Sin petróleo no se entiende Arabia Saudí. No se entiende la creación y consolidación del reino y menos todavía la alianza histórica con EE UU (petróleo por protección), su papel determinante en la fijación de los precios mundiales y su peso geopolítico en Oriente Próximo. El presupuesto del Estado se nutre en un 80% de los ingresos del petróleo, que aporta un 45% del PIB y alcanza a un 90% de las exportaciones. Su subsuelo contiene las primeras reservas de crudo y es el segundo productor mundial detrás de Rusia. Sin petróleo no sería el tercer país del mundo en gasto de defensa ni el primer cliente de la industria armamentística mundial. No podría sostener la guerra de Yemen, ayudar a los rebeldes sirios y proporcionar ayuda financiera al régimen delmariscal Al Sisi que tomó el poder en Egipto tras deponer al presidente Morsi.
Tampoco se habría producido el movimiento de reislamización que ha sufrido todo el mundo, desde Marruecos hasta Indonesia, al amparo de las madrasas y mezquitas sufragadas durante décadas con fondos saudíes. La guerra de Afganistán contra la Unión Soviética se financió en buena parte con dinero saudí. El terrorismo no se ha financiado, que se sepa, de las arcas del petróleo, pero sin reislamización y sin muyahidines afganos, es decir, sin petróleo no habría Bin Laden ni Al Qaeda. Tampoco sin la constructora de la familia Bin Laden, la primera del país desde los tiempos de Saud y la que ha reconstruido La Meca y sus lugares santos decenas de veces.
Sin petróleo tampoco podría sostener el pulso con Irán, que en buena parte es por mantener su cuota del mercado mundial aun a costa de contribuir a la caída del precio del barril que está minando las bases de su economía. Riad se opuso al acuerdo nuclear con Irán menos por el peligro de una hipotética bomba atómica persa que por el levantamiento de las sanciones que permite a los iraníes su regreso al mercado mundial en busca de su parte del pastel petrolero.
El petróleo ha sido y es todo en Arabia Saudí, hasta el punto de que hasta ahora había un entero ministerio solo para la política petrolera y quien lo ocupaba solía permanecer durante largos años en el puesto: los siete monarcas saudíes han tenido solo cuatro ministros de Petróleo. El último, Ali Al Naimi, de 80 años, lo ocupaba desde 1995. El único que tuvo un mandato corto, dos años, fue el primero, Abdulla Tariki, que ocupó la cartera de 1960 a 1962, fundó la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) y conspiró con el movimiento de los Príncipes Libres, panárabes y naseristas, y por tal razón fue destituido.
La primera empresa saudí es la petrolera estatal Saudi Aramco. Cuidado, primera del país y del mundo, pese a que no cotiza en Bolsa (las evaluaciones sobre su valor, quizás 2,5 billones de dólares, según Bloomberg, se realizan a partir de sus reservas y capacidad de producción). Su presidente está muy cerca del poder ministerial, hasta el punto de que se solapa o precede a veces al cargo de ministro. Ha sucedido ahora, cuando el rey Salmán, de 89 años, ha cambiado el nombre del ministerio por el de Energía, Industria y Recursos Minerales y también al ministro, al que ha sustituido por el del presidente de Aramco, Jalid al Fahli, de 56 años, dentro de una remodelación del Gobierno inspirada por su hijo y segundo en la línea de sucesión, Mohamed bin Salmán (MBS), de 30 años.
Este es el segundo golpe de timón de Salmán, que llegó al trono en enero de 2015, a la muerte de su hermanastro, el rey Abdulá. A los tres meses de su entronización, sustituyó al príncipe heredero, su hermanastro Mukrin bin Abdulaziz, de 70 años, por su sobrino Mohamed bin Nayaf (MBN), de 56 años, y a este por su hijo MBS, en un movimiento insólito en la historia de Casa de Saud, donde nunca se había destituido a un príncipe heredero.
Muchas cosas suceden por primera vez. Agotados los hijos del fundador, seis de los cuales han reinado desde 1953, en un ejemplo perfecto de sucesión adélfica o entre hermanos, por primera vez el heredero pertenece a la generación de los nietos. Y también por primera vez, las tres primeras autoridades pertenecen al mismo linaje paterno y materno, detalle significativo en un sistema poligámico en el que la herencia matrilineal organiza facciones de hermanos opuestos a los otros hermanastros. En este caso, los tres son conocidos como sudairis, por descendientes de Hassa el Sudairi, la esposa preferida de Saud.
MBS dice que quiere terminar con la adicción saudí al petróleo. No deja de ser un chiste, tratándose de un petroestado que vive de, por, para, con, sobre y tras el petróleo. Sus planes para desengancharse cuentan como paso inicial con la privatización de una fracción minúscula, menos del 5%, de su gigantesca compañía petrolera, en una salida a Bolsa que ya se anuncia como la mayor de la historia. MBS quiere hacer más privatizaciones, diversificar la economía, introducir la competencia, eliminar subsidios (gasolina, agua, electricidad), saudinizar y feminizar el mercado de trabajo: más de la mitad de la mano de obra es extranjera, el paro juvenil es muy alto y las mujeres son una fuerza de trabajo excluida. También quiere convertir la peregrinación a La Meca y Medina en una próspera industria de turismo religioso. Y construir museos y una industria cultural y del entretenimiento.
