DANIEL FERNANDEZ CANEDO
En la Casa Rosada están preparados para que la primera medición del costo de vida del nuevo INDEC les marque un revés.
Creen que la inflación de mayo habría sido de 4% o incluso algunas décimas mayor, lo que no marcaría un descenso rotundo después del 6,2% de abril, cuando el aumento de las tarifas de luz, gas y transporte impactó con fuerza sobre los bolsillos y encendió un llamado de atención al Gobierno. Un 4% de aumento de costo de vida en mayo indicaría, también para el Gobierno, que el debut del nuevo índice estará alejado de toda sospecha de manipulación política.
“El nuevo INDEC ya midió la caída de la industria y de la construcción en abril y con esos porcentajes (-6,7% y -24,1%, respectivamente) queda en claro su independencia”, comentaba ayer un alto funcionario del área económica bastante conforme con la idea de que el nuevo índice de precios debutase con una marca alta.
Dijeron que , en su estimación, el 4% de inflación del mes pasado estuvo determinado en dos puntos por el arrastre de los aumentos en las tarifas de agua y gas.
En otros pasillos oficiales, los del Banco Central, la lectura sobre el resultado inflacionario de mayo dio pie a la baja de un punto en las tasas de las letras para los 35 días de plazo, que ahora está en 34,25% anual.
En el Central dicen que, después del impacto de las tarifas en las dos primeras semanas, el ritmo de la inflación se redujo en las dos últimas y, por eso, dispusieron la baja de las tasas.
Más allá del ritmo descendente de la inflación que pronostican en el Gobierno a partir de este mes, la baja de las tasas también obedece a la mayor oferta de dólares del mercado cambiario.
Un dato que sorprendió a los funcionarios del Central fue que el cierre de las operaciones de futuro a fin de mayo no le generó la necesidad de vender dólares.
Tanto al cierre de marzo como de abril, las compensaciones de los contratos de dólares a futuro a las que se había comprometido el ex presidente del Central, Alejandro Vanoli, implicaban que los que cobraban los pesos de la compensación decidían pasar parte de esos pesos a dólares.
Así, en el último día de marzo el Central debió vender US$ 250 millones y en abril, otros US$ 500 millones.
El 31 de mayo, dijeron en el Central, no tuvieron que vender ni un dólar, en lo que interpretaron como el reflejo más nítido de un mercado sobreofertado de divisas en el que el precio del dólar estaba más para bajar que para subir.
En la Casa Rosada repiten que el presidente Mauricio Macri no quiere saber nada con que el precio del dólar se vuelva a atrasar y, es más, sorpresivamente, hay funcionarios que opinan que a estos precios el dólar está más para comprar que para vender.
Concretamente, en un diálogo con Ambito Fiananciero, el secretario de Finanzas, Luis Caputo decía textualmente: “Creo que esta semana puede llegar a haber mayor demanda (de letras del Tesoro que son en dólares) ya que el tipo de cambio está claramente más en niveles de compra que de venta. Es una buena oportunidad para el minorista que no tiene acceso a esos precios del dólar mayorista”.
El Estado busca así los dólares de los minoristas en un momento en el que el financiamiento parece muy inclinado hacia las divisas.
Y lo hace al día siguiente de que el Banco Central hizo otro movimiento para bajar las tasas de interés y el dólar caía en el mercado mayorista a $ 13,95, rompiendo el temido piso de los $ 14.
Vale recordar que el 1° de marzo un dólar costaba $ 16 y desde entonces la inflación acumulada llegaría a 15%. La discusión sobre si está bien o no dejar atrasar un poco el dólar podría volver a los primeros planos.
Mientras tanto, en el Gobierno se preparan para otra batalla financiera importante y es la que girará en torno de la venta de las acciones de bancos y empresas que están en manos del Fondo de Garantía de Sustentabilidad, que son los activos estatizados de las antiguas AFJP de los tiempos de la jubilación privada.
