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HISTORIA
(Exclusivo) Ricardo Alonso: Bicentenario y Minería (2da.Parte). Crónicas de viajeros. Geología e historia

Última entrega del interesante trabajo de Ricardo Alonso sobre la actividad minera a principios del Siglo XIX y la preocupación de los hombres que gestaron la Independencia de la Argentina 

20/06/2016
MINING PRESS/ENERNEWS

SEGUNDA PARTE

 

Ricardo N. Alonso*

Estado de la minería en Salta alrededor de 1813

Nicolás León de Ogeda,protector de naturales,escribía en 1800 que en  “La mina San Francisco de Asís  se trabaja cumpliendo escrupulosamente las ordenanzas y las reglas de la recta razón”. Dicha mina se encontraba en el Cerro Acay (Salta) y fue explotada primero por los indígenas y más tarde por los españoles, en razón de sus yacimientos metalíferos ricos en plata. Vemos allí reflejado que desde los viejos tiempos se cumplía con las leyes establecidas y se trabajaba de acuerdo con el arte minero, lo que en términos actuales sería respeto por la seguridad jurídica y cuidado de la seguridad y el  medio ambiente.

Pedro de Ugarteche y Echeverría, era un vasco bilbaíno, nacido en 1762, comerciante, que en 1803 ocupaba en Salta el cargo de capitán del Regimiento de Voluntarios de Dragones y Comisionado Consular Interino. Vivió en una mansión donde hoy se levanta el Banco Hipotecario en Salta (Balcarce y España). El 30 de julio de 1803 elevó un informe acerca de la vida económica de la actual región del NOA, de importancia por preceder en unos pocos años a la revolución independentista.

 

En el orden minero, puntualiza la existencia de canteras de piedra, mármol, loza y cal y luego añade: “Abunda este terreno de Minas de Oro, Plata, Cobre, Plomo y Platino, pero no hai (sic) gente para el cultivo, ni para la labor de dichas minas, pues las antiguas de Cerro Colorado, San Francisco de Asís, La Vera Cruz, Cerro de Aconquija y Vichimé, se hallan sin labores y solo la Mina de San Antonio, que trabaja don José Tames, de ricos metales, sigue su labor, aunque siempre con la escasez de gente” (in: Ricardo R. Caillet-Bois, Apuntes para una Historia Económica del Virreinato, Gobierno Intendencia de Salta del Tucumán, Anuario de Historia Argentina, p. 102, Buenos Aires).

Temple y el decreto minero de Arenales

En 1826 pasó por Salta un viajero inglés que dejó escrito un diario chispeante y anecdótico sobre las provincias del NOA. Entre sus ricas páginas con descripciones de terremotos, langostas, fuentes termales, carácter de las gentes y largos etcéteras,  hace mención a un visionario decreto minero del Gobernador Arenales.

Edmund Temple fue un viajero inglés que pasó por Salta camino a las minas de Potosí en 1826. Iba como secretario de la comisión exploradora minera enviada por la compañía británica “La Potosí, La Paz and Peruvian Mining Association”, cuyos otros integrantes eran el general James Paroissien (1783-1827), estrecho colaborador de San Martín, que participaba como jefe de la misión; el Barón de Czettritz (jefe de la sección técnica); y el entonces joven médico Juan H. Scrivener (1806-1884) que más tarde se radicaría en Salta y que a la sazón estaba a cargo del departamento mineralógico de la compañía.

Temple, a su regreso a Inglaterra, escribió un diario de viajes que recoge sus impresiones de los territorios visitados haciendo hincapié en las provincias del noroeste argentino. Algunas décadas antes, fue un viajero alemán, Anthon Zacharias Helms quién en 1789 escribió un diario similar mientras realizaba el mismo recorrido desde Buenos Aires a Potosí en la misión minera germana del Barón de Nordenflycht.

El libro de Edmund Temple fue publicado en Londres en 1830 y titulado “Travels in various parts of Perú”. En 1920 fue traducido y publicado bajo el título de “Córdoba, Tucumán, Salta y Jujuy”, con prólogo del Dr. Juan B. Terán y más tarde,  en 1989, reeditado por la Universidad Nacional de Jujuy. El libro, de una lectura muy amena, cuenta aspectos de la vida y costumbres provincianas del interior argentino. Entre las muchas cosas que pueden rescatarse para la historia se encuentra la descripción del fuertísimo terremoto que tuvo lugar ese año de 1826, un 19 de Enero, destruyendo la localidad de Trancas y haciendo temblar todo el norte argentino.

