Joaquín Morales Solá
Tal vez anoche haya cambiado sustancialmente la política argentina. Fue el resultado que anhelaba Mauricio Macri y el que no quería Daniel Scioli. Macri logró al final del día mucho más que lo que se había propuesto. El ballottage es, a su vez, un desafío riesgoso para el candidato oficialista cuando una mayoría social pide, con menor o mayor intensidad, un cambio político después de 12 años de kirchnerismo. Si bien Scioli se impuso anoche por una escasa diferencia, Macri ganó ampliamente en el terreno de las expectativas.
Un Scioli encerrado en la misma celda electoral que Cristina Kirchner, Carlos Zannini y Aníbal Fernández no podía dar un buen resultado. Scioli, que siempre fue la cara amable del kirchnerismo, terminó arrastrado hacia abajo más por las compañías que tuvo que por su propia candidatura. Y él no supo, también es cierto, marcar con más claridad las diferencias, que existen entre él y esos laderos que nunca lo dejaron solo.
Cristina Kirchner rumiaba anoche en Olivos que ella había sacado hace cuatro años casi 20 puntos porcentuales más que sus candidatos de ahora. Inútiles. Es injusta, aun cuando es cierto que se registró esa monumental caída de votos del oficialismo. En 2011 ella contaba con la solidaridad social por su reciente viudez, la economía volvía a crecer después de la recesión de 2009 y al frente sólo tenía una enorme fragmentación opositora. Ahora la economía no crece desde 2012, la Presidenta incumplió todas las promesas de su última campaña presidencial y, encima, una parte importante de la oposición encontró una fórmula de unidad que la convirtió en competitiva. El hartazgo social con el kirchnerismo se hizo sentir ayer de manera notable.
Lo peor fue la reacción de Cristina. Nunca imaginó el tamaño de la caída de la víspera. Reaccionó como suele hacerlo ella: con arbitrariedad y venganza. Ordenó que no se dieran los datos oficiales hasta que ella dispusiera lo contrario. La mayoría de esos datos del escrutinio estaban en poder de la autoridad electoral desde las 21. Nadie debía enterarse de nada hasta que ella ordenara otra cosa. Muchos argentinos se fueron a dormir sin saber si había un presidente nuevo o una segunda ronda electoral. La decisión presidencial dice muchas cosas sobre su módico sentido de los valores democráticos. El sistema electoral demostró ayer que, aun con sus obsolescencias, puede funcionar. Lo que no puede funcionar es un sistema electoral controlado directamente por el gobierno y sus antojos políticos.
Cristina le arruinó una noche fundamental a Scioli, porque volvió a exhibir sin pudor las manías del oficialismo. Ya fue raro que hubieran existido dos campañas electorales distintas desde el mismo partido político. Una la lideró Scioli, con promesas de "normalizar el país", de abrir un ciclo de diálogo político y social, de llevar más racionalidad a la economía y de reconciliarse con todos los países del mundo. La otra la llevó adelante Cristina Kirchner, con su eterno discurso de confrontación política y social, de intransigencia en sus postulados económicos y de aislamiento internacional. Peor: ella anticipaba que el gobierno de Scioli sería como ella decía que sería. El resultado no podía ser otro que el fracaso y la decepción, que es lo que sucedió anoche.
En la mañana de ayer, cuando ya Scioli comenzaba a preocuparse con las primeras encuestas en boca de urna, que pronosticaban el ballottage, un viejo amigo le aconsejó que pusiera especial atención en el discurso de la noche. "¿Qué creés que debo decir?", lo consultó Scioli. "Alejate de Cristina. Con ella al lado no ganarás el ballottage", le contestó el amigo.
Cerca de las 22, Scioli habló para reconocer de hecho, y sin decirlo, que habría segunda vuelta en noviembre. Fue ciento por ciento Scioli. Anunció, reabriendo su campaña electoral con miras al ballottage, políticas anticristinistas para aferrarse en el acto a Cristina.
Adelantó, por ejemplo, que se ocupará de resolverles los problemas a los productores rurales, los eternos enemigos de la Presidenta, para continuar afirmando que defenderá "las columnas de este modelo".