Ese fondos andan por los $ 800.000 millones y son papeles de algunas de las 45 principales empresas y bancos de los que operan en el país.
Ese fondo tuvo un papel destacado durante la época kirchnerista, no sólo porque le permitió a la ANSeS un manejo discrecional de los fondos sino, también, porque le permitió poner delegados estatales en los directorios de esas firmas con fines políticos y de apriete.
El Gobierno querría vender rápido esas acciones con un argumento atendible: el sistema de reparto termina siendo financiado por el Tesoro que se endeuda a una tasa de 7,7% anual en dólares mientras que las acciones que están en el FGS no pagan dividendos.
El tema es más político que económico y así lo anticipó, por ejemplo ayer, Daniel Scioli que habló de que “hay que tomar recaudos sobre vender bienes de la ANSeS”, anticipando por donde daría pelea el peronismo en el Congreso frente al paquete de leyes que incluye el pago de la deuda con 2.400.000 jubilados.
Desde lo económino, el tema ofrecería pocas resistencias. Un informe de la consultora Analytica hace una radiografía sintética del deterioro de las cuentas de la ANSeS y expone un cuadro que debe ser atendido.
“Mientras que los ingresos genuinos de la ANSeS crecieron al 32%, el gasto lo hizo al 37% anual, impulsado por una suba el año pasado de 42% (más jubilados). El resultado de esta política fue que de una situación equilibrada en 2011 se pasó a un déficit de casi $ 60.000 millones el año pasado”, sostiene el trabajo.
Y el deterioro, agrega, continuó, con lo que “siguiendo esa tendencia podría terminar con un rojo de más de $ 100.000 millones”.
El telón se corrió sobre el sistema previsional.
Los aportes de los trabajadores activos no alcanzan para financiar a los pasivos, que en los últimos años crecieron sostenidamente y es el Tesoro el que termina poniendo la plata, lo que es correcto, pero debería quedar claramente expuesto de dónde deberá provenir la plata.
Las propuestas del blanqueo de capitales y de venta de los activos del FGS aparecen ahora como las fuentes salvadoras.
Se trata de dos fuentes de única vez que se destinarán a cubrir partidas que, como las previsionales, son de largo plazo. Pero esa parece ser otra historia.
ALCADIO OÑA
Sería demasiado afirmar que la temporada de abundancia de dólares y la necesidad de ponerle límite a la presión bajista están llevando de las narices al Banco Central, aunque es evidente que algunos de sus planes se han alterado.
En su informe de abril, el BCRA había definido dos líneas de acción para mayo. Una fue que operaría “ocasionalmente” en el mercado cambiario: igual a imaginar que allí no existían problemas. Y la otra, que algunos movimientos puntuales de precios, como el de los combustibles, aconsejan “mantener el sesgo contractivo de la política monetaria”: nada de estimular la demanda sino seguir parecido a como marchaban las cosas.
Ya con el mes a punto de concluir emerge clara la disociación entre las intenciones planteadas en el informe y los hechos concretos. El telón de fondo, presente casi todo el tiempo, han sido las dificultades de la entidad para poner en vereda un dólar que tiende a retrasarse.
Para empezar, las intervenciones en el mercado cambiario fueron mucho más activas que ocasionales. Después de un arranque moderado, desde el 11 de mayo el BCRA empezó a comprar a un promedio diario de US$ 148 millones y sumará en el mes arriba de US$ 1.440 millones; más de cinco veces el monto acumulado hasta abril.
Bastante obvia por cierto, la conclusión es que si el Central hubiese aplicado su propia hoja de ruta no habría emitido o habría emitido menos, pero el precio del dólar estaría ahora por debajo de los 14 pesos.
Luego, el choque también visible entre los hechos y el objetivo de “mantener el sesgo contractivo de la política monetaria” explícito en el informe. Una baja del 1,5% en las tasas de interés de corto plazo de las Lebac, como la del 24 de mayo, luce más expansiva que contractiva; especialmente cuando los precedentes inmediatos fueron podas de apenas 0,50 y 0,75%. Nada da para pensar que la explicación de la movida está en la caída de los precios.