Temple señala que el terremoto se sintió fuertemente en Salta y escribe “Los que asistían a la primera misa, quedaron sorprendidos al ver los candelabros e imágenes caer de improviso del altar y pensando que venía el diablo toda la congregación huyó en tropel de sus devociones”. También hace interesantes comentarios sobre las termas de Rosario de la Frontera, las increíbles mangas de langosta, el caudaloso río Pasaje, Cobos, la Lagunilla, el aspecto de Salta y sus charcas y pantanos, el viaje hacia Jujuy, la quebrada de Humahuaca y otros lugares del viaje a los que arranca lo profundo de su geografía y la psicología de sus gentes.

En Salta gobernaba el general Juan Antonio Álvarez de Arenales (1770-1831), militar español con destacada actuación durante la lucha de la independencia que sería derrocado en 1827 por José Gorriti. Este militar, cuya estatua se levanta en la plaza principal de la ciudad de Salta, es mencionado en el libro de Temple junto a un decreto que promulgó para el aprovechamiento de la minería salteña que no tiene parangón. El decreto, elaborado hace más de un siglo y medio, presenta elementos en común y aún superadores con respecto a la última ley minera promulgada durante el gobierno del presidente Menem y que logró un fuerte impacto del rubro. Decía el decreto de Arenales:

1.A fin de alentar la minería en la provincia, por tratarse de una de las más importantes ramas de la industria, las minas se declaran ser de propiedad privada de cualquiera que las descubra y trabaje; Art. 3°) No se permitirán privilegios exclusivos en esta rama, que solo puede concederse a consecuencia de una ley, cuando el resultado de este privilegio y la comparación de la industria del país con la de Europa los hiciere necesarios; Art. 4°) La elaboración de los minerales se declara libre de todo impuesto; y libre, en el mismo sentido, es la extracción de metales de la provincia, así como la introducción de maquinaria minera y mercurio; Art. 5°) Para mayor seguridad de los descubridores y trabajadores de minas, los artículos anteriores se declaran irrevocables por el término de 30 años, a consecuencia de lo cual tendrán fuerza y valor de contrato privado; Art. 6°) El mismo será comunicado al Poder Ejecutivo para su publicación, circulación y otros objetos relativos.

A continuación Temple señala: “La ley que antecede puede considerarse suficientemente liberal para el gobierno de una república cuya vida se inicia, y puede ser el medio de atraer los extranjeros a la provincia de Salta”. Como se aprecia de la lectura de los distintos artículos se buscaba la atracción de inversiones extranjeras ofreciendo un marco de seguridad jurídica. Se asignaba a la minería el rol de una de las más importantes ramas de la industria y se otorgaban las minas en propiedad de cualquiera que las descubriera o las trabajara. Se declaraba libre de todo impuesto a la actividad de explotación, concentración y beneficio de los metales, así como la importación de maquinaria. Y para mayor seguridad de los inversores se les daban todos los beneficios mencionados por el plazo de 30 años. Hubo que esperar más de un siglo y medio para que el país elaborara una ley minera que se acerca pero que no iguala a la del visionario gobernante salteño Álvarez de Arenales.

Viajeros ingleses, Redhead y masones en la Salta del siglo XIX

En 1826 un grupo de técnicos y empresarios ingleses se encaminaba desde Buenos Aires hacia las minas de Potosí a lo largo del camino de postas. Entre estos se encontraban sir Edmund Temple, el general Paroissien (amigo de San Martín que peleó en las batallas de Maipú y Chacabuco), el barón de Czeltritz, el Dr. John H. Scrivener (1806-1884), y dos sirvientes.

Todos ellos pertenecían a la comisión exploradora que envió “La Potosi, La Paz and Peruvian Mining Association”, una compañía minera inglesa que buscaba posicionarse en la explotación de las afamadas vetas de plata del cerro Rico de Potosí. Temple y Srivener, con formación académica y fina pluma, publicaron sus memorias de viaje, ricas en datos históricos, geográficos y paisajísticos valiosos para comprender aspectos sobre nuestro pasado.

Las memorias de Scrivener, que fueron traducidas y publicadas por Lola Tosi de Dieguez en 1937 (Imprenta López, 200 p., Buenos Aires) contienen abundantes datos anecdóticos de la travesía por mar desde Inglaterra a Buenos Aires y desde allí por tierra a Potosí, pasando por Salta. Las misiones inglesas tenían en Salta un contacto importante como era el médico y naturalista inglés Joseph Redhead, amigo de la familia Güemes y médico de Belgrano.

