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DEBATE
Olivera: La fe de Macri desconcierta a los empresarios. Fontevecchia: Pato rengo volador. Scibona: Festival del gasto
06/06/2015
La Nación

El latigazo de Emilio Monzó, operador de Mauricio Macri y el hombre que encabezó en estos días las negociaciones con Sergio Massa, oscureció anoche el horizonte de unas cuantas corporaciones empresariales que venían soñando con un acuerdo entre Pro y el Frente Renovador. Monzó eligió el día y el lugar. En Mar del Plata, durante el Consejo Nacional del partido, presentó en público a María Eugenia Vidal como "nuestra única candidata a la gobernación de Buenos Aires". Los 200 macristas que escuchaban tomaron la frase como lo que era, toda una definición política, y la premiaron con una ovación.

Justo la noticia que el establishment se venía negando a asimilar. El martes, mientras la Bolsa subía casi 7% por rumores que muchos atribuyeron a banqueros, la inminencia de un supuesto entendimiento había ganado las conversaciones durante un almuerzo en la embajada de Italia. Fantasías con detalle: hombres de negocios de primera línea dieron allí por cierta incluso la confección de un organigrama que incluía a Massa como candidato a gobernador, a María Eugenia Vidal como vice y a De la Sota como aspirante al Parlasur. El fin del hechizo llegó horas después. "No sé a quién engañaron en la Bolsa", se burló Macri. Y ayer, en conversación con Radio Mitre, contestó a la consulta con una frase mucho más directa: "¡Qué saben de política los fondos de inversión y qué les interesa la Argentina! El círculo rojo no entiende y vive pifiando los pronósticos: la gente quiere un cambio".

Desde hace un tiempo, los empresarios creen que el peronismo no sólo es garante de gobernabilidad, sino de triunfo en elecciones. De ahí tantas perturbaciones. En la noche del jueves, Martín Lousteau se comunicó con José Ignacio de Mendiguren, secretario de la Unión Industrial Argentina y diputado del Frente Renovador. "Vasco, ¿es verdad que vos pensás que Macri no quiere ganar porque cree que no es su turno?" El economista no se refería a las elecciones porteñas que deberá disputar el 5 del mes próximo desde ECO, sino a las de octubre, las nacionales. Y su pregunta consistía, más que en una curiosidad, en la búsqueda de una coincidencia con el empresario textil: a él también le resultaba extraña la férrea decisión de no acordar con Massa.

Mendiguren venía de constatar, horas antes, durante un almuerzo en el restaurante Dashi, las razones por las que gran parte de Pro considera que la mejor estrategia electoral es la que propone el consultor Jaime Durán Barba: nada de alianzas. Era un simple encuentro de rutina de un grupo que suele encontrarse todos los jueves desde hace años, pero alimentó ese día múltiples elucubraciones sobre una negociación que por entonces parecía interrumpida. Estaban Mendiguren, Adrián Kaufmann (Arcor), Luis Betnaza (Techint), Juan Carr (Red Solidaria) y los hermanos macristas Augusto y Horacio Rodríguez Larreta. Allí, en buen tono, el candidato a jefe de gobierno les explicó a todos la estrategia por la cual los anhelos del establishment son de difícil cumplimiento. No hay nada en contra de nadie, nada personal, les explicó, pero la mayoría de Pro cree que la mejor manera de captar votos en octubre es manteniendo la identidad. Rodríguez Larreta reforzó el argumento con números que suele mostrar Durán Barba: el 70% de los votantes todavía no se decidió y más del 60% se muestra partidario de un cambio.

