Más de medio siglo después de que las guerrillas comenzaran a asolar el país y pasados 22 años desde que la policía abatiera sobre un tejado de Medellín al narcotraficante más famoso del mundo, Pablo Escobar; la imagen de Colombia como un país al que la violencia arrastraba al colapso se ha disipado a velocidad de vértigo. El país que nació libre como eje del proyecto de Simón Bolívar de crear la Gran Colombia, ha vuelto a creer que puede ser dueño de su destino y ser tan grande como se proponga. Los colombianosacarician ya el fin del conflicto intestino más longevo de América Latina y uno de los más sangrientos y que más desplazados contabiliza.
A la paz se suma un periodo de crecimiento económico que comenzó hace más de diez años y que, aunque ahora está tocado por el desplome de los precios de las materias primas, muestra señales de una fortaleza que le permitirá superar la crisis mejor que otros vecinos. En estos últimos años, la clase media colombiana se duplicó, pasando del y 15% a casi el 30% de la población, y la tasa de pobreza se redujo del 50% al 35%. Ello, acompañado de una inflación bajo control y un clima para los negocios que el Banco Mundial sitúa en el puesto 34 de un total de 189 países a escala mundial y el primero a nivel regional.
Pese a la acumulación de bonanza, en el último año el análisis de la economía colombiana se ha convertido en una especie de consultorio médico. Durante meses, el debate se ha centrado en matizar si sufre la llamada “enfermedad holandesa”, ese mal ocasionado por un crecimiento inesperado de divisas, en este caso, por el precio del crudo, o si, como el mantra que repite el Gobierno se trata de un “resfriado holandés”, algo pasajero. Catarros o gripes aparte, es cierto que la economía del pais sudamercano, envalentonada durante años por el auge del petróleo y las materias primas, ha visto cómo su fulgurante crecimiento se ha frenado. El pesimismo casi crónico que invade el país andino a diario no se ve reflejado, sin embargo, en las tablas estadísticas. Colombia no crecerá como solía; camina sobre un fino alambre, pero el futuro cercano más que de dudas está envuelto de esperanza. El reto de cómo va a afrontar su mayor anhelo, la paz, va de la mano de otro igual o más complejo: la reorientación de su economía.
Todo depende del espejo en el que se mire Colombia. Si es en el propio, no se verá bien. El año pasado creció a un 4,6% y este 2015 está previsto que lo haga a un 3%, quizás 3,5%. Según datos del Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE), las exportaciones colombianas cayeron un 31,2% en el primer semestre de este año. Si Colombia echa la mirada atrás o se gira a observar a sus vecinos, la percepción cambia. Venezuela, sin ir más lejos, decrecerá un 7% según los pronósticos más halagüeños. La economía colombiana se muestra como una de las más solidas de la región que, en conjunto, y según las previsiones del Fondo Monetario Internacional (FMI); crecerá un 0,5%. De entre sus socios en la Alianza del Pacífico, Chile, México y Perú, solo este último país andino es posible que crezca por encima que Colombia.
“Vivimos una incertidumbre enorme, estamos caminando por el filo de la navaja y podemos caernos para el lado bueno o el lado malo”, opina Ana María Ibáñez, decana de la Facultad de Economía de la Universidad de los Andes. “Tuvimos unos años de un crecimiento inesperado, jalonados por los buenos precios mineros y energéticos, que trajeron un incremento de divisas, de ingresos fiscales, pero no supimos aprovecharlos, creo que malgastamos esos recursos, no los usamos para ahorrar, para mejorar la productividad; no hubo inversión en infraestructura, en innovación o en educación, clave ”, opina esta economista colombiana, quien pese a todo no quiere ser alarmista: “Este es un país macroeconómicamente muy responsable. No creo que las condiciones de la economía sean graves”.
