El andidato nunca, jamás, debe tocar el dinero. Como máximo, lo ve pasar. Pero cuanto menos sepa sobre los detalles, mejor. Porque hay datos que es preferible no conocer. Así, si algo sale mal, eso le permitirá despegarse de una operatoria que incluye valijas con millones de dólares, cuevas financieras para cambiarlos a pesos -al valor del dólar blue-, servicios extraoficiales de camiones de caudales y ningún recibo. Y, claro, algo puede salir mal. Porque la red informal de financiamiento de las campañas electorales funciona siempre cerca de la ilegalidad.
Por eso, los grandes empresarios aportan millonadas, aunque ninguno aparece en las largas listas oficiales de donantes. Algunos, solitarios, facilitaron hasta US$ 7 millones, según confirmaron los recaudadores a LA NACION bajo estricta reserva de sus nombres, porque admitirlo los llevaría a Tribunales. Otros, más austeros, aportan entre US$ 3 y 4 millones, y varios más desembolsan "apenas" US$ 1 millón en nombre de las cámaras sectoriales que integran.
En esta operatoria, sin embargo, participan al menos dos decenas de los más grandes empresarios del país. Sólo entre ellos financian más de la mitad de las campañas de Daniel Scioli, Mauricio Macri y Sergio Massa, que por lo bajo admiten que sus números reales para llegar a la Casa Rosada superan ya los $ 1000 millones, aunque sus números oficiales sean muy distintos.
Claro que a la hora de financiar campañas hay nombres que siempre suenan: Paolo Rocca (Techint), los hermanos Bulgheroni, Jorge Brito, Cristóbal López, Eduardo Eurnekian, Benito Roggio y Daniel Vila son apenas algunos, como antes lo fue Amalia Lacroze de Fortabat, mientras que Enrique Pescarmona conoció tiempos mejores. Pero todos ellos -o sus colaboradores- niegan cualquier rol al ser consultados por LA NACION, del mismo modo que el escándalo de corrupción que sacude a Brasil cerró otra canilla preciada en la Argentina. ¿Por qué? Porque algunas de las principales compañías que operan en el país están en manos brasileñas y se saben bajo la lupa judicial del otro lado de la frontera.
Pero ¿cómo funciona la operatoria? Como en una obra de teatro, los aportes de campaña suelen estar guionados. Primero ocurre un encuentro más o menos formal entre el candidato y el empresario o grupo de empresarios. El presidenciable habla de alta política durante un desayuno, almuerzo o cena, y repasa sus planes para el sector al cual pertenece el potencial aportante, que por supuesto no debe plantear cosas terrenales. Pero luego, cuando el candidato se marcha, llega el turno de un colaborador -como Nicolás Caputo con Macri, Luis "Chiche" Peluso con Scioli o José Ignacio de Mendiguren con Massa, entre otros con cada presidenciable-, que tira frases tales como "para que nuestro hombre pueda hacer eso, necesita de tu ayuda". Y de encontrar una respuesta positiva, entonces, llega el turno de un tercer actor: el valijero. Ya sea que lo aporte el equipo o la empresa.
¿Por qué se meten los empresarios, locales o extranjeros, en este baile? Porque quieren apostar a ganador y entonces ponen huevos en todas las canastas. Porque nunca se sabe si las urnas no deparan una sorpresa.
El problema no pasa sólo por aportar los millones, sino por cómo hacerlo. Y en la práctica el dinero -si no puede ser blanqueado a través de cenas con cubiertos pagos, por caso- ingresa en un laberíntico circuito "negro", muy distinto del declarado.
En "blanco" sólo aparecen algunos rubros -o incluso algunos números de ciertos rubros-, como la propaganda en Internet, la publicidad en vía pública, el alquiler de aviones o de grandes salones para los actos, entre otros. Estos gastos sí aparecen declarados ante la Cámara Nacional Electoral. Hay muchos otros, sin embargo, que jamás se declaran, como lo explica uno de los recaudadores que accedió a hablar con LA NACION. "¿Cómo vamos a declarar esto? Ellos no quieren aparecer de ninguna manera y a nosotros nos viene bien porque tenemos que pagar toda la mierda de la política. Eso no es algo que podamos facturar", razonó.
