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Ricardo Alonso: Rastros cósmicos en árboles de Japón
30/11/2015
El Tribuno

Entre los grandes peligros a los que está sometido el planeta Tierra, siempre miramos hacia los fuertes terremotos; o a los tsunamis, que al igual que con una piedra arrojada a un estanque, cruzan en horas el océano para ir a impactar con sus olas al otro lado del mundo; o a las erupciones volcánicas que pueden llegar a ser catastróficas; y a los peligros latentes del espacio exterior como es la caída de meteoritos o asteroides. Estos últimos han sido relevantes en el pasado geológico y a ellos se los culpa, entre otras cuestiones, de la extinción de los dinosaurios. 

Los científicos rusos han sido consecuentes en señalar, en distintas épocas, su preocupación por los fenómenos de naturaleza solar o galáctica como potenciales responsables de muchas de las heridas que sufrió la Tierra en el pasado. Independientemente de la caída de los cuerpos cósmicos.

Shatskiy, Stepanov, Khain, entre otros, consideraron como responsables mayores de extinciones en la Tierra a eventos del cosmos más que a cuestiones internas del planeta. Sin que cayeran en la tentación de las influyentes teorías de Inmanuel Veliskovsky, el famoso autor de "Mundos en colisión", que desató una larga y controversial lucha entre científicos y no científicos. 

Tal vez el fenómeno mejor conocido en tiempos modernos sea el "Evento Carrington". Este fenómeno ocurrió en agosto-septiembre de 1859 y fue la peor tormenta solar registrada. Lo lamentable es que ya ha sucedido antes y volverá a ocurrir. Se trata de una "erupción de masa coronal" en el Sol, en pocas palabras, una gigantesca erupción de material supercaliente y eléctricamente cargado desde la atmósfera solar. La llamarada solar fue tan potente que logró deformar el campo magnético terrestre que nos protege. Esto provocó impresionantes luces de auroras en todo el mundo y en latitudes inusuales.

Lo grave fue que sobrecargó eléctricamente toda la atmósfera terrestre y como consecuencia el sistema de telégrafos de aquella época se llenó de cortocircuitos e incendios en los aparatos de las líneas de transmisión. Felizmente la tecnología eléctrica de 1859 era muy fácil de reparar y en poco tiempo se logró restablecer el servicio normal. Nadie sabe con certeza cada cuánto ocurre una erupción de estas características. Los científicos discrepan en esto. Pero algo es seguro: si esto ocurriera hoy sería un verdadero desastre. Al punto que destruiría todos los servicios eléctricos en el mundo y provocaría incendios en los transformadores y las centrales eléctricas. Además ocasionaría daños graves en los satélites. Arreglar y recuperar los servicios normales sería cosa de años o tal vez algunos nunca se recuperarían.

Las erupciones solares se producen cada 11 años con distintas intensidades. Lo único predecible es que estas erupciones gigantescas ocurren solo cuando el Sol está en su máximo de actividad magnética. La mega tormenta solar de Carrington pareciera que fue única en su tipo. Sin embargo el estudio de anillos de árboles en Japón deparó una gran sorpresa. Unos científicos que investigaban los taladros realizados para estudios de dendrocronología en unos cedros centenarios encontraron valores anómalos de Carbono-14 en los anillos correspondientes a los años 774 y 775 de nuestra era. Los doctores Fusa Miyake, Kentaro Nagaya, Kimiaki Masuda y Toshio Nakamura publicaron en 2012 en la revista Nature un artículo donde daban cuenta de un fuerte incremento de los rayos cósmicos para el siglo VIII. El análisis de los anillos correspondientes a los años de 774 y 775 de nuestra era mostraban un aumento del 12 por mil en el contenido del Carbono-14, lo cual era 20 veces mayor que cualquiera de las llamaradas solares ordinarias.

Los valores obtenidos los convencieron que ni una tormenta solar, ni la explosión de una supernova cercana, pudieron ser responsables y lo atribuyeron a una "explosión de rayos gamma". El hallazgo disparó investigaciones en todos sentidos, tanto de la fuente desconocida de las radiaciones como de los registros isotópicos que pudieron haber quedado grabados en otros ambientes, ejemplo los hielos árticos y antárticos. Dos científicos alemanes de la Universidad de Jena, V.V. Hambaryan y R. Neuhuauser, descartaron en principio la supernova (no hay registros de que se haya visto explotar en los cielos una supernova en aquella época), pero señalaron que la explosión de rayos gamma pudo tener origen en nuestra galaxia a distancias no mayores a unos 15 mil años luz.

Luego fueron los doctores Adrian L. Melott y Brian C. Thomas, de la Universidad de Kansas, quienes nuevamente en Nature y a fines de 2012, volvieron a apuntar al Sol como responsable de una intensa emisión de protones solares, que podría ocurrir cada mil años aproximadamente. Dejaron constancia que de verificarse un evento similar, podría representar una amenaza potencial enorme a la civilización moderna. En 2013, un equipo de científicos rusos, americanos y alemanes, liderados por I. G. Usoskin, publicaron en una revista de astronomía y astrofísica una nueva versión del evento sobre la base de otros isótopos y el estudio de los anillos de crecimiento en robles alemanes. Ellos apuntaron a la culpabilidad exclusiva del Sol e identificaron el fenómeno del año 775 como el mayor evento solar en varios milenios. Un grupo de científicos norteamericanos, liderados por Brian C. Thomas, retomaron el tema y publicaron en una prestigiosa revista geofísica un análisis en el que continúan la línea de razonamiento de los investigadores anteriores haciendo hincapié en cuáles pudieron ser los efectos terrestres de ese fenómeno astrofísico ante la disminución del ozono y el aumento de las radiaciones ultravioletas.

Un aporte distinto al tema provino de los doctores D. Eicher y D. Mordecai, quienes atribuyeron el raro evento al impacto de un cometa en el Sol. En octubre de 2015, un nuevo trabajo en la revista Nature, volvió a poner el tema en el tapete. Esta vez fue un equipo multidisciplinario internacional, liderado por Florian Mekhaldi de la universidad sueca de Lund, quienes estudiaron hielos árticos y antárticos midiendo las concentraciones conjuntas de isótopos de Berilo-10 y Cloro-36. Llegaron a la conclusión de que el fenómeno del año 775 y su concentración anómala de Carbono-14 se debió a un fenómeno extraterrestre y coincidieron en un origen solar.

Al menos cinco veces más importante que cualquiera de los que se haya registrado hasta ahora por métodos instrumentales. Se trataría de un evento muy fuerte con altos flujos de protones solares y energías por encima de los 100 megaelectronvoltio. Además encontraron en el análisis de los hielos otro evento en los años 993 y 994 de nuestra era, pero de menor intensidad. Como se aprecia, el estudio original de los cedros de Miyake fue un enorme disparador para que científicos de todo el mundo se preocuparan y ocuparan en el tema. Por ahora parece haber un consenso de opiniones en que estos eventos fueron causados por eyecciones de masa de la corona solar. Y también que de repetirse po drían causar una verdadera catástrofe.


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