Las calles de Brasil volvieron a hablar y lo hicieron con una fuerza contundente. En la mayor manifestación de la historia democrática del país, más de tres millones de brasileños desbordaron ayer las principales ciudades. Lo hicieron para exigir al Congreso la destitución de la presidenta Dilma Rousseff y condenar los escándalos de corrupción en torno a Petrobras, que han manchado al Partido de los Trabajadores (PT) y a su máximo líder, el ex presidente Luiz Inacio Lula da Silva.
Los actos, convocados por los grupos civiles Movimiento Brasil Libre y Vem Pra Rua, tuvieron por primera vez el abierto respaldo de las fuerzas de oposición, lideradas por el Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB).
Otras ciudades que congregaron mucha gente fueron Curitiba (centro de las investigaciones judiciales del petrolão), con 200.000 personas; Recife (150.000); Natal (150.000); Porto Alegre (120.000); Fortaleza (100.000); Florianópolis (80.000), y Belo Horizonte (50.000). Según los cálculos oficiales, se trató de la mayor movilización popular en Brasil desde las manifestaciones a favor de la campaña Diretas Já, que en 1984 presionó al gobierno militar para el retorno de la democracia.
"Queremos un cambio y el Congreso tiene que escuchar nuestras voces; si no, volveremos a salir a las calles hasta que se vayan todos los corruptos", resaltó a la nacion el empresario paulistano Ricardo Gomes, de 48 años, mientras caminaba a la sombra de los rascacielos de la avenida Paulista con familiares y amigos, todos vestidos con la camiseta de la selección nacional de fútbol. "Yo voté a Lula y al PT en el pasado, pero me siento muy defraudado con cómo han terminado corrompiéndose después de 13 años en el poder", aclaró en referencia a las acusaciones que pesan contra varias figuras petistas, incluido el popular ex presidente.
Desde que, dos años atrás, el juez federal Sergio Moro inició las investigaciones acerca del esquema de sobornos y desvíos que imperaba en Petrobras, han terminado en prisión numerosos ex directivos de la petrolera estatal, poderosos empresarios de constructoras que pagaban coimas a cambio de jugosos contratos y políticos oficialistas que mediaban en los negocios. Entre los pesos más pesados hoy tras las rejas se cuentan el ex jefe de Gabinete de Lula José Dirceu; el ex tesorero del PT João Vaccari Neto; el principal estratega de las campañas de Lula (2006) y de Dilma (2010 y 2014), João Santana, y el ex presidente del mayor conglomerado del país, Marcelo Odebrecht.
En unas medidas que sacudieron el mundo político, el propio Lula fue llevado a declarar compulsivamente ante la justicia dos semanas atrás por órdenes del juez Moro, que sospecha que el popular ex presidente se benefició de la red de sobornos, mientras que la semana pasada el Ministerio Público del estado de San Pablo denunció al ex mandatario por presunto ocultamiento de patrimonio y pidió su prisión preventiva (la justicia todavía tiene que tomar una decisión al respecto).
En prácticamente todas las marchas de ayer, los manifestantes expresaron su rotundo apoyo a Moro, a través de originales pancartas y máscaras con su rostro (ver Pág. 3). Sin embargo, los símbolos de la jornada fueron los muñecos inflables de Dilma y Lula vestidos de presidiarios, que se vendían más que el pão de queijo caliente. La gente los agitaba mientras entonaba el himno nacional o coreaba cánticos contra el PT.
"Esta administración ya se acabó, es cuestión de tiempo hasta que se hunda. No tiene la más mínima gobernabilidad", señaló el maestro Edilson Araújo, que llevaba la cara pintada con los colores brasileños y recordó que con movilizaciones similares comenzó la abrupta salida de Fernando Collor de Mello, quien antes de enfrentar unimpeachment en el Congreso renunció, en 1992.
Varios políticos opositores se animaron por primera vez a unirse a las marchas, como por ejemplo el presidente del PSDB, Aécio Neves, y el también socialdemócrata gobernador del estado de San Pablo, Gerardo Alckmin, pero a no todos los manifestantes les gustó su intervención y fueron silbados y hostilizados.
"Estamos junto a los brasileños que quieren y merecen algo mejor, para construir un nuevo camino para el país", llegó a decir Aécio antes de ser tildado de "oportunista" y "ladrón" por personas de la muchedumbre.
En Brasilia, la presidenta monitoreó los eventos del día y luego se reunió con su núcleo político para analizar cómo responder al degradado panorama para su gobierno. Hasta anoche, la única reacción oficial fue un comunicado que resaltó "el carácter pacífico" de las protestas.
Para evitar enfrentamientos, desde el PT y el mismo gobierno habían llamado a cancelar las contramarchas. De todos modos, un grupo de simpatizantes de Lula se acercó al departamento donde vive en São Bernardo do Campo. Con Lula cada vez más sospechado, Dilma le había ofrecido la semana pasada formar parte de su gabinete, lo que le brindaría inmunidad ante la justicia regular. En un principio, Lula se negó, al señalar que sería una forma de admisión de culpa, pero prometió considerarlo después de las manifestaciones. Muchos creen que, con la dimensión que tuvieron ayer, una aventurada jugada en ese sentido enfurecería aún más las calles de Brasil.
