Por Daniel Fernández Canedo.
La tasa de interés que pagan los bancos le sigue ganando la carrera de corto plazo al dólar pero ahora, y por primera vez en mucho tiempo, le empata o le gana a la inflación.
El dato no es menor y lo demostró el hecho de que la presidenta Cristina Kirchner haya salido a destacar el aumento de 9% que tuvieron los depósitos a plazo fijo en abril.
Ese “boom” de los plazos fijo dice mucho sobre lo que está pasando con el creciente déficit fiscal, con el atraso del dólar oficial, con la quietud del paralelo y con el horizonte financiero al que apuestan los ahorristas.
El dominio de la tasa sobre el dólar y los precios surge cómo resultado de que el Gobierno gasta mucho más de lo que recauda y para cubrir el rojo sale a colocar bonos con el fin de sumar pesos. Y paga una tasa que les conviene a los ahorristas y a los bancos.
Esa bicicleta generada al calor de un déficit fiscal equivalente a 6% del producto bruto se complementa con la paz cambiaria que consiguió el Gobierno colocando bonos (con el Bonar 2024 y sacando a endeudarse a YPF) para reforzar las reservas del Banco Central en unos US$ 2.500 millones.
Entraron los dólares de esas colocaciones y lo están haciendo los de las exportaciones de soja. Así se construyó un puente financiero con una columna en el atraso del dólar oficial y la otra en el alto rendimiento relativo de las tasas.
La Argentina tiene experiencia en estos esquemas de atraso cambiario, en los que la renta financiera manda (antes se lo llamaba patria financiera) y la placidez financiera se mantiene hasta las semanas previas a las elecciones.
En cifras, el esquema corre con un dólar oficial que está en $ 8,95 y sobre el cual los ahorristas apuestan que subirá a razón de 1% en los próximos meses.
Al costado del atraso cambiario, los ahorristas consiguen en los bancos tasas del 21% anual en plazo fijo y los grandes ahorristas y los bancos colocan sus pesos al 26% anual en letras del Banco Central a 90 días de plazo.
La novedad es que como ahora la inflación viaja, según las mediciones privadas, a 2% mensual o un poco por debajo, la renta de las colocaciones a plazo fijo también puede resultar positiva en términos reales.
La tasa ahora empata o le gana a la inflación y la creencia es que le ganará cómodamente al dólar, por lo menos en los próximos 90 días.
El esquema parece maravilloso: ganan los ahorristas, ganan los bancos, el Gobierno saca rédito político de la estabilidad cambiaria. Y todo lo paga el déficit fiscal que en algún momento podrá impactar en una inflación que, ahora, aparece aquietada en las alturas (en un piso de 26% anual) por el trabajo de pinzas de tasas altas y dólar anestesiado.
Desde ya que para que este dominio de la tasa sea efectiva, los ahorristas deberán calcular el momento en que deban decidir continuar o salir del esquema.
De hecho, en las últimas semanas la política electoral empezó a golpear las finanzas y los bonos argentinos que habían subido de precio, y por lo tanto, bajado su rendimiento a 7,75% anual en dólares, volvieron a caer y a rendir el jugoso 9% anual. Tasa altísima e indicadora de riesgo.
Si bien Buenos Aires continúa recibiendo contingentes de banqueros y financistas interesados en averiguar condiciones para comprar activos argentinos ante la inminencia del cambio de gobierno, el raid alcista de los bonos se dio vuelta y todavía no se recupera.
Para algunos operadores del mercado, las condiciones cambiaron al ritmo de la mudanza del color naranja al azul y blanco del Frente para la Victoria en la campaña del gobernador Daniel Scioli.
Una parte del mercado imagina un Scioli muy condicionado por el kirchnerismo en caso de ganar las elecciones y especula con que eso no le permitiría hacer las correcciones que necesita la economía.
Esa posición contrasta con la idea del principal asesor económico del gobernador, Miguel Bein, quien ayer en una reunión ante empresarios habló de que el modelo de incentivar el consumo con atraso cambiario está terminado y que es necesario pasar a otro esquema con incentivo de la inversión.
Las dudas siguen ya que es claro que, en caso de ganar, Mauricio Macri iría rápido hacia una unificación cambiaria para hacer desaparecer la brecha de 40% que hoy existe entre el oficial de $ 8,95 y el paralelo de $ 12,60. Además, esa unificación podría favorecer un ingreso de divisas que atenúe un eventual movimiento del dólar.
Los equipos de los candidatos están analizando el tema de qué hacer con el dólar a partir de diciembre y todos contemplan salidas combinadas de toques cambiarios con reducción de derechos de exportación.