Parece, más bien, que el recorte de las tasas no apuntó a la expansión sino ponerle alguna traba a la bicicleta que va del dólar a las Lebac: nuevamente, venta de divisas y riesgo de depreciación del tipo de cambio. Puestas en una misma balanza esta razón habría pesado más que un intento de estimular la actividad económica.
Federico Sturzenegger, el presidente del BCRA, ha sostenido y reafirmado que la misión de la entidad es mantener a raya los precios y no meterse con los deslizamientos del dólar. A veces pontificar en exceso puede convertirse en un bumerán.
Sería en todo caso un principio válido para economías consolidadas, que han alcanzado un buen grado de previsibilidad. Difícilmente lo sea en otras cuyas variables aún lucen desordenadas, como todavía es posible comprobar aquí.
Entre los que entran por las exportaciones de soja y los capitales golondrina que vienen en busca ganancia rápida, la paradoja es que hoy sobran dólares y que la opción de no intervenir puede derivar en retraso cambiario. O sea, comerse ventajas ya conseguidas, más la posibilidad de que en algún momento reaparezcan presiones devaluacionistas.
Es de este mundo dado vuelta que el Central haya resuelto abrir la canilla a la transferencia al exterior de más de US$ 10.000 millones correspondientes a utilidades retenidas por el cepo kirchnerista, igual que movilizar importaciones largamente frenadas. O que el blanqueo no privilegie el ingreso de capitales al país pensando en dólares que pueden ser un estorbo en vez de dólares inyectados al circuito productivo.
Aún así, hay un lugar donde no sobran divisas y está nada menos que en el BCRA. Si se restan los yuanes de China, un crédito de corto plazo acordado por bancos internacionales, los encajes por los depósitos en moneda extranjera y otros fondos que son de prestado, las reservas netas de esos infladores no llegarían a US$ 2.000 millones.
Justamente por eso a algunos economistas les llama la atención que el Central desaproveche la oportunidad de aumentar su stock, lo cual sería semejante a armarse frente a la eventualidad de una corrida cambiaria. No es el plan de Surzenegger emitir para comprar dólares y si por alguna razón debe hacerlo, como durante mayo, aplicará otros métodos de modo de esterilizar los pesos: la consigna de oro es contener la inflación.
Al parecer, su límite inferior se llama 14 pesos: actuará cuando el precio del dólar se encuentre a punto de perforarlo, aunque preferiría que las intervenciones fuesen sólo “ocasionales”. El problema es que abajo de 14 empiece a ser interpretado como cierta complacencia con el retraso cambiario y que eso despierte expectativas incómodas.
Mientras no se atrase, el tipo de cambio mejora la competitividad global de la economía y la de las producciones nacionales con las importaciones. Claro que es apenas un factor. Tanto o más pesan otros, como las distorsiones impositivas, el costo del transporte y de los combustibles y, finalmente, el estado general de la infraestructura.
El Gobierno dice tener en cartera un poderoso programa de inversiones públicas y privadas asociadas, capaz de despejar los grandes cuellos de botella. Pero será necesario seguir empujando para salir con chances a un mundo impiadosamente competitivo.
Según las primeras proyecciones privadas, en mayo la inflación habría rondado el 3,5%. Representa en los hechos un costo y un alivio sólo si la compara con el histórico registro de abril.
¿Qué dirá el Banco Central en los próximos días, cuando difunda sus proyecciones monetarias para de junio? Quizás haya una explicación sobre los deslizamientos no previstos en mayo: sería interesante conocer cómo los ha interpretado y, sobre todo, porque se mantiene firme la presión del dólar a la baja.
Dentro de las pautas básicas de la entidad figura sostener las tasas de interés en terreno positivo, o sea, por arriba de la inflación. Es un punto en el que vuelven a cruzarse las Lebac y el dólar y también las posiciones de Sturzenegger y de funcionarios que reclaman aflojar con las tasas.