Nuestro país tiene grandes reservas de litio, un metal que enfrenta una demanda en alza debido a su creciente uso en baterías para automóviles, almacenamiento eléctrico en gran escala y otros usos. Nuestras reservas, bajo algunos criterios, son las mayores del mundo (algunas estadísticas señalan que Chile tiene entre el 25-35% de las reservas totales del metal) y tal vez por ello al litio se le ha concedido una condición estratégica, lo que significa que no es concesionable.
Existe un amplio historial sobre el valor del litio. Fue definido como estratégico desde mucho antes que se inventaran las baterías de litio. Hace medio siglo se pensó que sería vital en la fabricación de bombas de hidrógeno, y luego, que podría servir para alimentar plantas de fusión nuclear, situaciones que nunca ocurrieron. Hoy algunos consideran que sus usos en la industria tecnológica lo transformarían en lo que la Presidenta denominó "petróleo blanco del siglo XXI".
Otros quieren desarrollar una industria local de productos en base a litio, olvidando que no tenemos ninguna ventaja competitiva en ella y que el litio no es un metal tan raro como para que una industria pueda desarrollarse solo por la abundancia del metal en un país. Estos deseos repiten los cansados argumentos de los años 60 sobre agregar valor a las exportaciones de cobre, que demostraron no tener éxito.
La vasta mayoría de los que opinan sobre el litio olvidan que la definición técnica de una reserva es la cantidad de metal que es económicamente extraíble a los precios actuales. A medida que sube el precio debido al aumento de la demanda, aparecen nuevas reservas, porque yacimientos que no eran rentables comienzan a serlo. En el caso del litio, las reservas podrían ser mucho mayores que las estimadas actualmente, pues como su demanda hasta hace poco era baja y las reservas grandes, no había interés en explorar otras fuentes potenciales del metal. Algunas estimaciones más recientes, por ejemplo, señalan que China tendría solo un 20% menos de reservas de litio que Chile.
Aunque la demanda por litio está creciendo, las exportaciones chilenas del año pasado llegaron a unos US$ 300 millones, alrededor de un 1% del valor de las de cobre. Es casi seguro que la demanda aumentará, pero tendría que hacerlo decenas de veces para alcanzar la importancia del cobre en nuestra economía. Su precio se ha elevado al doble del que tenía el año pasado, en lo que parece más una fluctuación de corto o mediano plazo debido a un desajuste entre oferta y demanda que un precio de largo plazo. El costo de extracción es demasiado bajo y hay demasiados potenciales oferentes como para que el precio se eleve de modo ostensible.
La gran ventaja de nuestra producción es que sus costos son bajos, lo que la hace rentable, pero no como lo fuera el petróleo hace unas décadas. El litio es simplemente una fuente de riqueza moderada, que no se puede comparar con la del cobre. Es por ello que Codelco ha decidido no explotar por sí misma sus depósitos de litio: distraer recursos humanos y financieros en una industria pequeña en relación con Codelco no tiene sentido.
Por último, hay que recordar que se investigan otras tecnologías para almacenar energía como el grafeno y los nanotubos de carbón, que podrían desplazar otra vez a nuestro metal estratégico, tal como ha ocurrido en el pasado.