¿Y qué es, si no, la guerra perpetua con el campo una columna del modelo gobernante? Construyó, en definitiva, casi un oxímoron dialéctico entre la cercanía y la distancia con Cristina Kirchner.
Cristina tiene buena parte de la culpa de lo que pasó anoche. ¿Por qué el capricho de hacerlo cargar a Scioli con el nombre de Zannini en la fórmula? ¿Y por qué Scioli aceptó esa carga? ¿Por qué Cristina se obstinó con la candidatura a gobernador de Aníbal Fernández, a quien habría podido bajar como bajó a tantos otros? ¿Por qué, si con Aníbal el oficialismo hasta chocó con la crítica pertinaz de la Iglesia del papa Francisco? ¿Por qué, si en lugar de Zannini pudo estar otro candidato a vicepresidente que expresara de algún modo las aspiraciones de cambio de la sociedad? ¿Por qué Cristina no lo dejó a Scioli que hiciera su propia campaña sin meterse ella en la foto electoral? Los caprichos se pagan en algún momento. Los pagó.
La Argentina nunca vivió una segunda vuelta electoral en elecciones presidenciales. No hay experiencia sobre eso. Todo puede suceder, por lo tanto. Pero lo cierto es que el ballottage no se reduce a una suma y resta de la primera vuelta. Es una elección distinta, en la que influyen detalles que ni se tuvieron en cuenta en la primera ronda. Será una elección, en primer lugar, que tendrá sólo dos candidatos, Scioli y Macri, y que deberá dilucidar qué espolea más al electorado: si la vieja confianza de una mayoría social en el control del poder por parte del peronismo (el porcentaje ronda en esa cuestión el 60 por ciento de los votos) o si prevalece el amplio anhelo social (de más del 60 por ciento, según los votos de la víspera) de un cambio claro en la conducción del poder.
Macri llegó, con sólo obligarlo al todopoderoso kirchnerismo al primer ballottage presidencial en la historia del país, más lejos de que lo él mismo imaginó cuando decidió abandonar los negocios familiares para meterse en política. Llegó, además, con una cifra no prevista por ninguna encuesta, ni siquiera las del propio Macri. Con todo, el líder de Cambiemos deberá romper una imperceptible y certera frontera ideológica o política que les impide a muchos votarlo.
Tal vez se deba, como dice Macri, a la intensa campaña desplegada contra él durante más de una década por el kirchnerismo. Las cuestión es que aquella frontera existe. Macri está pensando ahora en anunciar un gobierno de coalición nacional, que incluya al peronismo y a otras fracciones políticas que no figuran entre sus aliados actuales, para conjurar el fantasma que lo persigue.
Sólo en la noche del miércoles pasado, las encuestas que medían la intención de voto día a día comenzaron a percibir un crecimiento de Macri. Hasta entonces, todo estaba estancado y Scioli figuraba con más probabilidades de ganar en primera vuelta. Pero algunos votantes indecisos y de Sergio Massa empezaron a girar hacia Macri, quizá porque era el único que estaba en condiciones de forzar una segunda vuelta. Ninguna encuesta descubrió la dimensión del vuelco social hacia el candidato opositor.
No fue lo único que sucedió ayer. El peronismo perdió la provincia de Buenos Aires, capítulo que por sí solo escribe una historia nueva en la política nacional. También se derrumbó en varios municipios importantes del conurbano bonaerense. Muchos barones dejaron ayer de contar con los privilegios de la nobleza. Lo mismo le pasó al gobernador de Jujuy, Eduardo Fellner.
El problema de la actual conducción del peronismo no son sólo esas bajas, sino sus consecuencias. Los demás dirigentes peronistas empiezan a creer que la guillotina se acerca peligrosamente y que va por ellos. La incertidumbre del poder es la peor compañía para cualquier peronista.
