Bernie Sanders tuvo las multitudes, pero Hillary Clinton se quedó con la elección en Nueva York. Y Donald Trump logró lo que todos esperaban: arrasar.
Luego de una semana caliente y ríspida en la interna demócrata, Hillary rompió la racha de victorias de Sanders, triunfó en la primaria de Nueva York, su hogar político, y dio un paso más hacia la nominación presidencial, quizá, el más decisivo de toda su campaña.
Por su parte, Donald Trump, el líder de la interna republicana, arrasó con todo: logró una aplastante victoria sobre sus dos contrincantes, el senador ultraconservador Ted Cruz y el gobernador de Ohio, John Kasich, y regresó al lugar donde se siente más cómodo: el escenario de la victoria, con la atención de todos.
Hillary y Trump, líderes en la primaria presidencial de Estados Unidos, pisaron en terreno firme y estiraron la diferencia respecto de sus rivales, al sumar más delegados para las convenciones presidenciales de mitad de año. A Sanders, Cruz y Kasich les quedan, ahora, sólo dos estados "grandes" para intentar cerrar la diferencia: Pensilvania, a fines de mes, y California, a principios de junio.
Con el 32% de los votos escrutados, Hillary, que tuvo un fuerte apoyo entre las mujeres, aventabaja a Sanders con el 60,8% de los votos contra el 39,2% del senador socialista, aunque las encuestas a boca de urna vaticinaban un final mucho más estrecho. Trump obtenía una brutal diferencia, al obtener el 64,5% de los votos. Kasich, en segundo lugar, obtenía el 21,6%, con el 30% escrutado. Los medios proyectaban ganador al magnate.
Las escuelas de la ciudad amanecieron con carteles en sus paredes con el mismo mensaje: "Vote Aquí", en inglés, español y chino. Hubo intérpretes a la entrada de los gimnasios, el lugar para ubicar a las máquinas para votar. Desde temprano, se vio en las calles de la ciudad a gente con una calcomanía en el pecho que decía "yo voté".
La gente sufragó hasta el último minuto. Pero la elección quedó teñida por las denuncias de miles de votantes que tuvieron problemas para votar, además de la ausencia de los independientes, que se quedaron afuera porque debían registrarse en octubre del año anterior, al ser una primaria "cerrada". Sanders dijo que tres millones de personas perdieron el derecho a votar.
Miles de personas se quedaron afuera de la elección porque hubo errores en los registros electorales. El auditor de la ciudad, Scott Stringer, recibió "denuncias generalizadas" de irregularidades, y dijo que unos 125.000 votantes no pudieron votar en Brooklyn. Su oficina abrió un auditoría a la junta electoral estatal.
"Es absurdo que en Brooklyn, donde nací, decenas de miles de personas fueron purgadas de los registros", se quejó Sanders, en un acto en Pensilvania, antes de que cerraran las urnas.
La puja entre Hillary y Sanders fue de lo único que se habló en los últimos días. Aquí se palpó la encrucijada que ha atormentado a muchos demócratas: la ex secretaria de Estado es la candidata más preparada, más elegible y más realista, pero muchos demócratas no terminan de digerirla; y Sanders, un político consistente como ningún otro, que arrancó de abajo y conquistó a todos, lideró una campaña idealista y, para muchos, utópica.
Adam Raabey, un escultor de 37 años, dijo a LA NACION que entre sus amigos demócratas la división es profunda. Intentó cerrar la brecha: "Mi preocupación es que Hillary gane la interna y la gente no vaya a votarla en la elección general. Así hice un trato con mis amigos que apoyan a Bernie: yo voto por Bernie ahora, y en la general ellos y yo votamos por el que gane. Así que voté por Bernie, aunque prefiero Hillary".
En la misma escuela de Manhattan, Susan, una química retirada de 71 años, votó a Hillary porque "es la candidata con más experiencia", y además quiere que una mujer llegue a la presidencia. "Me gusta Sanders, pero es idealista. Cuando era joven y estaba en la universidad, él hubiera sido mi candidato y por el que todos hubieran votado", describió. David Rottma, un psicoterapeuta, también votó por Hillary. "Pero voté así", dijo, tomándose la nariz como si algo oliera mal.
Trump se acercó un poco más al número mágico de 1237 delegados necesarios para asegurarse la nominación, pero los republicanos siguieron hablando de una convención abierta. Ayer, el líder del senado, Mitch McConnell, tuvo que aclarar por qué había dicho que era "crecientemente optimista" de que ése sería el escenario final.
"Espero que, después de este proceso, como sea que se termine, tengamos un candidato atractivo para la gente", dijo McConnell.
No tuvo que aclarar que, para él y el establishment, ese candidato no es Trump.