RICARDO ALONSO*
América del Sur vivió en 1600 su propia Sodoma y Gomorra. De las erupciones volcánicas catastróficas en el registro geológico destaca por su violencia, historia y consecuencias la que ocurrió en los Andes peruanos en febrero de 1600.
En el distrito de Omate (Moquegua), se encuentra un volcán, el Huaynaputina, un edificio de 4.200 m de altura sobre el nivel del mar.
La erupción fue descripta con lujo de detalles por los españoles, partícipes casuales de un fenómeno extraordinario. Cuentan en sus crónicas cómo al producirse la explosión una columna de cenizas se elevó a decenas de kilómetros de altura, se produjeron rayos y otras descargas eléctricas, y una densa lluvia de partículas oscureció el cielo y comenzó a caer sobre amplias regiones que se cubrieron de un grueso manto gris.
Las cenizas vinieron a arruinar los campos y cultivos, hundió los techos de las casas, produjo una gran mortandad de animales, taponó los ríos, convirtió el agua en un fango denso y volvió irrespirable el aire.
La explosión destruyó las inmensas chacras del valle de Quinistaquillas con sembradíos de viñedos, higuerales, granadales, cañaverales y maizales.
El área devastada en forma directa alrededor del volcán alcanzó los 3.000 kilómetros cuadrados de superficie. Se depositaron hasta 2 m de cenizas y también hubo flujos de ignimbritas, lavas formadas por nubes incandescentes de vidrio.
El río Tambo fue uno de los más afectados y las aguas hirvieron por la cantidad de material caliente que se canalizó a través del valle.
Los españoles atribuyeron la erupción a un castigo divino tal como era común para cualquier catástrofe natural. Baste recordar Esteco en Salta y su famoso terremoto de 1692. Los indígenas dijeron que la culpa la tenían los españoles por haberles prohibido sus sacrificios humanos al volcán y a los Apus o espíritus de los cerros.
Dícese que partieron llevando unas 80 doncellas para ser sacrificadas, pero una nueva erupción los mató a todos. Uno de los muchos que relató la erupción del Huaynaputina y además la dibujó fue el cronista indio Felipe Guamán Poma de Ayala quien escribió en su famosa obra: "Le fue castigado por Dios cómo reventó el volcán y salió fuego y se asomaron los malos espíritus y salió una llamarada y humo de ceniza y arena y cubrió toda la ciudad [de Arequipa] y su com
arca adonde se murió mucha gente. Oscureció treinta días y treinta noches. Y hubo procesión y penitencia y salió la Virgen María toda cubierta de luto y así estancó y fue servido Dios y su madre la Virgen María. Con la ceniza y pestilencial de ella se murieron bestias y ganados". Las cenizas, cuatro siglos después, están todavía representadas en los terrenos de aquella región peruana. Así se las encuentra formando espectaculares dunas grises con formas de medialuna o barjanes en el hiperárido desierto de la costa pacífica, en los glaciares de la alta cordillera, en el fondo de lagos, integrando capas en salares o bien mezcladas con los suelos. Estudios de vegetación llevados a cabo por científicos alemanes y peruanos demuestran que 400 años después la flora todavía no se ha recuperado.
En laguna Salinas, un salar de Arequipa localizado entre los volcanes Misti y Ubinas se presenta una capa de unos 10 cm de espesor de aquellas cenizas que está enterrada a distintas profundidades. Esto se debe a que la salina se va hundiendo diferencialmente por subsidencia y el nivel de ceniza con una datación precisa (1600 d. C.), se puede utilizar como un parámetro geológico perfecto para distintos cálculos. También se encontró un nivel de 10 cm de la ceniza en los nevados de Quelcaya y de Sajama. Ahora bien, esto ocurría en los Andes Peruanos en el límite entre el siglo XVI y XVII. La columna de cenizas, de naturaleza pliniana, que se elevó del cráter del estratovolcán a más de 40 km de altura ingresó en las capas altas de la atmósfera, comenzó a circular con dirección al este, y dio la vuelta completa al globo terráqueo. Esto produjo un bloqueo de los rayos solares y un enfriamiento planetario.
En Europa se produjo congelamiento y olas de frío que causaron mortandad de humanos y animales. Los cuadros de la época muestran los ríos y los lagos congelados.
Los europeos de entonces decían con razón que no se recordaban fríos como aquellos. Y efectivamente no estaban errados. Hoy se sabe que 1601 fue el año más frío de los últimos 600 años. Esto se pudo conocer gracias a la dendrocronología, que es el estudio de los anillos de crecimiento de los árboles. Esos anillos crecen más cuando hay calor y humedad y se restringen cuando hay años helados. Se han encontrado anomalías de crecimiento para 1601 en anillos de árboles en Siberia, Escandinavia, Canadá, Estados Unidos, y últimamente en pinos de la Sierra de Guadarrama en España. Los fríos intensos durante varios años produjeron un fuerte estrés térmico en el crecimiento de los anillos de árboles.
Las maderas que se obtuvieron de esos árboles fueron usadas para la confección de violines, que resultaron ser de una naturaleza única. Son los famosos Stradivarius. Esto habla de una extraordinaria teleconexión de causas y efectos. Téngase presente que para entonces el planeta pasaba por una etapa helada que se conoce como la Pequeña Edad de Hielo, con lo cual la erupción del volcán con el bloqueo solar incrementó aún más la situación de congelamiento.
La capacidad de los volcanes de enfriar el planeta ya fue sagazmente observada por Benjamín Franklin en el siglo XVIII; científico, y uno de los padres fundadores de los EEUU. Asimismo, el momento de la erupción quedó registrado en los hielos de la Antártida y de Groenlandia. Las observaciones en núcleos de hielo obtenidos de esas regiones marcan claramente una anomalía de acidez para el año 1601, coincidente con la erupción volcánica. Algunos autores han señalado la peligrosidad de una erupción volcánica en latitudes ecuatoriales que pueden distribuir gases y cenizas globalmente y llevar a un "invierno nuclear". Hoy se sabe que la erupción del Huaynaputina fue uno de los más grandes eventos volcánicos de los que se guarda memoria al igual que la extraordinaria erupción del Krakatoa en 1883, la que se escuchó a 5.000 km de distancia.
La explosión del Huaynaputina se escuchó en Lima, que está a más de mil kilómetros del volcán. Incluso se alistaron tropas pensando que se trataba de un ataque de piratas. Un barco que se encontraba a mil kilómetros de la costa en el Pacífico reportó que recibió la lluvia de cenizas. El volcán arrojó cenizas y otros materiales de naturaleza dacítica e ignimbrítica que alcanzaron un volumen de 12 kilómetros cúbicos.
Por su magnitud, la erupción del Huaynaputina está calificada con un índice de explosividad de 6 (en una escala de ocho). Es la mayor erupción ocurrida en América del Sur en los últimos mil años. De más está decir que una erupción de esta naturaleza en tiempos actuales tendría consecuencias doblemente catastróficas.
*geólogo