Por Pablo Maas
La gran sorpresa de las noticias económicas de la semana pasada fue la aguda desaceleración que sufrió Estados Unidos. Cuando ya todos daban por descontado que la primera economía del mundo estaba lanzada a una etapa de robusto crecimiento, después de una expansión del 5% en la segunda mitad de 2014, el aumento del PBI del primer trimestre del año se hundió a apenas 0,2%.
En parte, esta aguda desaceleración reflejó el impacto del súper dólar, que deprimió las exportaciones y restó impulso a la industria y los servicios. Pero el gran culpable resultó ser el colapso del 50% en el precio del petróleo, que se extendió desde julio hasta enero. Como respuesta, las empresas petroleras estadounidenses congelaron las inversiones, cerrando más de la mitad de sus plataformas y despidiendo a 100.000 trabajadores.
El recorte de los gastos vinculados al sector energético, que en 2014 fueron casi un tercio de la inversión total de la economía estadounidense, terminó siendo el gran freno para la economía, reduciendo en 0,6 puntos porcentuales el crecimiento del PBI, dijo el jueves un informe oficial citado por The Wall Street Journal. Visto de otro modo, el aumento del PBI americano del primer trimestre hubiera sido del 0,8% si la inversión petrolera se hubiera simplemente mantenido constante.
No deja de ser una ironía que en plena era digital, en la que Internet parece estar en todas partes, los movimientos tectónicos de la economía global, como los que se están viviendo en los últimos meses, respondan en gran parte a la oferta y la demanda de un líquido negro y viscoso que se extrae de las profundidades de la tierra, la materia prima por excelencia de la segunda Revolución Industrial del siglo XX.
Nada de nubes informáticas, Big Data y microchips por aquí: el petróleo sigue reinando en la economía mundial y por buenas razones. La revolución del shale ha convertido a Estados Unidos en la nueva OPEP, corriendo el eje del mundo petrolero desde las arenas de Arabia Saudita a los campos de Dakota y Texas (ver págs 6-7). El recuerdo del embargo petrolero de 1973 fue una obsesión para todos los gobiernos de Washington, que desde entonces se prometieron hacer todos los esfuerzos para lograr el autoabastecimiento, o al menos reducir la dependencia del petróleo importado.
Parte de esos esfuerzos se materializaron en la invención y el desarrollo del fracking (fractura hidráulica), la tecnología que está detrás del crecimiento de la producción de gas y petróleo no convencional y que hoy explica casi la mitad del crecimiento de la producción mundial y que ha permitido a EE.UU. superar a Arabia Saudita como principal país petrolero.
El fracking fue inicialmente financiado por el Departamento de Energía de USA. Agencias estatales de EE.UU. fueron también las que financiaron desde Internet hasta el auto eléctrico, sin olvidarse de las misiones a Marte que envía la NASA, donde se prueban nuevas tecnologías que luego son comercializadas por empresas privadas.
“La inversión pública fue central en el desarrollo de casi todas las tecnologías que hacen del iPhone un teléfono inteligente: Internet, GPS y las pantallas táctiles”, escribe Mariana Mazzucato, la economista ítalo-estadounidense autora del best- seller El Estado Emprendedor
Por Claudio Scaletta.
Las proyecciones sobre el futuro de los hidrocarburos no convencionales son terreno fértil para los especuladores en la geopolítica del petróleo. Sin embargo, es altamente probable que aún se desconozcan los verdaderos alcances de la revolución shale. Mientras en Argentina el fenómeno global permanece opacado por la esperanza Vaca Muerta, sus efectos más sensibles llegaron de manera indirecta. Se estima que gracias al desmoronamiento de los precios internacionales del último año, en 2015 el déficit energético externo será alrededor de un tercio del de 2014, un ahorro especialmente sensible en tiempos de escasez de dólares. Puertas adentro, el rol de las políticas activas del Estado nacional, vía el reconocimiento de un precio boca de pozo por encima del determinado por las cotizaciones internacionales, resultó fundamental para la continuidad del proceso inversor. La proyección para el largo plazo es que el shale, apuntalado por la generación hidroeléctrica, y en menor medida la nuclear, será la clave de la sustitución completa de importaciones energéticas.