El Gobierno que asuma en diciembre también tendrá que encarar la solución del problema de la deuda con los bonistas que no entraron a los canjes y que a partir del fallo en favor de los fondos buitre no deja de crecer.
La deuda original del juicio eran US$ 1.700 millones y ahora llega a los US$ 8.000 millones para superar el problema con la totalidad de esos acreedores (el famoso 7% que no aceptó entrar en los canjes de 2005 y 2010).
Los expertos creen que la próxima gestión podría resolver el tema emitiendo bonos de largo plazo por US$ 5.000 millones, una cifra razonable si se tiene en cuenta que el Gobierno emitió casi US$ 3.000 millones para fortalecer las reservas y ganar oxígeno por unos meses.
Pero la tasa de interés deberá seguir reinando por un tiempo sobre el dólar, por lo que aparece como una clara definición política oficial de no bajar el gasto público en el año electoral.
Según los datos oficiales, mientras que los ingreso del fisco crecieron 28,9%, el gasto lo hizo por encima del 37%, y no hay indicios de que eso pueda ser revertido en los próximos meses.
La baja de la recaudación por las menores exportaciones no llega a ser compensada por la mejora que puedan aportar los tributos al consumo.
Si el gasto sigue predominando sobre la recaudación, el Tesoro no tendrá otra opción que seguir aportando una tasa atractiva para llevarse los pesos.
Con ese telón de fondo, la tasa de interés le podría seguir ganando al dólar mientras el lobo no esté.
Por Alcadio Oña.
Se sabe hace tiempo que pertenecer tiene sus privilegios, como decía la publicidad de una tarjeta de crédito; que con plata o poderes o con ambas cosas es posible acceder a lugares inaccesibles para la enorme mayoría de la gente, envidiables y exclusivos. Algo de eso pasa con los cuadros de La Cámpora, con el núcleo duro del kirchnerismo y con el propio ministro de Economía.
Gracias a una resolución de la última asamblea de accionistas de YPF, Axel Kicillof acaba de ser favorecido con un honorario mensual que seguramente desbordará los 405.000 pesos y que, según fuentes privadas, hasta podría andar por el millón de pesos. En cualquier caso, arriba de 32.400 dólares blue.
Tal cual informó Clarín, la medida alcanza tanto a los directores titulares cuanto a los suplentes –treinta en total– y promedia, justamente, una remuneración de 405.000 pesos. Pero es de un rigor riguroso que los titulares ganen bastante más que los suplentes y mucho más que todos, el presidente Miguel Galuccio.
Para que se entienda mejor, Galuccio ocupa el escalón superior de la grilla y de inmediato lo sigue el ministro que hoy pelea contra los gremios por los aumentos salariales. Además, Kicillof talla fuerte en decisiones clave de la empresa, como por ejemplo en la colocación de bonos de la deuda que le acercan al Gobierno dólares vitales para estos tiempos de divisas escasas.
Austero en cuestiones de la vida personal, Kicillof ya pisaba terreno firme desde antes. El informe de la asamblea de accionistas revela que, en 2014, el sueldo promedio de los ejecutivos ascendió a 333.000 pesos; aplicando la misma regla, él ganaba por encima de ese monto.
Hay una pregunta que cae de madura: ¿es posible que el ministro cobre como ministro y también como director de YPF? Salvo que resigne una parte de lo que obtiene en la petrolera y lo destine a alguna organización de bien público, lo cual se desconoce, la respuesta es sí: cobra de los dos lados y del lado de Economía, $ 54.800 limpios.
A esa conclusión es posible llegar cruzando un decreto de Cristina Kirchner con dos leyes, una de ellas, la que aprobó la nacionalización parcial de la compañía.
El decreto, de mediados de 2012, establece una pauta general para las empresas privadas donde, a raíz de la estatización de las AFJP, la ANSeS tiene parte de los paquetes accionarios. Dice que los directores oficiales no reciben íntegramente los honorarios de las compañías, sino otros relacionados con los haberes de la quinta categoría de trabajadores autónomos.
Esta cuenta ya implica un recorte significativo en los salarios de bolsillo. Pero se dispone, además, que la empresa debe transferir la plata al Ministerio de Economía y que, una vez hecha la quita, éste les paga a los directores estatales. Y también que la diferencia entre los honorarios y el ingreso real va al Fondo Nacional del Menor y la Familia.
Parece una fórmula justa, salvo que el mismo decreto hace una excepción precisa: allí no entran las retribuciones de los directores oficiales en YPF, que por lo tanto reciben la remuneración fijada por la petrolera limpia y sin filtros.
