La detención del ex presidente de Brasil Luiz Inacio Lula da Silva marca una nueva etapa en la investigación por la corrupción que casi ha paralizado al gobierno durante los últimos dos años.
Entretanto, y mientras este proceso se prolonga, la economía brasileña sigue su espiral descendente. De una forma u otra, Brasil necesita con urgencia resolver el escándalo y dirigir nuevamente su atención a la economía.
Lula, a quien el presidente Barack Obama, calificó una vez como el político más popular del mundo, ahora encabeza el Quién es Quién de los líderes brasileños atrapados en la investigación de un gran tráfico de influencias y un esquema de sobornos que involucra a la empresa petrolera Petrobras, controlada por el estado. (Él ha negado en repetidas ocasiones la existencia de ilícitos).
Entre los otros alcanzados por el escándalo hay magnates de la construcción y las finanzas, responsables de la legislatura, un ex tesorero del partido gobernante de los Trabajadores, y la principal estratega de la campaña de Lula y su sucesora y protegida, la presidente Dilma Rousseff.
Un signo del anhelo porque se termine con esta saga es que la moneda y el mercado bursátil brasileños se recuperaron con la noticia de la detención de Lula: Se reavivó la esperanza de que pronto se llegaría a algún tipo de cierre.
Rousseff por el momento no se ha visto implicada directamente en el escándalo de Petrobras, aunque la legislatura ha estado considerando iniciarle juicio político por presuntamente haber adulterado cuentas fiscales y manipulado las finanzas de su campaña. La calle tiene también algo para decir: la detención de Lula ha provocado disturbios y por otro lado se prevén grandes manifestaciones a favor del juicio político para el 13 de marzo.
Lo que más importa es que la cuestión se lleve a una rápida conclusión. Hasta que ello ocurra, los inversores tienen razón para estar alarmados. La economía de Brasil se achicó en un 3.8% en el 2015, la mayor caída en 25 años. Se estima que la producción descienda otro 3% en el 2016.
La economía está padeciendo una inflación de dos dígitos, devaluación de la moneda, mayor desempleo y caída de la confianza empresarial. A quienes visiten el país este verano para los Juegos Olímpicos se les podrá perdonar que crean haber asistido a un funeral en lugar de a una celebración.
Hacer frente a estos problemas requiere un replanteamiento de las políticas que Lula y Rousseff han perseguido. En muchos sentidos, no les fue posible canalizar los beneficios del auge de las materias primas en inversiones productivas, y aplicaron políticas fiscales pro-cíclicas que dejaron al país vulnerable a un inevitable retroceso.
El manejo estatista volvió a Petrobras y otras empresas públicas en fuentes de clientelismo, recompensándose a estas donantes con contratos y financiaciones que deberían haberse destinado a firmas más pequeñas y con mayores méritos.
No se puede culpar a Rousseff ni a Lula por la desaceleración china, la caída del precio del petróleo y de otras materias primas. Sin embargo, Chile y Colombia, entre otros países latinoamericanos, también resultaron afectados por esas fuerzas, y aun así siguen creciendo – gracias en parte a una sólida gestión fiscal, mayor transparencia y mejor administración de las industrias del estado.
Contra la oposición, Rousseff ha tomado algunas medidas en la dirección correcta – por ejemplo, reformando las pensiones, aflojando la participación estatal en Petrobras y permitiendo una mayor participación de inversores extranjeros en las compañías aéreas. Pero esto no es suficiente. Brasil necesita una poda radical de la burocracia gubernamental y una revisión completa de su código fiscal y legislación laboral. La lucha de Rousseff por sobrevivir se opone a tales medidas.
Los escándalos de alguna manera han sido productivos, trayendo a la luz un poder judicial y fiscales con nuevas facultades. Pero meter en la cárcel a los políticos corruptos no resultará suficiente para que Brasil salga de su estancamiento. Para esto se requiere un liderazgo centrado en la reforma de la economía.