El domingo, ante intendentes que siguen fieles a Massa, Macri expuso conclusiones muy parecidas. El jefe de gobierno viene recibiendo una enorme presión de grandes empresas de todos los rubros, algunas de las cuales han elegido como mensajero al constructor Nicolás Caputo, álter ego del precandidato presidencial en el mundo de los negocios. Es él el que no quiere. Pero por algún motivo ha decidido mostrarse ambivalente: no veta el acuerdo con Massa, pero eleva de manera paulatina la vara de las condiciones. "Avancen, pero la responsabilidad es de ustedes: yo no quiero", les ordenó a colaboradores que, encabezados por Monzó, buscaban un acercamiento. En un principio, la propuesta de Monzó había sido que Massa renunciara a la candidatura presidencial y, una vez dado ese paso, se discutieran los requerimientos para la provincia. Pero Massa desconfió: pidió que los términos del pacto fueran especificados antes. La propuesta volvió a trabarse esta semana. Si aceptaba competir por la gobernación bonaerense, el líder del Frente Renovador pretendía al menos confeccionar sus propias listas. "Tengo intendentes que me son leales", explicó. Pero el macrismo volvió a endurecerse: le propuso que compitiera en las primarias abiertas y simultáneas en la provincia con María Eugenia Vidal y que las listas fueran confeccionadas de acuerdo con esos resultados. "Es muy difícil negociar así", dijo un operador macrista que prefiere el acuerdo.

Las razones de uno y otro lado parten de las encuestas que manejan. Hace algunos meses, cuando intentaba convencer a intendentes dubitativos de no abandonarlo, Massa decía que eso significaría el triunfo del kirchnerismo en las elecciones de octubre, porque el 70% de los votos que él perdiera irían al Frente para la Victoria. Los macristas creen lo contrario: la mayoría de esas adhesiones irá a Macri. Ése es el meollo de este diálogo de sordos.

Según la óptica porteña, que además de Durán Barba encarna Marcos Peña, a Pro le ha ido siempre bien con esa suerte de tercera vía, mostrándose como lo nuevo y lo moderno, y Massa no cuajará jamás en esa concepción. Explican que no es lo mismo competir contra dirigentes como Elisa Carrió o Ernesto Sanz, con quienes creen compartir ciertos valores, que incluir dirigentes que han formado parte del kirchnerismo. Dudan, además, de que el líder del Frente Renovador tenga, como dice, esos votos que aportarían a la victoria. "¿Quién dice que tiene dos millones de votos y que los va a mantener? Hace dos años tenía cinco millones", se explayó un integrante de la Fundación Pensar.

Anoche, en Mar del Plata, momentos después de que Monzó elevara a Vidal al rango de candidata única, Marcos Peña cerró el Consejo Nacional de Pro con las premisas de no desdibujarse en alianzas.

Parece, por lo pronto, una apuesta que busca derribar mitos. Como el de la resignación que sienten los argentinos hacia el kirchnerismo y que consignan las encuestas. Lo que ahora inquieta a los empresarios es cómo interpretar esta jugada a fondo de Macri: la seguridad de que existe un hartazgo creciente, capaz de convencer a todos, incluso a ellos, de que por esta vez el peronismo no será necesario para gobernar.

Pato rengo volador

Perfil

Yo tengo claro a quién voy a responder. Hasta el 10 de diciembre recibo órdenes de la Presidenta. Y a partir del 10 de diciembre recibiré órdenes de Cristina Kirchner.”
[Funcionario con estabilidad en el cargo]


En 1998, Menem atemorizaba a la oposición –y a parte del oficialismo– con su “re-re”. Nunca se produjo esa segunda reelección, pero casi hasta el final de su mandato el ex presidente logró mantener en vilo a la sociedad haciéndole creer que podría conseguir que la Corte Suprema interpretara la reforma constitucional de 1995 de manera que le permitiera ser candidato a presidente.

El mismo truco se repite ahora. Primero, y durante un tiempo, se hizo creer que Cristina Kirchner lograría modificar la Constitución para poder re-reelegirse. Cuando esa posibilidad se hizo inverosímil, se pasó a que la Presidenta quisiera que el peronismo perdiera en 2015 para quedar ella como jefa de la oposición y volver después de que explotaran todas las bombas económicas que plantaría. Cuando las encuestas comenzaron a mostrar que el peronismo aun –o más aun– sin Cristina como candidata podía ganar las elecciones de 2015, la “hipótesis disciplinante” fue que la Presidenta impediría que Scioli participara de las PASO y/o que le daría un apoyo a Randazzo de tal contundencia que lo hiciera triunfar en las internas. Y, en la medida en que se hace inevitable para los kirchneristas aceptar que Scioli tiene grandes posibilidades de ser electo presidente, la “hipótesis disciplinante” es que Scioli quedará totalmente condicionado por las centenas de funcionarios nombrados por el kirchnerismo que continuarán después de 2015: jueces, fiscales, procuraduría, Banco Central, Afsca, Aftic, etc.; además de los legisladores camporistas.