CARLOS PAGNI
El sistema planetario de la política experimentó ayer un reordenamiento sorprendente. Tal vez tan inesperado como el triunfo radical de 1983. Aunque lo asombroso de aquella oportunidad fue la identidad del ganador, Raúl Alfonsín. En cambio, anoche comenzó a desdibujarse el que parecía invencible. Daniel Scioli. El oficialismo perdió, con Aníbal Fernández como candidato en Buenos Aires, que gobierna Scioli. Ese resultado determina un cambio de expectativas gigantesco para un país que irá por primera vez a un ballottage.
Con otra novedad determinante: la diferencia entre el primero y el segundo fue de poco más de dos puntos porcentuales. Se ha configurado otro planisferio. El significado de esta última novedad comenzó a insinuarse en los discursos de Scioli y Macri. Ambos hicieron una apelación al electorado independiente, al que deben seducir. Ambos dieron el primer paso de una convergencia hacia el centro que corrobora una nueva dinámica en la vida pública. Queda descartada cualquier ensoñación hegemónica y, al contrario, se abre el interrogante sobre la consistencia de la base de poder que deberán construir Scioli y Macri. Si serán alianzas electorales o serán coaliciones de gobierno. Sergio Massa, que pasó el fin de semana dialogando con sus amigos de Pro y de la UCR, dio una pista sobre cuál será su posición: en su discurso elogió el cambio.
Debajo de estos enigmas palpita una cuestión clave: con qué monto de legitimidad emergerá de la segunda vuelta el sucesor de Cristina Kirchner. Es una pregunta relevante, porque ese hombre deberá resolver los inquietantes problemas económicos que ella deja como herencia.
Las grandes incógnitas que planteaba la elección se despejaban anoche a favor de Mauricio Macri. Sobre todo en la provincia de Buenos Aires. El mal desempeño del Frente para la Victoria era parte de lo esperado. Lo asombroso fue el tamaño del fracaso. La peripecia oficialista en la sede central del poder de los Kirchner fue catastrófica. Scioli deberá entregar la banda a Vidal, candidata de la oposición. Y numerosos intendentes cayeron derrotados. El legendario Hugo Curto, por ejemplo, perdió Tres de Febrero frente a Diego Valenzuela. Y Nicolás Ducoté arrebató Pilar a Humberto Zúccaro. En Lanús perdió el secretario de Justicia y dirigente de La Cámpora, Julián Álvarez. Le ganó Néstor Grindetti. Martiniano Molina defenestró a Francisco Gutiérrez en Quilmes, la cuna de Aníbal Fernández. Y Ramiro Tagliaferro, el esposo de Vidal, se impuso sobre Hernán Sabbatella en Morón. Los dos integrantes de la fórmula kirchnerista perdieron en sus cunas
Pero Cambiemos tuvo noticias mejores que las que esperaba allí donde se sabía que le iba a ir bien. El radical Gerardo Morales ganó Jujuy por una diferencia sorprendente con Eduardo Fellner, el presidente del PJ nacional. Por primera vez desde 1983 el peronismo pierde el timón de la provincia. Aunque el candidato a presidente ganador fue Massa. En Córdoba, donde Macri iba a festejar un 45%, sacó 53. Scioli estuvo a dos puntos de los 20 que le habían prometido. En Mendoza, Macri se puso casi 10 puntos por encima de Scioli, revirtiendo con amplitud el final de las primarias. En Tucumán el oficialismo cosechó los favores de José Alperovich y Juan Manzur: Scioli retrocedió casi 10 puntos respecto de las primarias. Macri sumo 6 y Massa, 4.
Ya desde anoche en el oficialismo comenzó el ajuste de cuentas por el resultado. Cristina Kirchner tardó horas en admitir las novedades. Es comprensible que haya puesto a su partido en una encrucijada muy riesgosa. La economía está estancada, la inflación es del 25%, el déficit fiscal de 8 puntos del producto y el Banco Central afronta una fuga de reservas. Y ésas son las virtudes del Gobierno. Porque en materia institucional hace tiempo que se ha vuelto impresentable. Su último impulso autodestructivo fue la promoción de Aníbal Fernández a la candidatura bonaerense.
