En cuanto a la inflación, señaló que “no habrá índice de precios por unos meses”, pero recomendó utilizar indices en torno al 25% anual, que corresponde a valores registrados en las ciudades de Buenos Aires y San Luis.
“Hay un sistema estadístico nacional en ruinas pero con partes sanas. Dos de esas partes son el IPC de San Luis y de la ciudad de Buenos Aires”, explicó Todesca.
El viernes pasado el gobierno de Mauricio Macri oficializó una “emergencia estadística” para todo el año 2016, que otorga facultades especiales como hacer designaciones.
“Hay muchas direcciones vacantes y es necesario una reorganización administrativa”, comentó el titular del Indec, después de que el día viernes 45 personas fueran expulsadas y que no habrían tenido contrato, generando manifestaciones.
Todesca culpó al Kirchnerismo de esta situación aludiendo a la falsificación de las estadísticas públicas que impulsaron Néstor Kirschner y Cristina Fernández durante nueve años.
“Daban datos de inflación que eran la mitad de los actuales”, declaró en la entrevista.
En cuanto a los índices de pobreza, éstos estarían listos en marzo o abril, ya que se tendría una canasta básica de alimentos.
“No es un índice de pobreza pero va a mostrar un Indec preocupado por tenerlo”, aclaró.
Néstor O. Scibona
Lanzada sin ninguna estridencia política, la nueva lista de Precios Cuidados reducida a 317 productos es un resabio del kirchnerismo que el gobierno de Mauricio Macri debió reeditar por necesidad y urgencia. Hubo tantas remarcaciones preventivas entre el ballottage y la suba del tipo de cambio comercial tras el fin del cepo, que muchos precios -dentro y fuera de los supermercados- quedaron en el aire para desconcierto y disgusto de los consumidores. Ahora esos valores vuelven a ser un punto de referencia para un minúsculo aunque no desdeñable conjunto de productos de primera necesidad. Al menos hasta que en mayo se empalmen con una medida más de fondo como la prometida reducción del IVA para una canasta básica, aún no definida. En cambio, miles de otros precios todavía están lejos de aterrizar, por más que suban o bajen transitoriamente.
Desde ya que sería un error confundir a los "precios cuidados" con una política antiinflacionaria, como se pretendía hacer creer durante la era K. Más bien son un paño frío para un primer cuatrimestre con alta temperatura, y que por ahora no puede ser medida por el destruido termómetro del Indec. No sólo acaban de subir 6% las naftas y el gasoil (con impacto en los fletes), sino que se avecinan incrementos porcentualmente altos en las tarifas eléctricas junto con la reducción de subsidios. También están pendientes cuestiones clave, como la política fiscal-impositiva-monetaria y los próximos aumentos salariales en paritarias. En ambos casos, supeditadas a un "acuerdo social" cuya convocatoria acaba de ser postergada antes de tomar forma.
En la nueva canasta pactada de común acuerdo entre proveedores y grandes cadenas de supermercados, casi sin intervención oficial, el ajuste promedio de 3,9% indica poco, porque hubo alzas de 5 a 15% en precios fijos desde octubre, matizados con unas pocas bajas. El resto depende de la responsabilidad de las partes. Una cualidad que estuvo ausente entre fines de noviembre y comienzos de diciembre, cuando el gobierno de Cristina Kirchner relajó todos los controles y en varios rubros se dispararon aumentos superiores incluso al previsible salto del atrasado dólar oficial. El ministro Alfonso Prat-Gay describió esa herencia como "zona liberada", tras admitir que la inflación de diciembre se ubicó en torno de 3,5% mensual, en línea con varias mediciones privadas. A su vez, trepó 7% la canasta básica alimentaria que calcula FIEL. Todo esto contribuyó a acentuar las distorsiones de arrastre. De hecho, muchos productos con "precios cuidados" habían desaparecido de las góndolas. O bien quedaron raleados en las más cercanas al piso; en ciertos casos, sin cartel identificatorio.