¿Por qué, a pesar de su repetición, sigue funcionando el truco del “pato rengo volador”? Porque les sirve tanto a los oficialismos como a las oposiciones. Al oficialismo, para mantener controlados a todos el mayor tiempo posible. Y a la oposición, para poder mostrarse a sí misma como una alternativa salvadora frente a una dictadura. Ambos ganan con ese terrorismo (light) psicológico. También muchos medios de comunicación, porque las malas noticias siempre llaman más la atención (en eso PERFIL tampoco puede ser una excepción).

A veces, para mentir a los otros más efectivamente, el gobernante precisa creérselo él también. Algo que en este caso es más fácil porque en el poderoso el deseo de congelar el futuro es una tentación tan atávica como imposible, expresada desde la construcción de pirámides hasta las fantasías de vender el alma al diablo.

La experiencia de 32 años de democracia muestra que nunca quienes surgieron presidentes se comportaron en el ejercicio del Ejecutivo de la misma forma que en el pasado, comenzando por la propia Cristina, quien no siguió el modelo de Angela Merkel del que hablaba cuando prometía más institucionalización. Hay tantos motivos para creer que Scioli sería un presidente sumiso de una Cristina Kirchner omnipresente como para lo contrario.

El poder transforma, y el mejor ejemplo es el apagado Bergoglio convertido en Francisco. El poder es posicional; en instantes, un cambio de posición transforma a soberbios en humildes y a humildes en todopoderosos.

Eso también vale para los 69 jueces, conjueces, fiscales y defensores que designó el Gobierno el miércoles, o para los integrantes de la nueva Aftic (Autoridad Federal de las Tecnologías de la Información y las Comunicaciones).

Sería terapéutico –tanto para los K como para los anti K– no comprar el truco de la eternidad inmanente del poder. Y tener la humildad existencial de reconocer que el futuro rara vez es como se lo planifica.

Además, aunque gobierne Scioli, el puño de hierro de la necesidad obligará a escribir cambios en la economía que, lejos de profundizar el modelo, lo reformarán.

Festival de gastos y palabras gastadas

La nación

(Por Nestor Scibona) El tono siempre es desafiante. Como si preguntara quién podría gastar más y el espejo le devolviera su propia imagen. Cristina Kirchner hace campaña electoral para sus candidatos con una apología del gasto público, como si dispusiera de una tarjeta de crédito sin límite o una caja fiscal inagotable. Durante casi toda su gestión gastó más de lo mucho que recaudó. Y está dispuesta a que su año de despedida de la Casa Rosada no sea la excepción.

En los primeros cuatro meses de 2015 el gasto primario ya aumentó (46,8% interanual), más de 20 puntos porcentuales que los ingresos tributarios (26%). Y seguirá en alza a medida que se acerquen las elecciones. El déficit (estimado en $ 320.000 millones) debe cubrirse mayormente con la "maquinita" del Banco Central; pero la emisión llegó a tal límite que obliga a colocar deuda interna a corto plazo o externa a más largo plazo con tasas exorbitantes. Quien advierta que eso no es lo que haría en su propia familia, ni se lo permitiría al administrador del consorcio, será acusado de agorero o neoliberal. Por más que se sepa que estas políticas populistas no duran para siempre y el costo se termina pagando, por las buenas o por las malas.

Para la Presidenta gobernar es gastar. Y no sólo eso: también promocionarlo constantemente. De ahí que la partida de propaganda a través del aparato oficial y paraoficial de medios ya haya recibido, a sola firma de CFK, un refuerzo presupuestario de $ 600 millones (de $ 1200 a $ 1800 millones), antes de la primera mitad del año. En el caso de obras públicas, da lo mismo que se inauguren, reinauguren, recién se inicien o queden en un limbo de plazos, costos o prioridades. Sin ir más lejos, de los 22 discursos de CFK por cadena en lo que va de 2015, dos estuvieron dedicados a la primera soldadura del Gasoducto del Noreste (GNEA), anue 11 años y que requerirá gas importado para transportar. Otro, a la puesta en nciado hacmarcha a pleno de Atucha II, que insólitamente ya había sido "inaugurada" durante la campaña electoral de 2011 cuando la central nuclear aún no generaba electricidad. Y un cuarto al anuncio del "tren del shale" en Neuquén, que YPF utilizará para bajar costos logísticos en Vaca Muerta, pero que aún no tiene vías.