Temple y Scrivener se reunieron con Redhead, igual que un poco antes lo había hecho el capitán Joseph Andrews, también de una compañía minera que iba rumbo a Potosí. Andrews da muestras de un ateísmo y un anticlericalismo exacerbado cuando pasa por Salta y deja escritas en sus memorias páginas muy duras sobre el Señor y la Virgen del Milagro, entre otros temas. Scrivener cuenta que estando en Potosí se enteró que su jefe Temple era francmasón y pertenecía a una de las logias de Inglaterra. Temple le habló de la importancia de incorporarse a la logia a lo cual Scrivener accedió (p. 103).

Cuenta que se reunieron primero en lo de Temple quién le habló de “las conveniencias de obedecer sin titubeos las órdenes que pudiera recibir de la Logia” (p. 104). Luego le vendaron los ojos y salieron de noche por las callejuelas de Potosí caminando en distintas direcciones hasta llegar a una casona donde golpearon la puerta en código, entrando por distintas escaleras a una habitación donde Temple le sacó el pañuelo y lo dejó solo. Al recobrar la vista en el lúgubre ambiente vio que había una mesa pequeña con un cráneo y una vela de sebo alumbrando.

Luego sintió ruidos de cadenas y entró un personaje “con la cara cubierta y una vestimenta extraña” del cual luego supo que era el que oficiaba del “Terrible”. Este volvió a vendarle los ojos y lo llevó de nuevo por escaleras hacia arriba y hacia abajo tintineando cadenas y luego por un corredor hasta la puerta de la Logia. Golpeó, entraron y quedaron unos minutos en silencio hasta que una voz preguntó si lo reconocía. Scrivener contestó afirmativamente ya que reconoció en esa voz al propio gobernador de Potosí, el General Galindo (p. 105).

Así vendado, Scrivener fue ordenado de subir y bajar unos peldaños y luego una voz potente le ordenó arrojarse al suelo cayendo sobre una superficie blanda y unos minutos después la orden de incorporarse. Cuenta Scrivener (p. 106) lo siguiente “Quitáronme el pañuelo de los ojos y vi un enorme salón espléndidamente iluminado, al Gran Señor de la Logia y a todos sus miembros, luciendo las insignias correspondientes a sus grados. Era un espectáculo imponente. Uno de los presentes me condujo a un asiento y así terminó la sesión, primera y principal, de mi iniciación como Francmasón”.

Cuenta que fue recibiendo sus distintos grados y que asistía a las reuniones que se celebraban. Desde Potosí regresó a Salta el 17 de junio de 1827, acompañado por el Coronel Sevilla, un militar salteño que se encontraba exiliado en Potosí luego de haber dado un golpe para derrocar al gobernador de Salta y haber fracasado en el intento. De regreso de Potosí, Scrivener pasó un tiempo en Salta y frecuentó a su amigo Redhead de quién hace uno de los perfiles biográficos más completos que se conocen.

¿Era Güemes masón?

Marcelo O’Connor, una de las plumas más respetadas y recordadas de El Tribuno, escribió en 2009 un ensayo en un libro del Grupo Salta (Ed., Felipe H. Medina, 312 p., Okapi, Salta) que pasó desapercibido para los salteños a pesar de que contenía una hipótesis novedosa. En el capítulo del libro, que tituló “Masones de Salta” (pp. 233-240), O’Connor plantea la cuestión de si el General Martín Miguel de Güemes era masón (p. 235). Y se apoya en algunas pistas como una carta que intercambian dos masones notables como San Martín y Pueyrredón, en donde este último le comenta a San Martín que Güemes hace progresos “en estudios de Geometría”, que en el lenguaje simbólico es una clara referencia a la masonería (p. 236).

Agrega que Güemes nunca fue un caudillo provinciano de tendencias separatistas y jamás disintió y cumplió con todas y cada una de las directivas de los gobiernos nacionales de la época, los que estaban claramente influidos por las logias masónicas, y por tanto avalaría la hipótesis. También apunta que “No es un dato menor que un hermano menor se llamara Napoleón, que en la época es equivalente a llamar hoy a un hijo Lenin o Libertario, denunciando una definición familiar liberal revolucionaria”.