El relevamiento que realiza esta columna en la sucursal porteña de una cadena líder de supermercados también corrobora que el mayor salto de precios se verificó entre mediados de noviembre y de diciembre. En ese lapso, el costo de la canasta fija de 30 productos (alimentos, bebidas y productos de limpieza, de los cuales media docena corresponde a precios cuidados) pasó de $ 1709 a $ 1865, con una fuerte suba de 8%.
La novedad es que se estabilizó en la primera semana de enero ($ 1847, con una ligera baja de 0,9%), debido al retroceso de fiambres, quesos y hortalizas, contrarrestado por nuevas subas en cortes de carne vacuna (con el kilo de asado por encima de $ 120) y presas de pollo, al margen de las ofertas en vísperas de las fiestas que se repiten en estos días. Pero en comparación con diciembre de 2014 ($ 1413), el incremento alcanza a 30,9%. Curiosamente, si bien la carne tuvo subas de 35% a 65% en los últimos dos meses, comparadas con un año atrás no estuvieron muy lejos de las registradas en primeras marcas de agua mineral (51%); gaseosas light (41/45%); leche en sachets (60%); papel higiénico y servilletas de papel (54/57%) o suavizantes de ropa (46%) no incluidas en los "precios cuidados", aunque si en muchas promociones para reducir la brecha entre unos y otros.
De todos modos, la flamante canasta representa una pequeña parte de los miles de rubros disponibles en hipermercados. En este universo más amplio, la estrategia comercial apuntó en los últimos años a contrarrestar la pérdida de participación frente a otras modalidades (autoservicios chinos, supermercados mayoristas), para atraer clientes mediante descuentos por cantidad (3x2; 4x3, rebajas de hasta 70% en la segunda unidad o tarjetas de afinidad) sobre precios unitarios -y presumiblemente márgenes- más altos. También con rebajas con distintos medios de pago los fines de semana o días ya institucionalizados, como los dedicados a jubilados.
Esta estrategia defensiva tuvo como correlato un fuerte cambio de hábitos de los consumidores para tratar de preservar su poder adquisitivo. Las compras pasaron a concentrarse en los días de descuentos, a costa de reducirse en los restantes.
Pero la contrapartida de esta rareza argentina es que resulta prácticamente imposible determinar el precio real de muchos productos. Y más aún calcular su impacto en los índices inflacionarios. Como en un mercado persa, surgen de promedios entre los valores de las góndolas y los descuentos puntuales en las cajas. Llevará mucho tiempo corregir estas distorsiones, producto de los diez años de inflación de dos dígitos anuales y los controles selectivos de la era K.
No sólo se verifican en los supermercados. En épocas relativamente estables, un kilo de helado de buena calidad equivalía históricamente a 10 dólares. Hoy debería venderse a $ 140, pero llega a $ 250 en las marcas premium; que a su vez, ofrecen promociones o cupones de descuento de 50% (2 x 1) que reducen el precio final a $ 125 en determinados días. Otro tanto ocurre con algunas franquicias de empanadas. El desplazamiento de la demanda también va de los restaurantes y pizzerías al deliverydomiciliario. O de los combos de determinadas hamburguesas con precio promocional.
La contracara de estos cambios está en los precios de los combustibles. Aun cuando progresivamente pasaron a ubicarse entre los más altos de la región, las ventas de naftas premium crecieron 60% en 2015. No dejó de ser llamativo que antes de la última suba de 6% reaparecieran las colas en las estaciones de servicio, para conseguir por única vez un ahorro que, en el mejor de los casos, llegaba a $ 60 por llenar el tanque. O sea, la misma cifra que 20% de los usuarios de electricidad en Capital Federal y Gran Buenos Aires pagan en promedio por una factura bimestral. Moraleja: más que demandar una baja de la inflación, los consumidores son más permeables a los aumentos graduales que bruscos.