En su último mensaje por cadena, desde Mendoza, Cristina fue más allá. No sólo sostuvo que a su gobierno nadie podía darle lecciones sobre cómo hacer crecer la economía, sino que desafió a los candidatos a sucederla a explicar qué piensan hacer con el rol del Estado y las políticas públicas. Otra vez demostró que el discurso pesa más que la realidad.

En materia de crecimiento del PBI, la era K tuvo tres etapas claramente diferenciadas: de las "tasas chinas" (cercanas a 9% anual) durante la gestión de Néstor Kirchner se pasó a casi la mitad (4.7%) en el primer mandato de CFK y a un virtual estancamiento (0,6%) en el segundo, ante el retroceso de la inversión local y extranjera. Si hubiera que atenerse a la propaganda oficial, la Argentina habría vivido un "boom" de inversión pública en infraestructura. Sin embargo, según datos de la Cepal, promedió 2,1% del PBI en el período 2004/2012, por debajo de la década del 80 (2,9%). Y en conjunto con la magra inversión privada (0,8%), resultó la mitad que en la década del 90 (5% privada y 0,7% pública). Después de una década de aumento récord del gasto público, cuesta creer que el presupuesto 2015 destine apenas 1,2 de cada 10 pesos a mejorar la infraestructura económica, social y de servicios en todo el país.

Con respecto a las políticas públicas, el desafío es doble; pero poco tiene que ver con el planteo de CFK. Por un lado, el deliberado deterioro del sistema estadístico oficial impide conocer la verdadera magnitud de los problemas a resolver, ya sea en materia de pobreza, inseguridad, narcotráfico, calidad educativa, vivienda, hábitat, etcétera. Por otro, la Argentina necesita que el sector privado vuelva a invertir para retomar el crecimiento económico y difícilmente lo haga mientras el Estado lo asfixie con impuestos, regulaciones, intervenciones, controles y permisos previos.

Quizá lo más llamativo a estas alturas es que, con su silencio en cuestiones económicas y sin refutar ningún argumento presidencial, los precandidatos parecen avalar todo lo que dice CFK. Probablemente lo hagan para no ahuyentar votantes, al menos hasta las PASO. Pero todos saben, sin embargo, que más allá de algunos rubros irritantes (como las permanentes designaciones de militantes en el Estado, la propaganda oficial, el Fútbol para Todos, el manejo discrecional de fondos para obras públicas, etcétera), las dos terceras partes del gasto público están concentradas en jubilaciones y subsidios (a la energía y el transporte), que a su vez están virtualmente indexados. El primer rubro es intocable. Y en el segundo está el mayor margen para achicar gastos. Para dar una idea, la Asignación Universal por Hijo equivale hoy (antes del aumento de 35/40% que se anunciará en las semanas previas a las PASO) a poco más del 10% de los subsidios a las tarifas.

Claro que reducir subsidios y subir tarifas equivale a aumentar impuestos a la clase media. A menos que venga acompañado de un programa fiscal y monetario para bajar la inflación, que necesariamente deberá incluir una reforma tributaria, comenzando por el impuesto a las ganancias. Por ahora hay tanta cautela que nadie anticipa nada. Ni para rescatar ideas lanzadas tiempo atrás, como la del ex director de la Comisión Nacional de Valores, Héctor Helman, quien propuso desgravar el gravamen a los trabajadores que lo apliquen a la compra de bonos o acciones, a fin de fortalecer el mercado local de capitales.

Aun así, el mayor problema por delante lo tienen los candidatos oficialistas y especialmente Daniel Scioli. Sobre todo, desde que Axel Kicillof declaró que se siente más a gusto para continuar como ministro de Economía que como candidato a vicepresidente.


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