Siguiendo una visión estrecha, la minería chilena hizo una opción en los años 90: cambiar la producción de cobre fino por concentrado. La lógica era implacable: mientras más cerca de la mina mayor sería la utilidad. Cuando la libra de cobre superó los 4 dólares, esta opción pareció un acierto sin precedentes. ¿Para qué invertir en fundiciones y refinerías si el concentrado se vendía sólo? En este contexto y por volumen exportado, rescatar esos 14 o 15 subproductos asociados al cobre era una insignificancia. Pero pasó el ciclo virtuoso y ahora advertimos las consecuencias de esas decisiones.
Con el cobre a 2,6 dólares la libra y unos pocos países monopolizando el mercado de las fundiciones comenzamos a darnos cuenta de lo mucho que hemos arriesgado.
Desde luego, hemos perdido la capacidad de fijar el precio a nuestro cobre. Con los cátodos nos buscaban en todos los mercados. Nuestros concentrados, en cambio, van al mercado común del concentrado. Nuestro cobre pasó a ser un comodities. De paso, estamos entregando otros minerales que van en los concentrados y que hoy tienen precios significativos. Chuqui, como sabemos, ha hecho grandes negocios con el molibdeno. La Mina Hales tiene altos contenidos de plata.
Eso sólo como ejemplos. Pero otros países están haciendo esos negocios que nosotros despreciamos. Ni hablar del aprovechamiento de las escorias hoy despreciadas por nuestra industria, pero altamente apetecidas por los mercados externos. Las fundiciones chinas, por ejemplo, rescatan no menos de 15 minerales altamente cotizados. Hoy ya no podemos competir. Lo que queda de nuestra otrora orgullosa industria de fundiciones no pasa de un nivel de cuarta clase a nivel mundial.
Es síntesis, están obsoletas y sin recuperación posible. Son tecnológicamente arcaicas. Y lo peor, nuestros clientes están asumiendo condiciones ventajosas en el mercado de los concentrados como para imponernos a su propia industria de proveedores de la minería, descolocando al sector industrial y de servicios chileno.
Vivimos un ciclo de crisis. La historia comparada nos muestra múltiples ejemplos de países que en estos ciclos han hecho su mejor esfuerzo de reconversión de su industria. Asumieron sus crisis con una mirada estratégica, con prospectiva de largo plazo según sus características y potencialidades. Nuestra tragedia es que, como país, hemos perdido esa capacidad. Este déficit crónico parece acentuarse y nos estamos acostumbrados a despreciar toda reflexión sobre el futuro, sin apreciar las tendencias, las oportunidades e impactos, y cómo deberíamos estar actuando desde nuestras políticas públicas.
El punto es que las premisas y énfasis de la globalización que Chile asumió con entusiasmo en los años 80 y 90, se han ido modificando desde mediados del 2000, pero hemos seguido haciendo más de lo mismo. Hoy la globalización responde a otro paradigma y nosotros no hemos podido dar aún con el tono. Nuestro patrón de desarrollo sigue marcado por la exportación de recursos naturales. El peso de una economía que sólo asigna sus recursos a partir del mercado impide generar una política industrial que esté acorde con las tendencias mundiales y las políticas de desarrollo vigentes.
Los estudios de prospectivas nos indican que el futuro se va a jugar en China, el Asia Pacifico, en el mundo de las redes, en el cambio tecnológico, en valor de los servicios, las inversiones, las investigaciones que adquieren valor a través de las patentes, las cadenas de valor, las industrias continentales, los mega acuerdos comerciales, la generación de valor a partir de los recursos naturales con políticas de fomento industrial y resolviendo de manera competitiva bienes cada vez más escasos como el agua y la energía.