La medida lleva el sello de Economía y quien se encarga de monitorear el proceso es el propio Kicillof, a tal punto que a veces demora los pagos. Todo remite a la ley de estatización, según la cual para YPF no rigen las normas que se aplican a compañías en las que el Estado Nacional y las provincias tengan participación.
Por aquello de que pertenecer tiene sus privilegios, desde que YPF fue intervenida y luego parcialmente nacionalizada el directorio se pobló de cuadros de La Cámpora.
Entre otros figura Nicolás Arceo, a cargo de Administración y Finanzas, leal a Kicillof e hijo del vicepresidente del Banco Nación. También, Ignacio Perincioli, un amigo personal de Máximo Kirchner que ingresó en representación de Santa Cruz, y Rodrigo Cuesta, abogado militante de la organización kirchnerista Justicia Legítima y ex funcionario de Aerolíneas Argentinas.
Los tres son directores titulares, o sea, también cobran más de 405.000 pesos mensuales. Según fuentes privadas, de ellos el mejor remunerado es Cuesta.
Menor suerte, aunque nada para despreciar, le tocó al viceministro de Economía, Emmanuel Alvarez Agis. Ocupa el sillón de director suplente y reemplaza a su pareja, Cynthia de Paz.
Sería seguramente exagerado decir que son ñoquis, pero aun cuando algunos de ellos estén capacitados para los cargos que desempeñan, es evidente que llegaron en andas del poder político y que han tenido mucha mayor fortuna que varios con capacidades similares.
En YPF pasa lo mismo que pasa con los centenares de camporistas que desembarcaron en las más diversas áreas del Estado. Es lo que se llama militancia rentada, aunque habiendo recursos públicos en juego bien podría llamárselo de otra manera.
Pero el caso de Kicillof tiene un precio diferente, que no viene y al mismo tiempo viene de sus ingresos como funcionario multipropósito. Desde su papel de ministro de Economía y con chapa de la Presidenta, libra una batalla a fondo para encajonar los aumentos de millones de trabajadores cuyos sueldos ni por asomo se aproximan a los de él.
Según su manera de interpretar el momento económico, en los hechos los asalariados deben aceptar la pérdida de ingresos que sufrieron en 2014: ha comprado la fórmula de que los sueldos deben atarse a la inflación presente, así sea mayor a la de sus cálculos, y no a la inflación pasada. Y muchos tolerar, encima, un incremento en la presión del Impuesto a las Ganancias.
Y como todo suena a pedir demasiado, Kicillof enfrenta problemas en la gesta que ha emprendido.
Está claro que también es la gesta de la Presidenta, que después de calificar de oligarcas a los dirigentes sindicales que organizaron el paro nacional de abril y en consecuencia a los propios trabajadores, ahora les ha disparado que viven en otro mundo, no en la Argentina.
Cristina Kirchner ha resuelto poner su capital político sobre la mesa, pensando en que alcanzará para evitar que la conflictividad laboral acompañe al menos parte de la campaña electoral del oficialismo.
Kicillof comparte el pensamiento de la Presidenta y gasta empeño, pero dado el peso del contraste quien arriesga de verdad es ella; el director de YPF corre de atrás.
Por Daniel Muchnik.
Si uno iluminara la escena para saber qué rostro, qué nombre, qué trayectoria tendrá el nuevo presidente no encontraría más que tres personas. Y no se esperan cambios. Se trataría de hombres que han manifestado sus deseos de gobernar y que tienen gestión sobre las espaldas. Los tres son Macri, Scioli y Massa. No estoy escribiendo sobre ninguna novedad que sobresalte a nadie. Pero el horizonte parece aclararse y los jugadores ya han salido a la cancha. Eso sí, de sus agendas completas de gobierno no se sabe nada. Dos elementos fundamentales como son la institucionalidad y la gobernabilidad parecen globos tirados al azar y que pueden explotar. Es, por supuesto, una realidad muy preocupante. Y lo es por el actual poder de Cristina Fernández que quiere manejar todos los hilos hasta el último momento y encontrar amparo judicial a cualquier precio. ¿Qué les falta a los candidatos además de generar los puntales de la gobernabilidad? A Macri ganar el ballotage del 5 de julio, haciéndole frente a un toruno Martín Losteau que surgió de la nada y se ubicó en el tercer puesto en las elecciones del domingo 26 de abril, un economista con brillo que sabe hablarle a adultos y, por sobre todo, a jóvenes escépticos de los dilemas de las política. Scioli avanza y ocupa más espacio. Sus dimensiones son más amplias, esgrime una praxis de gobierno de años, donde le fue bien en muchas áreas y es el más maduro de todos los pretendientes del oficialismo.
