La central energética de Drax, ubicada en el Noreste de Inglaterra y que quema carbón y biomasa, produce ella sola el 10% de la energía que se consume en el Reino Unido. Pero ese alarde tiene un precio: es una máquina de contaminar, una de las plantas más sucias de Europa. Ahora aspira a pasar de negra a verde y convertirse en el mayor proyecto mundial de captura y almacenamiento de dióxido de carbono (CO2), el gas causante del llamado «efecto invernadero». En 2020, la central quiere ser capaz de absorber dos millones de toneladas de carbono de las 23 millones que genera cada año y almacenarlas en un depósito submarino en el Mar del Norte. Como siempre, el proyecto suscita aplausos y algunas reticencias ecologistas.
La central eléctrica de carbón de Drax se abrió en 1974, para aprovechar la cercana mina de Selby y otras reservas de Yorkshire. Agotado el carbón inglés, ahora quema combustible importado y además ha iniciado una revolución verde, basada en dos pilares: sustituir el carbón por biomasa (los llamados «pellets» de madera) y convertirse en una planta capaz de absorber el CO2 que genera y de almacenarlo lejos de la atmósfera. Ambos proyectos cuentan con financiación generosa de la Unión Europea.
Drax, el mayor emisor de carbono del Reino Unido, cuenta con doce torres y seis generadores. Ahora mismo la mitad se alimentan ya con biomasa y el año próximo se añadirá uno más, con lo que solo quedarán dos generadores sostenidos por el carbón. El propietario, la compañía británica Drax Group, defiende que el haber pasado del carbón a los «pellets» (pequeñas balas de madera) supone un gran avance verde que ayuda a combatir las emisiones. Aunque su argumento es un poco rebuscado: explican que la combustión de la madera tan solo libera el CO2 que el árbol ha retirado de la atmósfera durante su crecimiento (las plantas, como es bien sabido, toman carbono para construir sus estructuras y luego liberan oxígeno).
Drax importa sus «pellets» de bosques de cultivo intensivo del Sur de Estados Unidos, en Georgia y Lousiana. Según sus técnicos, los bosques talados por rotación son más productivos y absorben más carbono que los que no se cortan, porque los árboles más jóvenes retiran más CO2 que los viejos. Con la tradicional quema de carbón no había ninguna contrapartida ecológica positiva, todo era emisión. En cambio si se quema madera y se sigue replantando se crea un círculo virtuoso, que va compensando el carbono emitido. Drax Group asegura que esta revolución resulta ecológicamente rentable incluso añadiendo al cálculo la contaminación que genera la transformación de la madera en bruto en «pellets» y el transporte de los mismos en barco y luego en tren desde Estados Unidos al Noreste de Inglaterra, a North Yorkshire.
Los ecologistas replican que eso son las cuentas de la lechera. Recuerdan que un árbol tarda décadas en crecer, por lo que se produce un lapsus temporal en lo que lo único que en realidad se hace es seguir manchando, con la coartada de que el árbol ya talado y el que se siembra retiran tanto CO2 como el que se crea quemando los «pellets».
La segunda parte del proyecto es más futurista y sorprendente: el sueño de que una planta energética altamente contaminante sea capaz de absorber el CO2 que genera. En Drax quieren comenzar a intentarlo en 2020, con la captura de dos millones de toneladas de carbono de los 23 millones que emiten cada año. Será posible gracias al descubrimiento de la llamada «resina sintética», desarrollada en la Universidad de Arizona. Según sus exegetas, el nuevo material es «miles de veces más eficaz capturando dióxido de carbono que los árboles».
Retenido el carbono, el siguiente reto es almacenarlo y ya se ha habilitado una solución. El CO2 recogido en la planta White Rose de Drax viajará a través de un gaseoducto de 165 kilómetros, que llegará hasta el Mar del Norte. El carbono será almacenado inyectándolo en un depósito natural bajo el lecho marino. El CO2 no alcanzará la atmósfera, todo un vuelco en la producción energética. A pesar de su apariencia inquietante para el profano, los científicos aseguran que en teoría el almacén es plenamente seguro «durante millones de años».
El sueño de convertir a Drax, el agujero negro de la polución, en una central «cero carbono» también tiene sus detractores por motivos económicos. Diarios sensacionalistas conservadores, como «Daily Mail» sostienen que la biomasa es 2,5 veces más cara que el carbón y que la experiencia verde acaba pagándola el contribuyente británico en su recibo de la luz.