Cuando en 2013 Chile vivió la confrontación presidencial, la candidata ganadora Michele Bachelet nos convocó a inaugurar un nuevo ciclo político, social, cultural y económico. No sólo debíamos entender este llamado a la luz de las desigualdades sociales y territoriales imperantes en el país, sino que también era y es un debate que se funda en la necesidad de hacer una correcta lectura de cómo enfrentar de mejor manera los procesos de inversión en capital humano (reforma educacional) mejorar el tipo de emprendimientos (reforma laboral), incrementar la participación (cambio sistema binominal), por nombrar alguna de las reformas estructurales que ha promovido el gobierno actual.
Sin embargo, pareciera que se nos está desdibujando la agenda de reformas bajo la oposición de grupos de interés aferrados al statu-quo, viejas y desgastadas formas de hacer política y prácticas cotidianas carentes de toda ética. Con ello el debate del largo plazo se extravía y se debilita la voluntad de potenciar las mejores opciones para que Chile enfrente las grandes tendencias por las que va a transitar el mundo en las próximas décadas.
En la Comisión de Minería y Energía del Senado estamos debatiendo sobre el futuro del cobre y creo que estamos construyendo un amplio consenso. Coincidimos en que los recursos minerales, el cobre en primer lugar, potencialmente el Litio, y todos aquellos subproductos minerales que hoy no aprovechamos por estar incluidos en la exportación de concentrado que hoy hacemos al mundo (principalmente China), deberían ser la base de un proceso de reindustrialización de nuestro país, incorporando valor agregado, cadenas de valor (cluster), investigación, ciencia y tecnología avanzada, modelos alternativos de energía (Solar principalmente), desalinización, de modo de seguir siendo un jugador global en la minería mundial.
Nuestra meta país debe ser el recuperar nuestro sello de primer productor de cobre refinado del mundo. Con ello daríamos un salto hasta ahora insospechado en la industria manufacturera nacional: desarrollar un potente cluster minero.
Hemos dado algunos pasos significativos. El Plan de Inversión de Codelco por 25.000 millones de dólares al 2019, salvó a esta empresa del Estado de la difícil situación en la que se encontraba, posibilitando nuevos proyectos como Chuquicamata subterráneo, El Teniente y otros. Pero si bien es fundamental hacer las inversiones que permitan revertir el agotamiento de las reservas, la reducción de las leyes y el incremento en los costos de operación, que se han incrementado de uno a dos dólares entre el 2005 y el 2015 este esfuerzo no es suficiente.
Nuestro objetivo en el mediano plazo debe ser una fuerte inversión en Fundiciones y Refinerías que nos permita revertir la actual producción de concentrados (alrededor de 4 millones TMA), incrementando los 1,5 millones de Cobre Fino (cátodos) que hoy exportamos. El Estado de Chile debe dar una señal potente a la industria extractiva instalada en nuestro país respecto de esta decisión estratégica. Podemos colocar incentivos en favor del cobre refinado y costos adicionales (royalty y/o impuestos específicos) a quienes opten por seguir exportando concentrados.
Debemos invertir o promover emprendimientos en Fundiciones que estén en los estándares y requerimientos que se exigirán para la industria el 2018 (Decreto 28 de 2013 del Ministerio de Medio Ambiente) sobre la captura de las emisiones. De las siete que hoy operan en Chile (cuatro de Codelco, una de Enami y dos privadas), sólo dos de ellas, de diferentes escalas, cumplen con la norma mínima. Por ello que estos son desafíos debemos asumir a tiempo.
En un momento en que estamos discutiendo las estrecheces que tienen nuestra economía, son estas las decisiones a tomar, de modo de hacer de nuestras restricciones oportunidades para las generaciones futuras. Tenemos los profesionales y los trabajadores para iniciar con seguridad y responsabilidad este proceso.
Debemos invertir en centros de Fundición y Refinerías con la más avanzada tecnología, con alta productividad y que nos asegure las mejores capturas de anhídrido sulfuroso y arsénico, de modo de poder estar a la altura de las exigencias mundiales que hoy posee la industria minera en todo el mundo. Este ciclo negativo ofrece, paradójicamente, oportunidades. Por ejemplo, es el momento para adquirir a menores precios, fundiciones de última generación.