Del otro lado del mostrador, la mano derecha de uno de los grandes empresarios de la Argentina -pero también "valijero" más de una vez- amplió las opciones. "Hay veces que el traslado del «físico» [por el efectivo] se hace de nuestra empresa directo a, por ejemplo, la imprenta que se encarga de los afiches. Así le evitás un dolor de cabeza al candidato -que no sabe dónde guardar el dinero- y nosotros nos garantizamos que el dinero se usó para la campaña y que no se la «comió» ningún recaudador".
Aunque resulte paradójico, a menudo los candidatos no dan el primer paso en este minué de los billetazos. Son los empresarios los que quieren "contribuir" . Una vez expresado el interés, un dirigente de máxima confianza del candidato queda a cargo de la negociación, aunque luego puedan aparecer otros jugadores para las negociaciones más duras, y otros más para encargarse de los "detalles".
"Cuánto más plata tiene, más le pedimos", simplificó uno de los dirigentes que pasa la gorra para uno de los candidatos con posibilidades
No sólo se barajan cifras. También se define la forma de pago. ¿Un ejemplo? Son varios los equipos que prefieren cobrar en cuotas. Eso ofrece varias ventajas. Por un lado, no acumulan pilas de efectivo incómodo que no puede ser bancarizado; por el otro, les permite una mejor contabilidad. Pero eso sí: las cuotas incluyen un refuerzo para las fechas próximas a las elecciones. "No hay opción porque, si no, qué hacemos con toda esa guita", resumió uno de los cancerberos del dinero negro electoral.
Uno de los ejemplos documentados más elocuentes de los aportes en cuotas lo ofreció Siemens en los 90.Ya en tiempos más recientes, los Cirigliano, el grupo Marsans o incluso la petrolera española Repsol aportaron a la campaña de los Kirchner, que delegaron los detalles en Ricardo Jaime, Rudy Ulloa, Claudio Uberti, Julio De Vido o Raúl Copetti, entre otros.
También se acuerda la moneda, porque muchos prefieren aportar en dólares -lo que permite manejar volúmenes más pequeños-, aunque eso conlleve otra dificultad para los equipos de campaña. "Debemos ser los únicos locos en este país que queremos pesos. No sabés los líos que nos trae cambiar tantos dólares", ironizó ante LA NACION un operador que conoce los vericuetos del sistema.
Como en tantos otros negocios de la Argentina, las cuevas encarnan hoy el atajo de los presidenciables para circular ese dinero negro. Allí cambian dólares al valor del blue. Y desde allí también salen los camiones blindados informales hacia las provincias para repartir los fondos frescos que se requieren en el terreno para pagar fiscales, punteros, periodistas -y sus "infomerciales" o "chivos"-, cartelería, los remises el día de elecciones, las viandas y mucho más. "El resto, lo que es negro cien por ciento, es lo que es imposible de facturar. La plata de la política", precisó el cancerbero. "La mayor parte va a la provincia de Buenos Aires", agregó.
A cambio, muchos aportantes confían en una retribución futura en sus áreas de interés, ya sean los negocios de seguridad, de la basura, del juego, los laboratorios, o el que fuera.
"Vino un empresario que ya tuvo problemas con la Justicia y nos dijo que iba a poner US$ 2 millones a la campaña, pero que le teníamos que garantizar que se iba a quedar con un negocio. Y que una vez que ganara la licitación, nos iba a entregar otros US$ 2 millones. Obviamente, le dijimos que no", relató orgulloso el recaudador de un presidenciable. Pero después confesó algo más. Le dijeron que no porque ese negocio ya había sido cedido a otro reconocido empresario por un favor similar.