Rogelio Núñez
Las materias primas han pasado de ser consideradas las causantes de la bonanza latinoamericana en la “Década Dorada” (2003-2013) a ser señaladas como las responsables de la actual ralentización. Se vuelve a hablar de “maldición de las materias primas” cuando la real maldición es no saberlas utilizar con inteligencia.
El precio de las materias primas, principal producto de exportación de la mayoría de países de América latina, se ha desplomado a lo largo de 2015 y prosigue en lo poco que ha transcurrido de este nuevo año de 2016.
“Si en los próximos años los países de la región no logran diversificar sus economías y que las empresas innoven más, aparte de crecer por debajo de sus posibilidades, dependerán de la volatilidad de los mercados externos”, afirma Jamele Rigolini, economista del Banco Mundial.
Esa bajada es generalizada porque le ha ocurrido al petróleo, al cobre o a la soja
El petróleo ha caído por debajo de los 30 dólares cuando hace un año y medio superaba los 100. Las cotizaciones han perdido más de 30% solamente en 2015, y un 15% desde principios de este año.
El precio del cobre, principal mineral de exportación de Chile o Perú, se ubicó en 1,99 dólares la libra, siendo la peor caída que registra desde 2009. Durante una década la economía chilena se benefició del “superciclo” de precios del cobre: el metal saltó desde los US$ 1,4 la libra en el decenio anterior (de 1995 a 2004), a superar incluso los US$ 4 en la Bolsa de Metales de Londres (BML).
Sin embargo, la desaceleración de la economía mundial desde 2013 han motivado un gradual retroceso de la materia prima, que lo llevó a caer de los US$ 2 la libra por primera vez desde mayo de 2009. Sólo desde mayo de 2015 el metal ha perdido 32% de su valor, ubicándose en US$ 1,986 la libra.
De igual forma, el precio de la soja, vital para Argentina, Paraguay y Brasil, se mueve en torno a los 321 dólares por tonelada cuando en la década pasada rondaba los 600.
Esta situación provoca que se vuelva a resurgir un tópico, el de la “maldición de las materias primas”.
Incluso el FMI en 2015 llegó a sostener que “los recursos naturales podrían ser una bendición para un país. Las riquezas naturales deberían facilitar la financiación de la inversión para un crecimiento sostenible y, al mismo tiempo, deberían permitir al gobierno prestar servicios sociales básicos. Sin embargo, un número importante de países ricos en recursos naturales han intentado aprovechar estos recursos para aumentar el crecimiento económico y los niveles de vida, pero han sido víctimas de la llamada maldición de los recursos”.
Parece que se ha abierto la veda contra las materias primas y que lo que predomina es la idea de que los países latinoamericanos deben abandonar su apuesta por los commodities.
En realidad, América latina entra en una fase en la que las reformas estructurales deben ir por una senda muy definida: apostar por ser más competitivos siendo más productivos (mejorar los sistemas educativos y las infraestructuras).
Como señaló Enrique García, presidente de CAF-banco de desarrollo latinoamericano-, durante un foro de CAF y London School of Economics celebrado recientemente en Londres y titulado Gobernanza global en una era de incertidumbre, “la actual crisis debe ser entendida como una oportunidad para abordar las reformas estructurales sustanciales que no hicimos en los años de bonanza. Reformas a largo plazo que cambien el modelo productivo, reformas encaminadas a la transición hacia un modelo económico de ventajas competitivas: invertir en infraestructuras y en educación”.
Además, las economías latinoamericanas deben apostar por la innovación y por la diversificación. Diversificar las exportaciones y diversificar los mercados hacia los que se dirigen esas exportaciones.
Como apunta en el Nuevo Herald Andrés Oppenheimmer, “uno de los principales problemas es que muchos países de la región están exportando sólo un puñado de productos, en algunos casos las materias primas que han estado vendiendo al exterior desde hace un siglo. Y cuando los precios internacionales de estas exportaciones caen, la economía de la región se desploma”.
Paolo Giordano, economista principal del Departamento de Integración y Comercio del BID, le comentó al propio Oppenheimer como Venezuela depende de un solo producto, el petróleo, para el 96% de sus ingresos de exportaciones, y Ecuador depende de cuatro productos para el 75% de sus exportaciones. Colombia, Bolivia y Paraguay dependen de menos de 10 productos para el 75% de sus exportaciones, mientras que Chile, Perú y Panmá dependen de 23 productos para llegar a ese porcentaje, y la Argentina, de unos 50 productos. La excepción es México, que hasta hace algunas décadas dependía del petróleo, que en la actualidad se basa en 132 productos para el 75% de sus ingresos de exportación.
La Cepal señala en referencia a las exportaciones a China, “la principal asignatura pendiente para nuestra región en su relación con el gigante asiático es la diversificación exportadora, según un nuevo documento dado a conocer hoy por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL). Tan solo cinco productos, todos primarios, representaron 75% del valor de los envíos regionales al país asiático en 2013”.
Este conjunto de reformas es prioritario y en todas ellas las materias primas tienen un papel muy importante que cumplir. América latina debe aspirar a seguir siendo una región exportadora de materias primas (no solo, pero también) aunque a partir de ahora con alto valor añadido.
Los países latinoamericanos deben tener políticas de Estado que fomenten la innovación allí donde ya poseen mayores ventajas competitivas. Costa Rica o Chile son un buen ejemplo de ello.
El país andino exporta salmón con mucha tecnología asociada a la industria salmonera. Costa Rica es uno de los pocos del mundo con balanza comercial positiva con China, gracias a sus importantes exportaciones tecnológicas especialmente de microprocesadores. Asimismo sobresalen los casos de la agroindustria en Brasil y Argentina.
Mario Bergara, actual presidente del Banco Central de Uruguay, sostenía cuando ocupaba el cargo de Ministro de Economía que “no siempre las materias primas son necesariamente bienes sin valor agregado. Una tonelada de carne hoy, exportada desde Uruguay, es completamente diferente que una tonelada de carne exportada hace veinte años”, ya que hay un factor de diferenciación de calidad, posible y demostrable gracias a la trazabilidad de la carne desde el nacimiento del animal hasta el plato, que aporta ese valor añadido.
Por lo tanto, la clave para que América Latina aumente el valor agregado de sus exportaciones está en incorporar tecnología (innovación), conocimientos (educación), gestión, mejores infraestructuras y servicios comerciales o financieros, que hagan más competitivas y más valiosas a sus exportaciones.