RICARDO ALONSO*
Los diamantes son una sustancia cristalina singular y paradójica. Están formados exclusivamente de átomos de carbono, que se ordenan en una arquitectura cúbica, que los convierte en la materia natural más dura del planeta.
Alcanzan el grado 10, o el máximo posible, en las escalas de dureza. Si pudiéramos someter un trozo de carbón común a presiones enormes, lo convertiríamos en un diamante. Algo parecido al sueño de la piedra filosofal que buscaba convertir en oro a cualquier material mediante los juegos de la alquimia. Existen numerosos lugares en el mundo en donde se encuentran diamantes que son el producto de un tipo particular de rocas conocidas como kimberlitas.
Los mayores hallazgos se dieron originalmente en la mitad austral del continente africano y en la India. Luego se hicieron descubrimientos importantes en Rusia, Australia, Canadá, Venezuela y Brasil, por mencionar algunos sitios donde aparecen rocas alcalinas muy antiguas que provienen de grandes profundidades en el interior terráqueo. Esas rocas en la mayoría de los casos fueron destruidas por la erosión y los diamantes pasaron a formar parte del lecho de los ríos, aluviones o arenas. Su resistencia a la meteorización física o química los mantuvo estables por millones de años y así pasaron de un periodo geológico a otro sin mayores problemas. Se los encuentra junto al oro, a otros minerales pesados tales como magnetita, ilmenita, zircón, o incluso con otras gemas.
Como dijimos entonces, los diamantes son el resultado de carbono y presión. Las grandes presiones ocurren en rocas que se engendran a decenas o centenas de kilómetros de profundidad. O bien en rocas que se forman donde dos placas continentales colisionaron en el pasado y podemos encontrar luego de cientos de millones de años esas raíces antiguas aflorando. Y queda otra alternativa que es el impacto de asteroides con las cortezas planetarias. Todas las caras de los planetas están marcadas por las cicatrices dejadas por cientos de impactos asteroidales. En el caso de planetas con poca o nula actividad erosiva, esas marcas son notables. Marte, o nuestro satélite la Luna, son excelentes ejemplos de cómo se preservan las lluvias de asteroides del pasado.
En la Tierra, la mayoría de esas cicatrices han sido borradas por la intensa erosión a que están sometidos los ambientes. El resto han sido engullidos por la dinámica de las placas activas. Sin embargo, quedan todavía algunos lugares intactos, caso del Meteor Crater en el desierto de Arizona, el cráter de Monturaqui en el desierto de Atacama en Chile, los cráteres u hoyos de Campo del Cielo en Santiago del Estero, por mencionar solo algunos de reconocido origen cósmico.
También quedan otros cráteres que yacen bajo el mar, o bajo los hielos, o bajo grandes cubiertas sedimentarias, que se prestan a duda en cuanto a su verdadero origen.
Vaya sorpresa! Arreciaron los estudios científicos en muchos de estos restos de colisiones cósmicas pasadas. El gran hallazgo se dio en Popigai, en Siberia. Allí estaba la combinación perfecta. El lugar justo en el momento justo. La causalidad asociada a la casualidad. Rocas antiguas ricas en grafito, una de las formas naturales del carbono, yacían en un sector de la plataforma siberiana. El contenido en grafito estaba entre 1 y 5% dentro de viejos gneises. Hace 35 millones de años un asteroide, probablemente una condrita ordinaria de unos 8 km de diámetro, se estrelló en Popigai a una velocidad de 72.000 km por hora. Ello generó en la zona cero una presión equivalente a 624 gigapascales y generó una energía extraordinaria que debió tener consecuencias devastadoras para aquella época de finales del periodo Eoceno.
Tal vez ocurrieron extinciones de vida y cambios en el clima planetario como pasó con otros impactos cósmicos en distintos momentos de la vida de la Tierra. La enorme presión convirtió el grafito de las rocas del basamento en micro diamantes. Las rocas impactadas pertenecían mayormente a los tiempos Arcaico, Proterozoico y Paleozoico. El grafito, era carbón biogénico, transformado por metamorfismo, que se encontraba en las rocas arcaicas de 2.400 millones de años de antigedad. Precisamente allí se dio el foco del impacto que convirtió una vieja roca carbonosa en una roca diamantífera, en un radio entre 12 y 14 km de la zona central del impacto. Los isótopos confirmaron además que fue el mismo carbono original el que dio lugar al grafito y a los diamantes.
En el lugar quedó un cráter o astroblema de 100 km de diámetro y las rocas fueron golpeadas hasta 10 km de profundidad. La presión del impacto no solamente fundió y convirtió en vidrio muchas rocas del territorio, sino que además las desplazó hasta más de 70 km de distancia. Incluso rocas con restos de diamantes se encontraron a 150 km de distancia del cráter. Se calcula que en el punto del impacto hay al menos unos 1.600 kilómetros cúbicos de roca diamantífera. Ello representa la mayor concentración individual de diamantes en un solo lugar en todo el planeta Tierra. La información se ha mantenido mayormente en secreto y poco se sabe del tenor o contenido de la roca diamantífera, ni el total de quilates allí presentes. Un quilate es la quinta parte del gramo a sea 200 miligramos. Se ha determinado que en su mayoría los diamantes están en cristales individuales de un micrómetro de diámetro y se presenta de dos maneras; la forma clásica que es la de cristalización cúbica, y la especie conocida como lonsdaleita, que es de naturaleza cristalina hexagonal.
Tomando en cuenta el volumen de roca diamantífera se cuenta allí con un enorme depósito, aún cuando no se ha producido nada a nivel comercial. El astroblema de Popigai comenzó a estudiarse en la década de 1970 por parte del científico ruso V. L. Masaitis, el mayor experto en el tema. Algunas décadas más tarde anunciaron la presencia diamantífera en el lugar. Desde entonces muy poco es lo que se sabe sobre este interesante y singular cráter meteorítico diamantífero.
*GEOLÓGO