Desde que comenzaran a caer los precios del petróleo, el ministro de Hacienda, Mauricio Cárdenas, no ha escondido que los ingresos también sufrirán un fuerte golpe. En 2013 se recibieron por concepto de impuestos y dividendos de las petroleras 24 billones de pesos (unos 8.800 millones de dólares). Este año se prevé que disminuya a 3.480 millones de dólares y en los próximos años no se descarta que caiga hasta los 2.200 millones. Cada dólar que se reduce en el precio del barril le cuesta a Colombia 200 millones de dólares en ingresos al Estado. El Gobierno ha tenido enfrenta un déficit de unos 10.000 millones de dólares, lo que equivale casi al 4% del producto interno bruto (PIB), forzando recortes en gastos y el aumento de impuestos para mantener un déficit presupuestario de menos del 3% del PIB.
“El petróleo generó un sesgo que ha ido destruyendo nuestra diversidad productiva. Se había agudizado nuestra dependencia del crudo y se ha comprobado que no teníamos un sector exportador alternativo”, señala José Antonio Ocampo. “Afortunadamente”, opina este economista, profesor en la Universidad de Columbia y exministro de Hacienda del país andino, “la economía de Colombia tiene que reinventarse, su fortaleza siempre ha sido la diversidad”. La agroindustria será uno de los aspectos claves en el desarrollo del país en los próximos años. Según datos del Ministerio de Hacienda, la agricultura creció un 2,5% en el último año, ayudado por el aumento del comercio de café (16,4%).
Para los analistas, estabilizar macroeconómicamente el país será uno de los principales retos a corto plazo. “Eso conlleva unos recortes fiscales, el país tiene que asumir su realidad de siempre. Hay que hacer un ajuste fiscal, pero que no ahorque al país para no entrar en un proceso de recesión. Será difícil pero completamente viable”, opina Ana María Ibáñez, una apreciación con la que coincide Ocampo: “La situación fiscal no es desesperada, Colombia están mucho mejor que otros países que dependen del petróleo o de la minería”. “Navegar en la crisis va a ser complicado. Colombia tiene un déficit de cuenta corriente alrededor del 7% del PIB y una devaluación muy alta con un sector productivo que no es dinámico”, concluye Ibáñez.
Más allá de la coyuntura actual, hay un aspecto que ha condicionado al país, y por ende a su economía, durante las últimas cinco décadas. El conflicto armado con los grupos guerrilleros, en especial con lasFuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), que ha provocado más de 220.000 muertes y más de siete millones de víctimas, ha impedido el desarrollo pleno del país. Desde hace tres años, el Gobierno del presidente Juan Manuel Santos negocia la paz con la guerrilla en La Habana. A aunque el triunfalismo en América Latina es peligroso, esta semana se ha dado un paso crucial para la consecución de las negociaciones después de que Santos y el líder de la guerrilla, Rodrigo Londoño, alias Timochenko, llegasen a un acuerdo en el aspecto más enrevesado del proceso, el de la justicia.
“Si se firma la paz le va a dar un nuevo aire al país”, opina Ibáñez. “Mucha gente argumenta que las ganancias de la reducción de la violencia ya se han incorporado. Sin embargo, la violencia ha frenado el sector agropecuario en muchas regiones del país. El conflicto ha aumentado la pobreza”.
El Gobierno ha repetido en más de una ocasión que la consecución de la paz podría aumentar un 1% el crecimiento anual de la economía colombiana. Un estudio del economista venezolano Francisco Rodríguez de Bank of America Merrill Lynch Global Research, uno de los más serios y celebrados entre los expertos sobre el posconflicto, sitúa ese crecimiento en un 0,3%. “No creo que se vaya a aumentar un 1% porque los beneficios ya se han ido dando. Pero lo importante es que es un factor de confianza adicional”, opina José Antonio Ocampo. “El Gobierno va a tener que gastar más, todo lo que se va a hacer por la paz es pura demanda interna”, añade.
