ADRIANA GIULIANI (*) Y RAMÓN MARTÍNES GUARINO (**)
Por su magnitud, el impacto del denominado "tsunami Vaca Muerta" obliga a reflexionar, a pensar diferente. Lo primero y obvio es comprender que el fenómeno no se reduce a Añelo ni a la provincia de Neuquén; aquí está en juego la Norpatagonia argentina, conformada por Neuquén y Río Negro, que está extendiendo su "pisada petrolera".
Es un territorio de 300.000 kilómetros cuadrados con aproximadamente 1,2 millones de habitantes que podrían duplicarse para el 2050. Los actuales límites político-administrativos no debieran fragmentar o restringir la potencialidad de un territorio con enormes recursos hídricos (segunda cuenca del país) y energéticos (de relevancia mundial).
Las oportunidades que se presentan son enormes, pero pensar diferente implica también tener en cuenta que en procesos de este tipo se generan daños sociales tan o más significativos que los daños ambientales. Las rupturas del tejido social, las fracturas culturales, las demandas habitacionales y de servicios, entre otros inconvenientes que suelen ocasionar los procesos de crecimiento demográfico avasallantes, si no son considerados debidamente, generan consecuencias irreversibles. Y en ese caso, los costos pueden superar a los beneficios.
De allí la importancia de interrogarse sobre qué podría pasar en el futuro, por ejemplo en el 2050, en un horizonte de 35 años como los contratos que negocian las petroleras. Es un ejercicio que lleva a soltar amarras con el presente para divisar el escenario deseado. Y desde allí regresar en una ida y vuelta, contemplando el corto y el mediano plazo, para profundizar ya no sobre el qué se quiere sino sobre el cómo se logra. De esa manera, el futuro se convierte en una poderosa palanca para tomar decisiones en el presente.
En otras palabras, se trata de planificar el escenario que deseamos construir. ¿Cuáles serían algunos de los beneficios?
• Evitar improvisaciones, marchas y contramarchas propias de cuando se corre detrás de
los problemas.
• Encender las alertas sobre las amenazas sobre el daño ambiental y, en especial, sobre el daño social.
• Identificar mejor los proyectos y las acciones inmediatas que permitan redistribuir los frutos del crecimiento.
• Trabajar para construir la "licencia social", capaz de armonizar –o al menos amortiguar– los conflictos derivados de la diversidad de intereses existentes, que se potencian en circunstancias como la actual.
• Construir nuevos paradigmas, entre los cuales podría incluirse un acuerdo estratégico biprovincial, con la finalidad de afianzar la escala competitiva de la Norpatagonia argentina como unidad geográfica, histórica, económica y cultural, de gran potencial para un mundo que en el año 2050 tendrá que alimentar a más de 8.500 millones de personas. Los caudales hídricos, el manto geológico de Vaca Muerta, no paran ni se interrumpen en los límites provinciales, al igual que las empresas o los vecinos que viven de un lado y otro.
El actual puede ser el momento de pensar en conjunto estrategias de desarrollo sustentable que incluyan lo hídrico, lo energético, el próximo impacto de Chihuido, la salida al Pacífico, como así también el colapso urbano de la Confluencia o la crisis crónica de la fruticultura, en torno a un horizonte en el 2050. ¿Cuáles serían las razones para no hacerlo?
Sería interesante promover un gran diálogo para saber qué piensa el sistema político, los gobiernos provinciales y municipales, nuestras universidades, las organizaciones sociales y profesionales, los empresarios, las organizaciones sindicales, las iglesias y también la gente común.
(*) Economista de la UNC
(**) Arquitecto, planificador