(Por Edgar Linares Huaco) El debate suscitado sobre “Tía María” ha sido un hecho lamentable. Un “diálogo de sordos” marcado con un componente de violencia y agresividad por ambos lados. No podría esperarse otros resultados de dos posiciones extremas e irreductibles: unos que desde la extrema derecha pretenden imponer a la fuerza la explotación de la mina, con balas y con muertos, sin importarles los posibles efectos negativos; y otros, que desde la extrema izquierda, igualmente con huaracas y muertos, y con un raro fundamentalismo seudo ambientalista levantan la consigna dogmática de “no a la minería”.
Con ambas posiciones polarizadas no llegaremos a ninguna parte.
Los ultras “antimineros”, con los cuales la izquierda democrática debiera deslindar claramente, no se oponen a Tía María por sus posibles efectos negativos para la agricultura. No. Se oponen porque han llegado a la conclusión absurda que la minería, y no solo ésta, sino todas las actividades extractivas (petróleo, gas, etc.), al margen de donde se encuentren, son negativas y hay que boicotearlas. Y no es así . Malos han sido y son los gobiernos entreguistas y corruptos que permitieron y permiten que los recursos naturales, -una verdadera bendición de la naturaleza y que es patrimonio de toda la nación- sean explotados por algunas empresas con avaricia extrema, prepotencia y abuso.
Olvidan que la revolución industrial que sacó a los ahora países desarrollados del subdesarrollo fue posible ,en gran parte, gracias a los minerales y especialmente a la industria del acero. Cierto es que si nos quedamos solo en las actividades extractivas estaremos condenados a ser siempre pobres. Claro está que la única forma de dar el salto al desarrollo es la industrialización del país. Pero para ello necesitamos recursos. Para resolver nuestras grandes brechas (principalmente en educación, salud, ciencia y tecnología e infraestructura) y resulta una locura que teniéndolos en el subsuelo, nos demos el lujo de no usarlos y que sigamos siendo, como decía Raymondi, “un mendigo sentado en un banco de oro”.
Lo aconsejable ahora es suspender indefinidamente el proyecto, porque en las actuales circunstancias es inviable, y como se dice, “hay que borrar la pizarra” y comenzar de nuevo. El diálogo en Islay debe partir de la concepción de un plan integral de desarrollo que saque de la postración en la que actualmente se encuentra la provincia (represa, tecnologías modernas de riego, plan de reconversión del agro hacia una agricultura de mayor rentabilidad, petroquímica, reconstrucción de hospital base, implementación de un instituto tecnológico de alto nivel tipo TECSUP, etc.) y dentro de este plan ver si es factible la licencia social para la explotación de la mina, negociando firme e inteligentemente las condiciones, pasando necesariamente por un arbitraje internacional el estudio de impacto ambiental y por la adopción de los adecuados mecanismos de control y vigilancia para que las condiciones se cumplan.
A nivel nacional, el diálogo debe llevar a redefinir el modelo peruano de explotación de los recursos naturales. Debe reivindicarse en este terreno la soberanía del Estado, la que lamentablemente quedó enervada con la Constitución fujimorista, y aprobarse un plan de ordenamiento territorial donde se fije que áreas pueden ser destinadas a las actividades extractivas y cuáles no