En cuanto al coste de un hipotético posconflicto, Rodríguez apunta que si se suman todos los componentes del tratado de paz y se deducen los montos ya asignados en presupuestos actuales para estos gastos (los que suman alrededor del 0,3% del PBI por año) “estimamos que un plan de proceso de paz conservador, el cual cubre desmovilización, reparaciones y gastos en reformas agrarias, costaría el 0,8% del PBI anual durante los próximos diez años, mientras que un plan ambicioso podría llegar a costar un 3,5% anualmente durante el mismo período “.
Rodríguez considera que hay que ser “prudentes” acerca de la magnitud y el impacto fiscal. “Según nuestras estimaciones en el momento de mayor intensidad (2000-2005) el conflicto le restaba 0,96 puntos porcentuales a la tasa de crecimiento de Colombia. La violencia vinculada con el conflicto ha caído estrepitosamente en la última década. De hecho, estimamos que el efecto de crecimiento a partir de la reducción de la violencia vinculada con el conflicto, que aún no tuvo lugar, podría llegar al 0,27% del PIB, del cual solo una parte se convertirá realmente en ingresos sujetos a impuestos”.
Es innegable que la gran apuesta del Gobierno de Santos es la consecución de la paz. No puede ser de otra manera en un país donde la mayoría de sus habitantes ha vivido bajo el manto sangriento de la guerra, aunque no la haya sufrido directamente. Pero supeditarlo todo a una firma conlleva muchos riesgos. La paz no desarrollará por sí sola la economía. Es ahí donde Colombia afronta otro gran reto.
Si hay un campo que Colombia ansía, y necesita, desarrollar ese es el de las infraestructuras. La consolidación de las negociaciones de paz con la guerrilla de las FARC pondrán punto y aparte a un rezago que se ha prolongado durante las cinco décadas de conflicto armado. En materia de infraestructuras, se podría decir que Colombia está por hacer, o cuando menos, una gran parte del país.
Las regiones más aisladas por el conflicto son las que se han visto más perjudicadas, lo que ha reducido la productividad y la competitividad. Lograr incorporar asas regiones al sistema productivo del país es uno de los retos para los próximos años. “Para eso se necesita inversión y, sobre todo, seguridad. Un posconflicto va a requerir muchos recursos”, advierte Ana María Ibañez, decana de la Facultad de Economía de la Universidad de los Andes. “Además de mejorar la competitividad y la productividad se estarían haciendo políticas expansivas en un punto donde la economía se está contrayendo”, añade.
Con una superficie superior al millón de kilómetros cuadrados, una de las grandes apuestas del Gobierno colombiano para el desarrollo del país es la Cuarta Generación de Concesiones Viales (conocida como 4G), cuya primera tanda ya fue adjudicada y en donde varias empresas españolas salieron beneficiadas. El plan prevé la construcción de 8.000 kilómetros de carreteras con una inversión que supere los 18.000 millones de dólares. Las firmas españolas tendrán un papel primordial en la ejecución de estas obras, como se deslizó de un reciente encuentro entre empresarios con el presidente colombiano, Juan Manuel Santos, en Cartagena de Indias. El mandatario hizo especial énfasis en la tradición en infraestructuras con la que cuenta España: “España es uno de los países del mundo que tiene más experiencia en construir buena infraestructura; la presencia de las empresas que hicieron ese milagro en España es una garantía para nosotros”, aseguró Santos, que anunció que Ferrovial y Acopasa participarán en algunos de los proyectos. Mientras, Sacyr aseguró que invertirá 2.000 millones de dólares en infraestructuras en el país andino.
El Ministerio de Hacienda de Colombia estima que el efecto sobre el PIB de los proyectos 4G durante su construcción será del 1,5% a partir de este año. Además, calcula que las obras generarán entre 180.000 y 450.000 puestos de trabajo. El Gobierno confía en que a través de la infraestructura se palie la caída de la economía. Para ello, será necesario la firma de un contrato impagable: la paz.