No tuvo inhibiciones para plantear que quiere pegar el salto para administrar la Nación. Los rumores crecientes indican que llevaría de vicepresidente a Carlos Reutemann. Una movida para atraer al peronismo histórico y al rebelde, no al kirchnerista, a varios gobernadores de provincia que viven en la prescindencia pero necesitan de las transferencias de fondo del Tesoro para sobrevivir, a un grupo compacto de intendentes que aunque hayan dado apoyos a ciertas personas están a la deriva. Reutemann conformaría a la base peronista protestaria, que no es escasa y que está fatigada de sentirse marginada y maltratada por estos doce años de gestión kirchnerista. No es tiempo de hablar de las capacidades de Reutemann sino del binomio marketinero con el cual se presentaría la fórmula del Pro.
Frente a Scioli ni siquiera son temerarios aunque sí pequeños David con honda Randazzo o cualquier otro ambicioso que muestre deseo de mudarse a la Casa Rosada. Gobernar exige tener visiones globales, gabinete de excelencia, buenos técnicos que ayuden en el trabajo, una visión global y transformadora del país, que está atrasado, denigrado y fragmentado. El requisito es la praxis y visión de vuelo alto. La mayoría de los candidatos chicos no las tiene.
Si sigue como hasta ahora aprobando todo lo que afirma la Presidenta, si jura por todos los santos del cielo que la protegerá en el futuro, que se aliará con La Cámpora, que preservará el patrimonio de eso que el kirchnerismo define como progresismo (mal uso del término) Cristina Fernández no lo fustigará y lo dejará vivir para cumplir con sus sueños. ¿Será un amor temporario por conveniencia y después dará vuelta la página o ésto conlleva una afirmación seria de adhesión ideológica? Unos poquitos lo saben. El resto son especulaciones.
En cuanto a Massa no le faltan ni agallas ni empuje. Pero parecería que no está ofreciendo garantías a muchos de los que había seducido con su discurso más el brillante equipo de economistas y gestores y mediadores que lo acompañan.
Algunos se están inclinando por Scioli. Demostrando que en estas cuestiones no reinan ni los principios ni las lealtades. Hay versiones de que se está quedando sin fondos para continuar con sus propósitos. Cunden aquí y allá versiones que Massa sacará, en esta oportunidad electoral, bandera blanca. Nadie lo quiere admitir. Ni Massa, ni sus asesores, ni sus amigos. El olfato político desarrollado indicará que se moverá con prudencia en aquellos territorios donde sabe que tiene chances. Es una pena que no haya ayudado como se lo merecía a su candidato a la Ciudad, al economista Guillermo Nielsen. Es un hombre formado, con carácter, punzante, inteligente, con una lectura amplia de la ciudad, pero entró tarde a la lidia electoral, con pocos fondos y sin la mano tendida de Massa
Hasta ahora, los que acompañan a los tres candidatos no han lanzado más que propuestas de tibios procedimientos económicos ya que todo el mundo empresarial pide saber cómo van a actuar con la escasez de dólares que se traduce en un cepo que asfixia producción e inversión. Pero faltan numerosos ítems en la agendas. ¿Qué subsidios subsistirán, cómo se enfrentará el narcotráfico, que se hará concretamente con la inseguridad, cómo resolverán el problema de los asentamientos y la encrucijada de la falta de suelos para habitar en el Gran Buenos Aires y en la Capital? ¿Comenzarán a ponerse de acuerdo con las provincias para encontrar un punto de equilibrio con la falta total de federalismo en el país ? ¿Cómo recompondrán relaciones con un mundo que le da la espalda a la Argentina por las locuras de los últimos 12 años? ¿Cómo tentar inversiones, cómo romper la telaraña de los holdousts?
¿De qué manera negociaremos con los organismos financieros internacionales? ¿Cómo alcanzar un entendimiento entre la Capital Federal y el Gran Buenos Aires?
Pero, sobre todas las cosas, habrá que saber cómo estos candidatos que van quedando se quitarán el narcisismo de encima y entenderán que solos no tendrán margen para gobernar demasiado tiempo. Que necesitarán, indispensablemente, acuerdos parlamentarios de muy dis tinto tipo, alianzas políticas de cierta naturaleza, entendimientos que van más allá de una visita o de una cena. Es imprescindible que se pongan a estudiar que pasó con el PT y el poder en Brasil, con la complementación para poder construir el Frente Amplio en Uruguay o la Coalición demócrata cristina-socialista en Chile, que les exigió 10 años de trabajo constante, teniendo enfrente a Augusto Pinochet.