O’Connor terminaba con un aserto: “Por supuesto que esto será negado por quienes prefieren un Güemes vaciado en el bronce pero carente de significado y trascendencia actual” (p. 236). Para abonar aún más esta hipótesis del Dr. O’Connor, téngase presente que Redhead fue un hombre de gran influencia en el entorno de Güemes y también de Belgrano de quién fue su médico personal y colaborador en la traducción de documentos en lengua inglesa, entre ellos la carta de despedida de Washington.

Redhead era escocés, más precisamente de Edimburgo, donde se graduó de médico. Escocia ha sido la cuna de las logias masónicas. Las logias inglesas pasaron a Francia a mediados del siglo XVIII. Sugestivamente Redhead estuvo en París en tiempos de la Revolución Francesa y fue recluido en La Bastilla esperando su ejecución por la guillotina. Luego de catorce meses de encierro fue liberado y partió para Argentina donde terminó por radicarse en Salta, habiendo mentido sobre su nacionalidad.

Desde Salta Redhead fue corresponsal de dos reconocidos masones como fueron el sabio alemán Alexander von Humboldt y el cónsul general y representante de negocios de “Su Honorable Majestad Británica” en el Río de La Plata, sir Woodbine Parish. 

Brevísima historia minera de Salta

Nuestros pueblos indígenas habían avanzado en aspectos esenciales de la actividad minera explotando distintos tipos de minerales. No solo obsidiana u otras rocas silíceas que les servían para las puntas de flechas, proyectiles, armas o herramientas; sal gema para intercambio comercial; “coipa” o carbonato de sodio para su uso como jabón natural y fijador de tinturas; variedad de arcillas para cerámicas; numerosos óxidos de hierro y manganeso para decoración; etcétera, sino que también habían logrado explotar metales, fundirlos en rústicos hornos llamados “huayras”, e incluso realizar objetos metalúrgicos de gran calidad y belleza. La llegada de los primeros conquistadores apuntó al potencial de metales preciosos, entre ellos el oro del Valle Calchaquí. Pronto dieron con las minas de plata del Acay y la mina Concordia de San Antonio de los Cobres las que aparecen citadas desde comienzos del siglo XVII.

Los mineros que descubrieron, exploraron o explotaron minas en el norte argentino se remontan a los primeros años de la conquista y colonización del territorio. Juan Núñez de Prado, quien fundó en 1550 la primera ciudad de Barco, en donde hoy se encuentra Tucumán, era “Alcalde de Minas” en Potosí y fue enviado por don Pedro de La Gasca, a la sazón “Pacificador del Perú”, a raíz de un informe de los oidores Pedro de Hinojosa y Polo de Ondegardo de la Real Audiencia de Charcas, el cual sostenía que: “Delante de los Charcas hay una provincia que se dice Tucumán, donde hay copia de naturales y gruesas minas de oro, y que se cree las habrá de plata”.  Queda claro aquí que el móvil fundacional de los españoles en el norte argentino fue de carácter minero.

El Valle Calchaquí era conocido desde los tiempos de la conquista como rico en minas. En la Probanza de Méritos de Francisco de Aguirre de 1556, Blas Rosales, en la séptima pregunta que se le hizo, declaró que “este testigo se halló presente al despoblar la dicha ciudad que estaba en Tucumán y a poblarla en el Valle de Calchaquí y vio como venían en paz y servían muchos caciques e indios y vio ir algunas veces muchas personas a buscar minas de oro en el Valle de Calchaquí por mandato del dicho capitán Juan Núñez de Prado fue en demanda de las dichas minas…las cuales dichas minas se hallaron todas las veces que las fueron a buscar y este testigo tuvo en sus manos parte del oro que se halló en las dichas minas”.

El licenciado Juan de Matienzo, Oidor de Charcas, escribió una carta al rey, fechada en La Plata (Charcas) el 2 de enero de 1566, la cual contiene importante información sobre caminos, lugares, pueblos y distancias en el norte argentino. Entre otros conceptos, señala: “Lo que de esta tierra se puede llevar a España, es oro, que hay mucho”. Matienzo insistió en otro escrito fechado el 4 de enero de 1579, acerca de la conveniencia de fundar un puerto en el Paraná, convencido que las “minas del Inga” estaban en la región de Salta, para poder dar salida a estas riquezas.