En el mundo, en tanto, sus alcances serán todavía mayores. La baja transitoria del precio del crudo se plantea en dos dimensiones, como amenaza a la continuidad del negocio, pero también, y fundamentalmente, como un impulso para la hegemonía estadounidense.
Aunque abundan los trabajos que auguran problemas serios para el sector del shale debido la caída de precios, se trata de miradas cortoplacistas. Primero porque a la volatilidad de los precios de los hidrocarburos –de 25 dólares el barril a principios de los 2000 a alrededor de 100 entre 2011 y 2014 a los 50 dólares actuales y los 60 previstos para 2016 según los analistas de este mercado– debe sumársele el factor “extramercantil”, es decir, político, en la determinación de estos precios. Segundo, porque la extracción no convencional ya explica alrededor de la mitad de los 9 millones de barriles que Estados Unidos produce diariamente. A esta expansión se sumó un consumo estable gracias al aumento de la eficiencia energética. Si bien la expansión de esta industria acompaño el alza de precios internacionales, los precios actuales no son realmente bajos en términos históricos y nada hace prever el cierre de pozos en producción.
De acuerdo a datos recientes del FMI, la caída de los precios del crudo tuvo un efecto neto positivo para el conjunto de la economía estadounidense, incluido el sector hidrocarburífero, cuya producción siguió aumentando hasta 9,3 millones de barriles diarios en febrero pasado. El aumento de la producción llevó los stocks de petróleo a sus máximos históricos y explica, parcialmente y por el lado del mercado, la baja de precios recientes. En los últimos meses, en tanto, comenzaron a caer los stocks de naftas y derivados, lo que indicaría que menores precios reavivaron la demanda.
Lo dicho no quiere decir que una baja de precios persistente no afecte a una industria que se desarrolló en buena medida gracias a los altos valores históricos. La previsión, al margen de los agoreros del corto plazo, es la de una ajuste capitalista en el “buen sentido” shumpeteriano, es decir, intrasectorial; en la composición empresaria, y no en el sector en su conjunto. Dos razones específicas de la industria refuerzan esta perspectiva: los precios piso de rentabilidad varían de un yacimiento a otro y los costos operativos y financieros varían entre empresas. Luego, resulta lógico esperar que se vean más afectadas las nuevas inversiones que las que ya están en marcha para mantener los pozos en producción. Vale recordar que a diferencia de los pozos convencionales, los no convencionales demandan un flujo de fondos permanente. En los pozos en producción, habrá empresas que tengan mayor respaldo financiero y otras que lograrán adaptarse, por ejemplo mediante mejoras tecnológicas u operativas, a la nueva restricción presupuestaria. En contrapartida, habrá firmas que no podrán adaptarse al cambio de condiciones y serán absorbidas por la competencia. Lo que seguramente no se registrará es un regreso a la situación anterior.
En cuanto a los efectos de refuerzo de la hegemonía imperial, lo primero que se destaca es que Estados Unidos domina la tecnología de extracción que aplazará por tiempo indefinido el superanunciado fin de la era del petróleo. Una tecnología que fue desarrollada gracias al decidido apoyo estatal y un dominio que será el instrumento de su presencia en las explotaciones no convencionales de todo el mundo. Gracias al fracking el planeta dispondrá de muchos más hidrocarburos del que se imaginaba hasta hace apenas unos pocos años. Luego viene el argumento más escuchado con motivo de la actual baja de precios: el país del Norte está en vías no sólo del autoabastecimiento de gas, sino de transformarse en exportador neto. El destino previsto de estas ventas será fundamentalmente Europa, un escenario que debilitará sobre todo a Rusia, Estado cuyo comercio exterior es esencialmente hidrocarburífero. A esto se suma el fortalecimiento del dólar y la caída de los precios de la mayoría de las materias primas. En los viejos términos de la vigente teoría del desarrollo, un deterioro de los términos del intercambio para la “periferia”.
Pero no todo es estrictamente geopolítica. También debe considerarse el efecto multiplicador que el desarrollo de la nueva industria del shale tuvo y tendrá fronteras adentro de Estados Unidos y en el aumento de la competitividad global de su economía, tanto por el abastecimiento de energía abundante y barata, como por las concatenaciones tecnológicas, amén del efecto multiplicador del ingreso.