Este es el gran punto a tener presente: cómo Chile ajusta su desarrollo y hace las reformas que puedan volver a generar sintonía y oportunidades en el escenario internacional que se viene prefigurando con la mirada puesta en el largo plazo.
Hace unos días, los líderes de la alianza oficialista de Michelle Bachelet advirtieron a los chilenos que el mal momento de la economía podía afectar algunas promesas electorales de la presidenta.
Pocas horas después, la mandataria confirmaba lo que muchos habían intuido con ese curioso mensaje: Chile no tiene recursos para financiar todas las reformas. Bachelet fue incluso más allá y encargó a su ministro de Hacienda, Rodrigo Valdés, que aplicara medidas de austeridad.
Unos días después, Valdés tuvo que sincerarse: la realidad es bastante más dura de lo que el gobierno esperaba y los "brotes verdes" del primer trimestre ya están marchitos. El déficit fiscal subió a 3%, un número muy diferente del 1,9% que esperaba La Moneda. El precio del cobre, combustible de un avance económico envidiado por otros países, se desploma. Y la tasa de crecimiento estará lejos de la prevista para este año.
Es difícil encontrar un optimista en estos días en chile.
La inédita salida de un jefe de Hacienda en la mitad de su período y el traslado del economista Nicolás Eyzaguirre desde el ministerio de Educación al gabinete chico de Bachelet fueron señales de que, inquieta, La Moneda se estaba reordenando con el foco puesto en la desaceleración.
Luego, la mandataria encabezó una reunión con 19 grandes empresarios chilenos durante una gira a Perú, para recomponer confianzas y puentes obstruidos.
Aunque la estrategia del gobierno de dar señales dio resultados, hay elementos que preocupan al sector productivo y se concentran en las cifras.
La última se conoció el miércoles pasado: el prestigioso Pew Research Center ubicó a Chile como el segundo entre los países donde más creció la visión negativa de su economía, después de Malasia.
Del 30% de visión negativa que tenía en 2014 subió a 55%, mientras que la Argentina, por ejemplo, es la segunda nación en la que más descendió (de 72 a 60%).
A eso se suma que, en el primer trimestre de 2015, ante la caída del crecimiento, los chilenos reforzaron su ahorro en 0,8%, lo que se tradujo en menos consumo y afectó directamente al comercio. En Santiago, por ejemplo, las ventas cerraron su peor desempeño en seis años: crecieron sólo 1% en el primer semestre.
Rodrigo Cerda, economista del Centro Latinoamericano de Políticas Económicas y Sociales, advierte: "Hace poco supimos de un reporte del ministro de Hacienda que subió a 3% del PBI el déficit fiscal. Ésta es la segunda cifra más grande que hemos tenido después de la crisis de 2009, que fue de 4,4% [déficit efectivo]. El gobierno estaba esperando una cifra negativa de 1,9%, no de 3%. Eso te da una señal de que tenés que empezar a priorizar los gastos".
¿Cómo llega la economía chilena a resentirse así? Cerda lo atribuye a la expansión demasiado rápida del gasto público.
"Se buscaba una cifra de dos dígitos, que está cercana a 9%, y también cayeron los ingresos fiscales. Por un lado, nos está pegando fuerte la caída del precio del cobre [ayer se desplomó a su peor nivel desde 2009, a 2,36 dólares por libra]. Los ingresos por minería del fisco están cayendo 50% este año. La segunda razón es que el crecimiento económico que se esperaba que estuviera cerca del 3,6% para este año está en realidad más cercano al 2,5%. Eso tiene que ver con la incertidumbre y con las reformas", dice.
Se creía también que la reforma tributaria iba a causar ruido, pero en un país monodependiente del cobre, con el metal por el suelo y ocho trimestres de caída consecutiva en la inversión, comenzó a afectar a la economía.
