos, que en parte podrían destinar a obras públicas, aunque la Casa Rosada perdió la oportunidad de negociarlo a cambio de una baja de ingresos brutos, que frenan la inversión privada. Ahora promete un pacto fiscal orientado a equilibrar en 2019 las cuentas provinciales, que en 2015 mostraron un déficit consolidado de 1% del PBI y se financian con la colocación de deuda externa por unos 5000 millones de dólares.

Por el flanco privado, el sector agrícola de la región pampeana está haciendo punta con la ampliación del área sembrada con trigo y maíz, mientras el repunte del precio de la soja compensa la pérdida de producción por las graves inundaciones en el Litoral y mejora las perspectivas para 2016/17. De ahí que Macri será el primer presidente en 15 años que inaugure la próxima Exposición Rural de Palermo. Más lento, en cambio, será el efecto de los proyectos de inversión -local y extranjera- por más de 20.000 millones de dólares anunciados este año. En algunos casos, como el de energías renovables (eólica y solar), porque la licitación internacional se abrirá a fin de septiembre. En otros, porque se trata de planes plurianuales y sólo una parte corresponde a 2016.

Por lo pronto, el Relevamiento de Expectativas de Mercado (REM) que acaba de rehabilitar el BCRA muestra para este año una baja de -1,4% del PBI y una suba de 3,2% para 2017, con una inflación que bajaría de 40,3% a 19,4% interanual y un dólar de $ 16,10 para diciembre de 2016 (y $ 18,70 un año después). Sin embargo, estos números no despejan otras incógnitas. Entre ellas, la negociación de las paritarias cerradas a seis meses o con aumentos inferiores a 30%. Y principalmente cómo se moverían los precios y salarios en 2017, a falta de un acuerdo social para realinearlos en función de una inflación futura más baja que la pasada, y cuya concreción se hará más difícil a medida que avance la campaña electoral.

 

El dios dinero y la odiosa inflación

CLARÍN

ALCADIO OÑA

Todos los martes, como quien va a misa, el mundillo financiero espera ver qué hace el Banco Central con las tasas de interés de las Lebac, si las sube, las baja o no las toca. Aunque mejor sería decir que desde hace cuatro meses la vigilia está puesta en conocer si mantiene la seguidilla de recortes, como efectivamente hizo el último martes.

Por si no se entiende: el centro de la ceremonia lo ocupan el dios dinero y el negocio financiero, que será por lejos el triunfador en este crítico 2016.

La tasa de interés es el gran instrumento que el directorio del Central usa en el intento de encauzar el proceso inflacionario, así suene a excesivo asignarle semejante tarea a un solo instrumento. Sobre todo cuando el escenario es una economía llena de desajustes.

Siempre el punto de referencia de las decisiones del BCRA son los índices de precios, pero a veces luce difuso el método que aplica y hasta parece que empleara varios alternativamente para justificar cada cambio. Otra fuente de dudas es la manera en que calcula el resultado de los índices: si toma precios de lista, como hace el INDEC, o computa los descuentos, como hacen algunas consultoras.

Ninguna de estas cosas significan lo mismo y por lo tanto no da igual utilizar una que otra. Eso ya trasluce cierto margen de imprecisión, si no de arbitrariedad, en lo que el Central resuelve, por más que nunca falte una explicación.

El argumento del martes fue que “diversos indicadores sugieren que el proceso de desinflación se mantiene en línea con el sendero planteado por el BCRA”. Suficientemente críptico para caber en alguna de aquellas alternativas.

Pero ya resulta demasiado evidente que detrás de los movimientos pesan otros factores, además de la inflación. Bien claro y ya del mundillo financiero, uno es que la baja de las tasas busca obstaculizar la bicicleta que va del rendimiento de las Lebac al dólar cuasi fijo y termina con una ganancia considerable en divisas.

Notorias, también, son las operaciones para evitar que la caída del dólar alimente el fantasma del retraso cambiario.

Cuesta hacer creer, entonces, que el papel del Central se limita rigurosamente a contener los precios, como suele afirmar Federico Stuzenegger. Y más si en medio del temblor monetario provocado por la crisis Gran Bretaña-Unión Europea, desde la propia entidad salieron a resaltar las virtudes de su política de flotación cambiaria. Se sabe: no se puede estar a la vez en la misa y en la procesión.

Los vaivenes que siguieron a la tasa del 38% que a mediados de diciembre acompañó al levantamiento del cepo cambiario, se han convertido en entretenimiento de especialistas y más concretamente, en una tómbola donde acertar con la noticia del martes equivale a ganar plata.