Resulta importante destacar que en la votación realizada en 1581 por los cabildantes de Santiago del Estero sobre donde debía fundarse la ciudad que había ordenado el Virrey Toledo, el Valle de Lerma le ganó por un voto al Valle Calchaquí (14 a 13). Entre las numerosas razones expuestas a favor de una u otra ubicación, figuraba que en el Valle Calchaquí había abundancia de minas de oro, plata, turquesas y alumbre. Entre los testimonios de los cabildantes de 1581 antes mencionados y que dan fe de las minas de oro por haberlas visto, se tiene a Gonzalo Sánchez Garzón, García Sánchez, Blas Ponce y Juan de Morales, quién declara “que vio en el dicho valle (Calchaquí) oro que decían ser de las minas de Pasina”. En 1583, Pedro Sotelo de Narváez se dirige al señor Licenciado Cepeda, presidente de la Real Audiencia de La Plata (Charcas) y entre conceptos expresa: “hay oro y plata en el valle (Calchaquí) y sírvense los indios de ello”.  Luego: “Por estos indios y pueblos de Esteco se tiene noticias, y visto por los Españoles, de otro río muy caudaloso en extremo. Ribera del cual se ha visto mucha población de gente vestida y se tiene noticias de indios vestidos Ingas que se sirven de oro y plata. Esta gente tiene cerca de sí cordilleras y tierra poblada, donde hay oro”.

Asimismo, se cuenta con un extracto de la carta del gobernador de Tucumán, don Felipe de Albornoz, enviada al rey sobre su campaña de Calchaquí, donde finaliza diciendo: “que cada día se irán descubriendo, sin las que hay de minas de plata y oro, por ser las cordilleras del dicho valle contiguas con las de las minas de los Chichas, y Santa Isabel, y ser tradición y pública fama que a los españoles que allí poblaron la primera vez les pagaban sus indios su tasa en cañutos de oro…”.

También se menciona a Juan Ramírez de Velazco como uno de los conquistadores españoles en descubrir minas de plata en el Valle Calchaquí en 1590. Siendo Ramírez de Velazco gobernador del Tucumán entre 1586 y 1593, se cuenta con la curiosa relación que hizo en Santiago del Estero, el escribano mayor don Alonso Tula Cervín, quién comentaba lo siguiente: “He oído decir al capitán Blas Ponce…que al tiempo que pasó el adelantado Diego de Almagro al reino de Chile y conquista de él por este Londres, llevaban quinientos soldados y más de 2 y 3 mil indios de servicio. Estos ingas enviaban una parte del tributo a su Señor el Inga en 90 andas, que llaman acá “anganillas” y cada anganilla era llevada en hombros por 20 ó 30 indios y para remuda llevaban cuatro tantos indios y para hacer su guarda, y en cada anda de estas iban de justo 90.000 pesos de oro fino de 22 quilates, en tejuelos, y cada tejuelo pesaba 62 pesos de oro e iba marcado con la marca del Inga”. 

Por su parte, en 1650, el gobernador del Tucumán don Francisco Gil de Negrete, tenía el proyecto de explotar las minas del Valle Calchaquí, que no llegó a realizar debido a su muerte. Esto fue logrado por su sucesor en 1655, el gobernador Alonso Mercado y Villacorta, quién según la crónica histórica del coloniaje, consiguió “labrar y explotar los minerales del Alcay (Acay), con grandes dificultades, por la resistencia que oponían los Calchaquíes”.

Un documento valioso para la historia minera de Salta, por su antigüedad, es la solicitud de la mina “San Francisco de Asís”, en el cerro Acay, solicitada por el minero Juan de Rojas al gobernador y capitán general de la provincia de Salta, Sr. D. Fernando de Mendoza Mate de Luna el 28 de febrero de 1685. El análisis del documento nos enseña que para 1685 ya funcionaba en Salta un “Archivo y Registro de Minas”, que éste estaba a cargo de un Juez competente en la figura de un “Alcalde Mayor de Minas”, que se cumplía con las “Reales Ordenanzas de Minería”, que eran el marco legal de la actividad,  se pagaban los quintos reales al rey de España en concepto de regalía, y que había españoles dedicados a la profesión minera, como es el caso de Juan de Rojas.

Sin embargo lo que pondría a Salta en una situación estratégica fue el hallazgo del Cerro Rico de Potosí. Aunque parezca una metáfora, esta “montaña de plata”, fue descubierta en una región desértica desprovista absolutamente de cualquier insumo. De allí que todo el consumo debía de llevarse de regiones vecinas. Pronto la ciudad alcanzó a 160 mil habitantes, superó a las principales capitales europeas en habitantes, logró un alto grado de riqueza y fue premiada con el título de “Villa Imperial”.