Scioli buscará atribuir su frustración a esos factores. Pero es posible que si en términos relativos lo de ayer fue un derrota él sea el mariscal más destacado. No pudo gobernar su campaña electoral. Tal vez era inevitable que le impusieran a Carlos Zannini como vice. Pero se desentendió por completo de la selección del candidato a su sucesión. En una nueva exhibición de su falta de talento para seleccionar recursos humanos, la Presidenta digitó a Aníbal Fernández, acusado de tener vinculaciones con el narcotráfico. Será interesante escuchar algún comentario sobre esa decisión en su próxima cadena nacional. Fernández se impuso sobre Julián Domínguez en una elección sospechada de fraudulenta por maniobras del Correo, que él controla. Scioli miró para otro lado. El fenómeno más relevante de ayer fue la ola de repudio contra Fernández, que convirtió a Vidal en la estrella de la hora.
La aceptación de Fernández fue la expresión extrema de la inclinación de Scioli a mimetizarse con el Gobierno. Recitó el manual de Kicillof y se conformó con insinuar alguna disidencia. Llamó a votar una trampa contra quienes lo habían hecho candidato. Dicho de otro modo: a confiar en que él rompería los compromisos asumidos.
Hoy se inicia otra campaña. La segunda vuelta es otra elección. Scioli debe enfrentar varios desafíos. El más amenazante tal vez sea su estado emocional. Como se demostró después de las primarias, le cuesta reaccionar con lucidez ante resultados no previstos. Su malhumor y su ansiedad prometen superar las marcas habituales.
Otro problema será definir su relación con el Gobierno. Ante el riesgo de una derrota la tensión se agudizará. La Presidenta atribuirá los malos resultados a que renegó de la herencia recibida. Y el candidato los imputará a esa herencia. Macri trabaja desde hace días sobre esa fisura, explorando la interna peronista. En su discurso de ayer lo dio a entender: por primera vez dijo que aspira también a atraer votos de Scioli.
El propósito de Macri estará facilitado por los líderes territoriales del oficialismo. Los que ganaron anoche no tendrán el mismo estímulo para hacer proselitismo por el candidato a presidente. De los que perdieron mejor no hablar.
La ruptura de los puentes de Scioli con el electorado independiente no sirvió para convertirlo en el abanderado del aparato oficial. La ortodoxia kirchnerista fue a las urnas "desgarrada", como confesó el sumo sacerdote de Carta Abierta, Horacio González. La señora de Kirchner reclamó votar a su pupilo "más allá de las antipatías". Uno de los motivos de esta desazón es el gabinete que anunció el candidato. Es un equipo de primera B, encapsulado en la provincia de Buenos Aires, incapaz de despertar las simpatías de quienes no comulgan con el kirchnerismo. Tampoco entusiasma a quienes sí comulgan. Sin considerar un error adicional: al cubrir casi todas las carteras, Scioli quedó sin prendas de negociación para conseguir apoyos para el ballottage.
Macri adelantó ayer que conoce cuál es su problema: atraer a los que, por ser Macri, jamás lo votarían. Pero la base desde la que se lanza es más cómoda que la esperada para revertir el resultado. La diferencia con Scioli fue muchísimo más pequeña que lo que se esperaba. Poco más de dos puntos porcentuales.
El marco institucional del escrutinio tuvo el sello del kirchnerismo. Para conocer los datos oficiales hubo que esperar a las primeras horas de hoy. Una manipulación sólo concebible porque el rudimentario sistema electoral de la Argentina pone la administración de los comicios en manos del Poder Ejecutivo. El encargado de esa tarea, el ministro del Interior, Florencio Randazzo, no dio la cara. Lo reemplazaron el de Justicia, Julio Alak, y el director nacional electoral, Alejandro Tullio, que rompieron el silencio cuando ya había comenzado el nuevo día. Un chistoso atribuyó la demora a que la Casa Rosada estaba organizando el fraude contra Scioli. La maldad se pierde después de la alegría. Por suerte los televidentes tuvieron un trato mejor que el que recibieron los militantes del Frente para la Victoria. A ellos se les negó toda información. Carente de monitores, tuvieron que enterarse de lo que pasaba con rumores de boca a oído. Un homenaje a la coherencia del Gobierno que dinamitó el Indec.