Las sociedades humanas, sus organizaciones políticas y su sistema productivo requieren de flujos continuos de energía que establecen las condiciones para su viabilidad. Nuestra civilización actual se sustenta en un altísimo consumo energético estructurado a partir de tres flujos que moldean y posibilitan nuestra forma de vida: alimentos, combustibles y electricidad.
El petróleo ha modelado nuestra civilización, creó nuevas condiciones de vida, permitió el desarrollo de la economía mundial y generó nuevos escenarios geopolíticos. Hoy es la base energética de la globalización: el 95% del transporte se mueve con combustibles derivados del petróleo, de ahí su importancia estratégica.
Cuando comienza la era del petróleo, a principios del siglo XX, los países europeos no tenían hidrocarburos en sus territorios y debían traerlo desde lugares lejanos (Medio Oriente, México, Venezuela). El gas, sin embargo, nunca tuvo la importancia del petróleo, ya que en aquella época no podía transportarse cruzando los océanos.
Hoy la situación es bien distinta. Del total de energía que se consume mundialmente, el petróleo aporta alrededor del 33%, el carbón el 30% y el gas cerca del 23%. El mundo depende sin lugar a dudas de los combustibles fósiles y el gas está aumentando su participación e importancia.
A diferencia del mundo, en nuestra matriz energética primaria el gas tiene un rol preponderante: es nuestra fuente energética fundamental aportando más del 50% de la energía que consume nuestro país. Si miramos la matriz de generación eléctrica, a nivel mundial, el 40% se genera a partir del carbón, el 25% a partir del gas, un 19% nuclear y un 13% de renovables, que incluye la generación hidroeléctrica. Como se ve de estos datos, el carbón sigue siendo una fuente fundamental para la generación eléctrica, lo que impacta negativamente sobre el medio ambiente.
Países que proclaman su compromiso con el medio ambiente, como por ejemplo Alemania, utiliza actualmente para generar electricidad un 50% de carbón, un 26% de nuclear y un 13% de gas, quedando sólo un poco más del 10% para las nuevas fuentes. Hoy, las energías alternativas sólo proveen un 2% de la electricidad a nivel global y se calcula que para 2030 podría llegar a un 9%. China ha sostenido su crecimiento de los últimos años a partir del carbón. Casi el 70% de la electricidad en el país asiático se genera a partir del carbón.
Hoy hay una urgencia a nivel mundial de ir reemplazando el carbón por su impacto negativo sobre el medio ambiente. Sin embargo, este reemplazo no se podrá hacer en el corto plazo sustituyendolo por energías renovables.
Con la tecnología actual, estas fuentes de energía no pueden sostener nuestro desarrollo y llevará varias décadas lograrlo. Es en este punto donde el gas comienza a tener un valor cada vez más importante, planteándose como la fuente de energía más limpia dentro de los combustibles fósiles que puede ir sustituyendo al uso del carbón. Así está ocurriendo en EE.UU. donde la capacidad instalada de generación a partir del gas creció del 19% en 1990 al 40% en 2014.
Nuestro país ha sido un adelantado en el uso del gas para la generación eléctrica, ya que hemos reemplazado el carbón hace muchas décadas. Actualmente, más del 60% de la electricidad se genera a partir del gas natural. Es un error criticar nuestra matriz por su dependencia del gas, ya que, a nivel mundial, la transición energética más importante es pasar del carbón al gas, un paso que nuestro país ya ha cumplido. Hoy, el desafío es desarrollar nuestros recursos de gas, ya sea de Vaca Muerta como de otros yacimientos convencionales, para ahorrarnos divisas, fomentar el desarrollo local y garantizarnos nuestra seguridad energética.
(*) Director del Centro de Estudios de Energía, Política y Sociedad (Ceepys)