Nuestras viejas ciudades de Esteco, tanto la Esteco vieja, como la Esteco nueva la que fuera destruida por el terremoto de 1692, fueron grandes proveedoras de miel, cera y turrones secos. Cuentan los distintos viajeros, entre ellos Diego Alonso de Ocaña que pasó por allí en 1600, de la enorme cantidad de esos productos que se llevaban a Potosí siguiendo la ruta de los caminos reales. De alguna manera había comenzado a funcionar el sistema de proveedores mineros hacia ese gigantesco atractor que consumía cantidades inconmensurables de carnes, yerba mate, frutas, granos, madera, vestimenta, herramientas, leña, comidas, bebidas y también mulas.

Precisamente mulas fue otro de los servicios que a Potosí brindaron los viejos salteños. Decenas de miles de mulas provenientes de todo el Noroeste Argentino y del centro del país, llegaban al Valle de Lerma donde se las engordaba para iniciar su viaje sin retorno al Potosí. Allí eran útiles para todas las faenas relacionadas con la explotación de la plata, molienda de los minerales, amalgamación, metalurgia y amonedación. Salta se convirtió durante los siglos XVII y XVIII en la principal feria de mulas del mundo. Y así quedó registrado por el viajero Concolocorvo, funcionario español encargado de postas y correos, en su obra “El Lazarillo de Ciegos y Caminantes desde Buenos Aires hasta Lima” (1773). Los entretelones religiosos y económicos de este fenómeno, asociados a la feria y fiesta de Sumalao, han sido rescatados por el Lic. Felipe Medina en un libro de su autoría con prólogo del suscripto[1].

Cuando Potosí comenzó a declinar, una nueva situación coyuntural puso de nuevo a la economía de Salta en un lugar de privilegio. En el litoral boliviano y peruano de Atacama se descubrieron enormes reservas de minerales fertilizantes, tanto en las covaderas de guanos fósiles de aves marinas como en la pampa nitratera. Los exhaustos suelos de Europa necesitaban imperiosamente de ese nitrógeno, potasio y fósforo que estaba allí contenido. Pronto cientos de barcos surcaban el océano portando esos valiosos productos. La Guerra del Pacífico de 1879, cambió la geopolítica del recurso a manos de Chile.

Una vez más, la sustancia mineral se encontraba en un lugar desprovisto de cualquier clase de insumos en el más inhóspito e hiperárido desierto de Atacama. Todas las provisiones debían ser llevadas desde afuera. Una de ellas era carne vacuna para el consumo de los mineros pampinos. Salta tenía valles aptos, con buenos pastos y agua para engordar ganado. Es así como comienza el envío de animales a pie, toros herrados que cruzaban la cordillera con destino a las faenas de la pampa salitrera. Juan Carlos Dávalos plasmó en su “Viento Blanco” aquellas peripecias de la mano de un mítico arriero como fuera don Antenor Sánchez.

Mientras tanto en nuestra Puna, un grupo de mineros alemanes, entre ellos los Boden, los Becker, los Augspurg y los Korn,  ponían en marcha las minas de plomo y plata de San Antonio de los Cobres y exportaban el metal hacia Hamburgo. También para esa época comenzó la era de los boratos. Con la puesta en marcha de la mina Tincalayu, en el Salar del Hombre Muerto, durante la década de 1950 por parte de la vieja empresa Boroquímica Samicaf, Salta se convirtió en la principal productora de bórax de América del Sur.

Desde 1940 a 1980, Salta fue la principal productora nacional de azufre con la mina Julia y el Establecimiento Azufrero Salta (EAS) de La Casualidad. Ello dio vida a la Puna y al ferrocarril minero ramal C-14, Huaytiquina. También se posicionó como la principal productora de uranio de la Argentina con la mina Don Otto desde 1960 a 1980, abasteciendo con materia prima nacional a nuestras plantas nucleares.

El borato común de los salares (ulexita) permitió una creciente y sostenida industria de producción de ácido bórico y productos afines liderando la producción nacional y alcanzando exportaciones a 42 países de los cinco continentes. A ello debe agregarse el valioso  trabajo de pequeños mineros que explotaron sal, perlita, sulfato de sodio, ónix, yeso y otros minerales no metalíferos y rocas de aplicación.

