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OPINIÓN
Montamat: reconciliar al país con el futuro
27/05/2015

Hay que reconciliar al país con el futuro

La Nación

Por Daniel Gustavo Montamat 

El  kirchnerismo duro empieza a tomar conciencia de que su paso por el poder tiene más de pasado que de futuro. En su lucha contra el tiempo muchas veces quiso eternizar el presente exacerbando la empatía entre posmodernidad y populismo. Parte de la sociedad sigue cautivada por los espejismos cortoplacistas. No es casual; por las fracturas y discontinuidades de nuestra historia, y por la ausencia de un proyecto de futuro, los argentinos, más que otras sociedades, hemos sucumbido a la dictadura del presente. El gran desafío de la política que viene será restablecer la capacidad de transacción entre las urgencias del presente y las demandas de un futuro que renueve la esperanza colectiva.

Si el menú de tenedor libre que hoy ofrecen los neopopulismos consiguiera anclar el presente de los instantes prebendarios, las sensaciones redistributivas, las acusaciones exculpatorias y los negocios para amigos, sería difícil ganarles en los turnos electorales que ofrece la democracia. Pero la imposibilidad de congelar sensaciones efímeras, y el ineludible encuentro con el futuro ignorado, tornan inviables sus políticas. Por eso, con el paso del tiempo, los populismos degeneran en totalitarismos que dejan de regirse por la regla de la mayoría o son suplantados por un proyecto que reencuentra a la sociedad con el futuro.

La cultura líquida ha exacerbado la gratificación del presente en todas las sociedades, pero algunas, como la nuestra, están más subyugadas que otras por la inmediatez y el corto plazo.

No es casual que la política como espectáculo cómico tenga más rating televisivo que un debate sobre las ideas y propuestas de futuro. La regla del marketing enseña que hay oferta porque hay demanda. ¿O acaso pensamos que ShowMatch hubiera alcanzado un 35% de rating si en vez de ofrecer chistes con imitadores los precandidatos hubieran debatido diagnóstico y terapéutica del paciente social argentino? Varados en el presente, muchos prefieren que los aspirantes a gobernar el país nos distraigan con instantes de hilaridad frívola antes de preocuparnos con lo que están pensando hacer cuando sean gobierno. El candidato que se proponga devolver seducción al futuro deberá amalgamar el porvenir con el cambio y restablecer la confianza en un proyecto común.

La responsabilidad primaria de que esto ocurra es de la política. No olvidemos que la política debe mediar en la puja de intereses presentes y en la puja de intereses temporales entre las urgencias del presente y las demandas del futuro. Cuando la política destruye puentes de diálogo para monopolizar poder presente, los intereses particulares terminan prevaleciendo sobre el interés general, y las medidas de parche sustituyen la solución de los problemas de fondo. La pérdida de capacidad mediadora de la política tiene que ver en parte con el debilitamiento premeditado de los partidos políticos y su contracara, la convalidación de personalismos hegemónicos. Pero también con la incapacidad institucional de reducir la brecha entre la Constitución "formal" y la real. Ese divorcio, además de promover una anomia de raíces idiosincráticas, debilita el entramado de consensos básicos para consolidar un proyecto futuro.

Por ejemplo, hemos destruido varios signos monetarios en la historia reciente, pero seguimos sin asumir la necesidad de una moneda estable como fundamento de nuestra organización económica. Hemos convivido varios años con una inflación de dos dígitos y parecemos resignados a que la institución oficial encargada de las estadísticas distorsione la medición sin consecuencias. Tampoco hay reacción política e institucional disuasiva frente a la descapitalización de las arcas jubilatorias, el vaciamiento del Banco Central o la virtual quiebra del sistema eléctrico. En Brasil, con un 8% de inflación anual, un gobierno que recién fue convalidado en las urnas se ve obligado por imperativo social e institucional a encarar un plan para reducir el alza sostenida en el nivel general de precios. ¿Admitiría la sociedad brasileña un índice trucho de medición? ¿Por cuánto tiempo? En Chile, por poner otro ejemplo, sería inimaginable que el sistema político malversara el destino de los fondos de pensión. En cualquiera de nuestros vecinos de frontera habría mayores problemas para manipular la institución monetaria o para transformar a empresas prestadoras de servicios públicos en meras pantallas de una intervención discrecional y cortoplacista. ¿Será que bajo el yugo de la inmediatez muchos compatriotas presumen que detrás del Estado de Derecho, la moneda estable, los activos intergeneracionales y los controles institucionales hay menos margen de maniobra para los atajos y para el vértigo que ofrece la transgresión cotidiana? ¿Será que la revalorización del futuro nos obliga a establecer metas y planes y a renovar esfuerzos que nos privan del oportunismo del día a día? ¿O será también que la filosofía del "cambalache" ha calado demasiado hondo entre nosotros?

 

Las encuestas siempre son fotografías defectuosas de la realidad porque a su manera también congelan el presente. Las actuales, en general coinciden en que alrededor de un 25% de los argentinos adhiere al presente sin críticas (los especialistas identifican a este grupo como "kirchnerismo duro"); otro 35% rescata en el presente cosas buenas y quiere cambiar algunas otras. Un 40% es crítico del presente, pero tampoco tiene coincidencias básicas sobre el futuro. Incluso, muchos en este grupo son nostálgicos del pasado y escépticos sobre el porvenir. Una aritmética más sutil podría insinuarnos que los argentinos seguimos discutiendo presente y que todavía no hay una mayoría consolidada dispuesta a aceptar los retos de un proyecto futuro. Es más serio: con casi 30% de pobres, con una de las inflaciones más altas del mundo, estancados, sin generación de empleos privados, y con lacras que profundizan la injusticia social, muchos se aferran al presente porque temen que el futuro puede ser peor. Décadas acumuladas de declinación relativa han instalado en el inconsciente colectivo una mezcla de indiferencia, temor y desconfianza por lo que puede venir.

La tarea prioritaria de la nueva administración es reconciliar a la Argentina con el futuro. Primero, con liderazgos políticos y sociales alternativos que eviten la trampa del cortoplacismo. La conformación de un Consejo Económico y Social que siga experiencias comparadas exitosas es un ejemplo a emular. Es cierto que los cambios culturales pueden llevar generaciones; pero los puntos de inflexión institucional que los precipitan pueden exhibir resultados tangibles en corto tiempo. Los acuerdos básicos que devuelvan a propios y a extraños certidumbre sobre la alternancia republicana en el poder, y la explicitación de políticas de largo plazo como parte de un proyecto de desarrollo inclusivo retroalimentan expectativas sociales de futuro y recuperan la capacidad de mediación de la política en las pujas corporativas y en las intertemporales. Se trata de reinstitucionalizar la gobernabilidad del país. El futuro está abierto y, si la política lo pone en valor para todos los argentinos, puede ser mucho mejor que el presente..


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