Por su parte, la producción industrial cayó en mayo 4,3%, comparada con el mismo mes de 2014. Es la mayor reducción desde el devastador terremoto de febrero de 2010.
Las medidas para revertir la incertidumbre no han sido suficientes. Esta semana, se divulgó otra circular que explica cómo coexistirán dos sistemas tributarios (renta atribuida y sistema semiintegrado), pero prevalece la confusión.
"La reforma tiene dificultades en su aplicación y genera dudas", advierte el presidente de la Confederación de la Producción y del Comercio (CPC), Alberto Salas.
Cerda coincide con la complejidad en la aplicación y dice que la incertidumbre en las tasas inquieta a los empresarios más pequeños. Por lo mismo, el ministro Valdés anunció que analizará con los gremios "mejoras" a la reforma.
Debe despejar desconfianzas y detener la caída en el crecimiento, para no afectar el empleo, otro temor de las autoridades.
Si bien ayer se conoció que en el Gran Santiago la cifra de desempleo se redujo a 6,5% y el jefe de Hacienda habló de una economía sana, Rodrigo Cerda advierte: "Es muy factible que empecemos a ver tasas de desempleo más altas".
"Hubo mucha creación de empleo en el sector público, que ahora está más apretado", dice.
Aunque el economista de la Universidad de Santiago, Víctor Salas, cree que aún no hay efectos claros de la desaceleración en la vida cotidiana de las personas, sí puede observarse que sube el costo de vida, a pesar de que la inflación está bajo control y que los malos resultados de 2014 hicieron que los chilenos tomaran resguardos.
Por eso mismo consumen menos; el comercio, por ejemplo, ni siquiera levantó durante la Copa América.
En otro sector donde también se siente el frenazo es en el aparato estatal, especialmente con los recortes de gastos en reparticiones y ministerios, donde hay instrucciones de ahorro hasta en viáticos. Sin embargo, aún no se han visto despidos masivos a ningún nivel.
Nicole Fariña, abogada y especialista en temas inmobiliarios, también nota en su rubro el efecto del frenazo. "La tasa de desocupación de departamentos subió considerablemente. Eso quiere decir que los departamentos adquiridos principalmente por inversionistas se encuentran disponibles más tiempo en el mercado. La gente no está arrendando, están temerosos. Por ejemplo, los profesionales jóvenes que recién están entrando al mercado laboral no se arriesgan a independizarse porque no tienen seguridad de si van a mantener su empleo", explica.
Aunque está atascada, la economía chilena resiste gracias a su solidez fiscal, a la inflación controlada y a medidas como haber creado una Comisión Asesora Presidencial de Productividad, pero sin inversión y consumo seguirá en zona de riesgo.
Desde que asumió en marzo de 2014, la presidenta chilena tuvo que enfrentar, además de las catástrofes naturales, otros desafíos
El caso del "nueragate" dañó la imagen de Bachelet. El hijo de la presidenta, Sebastián Dávalos, y su nuera, Natalia Compagnon, quedaron en el ojo del huracán por una operación de compraventa de terrenos que incluyó un préstamo de 10 millones de dólares que ayudó a gestionar Dávalos en 2013, cuando aún no tenía un cargo en el gobierno
Pese a las reformas educativas que propuso Bachelet, los estudiantes chilenos realizaron varias manifestaciones para reclamar soluciones a la crisis de confianza y credibilidad del sistema político que afecta al país, luego de varios escándalos de corrupción. Además, los mineros del norte de Chile protestan por el bajo precio del cobre
La primera mitad del año estuvo marcada por la baja inversión, la caída en la producción, un histórico cambio de ministro de Hacienda y recortes en las expectativas de crecimiento. Además, a pesar de la solidez fiscal, la expectativa a futuro es negativa; sobre todo preocupan el desempleo y la pérdida de confianza