Por Mathew Lynn, Director ejecutivo de Strategy Economics
El euro se desintegra. La bolsa china se hunde y arrastra a la economía con ella. Los mercados emergentes desaparecen por el desagüe con la bajada de los precios de las materias primas. ¿Y qué hace el oro? El refugio por antonomasia, ese activo que debería ofrecer un refugio hasta en la peor de las tempestades, se interna en un mercado bajista también.
Y por eso mucha gente ha llegado a la conclusión de que el metal precioso está en las últimas. Hagan joyas bonitas pero no esperen que tenga lugar en una cartera bien gestionada. Si no da muchas muestras de vida durante una crisis así, más vale olvidarse de él.
Pero en esa postura hay un fallo. Y es que históricamente no ha habido crisis ninguna. En realidad, los mercados atraviesan un periodo de tranquilidad notable, tal vez anormal. Quizá sea verdad que el oro ya no es un almacén de valor fiable. Será que la bitcoin, la tierra o incluso el efectivo han asumido el papel de refugio natural en tiempos de turbulencia. Pero todavía es demasiado pronto para saberlo. Hay que esperar a que pase algo realmente malo.
Estos últimos años han sido sin duda funestos para los inversores del oro. Después de alcanzar récords históricos de casi 2,000 dólares por onza en lo más álgido de la crisis financiera, el metal lleva cayendo en picado desde hace cuatro años. En este último mes, el precio se ha hundido por debajo de los 1,100 dólares y continúa bajando. Las mineras de oro están aun peor y muchas operaciones dejan de ser rentables con este nivel de precios.
En sí no tiene por qué ser tan malo. Todo mercado de activos sube y baja, y no hay motivos para esperar que el oro vaya a ser distinto. El problema es que el oro debería subir (no bajar) si cunde el pánico en los mercados. Si sucede lo contrario, se pone en duda su condición de refugio seguro, y si deja de serlo ya no tiene mucho sentido.
Pongamos a Grecia. El mes pasado, tambaleándose al borde de una salida dramática de la eurozona, una nueva crisis financiera se adivinaba inminente. Nadie sabe exactamente qué ocurre cuando un país abandona la moneda única ni qué clase de pérdidas podrían provocarse por todo el sistema financiero si un país deja de pagar sus deudas. Aun así, durante toda la saga el precio del oro ha estado tan animado como una tarde de martes en un hogar de ancianos.
O hablemos de China. El mercado bursátil de la que pronto será la mayor economía del mundo sube como la espuma en un delirio de compras especulativas, para luego sumirse en un mercado bajista igualmente dramático y perder un tercio de su valor en cuestión de semanas. ¿Qué le ocurriría a la economía global si a China la engullera su propia versión de la crisis de los créditos? Nadie lo sabe seguro pero no tiene buena pinta. ¿Y el oro? Hay más vida en un cementerio.
La cosa empeora. Siria se hunde en una guerra civil. Rusia ha invadido en efecto Ucrania. El Estado Islámico se ha hecho con partes de Irak. Ninguno de esos sucesos ha ayudado al precio del oro. Es fácil ver por qué algunos analistas empiezan a sostener que ya no es el refugio seguro que era.
Pero espere un momento: quizá haya algo de cierto y, por supuesto, no hay que descartarlo, pero también es posible que el mercado del oro esté tranquilo porque es como está el mundo.
¿Grecia? Resulta que no iba a salir dando tumbos de la eurozona. El ministerio de Economía ha armado un plan B con la misma coherencia de un discurso político de Donald Trump, y mientras no hubiera ninguna preparación seria para una vuelta del dracma, el país acabaría postrado ante cualquier medida nueva de austeridad al que le sometieran sus socios de la Unión Europea. La crisis no se ha propagado a Portugal, a Italia, ni a ningún país. En términos financieros, fue un hecho intranscendente.
¿Y qué hay de China? En efecto, el mercado ha bajado mucho y algunos pequeños inversores de Shanghái van a sufrir grandes pérdidas. El índice de Shanghái ha pasado de casi 5,000 a 3,700. Aunque hace un año estaba en 2,000. Cualquiera cuyo horizonte operativo se extienda más allá de un par de meses seguirá sentado sobre una montaña nutrida de beneficios. La volatilidad en lo que efectivamente es un mercado emergente no es demasiado inusual. Si el índice se hundiera a 1.000 y siguiese así, podría ser un problema. Hasta entonces, prácticamente no ha ocurrido nada.
Lo mismo pasa con los otros sucesos que han dominado las noticias. Siria será una tragedia y el Estado Islámico una amenaza, pero económicamente no cuentan mucho. Ni tampoco Ucrania, e incluso las sanciones a Rusia no importan mucho a casi nadie aparte de los agricultores polacos y los fabricantes alemanes de coches.
En términos históricos, el mundo y los mercados están tranquilos. Un par de guerras localizadas interrumpen la paz y todas las grandes bolsas operan con un estrecho margen. Los bancos centrales mantienen los tipos a casi cero, y sólo hay previstas subidas microscópicas. La inflación se ha desvanecido pero la deflación tampoco se impone. El crecimiento regresa, aunque apenas modesto. Cuesta imaginarse un panorama más plácido. ¿Qué espera que haga el oro en esas circunstancias? Ir a la deriva y perder parte de su valor. Exactamente lo que ha hecho.
Tarde o temprano, habrá una crisis auténtica. Una revolución derrocará el régimen saudí. Japón no pagará sus inmensas deudas. La clase media china exigirá democracia. Francia abandonará el euro. Cualquiera de esos sucesos sería importante. Si el precio del oro no subiera en cualquiera de esos casos, podríamos concluir que ya no es un refugio seguro. Mientras tanto, es muy pronto para saberlo.