DANIEL MONTAMAT
La administración Macri ha dado pasos contundentes en la reinserción estratégica de la Argentina en las relaciones internacionales. La Argentina autárquica y aislacionista de la década pasada ha vuelto a la región y al mundo. Tanto en la región como en el mundo el potencial energético del país debe transformarse en un eje de integración y de negociación a largo plazo con otras regiones.
El documento de “Consensos energéticos 2015” promovido por el Grupo de Ex Secretarios y suscripto por el actual mandatario junto a otros aspirantes presidenciales, reza en su punto 10: “Se promoverá una política de integración energética regional para conformar mercados de gas natural y electricidad que aprovechen la complementariedad de los recursos en la región y las conexiones físicas existentes …”
Cuando a mediados de la década pasada se empezaron a cortar las exportaciones de energía a países de la región para reorientar los flujos al mercado doméstico, nadie pensó que las redes de interconexión construidas para vender energía iban a ser utilizadas en el futuro para comprar energía. “El kirchnerismo lo hizo”. Ya hace tiempo que las interconexiones eléctricas con Brasil y Uruguay nos permiten importar electrones y palear la escasez de reservas del parque eléctrico local. Según datos de Camessa, en el anterior pico de demanda de 24.885 megavatios (22-01-16) se contó con el aporte de 2281 MW de electricidad importada de Brasil y Uruguay. Ese día, por problemas en una de las centrales térmicas del puerto, hubo un corte de 1000 MW en la zona de Capital y Gran Buenos Aires, que podría haber sido mucho peor sin el aporte de los flujos importados.
Chile tuvo que replantear su matriz energética cuando dejó de contar con las exportaciones de gas argentino. Construyó plantas regasificadoras en Quinteros y Mejillones para importar gas por barco (GNL). Las nuevas autoridades energéticas argentinas, en acuerdo con las chilenas, ahora plantean la compra argentina de gas regasificado en el norte de Chile y la posibilidad de comprar gas regasificado en la región central (unos 5 millones de m3/día). Uruguay había decidido incorporar el gas natural a su matriz de energía y también contaba con importarlo de la Argentina. Para eso se construyó el gasoducto Cruz del Sur que atraviesa el Río de la Plata. Sin el aporte del suministro argentino, se lanzó al proyecto de construcción de una terminal de regasificación de escala regional en Punta Sayago. La envergadura de la obra tiene sentido si la importación de gas natural líquido tiene como destino principal a la Argentina o a algún otro país vecino (por ejemplo Brasil, si la moléculas de gas pueden transformarse en electricidad). En el reciente encuentro del Presidente argentino con su par uruguayo, la obra, con cronograma demorado de ejecución, halló un nuevo estímulo. La Argentina podría importar en principio unos 5 millones de m3/día a través del gasoducto construido para exportar. Bolivia nos volvió a exportar gas natural desde el 2004 y hoy nos provee por gasoductos la mitad de nuestras compras externas (unos 15 millones de m3/día promedio). El nuevo gasoducto del Noreste tiene tramos construidos y tramos licitados. Es conveniente ligar su futuro al desarrollo de un mercado regional de gas. Desde hace años esperan su turno de ejecución sendos proyectos hidroeléctricos binacionales: el brazo Aña Cuá de la represa Yacyretá; Garabí en el río Uruguay y Corpus en el Paraná. A los proyectos de generación se agregan nuevos proyectos de interconexión eléctrica con los países vecinos. Y no olvidar el potencial que ofrece la complementación nuclear con Brasil.
Con las redes que ya nos unen y otras interconexiones que están evaluadas, con los intercambios existentes y los que vendrán, además del lanzamiento de nuevas obras, la Argentina tiene la oportunidad de liderar el proceso político de erigir la energía como eje integrador de la región. Hoy importando y favoreciéndose de las opciones de suministro que le ofrecen sus vecinos; mañana, con el desarrollo de su potencial geológico y de las energías renovables, exportando moléculas y electrones en mercados regionales de gas y electricidad. Una región integrada en energía se favorece de un suministro más confiable y más barato; y, si es excedentaria, puede ofrecer a otras regiones (Estados Unidos, Europa) seguridad de abastecimiento a cambio de inversiones y oportunidades comerciales. Además, no hay verdadera integración económica sin mercados vertebrados en energía, infraestructura y telecomunicaciones.
*Ex Presidente de YPF y Ex Secretario de Energía
