La aplicación del mantra sobre la expansión exterior de la economía como motor de crecimiento ha sido llevada demasiado lejos por el diminuto Gran Ducado de Luxemburgo. En concreto, a varios cientos de kilómetros sobre la superficie terrestre, porque es allí donde este pequeño país quiere enviar a Prospector X.
La nave espacial está siendo diseñada por Deep Space Industries, una de las dos empresas estadounidenses que, pese a no contar aún ni con la tecnología ni con la experiencia necesarias, han conseguido de forma insólita que el parlamento estadounidense legisle en contra del derecho internacional y apruebe algo que desde 1966 se suponía que está prohibido: privatizar planetas y planetoides.
Luxemburgo -que por cierto también firmó y ratificó en su día el tratado que ahora va a contravenir abiertamente- ha llegado a un acuerdo para ayudar a financiar el desarrollo y el lanzamiento de la primera nave de Deep Space Industries.
Y todo ello a espaldas de la Agencia Espacial Europea, en la que el Gran Ducado participa con una aportación que en 2011 fue de 4 millones de euros, frente a 170 de España o cerca de 700 de Francia y Alemania.
El aparato que financia el pequeño Estado -pues tiene una superficie equivalente a la mitad de La Rioja- se destinará a probar en la órbita terrestre tecnologías consideradas como clave para la futura extracción de minerales en asteroides.
Se da la paradoja de que todos estos proyectos privados cuentan, para asegurar rentabilidad a los inversores que los respaldan, con una única fuente de ingresos posible: la agencia pública NASA. Es ella quien eventualmente pondrá el dinero para la misión -por ejemplo- a Marte en la que se utilizarían, in situ, los recursos capturados en el espacio.
De hecho, Deep Space Industries cuenta con una oficina en el centro de investigación Ames de la NASA, aunque ahora abrirá además una nueva dependencia en Luxemburgo, donde asegura que se probarán componentes de un satélite en el que se pintará no sólo la bandera estadounidense, sino también la de Luxemburgo.
Pero, ¿qué pinta en el espacio exterior un país con menos metros cuadrados de tierras emergidas que el archipiélago polinésico de Samoa? ¿Por qué invierte en empresas privadas de Estados Unidos en lugar de hacerlo en la Agencia Espacial Europea? Y, sobre todo, ¿por qué las compañías estadounidenses están tan interesadas en aliarse con él?
La respuesta la da el propio Gobierno de Luxemburgo, cuya economía, como la panameña, se basa precisamente en los servicios jurídicos y financieros. Y lo hace en un sitio web lanzado para la ocasión. En él da a entender que su papel en el negocio de la minería espacial podría ser similar al que ya juega Panamá a la hora de conceder su bandera a buques de todo el mundo: hacer de pantalla.
La imagen difundida por Deep Space Industries y Luxemburgo es clara: una nave con las enseñas de ambos países ocupando toda la superficie de su fuselaje. Lejos de ser una extravagancia, la imagen del símbolo luxemburgués al mismo tamaño que el de barras y estrellas y sobre el vacío espacial, cobra todo su sentido a la luz del Artículo VIII delTratado sobre los principios que deben regir las actividades de los Estados en la exploración y utilización del espacio ultraterrestre.
Porque "el Estado Parte en cuyo registro figure el objeto lanzado al espacio ultraterrestre, retendrá su jurisdicción y control sobre tal objeto, así como sobre todo el personal que vaya en él, mientras se encuentre en el espacio ultraterrestre o en un cuerpo celeste".
De forma aún más nítida, Luxemburgo presume abiertamente de ser "el primer país de Europa que desarrollará un marco legal que permita asegurar a los operadores espaciales privados que pueden ejercer sus derechos sobre los recursos que extraen".
De momento, el texto de Naciones Unidas de 1966 deja claro que "el espacio ultraterrestre, incluidos la Luna y otros cuerpos celestes, no podrá ser objeto de apropiación nacional por reivindicación de soberanía, uso u ocupación, ni de ninguna otra manera".
Para que Deep Space Industries y otras empresas estadounidenses trabajen sin miedo, hay que cambiar esa normativa a nivel internacional. Por eso el Gran Ducado se ofrece como intermediario para "comprometer a otros estados en esta materia, en un marco multilateral", así como para "confirmar la certeza sobre la propiedad futura de los minerales que se extraigan de (...) objetos como asteroides".
La primera base de Marte, por tanto, se ha construido ya. Y está en la cuenca del río Mosa.