La mina de Américo descansa en un cerco rodeado de bosque a tres kilómetros de la carretera que va a Tadó (Chocó). De lunes a sábado Américo cruza el puente colgante para adentrarse en el monte, en compañía de tres hijos, ya casados, y de su mujer. A veces hay que rozar la tierra, sembrar plátano o recoger la cosecha de los frutales, entonces turnan el trabajo en la mina con los cultivos. “La clave está en diversificar —dice Américo—, no se pueden descuidar las otras fuentes de sustento para dedicarse solo a la mina”.
Las semillas de oro y platino yacen desparramadas entre toneladas de piedra, barro y roca. Américo va trabajando un frente de mina —una pared del terraplén— a la vez. No parece molestarle avanzar así de lento. La mina le va dando a medida que él la va trabajando con paciencia.
Comienza por el ‘desmonte’, removiendo la capa del suelo y separando la tierra más fina de las piedras grandes. Ahí es cuando el paisaje se transforma y una empalizada amarilla aparece en medio de la selva. En algún lugar de la empalizada selecciona la tierra fina y hace a un lado la roca. Se asegura de que entre ambos montículos corra agua. Imagine un estadio de fútbol con su línea divisoria en el medio. Un lado está repleto de personas y el otro lleno de camiones.
La minería tiene una larga tradición en el Chocó. “Aquí la mayoría de las familias nos ocupamos de la mina, esa es la fuente de ingreso familiar más fuerte que existe en esta zona”. Américo no trabaja con químicos y solo usa herramientas artesanales para extraer el oro, salvo una motobomba para evitar que se enlagune el terraplén. “El amocafre nos sirve para rallar la tierra, la barra para picar piedras, el azadón para recoger y la pala para echar la tierra dentro del cajón; y tenemos los cachos, para recoger la gravilla gruesa que queremos botar”.
Luego viene el ‘lavado’: el momento de examinar si el material seleccionado lleva oro. “Ahí es cuando nos damos cuenta si lleva pinta o no”. Quien no haya sido iniciado en esta tradición dejará pasar la oportunidad de extraer el oro y comenzará de nuevo la ardua labor de selección en otro lugar de la empalizada. Para los hijos de Américo, la tercera generación en trabajar esta mina, eso no es problema. Con mucha sutileza añaden un poco del agua que corre a las bateas que contienen la muestra de gravilla. Luego, con la espalda doblada y sin moverse del canal las hacen girar invocando en ellas el poder de la fuerza centrífuga. El agua y la gravilla más liviana salen por el borde superior y abajo se van sentando las pepitas de oro.
Esta forma de operar la mina le ha ganado varios reconocimientos. Hace unos años la mina de Américo fue resaltada por la Corporación Oro Verde como ejemplo de minería responsable y le ayudó a establecer un sistema de distribución justa y transparente de los beneficios, gracias a lo cual en su mina no hay trabajadores sino socios.
Con esa actitud logró que el oro del Chocó encontrara compradores éticos en Europa, dispuestos a pagar un excedente hasta del 15% por un producto manejado bajo estrictos parámetros ambientales y sociales. También realiza acciones preventivas y restaurativas del ecosistema, construyendo desagües para prevenir el estancamiento del agua y sembrando árboles que ayuden a regenerar la capa vegetal en las áreas ya trabajadas.
Este Angostureño que hoy vive en el área rural de Tadó es incansable. Lo único para lo que le faltan fuerzas —dice— es para terminar el bachillerato a sus cincuenta y nueve años.
— ¿Por qué llegó solo a quinto de primaria?
Iba a trabajar a la mina con mis padres; ellos no me podían dejar solo entonces me hicieron un ranchito y yo pasaba ahí el tiempo, viéndolos trabajar.
— ¿Y después?
En el 76 viajé a Sutatenza, en Boyacá, para participar en un programa de formación de dirigentes campesinos organizado por Radio Sutatenza; después fui líder campesino en Angostura, El Carmen de Atrato y Tutunendo.
— ¿Qué otros oficios has hecho?
Presté servicio militar en Barrancabermeja, me condecoraron con la medalla de Santa Bárbara; también vendí víveres entre Playa de Oro y Tadó, me iba en canoa; y entre el 86 y el 89 hice un curso para ser promotor voluntario de salud y hoy soy partero tradicional en mi comunidad.
Estos logros y otros más están certificados con diplomas que cuelgan en la pared de su sala, donde también dice que fue Presidente de la Junta de Acción Comunal de Angostura por diez años.
Junto a los diplomas cuelga el afiche de la película Chocó, que llegó a las salas de cine de las ciudades más grandes del país hace dos años. Allí se le ve dándole una mano a una mujer que ha sido despedida de una mina más grande. Cuando le pregunto cómo es que le calcula que a su mina todavía le quedan alrededor de veinte años de dar frutos, él responde: “es que al oro no le gusta la avaricia; él y el platino son unos seres vivos y si usted trae mucha avaricia no los consigue porque le huyen”.