A la presión ejercida por la fortaleza del dólar se suma la producción global y el hecho de que Irán podría ampliar su actual cuota de bombeo de petróleo.
Dicha cuota asciende a 2.8 millones de barriles diarios, según cifras divulgadas por Bloomberg, antes de las sanciones totalizaba 3.6 millones y su capacidad está por arriba de los 4 millones.
Para el crudo de Pemex todo lo anterior no son buenas noticias, debido a un doble impacto.
Por un lado la caída de los precios básicamente a la mitad de hace 12 meses, y por otra parte el hecho de que Irán regresaría a la Unión europea como proveedor, lo que daría la posibilidad de una reducción de las exportaciones mexicanas e inevitablemente impactaría las finanzas nacionales.
Según cifras de Pemex, los envíos a Europa han aumentado, durante 2011 –previo a las sanciones económicas que redujeron las exportaciones iranies- México colocaba 131 mil barriles diarios; para 2012 cuando se establecieron las penalizaciones al país asiático, el volumen mexicano ascendió a 176 mil barriles diarios, el año inmediato fue del orden de 179 mil barriles, para 2014 se llegó a 215 mil, y este año el promedio es de 309 mil barriles diarios.
Es decir, el incremento de 2011 a 2015 fue de 136 por ciento para las exportaciones mexicanas hacia Europa; es obvio que en el último año fue de mucha ayuda la caída de los precios, lo que aumentó el volumen considerablemente.
La entrada de un mejor petróleo al mercado, y que cuesta menos obtenerlo, como es el crudo iraní, podría causar estragos en las cotizaciones ya castigadas para los productores, y le restaría presencia al crudo mexicano en el viejo continente.
En contraste, las exportaciones a Estados Unidos van en declive durante el mismo lapso.
Cierto, Estados Unidos es el mayor consumidor de petróleo mexicano con volúmenes que superan el doble de lo que se exporta a Europa actualmente, pero en el lapso de 2011 a 2015, los envíos a Estados Unidos han caído 31.95 por ciento, Europa compensa esa baja.
Jorge Castro
El acuerdo nuclear entre Irán y la comunidad internacional (miembros permanentes del Consejo de Seguridad + Alemania) es un acontecimiento histórico de una envergadura similar a la entrevista Nixon/Mao en 1972 o a la finalización de la Guerra Fría/caída de la Unión Soviética en 1991.
Lo más importante a partir de ahora no es el acuerdo nuclear, sino la plena reincorporación de Irán al sistema internacional, ante todo en el plano del comercio y de las inversiones.
Las reservas combinadas de petróleo y gas iraníes son las mayores del mundo, por encima de las sauditas; y sus costos de producción ascienden a US$10/US$15 por barril, los menores después de Arabia Saudita. El gobierno de Teherán tiene virtualmente preacordados más de US$100.000 millones en nuevas inversiones petroleras, con una cláusula que admite la incorporación de las reservas como activos de las empresas contratantes.
Irán podría elevar en los próximos 6 meses las exportaciones petroleras en 500.000 barriles por día (b/d), y las llevaría a 5 millones b/d en 2018 (frente a 3,6 millones en 2011). El Departamento de Energía de EE.UU. estima que el sector petrolero iraní necesita US$ 200.000 millones de nuevas inversiones en los próximos 10 años.
Las diez empresas de aeronavegación iraní disponen de un parque de aeronaves con una antigüedad promedio de 17 años, que las obligaría a importar 400 unidades en los próximos 10 años, con una inversión prevista de US$20.000 millones anuales.
La República Islámica posee la mayor industria automotriz de Medio Oriente y produjo 1,45 millones de unidades en 2013, que podrían llegar a 4 millones en 2020. El año pasado, se incorporaron al sistema productivo iraní las automotrices chinas Chery Auto, Lifan y Jianghuai, a las que se sumaría Geely en 2015. China exportó a Irán 114.000 automotores en 2014.
El mercado bursátil de Teherán (TSE) tiene una capitalización de US$144.000 millones, con US$130 millones de transacciones diarias; y sólo 1% del stock accionario está en manos de empresas extranjeras (la proporción en Arabia Saudita es 50%).
La principal fortaleza de Irán no es la diversificación de su estructura económica, sino la alta calificación de la fuerza de trabajo, con 4,2 millones de estudiantes universitarios (60% mujeres), sustentada en la desaparición del analfabetismo y en el porcentaje de su población digitalizada, el más elevado de la región, sólo por detrás del israelí.
Estos rasgos de modernidad social y cultural son efecto directo de la Revolución Islámica (1979), surgida de la coalición entre el clero chiíta –liderado por el Ayatollah Ruhollah Khomeini– y los hijos de la elite del régimen del Shah Reza Pahlavi, enviados a formarse en Europa y EE.UU. (eran 2,6 millones al comenzar la revolución).
La falta de inversiones es la cuestión principal de la economía iraní; y esta carencia es el resultado directo del aislamiento internacional. Esa restricción fundamental es la que se ha revertido ahora.
El acuerdo nuclear tiene un corolario inmediato estratégico-militar. Es la acción conjunta de EE.UU. e Irán contra el común enemigo, ISIS, expresión contemporánea del islamismo revolucionario que se ha apoderado de la iniciativa en la región más estratégica del planeta, en la que se han desintegrado las estructuras territoriales y estatales de Siria e Irak, creadas por el acuerdo entre británicos y franceses en la Primera Guerra Mundial.
El acuerdo confirma que la tendencia central de la época es hacia la cooperación e integración, no a la acentuación de los antagonismos. Todo indica que su reaparición en la economía mundial está acompañada por un protagonismo decisivo en la política internacional