Fue casi imperceptible, pero, por un instante, al ingeniero químico se le cortó la voz. Ocurrió cuando Juan José Aranguren, presidente de Shell, que daba su último discurso y se disponía a presentar a su sucesor, Teófilo Lacroze, agradeció los 37 años al frente de la empresa que lo recibió como pasante. Fue breve porque, de inmediato, volvió a un discurso que parece recitar de memoria: lo importante es hacer siempre lo correcto, independientemente de las conveniencias, moverse según valores y, concepto explosivo aquí, defender los intereses de los accionistas. "Qué mal debemos estar si festejamos lo que es nuestra obligación", volvió a decir. Ocupará el cargo hasta el martes y luego se incorporará a los equipos técnicos de Mauricio Macri.
"Se va el primer dirigente que, con la Mesa de Enlace, se enfrentó a las arbitrariedades del Gobierno", resumió Luis Etchevehere, líder de la Rural. Lo aplaudía un público mayoritariamente afín, el petrolero, aunque no necesariamente benévolo para con él. Internas sectoriales: aunque sus pares han celebrado siempre su firmeza en los conflictos que tuvo con el Gobierno -acumuló casi 60 causas penales en su contra, un boicot y bloqueos piqueteros a 33 estaciones de la marca-, esa virtud dejó más de una vez en evidencia la vulnerabilidad de la industria. "Lo que pasa es que a veces es reservado, parco, y algunos colegas atribuyen eso a soberbia", lo defendió un competidor. Alejandro Bulgheroni (Pan American Energy), Gastón Remy (Dow), Carlos Grimaldi (Medanito), Tomás Hess (Exxon), Carlos Alfonsi (YPF), Carlos Ormaechea (Tecpetrol), por el lado empresarial, e incluso quienes fueron funcionarios durante el boicot, como Cristian Folgar, se acercaron al festejo. Miguel Galuccio, líder de YPF, uno de los competidores con quien más discutió, lo invitó a almorzar esta semana, le regaló un obsequio de la compañía y lo llamó por teléfono para explicarle que no podría estar.
La conducción de Aranguren coincide casi exactamente con la duración del kirchnerismo, el lapso más turbulento de relación del establishment con el poder político en demoracia: asumió a principios de 2003 y se va ahora. "Juanjo es un tipo de principios -lo definió Grimaldi-. En su lugar, cualquier argentino se habría excusado ante la casa matriz y habría cedido, pero él no es pragmático: es un principista". Ese permanente contrapunto con sus patrones pasó acaso inadvertido por sus críticos: allá por 2005, cuando el sentido común habría obligado a una negociación frente a Kirchner, el primer logro de Aranguren fue convencer a la casa matriz de que valía la pena ese conflicto en un país periférico y de que él, como CEO, lo podría sobrellevar.
El resultado fue auspicioso: por el boicot, Shell quedó exenta de vender a pérdida, pudo exportar y se convirtió en la única refinadora con números positivos de 2005. Algo similar le pasó con los dividendos: a fines de 2012, en pleno cepo, se presentó con un escribano ante el HSBC y la línea de operaciones del Banco Central, incluida su presidenta, Mercedes Marcó del Pont, y exhortó a todos a permitirle repatriar 20 millones de dólares o, de lo contrario, indicarles qué norma escrita lo prohibía. Caso contrario, amenazó, denunciaría a cada uno en la Justicia. Como el cepo es de palabra, aceptaron y sacó, casi como ninguna otra compañía, los 20 millones.
¿Fueron patriadas personalistas? ¿Buscaba hacer política, como dijo siempre Julio De Vido? ¿Podría haber hecho lo mismo sin Shell detrás? Quedará entre las incógnitas de un sector que, ayer, con su sola presencia, acrecentó los contrastes: entre los asistentes estaba Roberto Brandt, uno de los ejecutivos más valiosos de esta industria, aquel N° 1 de Metrogas a quien, en el invierno de 2007, los accionistas British Gas y Repsol YPF echaron del cargo por pedido de Guillermo Moreno..