Riad se opuso al acuerdo nuclear con Irán menos por el peligro de una hipotética bomba atómica persa que por el levantamiento de las sanciones
Hacer todo esto y a la vez no es fácil, si no se quiere aflojar además la férula de la monarquía teocrática. Será un camino en buena parte contradictorio, porque obligará a mantener el pulso con Irán, con el gasto de defensa que significa (25% del presupuesto), y recortar a la vez el déficit público galopante (15% este año). Sin afectar gravemente al orden público en un país de población jovencísima (dos tercios tienen menos de 30 años), situado en el vórtice de la inestabilidad geopolítica, en guerra fría con Irán, con tres países vecinos en guerra caliente, el conflicto palestino enquistado y el terrorismo de Al Qaeda y del Estado Islámico campando a sus anchas. Las inversiones para sufragar esta magna operación deberán salir de la privatización parcial de Aramco.
Sin petróleo Arabia Saudí sería otro país. Y será otro país si los sudairis se deshacen de la dependencia del petróleo antes de 2030, tal como pretenden, y abandonan la patrimonialización del Estado sin perder a la vez el nombre del guerrero que lo fundó. Como en un cuento de Las mil y una noches.
Como materia prima que es, el petróleo tiende a estar sujeto a una alta volatilidad en su cotización y precio. Incluso a medio y largo plazo podemos observar variaciones importantes de su precio, que tiende a estar sujeto a alteraciones casi inmediatas ante cualquier tipo de inestabilidad en los mercados.
En términos históricos, podemos ver cómo el valor del crudo, que entre 2000 y 2003 mantenía cierta estabilidad en el en torno a los 30 dólares el barril, inicia una subida, tras la invasión de Irak, que alcanza la cota de 146 dólares en julio de 2008, para desplomarse por debajo de los 40 dólares (36,61) a finales de ese año, tras la quiebra de Lehman Brothers.
Las demandas de los países emergentes, fundamentalmente China e India, junto con los problemas e incertidumbre acarreados por las primaveras árabes y sus diversas evoluciones, entre otros factores, situaron el precio del barril entre 2011 y 2014 fluctuando en la franja de los 100 a 120 dólares. A partir de julio de 2014 se inicia una caída de precio que lleva al crudo a los 45 dólares el barril en enero de 2015, se recupera hasta los 60-65 dólares hacia mayo del pasado año, y a partir de ahí empieza una evolución que atrae miradas, noticias, análisis y diferentes especulaciones en el ámbito económico.
El barril se desploma hasta los 26,5 dólares el pasado enero, y a día de hoy ha repuntado a los 41 dólares (precios OPEP), alrededor de un 55 por ciento. Las circunstancias que condujeron a su caída son las mismas, con ciertos afianzamientos o despeje de incertidumbres, que han llevado a su estabilización actual, por otra parte esperada, pues el precio no era sostenible en 26 ni en 30 dólares. Muchos grandes productores de crudo no cubrían costes, y para los más eficientes (Kuwait, Arabia Saudí, Irak, EAU..., a los que se unió Irán en enero tras el levantamiento de sanciones) las rentabilidades quedaban muy dañadas: de ahí, también, los problemas de financiación o presupuestarios que afrontan países como Arabia Saudí, repercutidos, por ejemplo, en proyectos como el AVE Medina-La Meca. Además, a esos precios el fracking, tecnología alternativa clave para entender los movimientos del precio del crudo por el lado de la oferta, dejaba de ser rentable en muchas de sus inversiones o proyectos, cuyo abandono o paralización también ha contribuido a este reajuste al alza del precio.
Precisamente, la mera presencia o posibilidad del fracking explica también que a los tradicionales problemas que todo oligopolio tiene para lograr sus objetivos, entre ellos los propios incentivos de ruptura que genera entre sus miembros, se añada un nuevo factor en favor de la disolución del oligopolio de la OPEP, lo que explica las mayores dificultades que han tenido sus miembros para llegar a un acuerdo, finalmente no logrado, en la reunión del pasado mes de abril.
Por el lado de la demanda es evidente que se mantienen las perspectivas de crecimiento mundial moderado y que, especialmente China e India, quienes sostenían una demanda de commodities más intensa, han rebajado éstas (en el caso de China debido a un cambio importante en sus esquemas o estructuras de crecimiento ordenadas desde el aparato burocrático o político). Eso afecta a las demandas de otros emergentes, sobre todo en Latinoamérica, de los que algunos, como Venezuela o Brasil, se bastan ellos solos para generar exponencialmente sus propios problemas y que, por ser también productores de crudo, afectan tanto a demanda como a oferta. De tal caída logra salvarse Argentina, gracias a sus reformas más recientes, que también es productor. No obstante, como indicaba antes y por el lado de la demanda mundial, también se están despejando algunas incertidumbres e incluso afianzándose expectativas, para bien o para mal. Curiosamente, parece ser Europa una fuente de incertidumbres: refugiados e inmigración; Brexit (y quién sabe si otros exits); incumplimientos de déficit y deuda pública; reestructuraciones y política de penalizaciones; unión bancaria; unión fiscal; papel internacional, diplomático, estratégico y militar; y dudas sobre el cierre o reapertura de ciertas crisis.
¿Cómo afecta todo eso a nuestra inflación? Realmente el precio del petróleo afecta al cálculo que hacemos del IPC y, a través de dicho índice de precios, a sus tasas de variación, pero no a la inflación como concepto de variación del nivel general de precios a lo largo del tiempo. Precisamente, es el componente energético del IPC lo que más afecta al índice general en sus resultados negativos anuales, cuyos mínimos se esperan entre mayo y julio (-1,5 por ciento), para finalmente cerrar el año en torno a tasas muy próximas al cero por ciento y, previsiblemente, positivas en 2017. Por tanto, es tanto la evolución descrita del IPC, como los resultados producidos y esperados en el conjunto del resto de componentes del IPC, quitando únicamente el componente energético cuyos precios todavía contribuyen con reducciones del 15 y 16 por ciento, lo que me lleva a defender, en todo momento, que no estamos en esa terrible perspectiva e inquietante tendencia deflacionista con que muchos quieren alarmarnos.