Brevísima historia de la Geología Argentina

La minería ha sido desde los orígenes la principal escuela de Geología. En el siglo XVIII ya funcionaban escuelas de minería con nivel de academias donde se enseñaba la geología en Potosí. Al mismo tiempo que en Freiberg, en Alemania. El redactor de la Asamblea del Año XIII, hace mención indirecta a un geólogo cuando afirma: “Según los cálculos bien fundados de un ilustrado observador, que después de visitar nuestros minerales y los más celebrados de Europa se lastimaba de la ceguera de los españoles, en el año 1794[2], es demostrable que los cerros ricos de las provincias unidas pueden ponerse en estado de dar por muchos siglos un producto anual de 500 millones de pesos”. Y también cuando habla de: “los artistas y los directores científicos”[3].

 

Los estudios de la geología argentina hunden sus raíces en la primera mitad del siglo XIX. Pocos años después de lograr la independencia, el país se encontró con que desconocía la riqueza del subsuelo. Un siglo antes se produjo un drenaje de información con la expulsión de los jesuitas en 1763,  por orden de Carlos III. Allí se perdió mucho de los que se sabía sobre las minas de metales preciosos en las sierras de Córdoba y San Luis y a lo largo de la cadena andina desde Jujuy a Tierra del Fuego. Casi no hay manifestación de oro que los jesuitas no hayan reconocido previamente y aún hoy decir que en un sitio equis trabajaron los jesuitas es motivo de status para ese lugar.

A fines del siglo XVIII, más precisamente en 1789, cruzó el país en viaje a Potosí el profesional geominero alemán Anton Z. Helms, quién años más tarde, en 1798, publicó su diario de viajes que contiene datos valiosos sobre las minas activas e inactivas en el país. Luego de mayo de 1810 y julio de 1816, los argentinos estábamos ignorantes de los recursos de nuestra joven nación. En tiempos de Rivadavia se produce el paso por el territorio argentino de varias misiones inglesas a Potosí que dejan observaciones de valor sobre cómo se encontraba el tema minero. Las más importantes son las que fueran publicadas por el capitán Joseph Andrews en 1826, y en menor medida las de Edmund Temple y Juan Scrivener.

Más tarde, el entrerriano Justo José de Urquiza contrató a varios sabios franceses para que realizaran un estudio de la Confederación Argentina. Así vinieron al país figuras hoy emblemáticas como el barón Alfredo Marbais Du Graty, Víctor de Moussy y Augusto Bravard. Tanto Du Graty como de Moussy dejaron escritas voluminosas obras conteniendo una descripción geográfica exhaustiva de la Confederación. Ellas incluían un capítulo minero abarcando el conjunto de las sustancias metalíferas y no metalíferas. En cuanto a Bravard, quién realizó trabajos para explicar la geología de las barrancas del Paraná y la formación del loess pampeano, tuvo un trágico final, al morir en un catastrófico terremoto en Mendoza, terremoto que el mismo predijo.

A mediados del siglo XIX arribó a Buenos Aires el geólogo italiano Pellegrino Strobel que actuó tres años en el país. A su regreso, lo sucedió el Dr. Juan Ramorino, especialista en Mineralogía, a quién le debemos un interesante texto didáctico, pionero en la disciplina, titulado: Rudimentos de Mineralogía (Buenos Aires, 1869).

Las ciencias geológicas van a tener un auge científico cuyo efecto disparador tendrá lugar con la llegada al Plata en 1856 del joven científico alemán Germán Conrado Burmeister (1807-1892). Este sabio, que fuera amigo de Humboldt, se dedicó de lleno a la paleontología y geología del territorio argentino, poniendo énfasis en el estudio de los mamíferos de la megafauna cuaternaria (gliptodontes, caballos). El papel central lo jugó cuando por iniciativa del presidente Sarmiento se decide la creación de la Academia de Ciencias de Córdoba y se designa a Burmeister para su organización. Se contratan en el extranjero a geólogos famosos de la época, para que vengan al país con dos misiones fundamentales: una, la de estudiar el territorio en orden a establecer su riqueza potencial y otra la de impulsar la enseñanza de las ciencias naturales. Entre ellos merece destacarse al Dr. Alfred Stelzner, considerado hoy el “padre” de la geología argentina, quien hizo abundantes estudios en la región de las Sierras Pampeanas (nombre dado por él) y publicó una primera síntesis científica sobre la geología del país.

Tres años después lo sucedería Luis Brackebusch, quién recorrió el interior de la República Argentina, desde Córdoba hasta Jujuy, y publicó un primer mapa geológico del interior del país a escala 1:1.000.000 que todavía es de uso. Publicó además cuantiosos trabajos mineralógicos y mineros, entre ellos un primer resumen de las especies minerales de Argentina.