865.000
Misa del Papa
2013: Multitudinaria celebración en Copacabana
500.000
Pedido impeachment
Ayer: medio millón de personas se juntaron en Av. Paulista
400.000
Diretas Já
1984: la marcha en San Pablo era la mayor, hasta ayer
335.000
Marcha para Jesús
2012: fue un gran evento religioso en San Pablo
270.000
Gay Parade
2012: fue otra gran manifestación en Av. Paulista
Una marea de más de dos millones de personas pidió el domingo la destitución de la presidenta brasileña, Dilma Rousseff, en un clima de fuerte descontento social por la recesión económica y un millonario fraude a Petrobras que salpica a la élite empresarial y política del país.
En la mayor protesta desde que eclosionó la crisis en 2015, millones de brasileños expresaron su irritación en más de 400 ciudades, apoyados por partidos de la oposición.
La magnitud de las marchas es un dato sensible para Rousseff, que enfrenta un pedido de juicio político que podría terminar anticipadamente su mandato previsto hasta 2018, y también para quienes buscan combustible para ese proceso que está en ciernes en el Congreso.
"Estamos en la calle porque no aguantamos más este gobierno. Señores diputados, señores senadores, exigimos el impeachment de Dilma", dijo Rodrigo Chequer, líder del grupo Vem pra Rua, uno de los organizadores de la manifestación, desde lo alto de un camión.
La policía militar de Sao Paulo estimó que 1,4 millones de personas caminaron por la céntrica Avenida Paulista y al menos 900.000 en el resto del país, muy por encima de las 500.000 calculadas por la encuestadora Datafolha. El portal G1 acumuló el total nacional en 3 millones sin contar la gigantesca procesión en Rio de Janeiro, donde no se realizan estimaciones.
Sao Paulo, la capital económica e industrial de Brasil ha sido el corazón de las protestas contra el gobierno y es allí donde esta tarde se mostraron líderes opositores como el senador Aecio Neves, derrotado por Rousseff en las últimas elecciones. Neves publicó en Twitter que los ciudadanos están "unidos en la búsqueda del fin de este gobierno".
Por la noche, asesores del Palacio de Planalto dijeron a la AFP que Rousseff estaba reunida con el jefe de Gabinete, Jaques Wagner, y otros ministros para evaluar el impacto de las manifestaciones.
Imágenes aéreas mostraron en Sao Paulo una marea compacta de gente vestida de amarillo y verde, los colores de la bandera nacional y de la emblemática camiseta de la selección de fútbol.
La escena se repitió en la capital, Brasilia, con una asistencia oficial de 100.000 personas, y en Rio de Janeiro, sede de los próximos Juegos Olímpicos, donde una apretada multitud marchó al costado de las playas de Copacabana.
Otros grandes centros urbanos como Belo Horizonte, al sureste, la sureña Curitiba, e incluso tradicionales bastiones del PT como el estado de Bahía o Pernambuco, en el noreste, también tuvieron importantes convocatorias.
"Vine porque estoy cansada de ver tanta corrupción y para reclamar por el desorden en que se convirtió este país. Basta de robo, basta", dijo Rosilene Feitosa, una pensionada de 61 años en Sao Paulo. "Yo voté por el PT pero nunca más", agregó en referencia al Partido de los Trabajadores, de Rousseff.
En medio de menciones al "fin del ciclo" tras más de 13 años del PT en el poder, la ciudadanía se quejó por el derrumbe de la economía, que cayó 3,8% el año pasado y continuaría su declive en 2016, y por los escabrosos hallazgos de la investigación en Petrobras, donde fueron desviados multimillonarios fondos hacia partidos que integran la coalición de gobierno.
"Cayó Cristina, cambió el Congreso en Venezuela, perdió Evo, y ¿quién caerá ahora? Dilma", arengó desde un camión uno de los organizadores, en referencia al término del mandato de la presidenta Cristina Kirchner en Argentina y a las derrotas sufridas por el oficialismo socialista en las legislativas en Venezuela y el presidente boliviano Evo Morales en un referendo que le negó un potencial cuarto período.
Unas 300 personas se reunieron frente a la residencia del expresidente Luiz Inacio Lula da Silva, convertido ahora en blanco de una causa por corrupción y con pedido de prisión preventiva por supuesto ocultamiento de bienes.
En Brasilia, los activistas levantaron un gigantesco muñeco inflable que se asemejaba a la figura de Lula vestido de presidiario.
La multitud que ocupó la explanada que precede al Congreso vitoreó al juez federal Sergio Moro, cuyos fallos enviaron a la cárcel a varios empresarios y políticos enlodados en el caso Petrobras. Moro se convirtió en el símbolo de la lucha contra la corrupción, un mal que junto al desempleo en alza y a una inflación creciente llevó a Brasil a una espiral de desánimo que alcanzó a la propia coalición de gobierno.
El sábado, el mayor aliado que tiene el PT anunció que evalúa romper la alianza. El centrista PMDB, la mayor fuerza política de Brasil, debatirá durante 30 días si abandona a Rousseff a su suerte o se mantiene dentro del gobierno. Una eventual salida fragilizaría al extremo a la mandataria, que tiene apenas un 11% de apoyo.
"Fue un fin de semana muy malo para el gobierno. Las manifestaciones se están mostrando muy poderosas, mayores que en 2015 en varias ciudades. Es el peor escenario posible para el gobierno", dijo a la AFP el cientista político Sergio Praça.
"El precio de apoyar ahora a este gobierno es muy oneroso y los políticos captan eso. Nadie va a querer hundirse junto al PT. Tal vez dos o tres partidos pequeños, pero las demás formaciones les están abandonando o piensan seriamente en abandonar. Está clarísimo que con unas manifestaciones tan grandes el riesgo para el gobierno aumenta mucho", añadió.