Ajena e indescifrable para quienes no son parte del runrún financiero, la secuencia dice que cuando el BCRA interpretó que el 38% no era necesario fue bajando la cota hasta colocarla, a comienzos de febrero, en 30,25%. Bastó un brinco del dólar para que diese marcha atrás y en días volviera al 38%.

Desde entonces levantó el pie del acelerador y al compás de una estrategia de aproximaciones acumuló nueve bajas consecutivas. ¿Y en qué nivel la dejó el martes pasado? En el mismo 30,25% de comienzos de febrero (ver infografía).

El punto es que la tasa de interés de las Lebac guía el costo del crédito y que el costo del crédito guía decisiones económicas. Un encadenamiento nada irrelevante, por cierto.

“Aún el 30,25% es demasiada tasa”, afirma un consultor cercano a las ideas desarrollistas. Pone un par de ejemplos: uno, que ningún empresario está dispuesto a tomar plata al 26%; dos, que nadie vende cheques al 27% cuando puede conseguir más.

“Hoy con 22 o 24% alcanzaría, si el objetivo consiste en movilizar actividad productiva”, agrega. Que su posición esté extendida a unos cuantos funcionarios es de momento un debate cerrado, porque detrás de la estrategia antiinflacionaria de Sturzenegger aparece Mauricio Macri.

Según los especialistas, los efectos de las políticas monetarias contractivas demoran alrededor de un año en hacerse sentir. La del BCRA podría tener algún impacto ahora, pero si en julio la inflación retrocede a cerca del 2% o a menos del 2% las causas reales habría que buscarlas en otro lugar.

Y no hace falta demasiado esfuerzo para encontrarlas: saltan limpitas en la recesión, el dólar quieto y en el fin de la muy controvertida temporada de tarifazos.

Cuenta un asesor de empresas, después de reunirse con directivos de varias grandes y de rubros diversos: “En junio la recesión ha sido bravísima, mayor a la de mayo. Hay compañías sobre-stockeadas, que si no venden con descuentos no venden”. Por eso él es capaz de arriesgar una inflación menor al 2% en julio.

Podría decirse, a esta altura de la película, que un punto más o un punto menos en los índices ha pasado a ser un tema de especialistas. Para la gente y sobre todo para la gente de menores recursos lo que de verdad importa es que los bienes que necesita quedan cada vez más lejos de sus posibilidades.

Y ni hablar de cuánto le importan las Lebac o la política monetaria, aunque ahí sigue abierto otro debate. La cuestión es si el uso de las tasas de interés resulta suficiente para poner en caja los precios o si, desde el arranque mismo, no habría sido útil apelar a algún sistema de controles que hubiese aflojado la trepada.

“Tenemos un mercado claramente imperfecto, con grupos económicos que ocupan posiciones dominantes e imponen condiciones. Y sobre esa realidad debe trabajarse”. Lo dice un ex funcionario K que ha criticado los métodos de Guillermo Moreno y no lo dice ahora, con las noticias a la vista: así ha pensado siempre.

¿Y la reactivación, para cuándo?

Con cierta dosis de optimismo, Miguel Bein, el economista que acompañó a Daniel Scioili, ve “un rebote nítido hacia octubre o noviembre, cuando empezarán a operar en bloque las mejoras salariales, la obra pública y los primeros efectos del paquete previsional”.

La hipótesis porta un supuesto grande:que el shock de los meses previos, la inestabilidad laboral y hasta ciertas incertidumbres sobre el nuevo modelo no generarán comportamientos defensivos de los consumidores. O sea, recelos que pueden pegar sobre la demanda.

El mismo supuesto se proyecta a un par de pronósticos sobre 2017, también de sesgo optimista. Bein calcula un crecimiento del 5% y los equipos del banco Santander Rio, del 4 al 5%. Bastante más cauto es el resultado del relevamiento que el BCRA ha hecho entre consultoras, entidades financieras y analistas: canta un 3,2% promedio.

Aquí sucede algo bastante parecido al retroceso del índice de precios. La mejora de la economía será definitivamente efectiva cuando sea percibida por la gente y la gente actúe en consecuencia. Con sus más y sus menos, hasta ese momento será un tema de especialistas.

Queda claro, de nuevo, que no es un problema de números porque a veces los números dicen poco y mucho más dicen otras cosas.

Bien terrenales, esas cosas son el empleo, los salarios, la inflación y a ellas va atada gran parte de la perspectiva electoral del macrismo. Las tasas de las Lebac solo le hablan al mundillo financiero.


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