Otros geólogos brillantes siguieron la tarea de Brackebusch, entre ellos Guillermo Bodembender (1857-1941), alemán, estudió el centro del país a lo largo de 50 años y fue un prolífico traductor. Los hermanos alemanes Oscar Doering (1844-1917) y Adolfo Doering (1848-1925), este último acompañó a Julio A. Roca a la Campaña del Desierto como observador geólogo. Federico Kurtz (1854-1920) alemán, infatigable bebedor de cerveza, se dedicó al estudio de las plantas fósiles y fue el sucesor de Hieronymus. El suizo Carl Burckhardt, llegó en 1897 e hizo estudios en la alta cordillera de Mendoza. Lo cierto es que los geólogos extranjeros, principalmente alemanes, seguían llegando al país y se radicaban en algunos de los centros más pujantes intelectualmente como Buenos Aires, La Plata y Córdoba. Otros lo hacían en La Rioja como Emilio Hünicken o en Catamarca como Schikendantz.

Poco a poco se iba describiendo la composición y edad de los terrenos, los estilos de deformación, los contenidos en minerales, carbón, petróleo y rocas útiles, sumado a la composición del suelo, la flora, la fauna, el clima y otros aspectos básicos.

Para la mitad del siglo XX merecen destacarse, entre otros a Walter Schiller (1879-1944), alemán, avezado andinista atacó numerosas veces el Aconcagua para estudiar su geología y que en una de las ascensiones solitarias, murió cerca de la cumbre por una tempestad. Juan Keidel (1877-1954), alemán, fue uno de los que hizo mayores estudios sobre la geología de Salta y el petróleo de Neuquén. Estableció conexiones entre las sierras de Buenos Aires y las de África que le sirvieron a Wegener como argumento para la deriva continental. Ricardo Stappenbeck (1880-1963), alemán, se ocupó del estudio de las aguas subterráneas. Anselmo Windhausen (1882-1932), alemán, se ocupó del petróleo y dejó escrita una magnífica obra sobre geología argentina.

Más recientes son Enrique Gerth (1884-1971), alemán que estudió la cordillera; Franco Pastore (1885-1958), argentino, profesor y geólogo de San Luis; Pablo Groebber (1885-1964), alemán que reconoció los distintos movimientos andinos; Roberto Beder, alemán, mineralogista en Córdoba; Joaquín Frenguelli (1884-1958), italiano, naturalista polifacético que estudió los Valles Calchaquíes; Ricardo Wichmann (1880-1930) alemán que estudió la geología de Neuquén; Erwin Kittl (1890-1983) austríaco, que estudió los yacimientos minerales del país; Egidio Feruglio (1897-1954), italiano, autor de una magna obra sobre la Geología de la Patagonia y por último algunos argentinos ilustres Horacio Harrington, Armando Leanza, Osvaldo Braccacini, Juan Carlos Turner y Félix Gonzalez Bonorino, que delinearon la geología moderna del país. Todos ellos, dedicaron su vida al noble cultivo de las altas manifestaciones intelectuales, sello sublime de la dignidad humana. Por su tesonero esfuerzo, ocupan hoy un sitial de excelencia entre los sabios de esta parte del mundo.

En las primeras décadas del siglo XX comenzaron a formarse y egresar los primeros geólogos argentinos. Las carreras de Geología se fueron multiplicando, primero Tucumán y Salta, y más tarde San Luis, Bahía Blanca, San Juan, Río Cuarto, Catamarca y Jujuy, entre otras. Hoy existe una buena oferta académica, con numerosas carreras, con profesores reconocidos, investigadores de nivel internacional, dedicados a la enseñanza de los aspectos centrales de la geología, esto es: estratigrafía, sedimentología, paleontología, petrología, mineralogía, yacimientos minerales, tectónica y geomorfología.

[1] Alonso, R.N., 2011. Prólogo al libro “Sumalao, Feria y Fiesta” del Lic. Felipe H. Medina, Okapi Ediciones, ISBN 978-987-25354-8-3, 176 p. Salta

[2] No hemos podido averiguar de quién se trata.

[3] Se refiere a los técnicos y profesionales de la minería expertos en el “arte minero” a lo que llama artistas y lo que hoy serían los geólogos y los ingenieros de minas.

 (*) Ricardo Alonso es doctor en Ciencias Geológicas (UNSa-CONICET). Ex Presidente de la Comisión de Minería de la H. Cámara de Diputados de la Provincia de Salta. Ex Secretario de Minería y Recursos Energéticos.


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