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Alonso: Las cuestas, su origen y paisaje
02/05/2016
El Tribuno

RICARDO ALONSO*

Entre las numerosas y amplias variedades de cuestas existentes en el norte argentino hay algunas que resultan emblemáticas. Una de ellas es la Cuesta del Acay, que roza los 5 km sobre el nivel del mar.

La sucesión de cadenas andinas, generalmente de rumbo norte sur, dejan entremedio valles, cañones, quebradas o depresiones.

Dichos elementos negativos del relieve, contenidos por elementos positivos, alcanzan grandes alturas, no solamente a nivel del mar, sino también con respecto al piso de sus valles respectivos. Se pueden sortear mediante sendas para animales, huellas precarias, caminos consolidados e incluso rutas asfaltadas de alto tránsito. Se trata de las cuestas o caminos en zigzag, los cuales son comunes y abundantes en toda la región de Los Andes.

Según Vuletín, una cuesta es la parte lateral del cerro y, sobre todo, la de difícil acceso, donde se encuentran los caminos conocidos como sendas o caminos de cornisa. Cuesta tiene el sentido de un plano inclinado y es un vocablo derivado del latín en el sentido de costa, costilla o costado.

Las cuestas que son importantes reciben nombres propios, de acuerdo al topónimo geográfico del lugar. Entre otras se mencionan las cuestas de Yaco Chiri y de Miranda en La Rioja; de Gonzalo y del Clavillo en Tucumán; de las Chilcas, Portezuelo, Zapata y Totoral en Catamarca; de Muñano y del Obispo en Salta; de Lipán y Azul Pampa en Jujuy, por citar sólo algunas.

En quechua la palabra ampa es cuesta como en Ampatapa o Ampascachi, al igual que vichay (cuesta arriba) y uray (cuesta abajo). Los caminos cruzan las montañas en ambas direcciones. Suben por una de las laderas y bajan por la otra en un intrincado serpenteo de curvas y contra curvas.

A veces una de las laderas es empinada y la otra baja suavemente a lo largo de kilómetros de recorrido. Esto es notorio a la hora de transitar especialmente con vehículos pesados ya que una ladera se puede volver muy difícil de subir y por el contrario la otra puede ser fácil de bajar o viceversa. A veces se asciende cientos de metros en la vertical en un corto recorrido horizontal y se baja de la misma manera al otro lado, o bien ambas son de recorridos suaves y tendidos; o una es suave y la otra empinada o viceversa, en un amplio abanico de combinaciones. Estas mixturas de suave/suave, suave/empinado, empinado/suave o empinado/empinado responden directamente a la tectónica y morfología de los bloques montañosos; o bien a otros rasgos mayores de la geología andina, tal como ocurre con los volcanes.

En el caso de las láminas tectónicas, como la mayoría de las que forman el interior de la Puna, o la Cordillera Oriental y hasta algunas de las Sierras Subandinas, todas ellas con una orientación preferente submeridiana, están elevadas y luego basculadas en una u otra dirección, sea a oriente o a occidente. Si una lámina tectónica, o sea un trozo roto de la corteza andina, se inclina de oeste a este, entonces va a tener una pendiente muy fuerte del lado oeste y una suave del lado oriental. Lo contrario sucedería si el bloque está basculado al revés. Esa lámina tectónica rota formará una sierra, un filo, un cordón, una serranía, un crestón o cualquiera de las unidades fisiográficas, típicas de una cadena orográfica.

Los agentes meteóricos van a tratar de destruir esos relieves a través del avance de los ríos, la meteorización y la erosión en sus distintas modalidades. En este trabajo destructivo del relieve se forman las abras, que son el paso más bajo en una cadena montañosa. Las abras son aprovechadas para sortear las montañas desde tiempos inmemoriales. Antiguamente se cruzaban a pie o con animales, y los transeúntes dejaron como testimonio en el punto más alto a las apachetas, símbolo andino de recuerdo, oración y agradecimiento a la Madre Tierra: Pachamama. Los indígenas cruzaron a pie o acompañando a sus llamas y más tarde los españoles con sus caballos o mulares. Luego vinieron los carros, los automóviles y finalmente los camiones de gran porte. También algunas de ellas sirvieron para el paso y trazado de los ferrocarriles, tal el caso de ramal C-14 (Huaytiquina) y el de Humahuaca.

Entre las numerosas y amplias variedades de cuestas existentes en el norte argentino se tiene algunas que resultan emblemáticas. Una de ellas es la Cuesta del Acay, que roza los 5 km sobre el nivel del mar, y está considerada como uno de los pasos carreteros más altos del mundo. Une la Puna con el Valle Calchaquí. Se ubica geológicamente entre el granito del Cerro Acay y las rocas lajosas del Precámbrico donde nace el cordón de Palermo.

Las cuestas de Alto Chorrillos (4.560 m) y del Gallo (4.630 m), cruzan mayormente sobre rocas volcánicas miocenas del gran complejo volcánico Cerro Verde, Aguas Calientes, El Quevar, y unen San Antonio de los Cobres con Olacapato en el primer caso, y con Santa Rosa de los Pastos Grandes en el segundo. Se puede ir por una y volver por la otra en un mismo día y es uno de los viajes más espectaculares desde el punto de vista geográfico y paisajístico. Para alcanzar la Puna vía la Quebrada del Toro, y a lo largo de la ruta nacional 51, se sortea primero la cuesta de Alfarcito hasta Tastil que va casi exclusivamente sobre rocas graníticas y que actualmente está asfaltada. Luego se tiene una vieja huella escabrosa, hoy abandonada, que es el Abra de Muñano (4.180 m), y la nueva versión caminera, asfaltada, que es Abra Blanca (4.080 m). Ambas trepan una abrupta cara montañosa oriental, conformada por rocas viejas y lajosas grises, pertenecientes al Precámbrico y bajan suavemente hacia la Puna.

Allá por las décadas de 1970 y 1980 el tránsito era por la vieja Abra de Muñano y más allá de los atajos o cortadas que inventaban los choferes de las empresas mineras para acortar el viaje, la bajada igual era larga, tediosa y peligrosa. Vialidad con justa razón se negaba a reparar y habilitar esas cortadas que al final se imponían por el uso y la costumbre.

El actual paso por Abra Blanca es cómodo y holgado, aunque como todo camino de montaña, con sus cerradas curvas y contra curvas, debe realizarse con precaución, especialmente para turistas que vienen del sur del país y no están acostumbrados a esta particular fisiografía. Otra cuesta con enorme atractivo paisajístico es la Cuesta del Obispo, por donde corre la ruta 33 que se dirige a Cachi. Ella asciende por una ladera abrupta desde San Fernando del Valle de Escoipe hasta la Piedra del Molino (3.348 m) y luego baja suavemente hacia los Valles Calchaquíes.

En casi todo su tramo atraviesa rocas pertenecientes al Mesozoico (Grupo Salta). En Jujuy se tiene la cuesta de Azul Pampa, hoy renovada con una moderna ruta asfaltada y que atraviesa mayormente rocas ordovícicas; la cuesta de Lipán (4.170 m), que sube abruptamente desde Purmamarca (2.192 m) hacia la Puna cortando rocas precámbricas, cámbricas y ordovícicas y luego desciende hacia Salinas Grandes; y la cuesta de Jama (4.320 m), que baja desde la Puna hacia San Pedro de Atacama (Chile) en forma muy abrupta, todas en terrenos volcánicos, y que ha dado lugar a numerosos accidentes. El paisaje andino, visto desde las cuestas, es una de las maravillas turísticas de nuestra espectacular fisiografía.

*Geólogo

 


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