Por Por Horacio Riggi.
Llegar a China produce varias sensaciones. La primera tal vez es que lo único importado es uno, porque todo lo que se lleva encima, desde los zapatos a la camisa, vuelven a su país de origen. Eso es, entre otras cosas, el gigante oriental, una especie de gran hipermercado del mundo, donde todo está orientado al consumo y donde hay que hacer un gran esfuerzo para entender que se está en un país comunista.
En Shanghai, una ciudad sorprendente por donde se la mire, conviven las tres Chinas: la milenaria con sus tradiciones, barrios típicos y mercados donde se pueden encontrar los más variados tipos de té y las comidas más insólitas para el mundo occidental, como carpaccio de serpiente, sapos o sopa de tortuga; la China actual con sus shoppings con marcas de lujo y sus tiendas made in Shanghai; y la futurista, donde se encuentra el centro financiero y las innumerables torres de edificios de oficinas y hoteles, una postal que tranquilamente puede confundir a esta ciudad oriental con Nueva York, Boston o Chicago.
Shanghai es quizá la mayor representación de lo que significa China hoy. Un país emergente que es la segunda potencia mundial medida en Producto Bruto Interno (PBI) con sus u$s 10,36 billones, de acuerdo al FMI, y primera en términos de paridad de poder adquisitivo. En 2014, su PBI per cápita rondó los u$s 10.000, situación que la coloca en la posición 90 entre los países con mayor PBI per cápita.
También es cierto que no todo es perfecto en términos económicos. Y tal vez, uno de los mayores problemas está en la desigualdad. De los 1.300 millones de habitantes, se calcula que apenas 400 millones pertenecen a la clase media.
El Cronista, en su edición del 11 de abril pasado, publicó: "Los multimillonarios chinos suman hoy nada menos que 17.000 empresarios que, con una edad promedio de 51 años acumulan, en total, fondos por u$s 5 billones, según datos que la revista Hurun da a conocer cada año, desde hace 15, en la lista de los más ricos del país.
El informe sobre la riqueza en China fue elaborado por el Banco Mingsheng con datos aportados por el Instituto de Investigación Hurun para 2014. El inventario muestra un incremento considerable de personas en esa situación, en comparación con la información recopilada desde 2008 y hasta 2013, cuando el úmero de multimillonarios en el gigante asiático no superó los 1.000 nombres.
En conjunto, el valor de los activos de los multimillonarios del país alcanza los 31 billones de yuanes (unos u$s 5 billones), unas 10 veces el PBI anual de Noruega o 20 veces el de Filipinas, añade el estudio. Por primera vez en este tipo de informes, se publican detalles de las personas que se incluyen en la lista, como dónde viven, cuánto han acumulado o el tipo de trabajo que desempeñan.
Por otro lado, el constante crecimiento de los últimos 20 años a tasas promedio de 10% anual hace que, actualmente, entre 30 y 35 millones de chinos ingresen al mercado de consumo por año, casi una Argentina cada 12 meses, para tener una referencia.
Tal situación también despertó el interés de las marcas de lujo. Prada, Louis Vuitton, Carolina Herrera se mezclan con las de autos. En Shanghai hay concesionarias de Ferrari, Porsche, Mercedes Benz y Lanborghini, como en Buenos Aires de Fiat y Volkswagen.
Otra muestra es que en China el mercado de bienes de lujo se expandió inmensamente en la última década y en 2014 representó el 28,5% del total global. La explosión del crecimiento generó una inflación inesperada en el país asiático. Según el Banco Mundial, en 2010 la inflación fue de 3,3%, subió a 5,4% en 2011, para luego descender por tres años consecutivos y quedar cerca de 2% en 2014.
Está claro que el despegue y el crecimiento chino no solo seduce al Gobierno y a los empresarios. También, claro está, a muchos argentinos de escaso patrimonio que ven en el país oriental la veta perfecta para hacer negocios de importación de corto plazo.
Del Estado a lo privado
La historia reciente indica que desde su fundación en 1949 como República Popular China, con Mao Tse Tung a la cabeza, China era una economía planificada, parecida a lo que fue la desaparecida Unión Soviética. Pero luego de la muerte de Mao, en 1976, los líderes chinos que lo sucedieron comenzaron con un cambio en la economía donde la participación privada cobró relevancia. Así, se desmantelaron las granjas colectivas y se privatizaron tierras. El objetivo tuvo como foco el mercado externo. Se reestructuraron empresas estatales y otras cuantas directamente se cerraron provocando despidos masivos. Como contrapartida, hoy China cuenta con 35 millones de empresas registradas en el país, número que la coloca primera a nivel mundial.
Pero esta situación, a pesar del avance de la propiedad privada, no la aleja del capitalismo de Estado. El Gobierno tiene en su poder sectores estratégicos como la producción de energía y las industrias pesadas.
De acuerdo al FMI, entre 2001 y 2010, el crecimiento económico fue de 10,5% anual promedio, y su tasa de crecimiento fue equivalente a la suma de todos los países del Grupo de los 7 (G7).
Para los analistas, gran parte de este crecimiento se debió a la mano de obra barata y en condiciones que ningún sindicato de la Argentina avalaría.
Como muestra basta un botón: es domingo en Shanghai, son las 23, llueve y el lunes es feriado. La grúa sigue trabajando, los obreros apenas se divisan en la torre de 70 pisos que se construye justo frente a uno de los hoteles Four Seasons. El Cronista pregunta cuál es la razón para que haya obreros trabajando. La respuesta de una de las encargadas del hotel es simple. "La torre lleva tres años y estará terminada en dos más. Se trabaja todos los días por turnos y así se cumple con los plazos establecidos en el contrato".
Además de la alta productividad, otra de las condiciones del crecimiento chino está vinculada a la relativa buena infraestructura. En los últimos 20 años, se construyeron miles de rutas mediante la creación de la red de autopistas, conocida como Sistema Nacional de Autopistas Principales (SNAP). En 2011, sus autovías tenían una longitud de más de 85 mil kilómetros.
También según datos del mercado, los ferrocarriles chinos (propiedad del Estado) son los más utilizados a nivel internacional. En ellos se transporta la cuarta parte de los pasajeros y mercancías por ferrocarril en el mundo. Las estimaciones indican que durante 2014 viajaron en tren cerca de 2.000 millones de personas. Hoy China tiene más de 10.000 kilómetros de vías de alta velocidad, y en 2012 se inauguró el primer tramo del tren bala más largo del mundo, de cerca de 2.000 km., que une las ciudades de Guangzhou con Beijing. Para 2020, el gobierno chino calcula tener 16.000 km. de vías para trenes de alta velocidad.
Por otro lado, en 2013, más de dos tercios de los aeropuertos en construcción de todo el mundo se encontraban en China. Ni lenta ni perezosa, la empresa estadounidense constructora de los aviones Boeing ya tiene sus cálculos listos. Espera que la flota comercial que hoy tiene China y que ronda los 2.000 aviones se transforme en una flota de 6.000 para 2031.
Tal crecimiento también posiciona a China como el país que más produce y consume energía del mundo. Genera alrededor de 5 billones de Kwh. de energía eléctrica. Su dependencia del carbón hace que sea el mayor productor y consumidor de este mineral a nivel mundial. Las consecuencias negativas tienen que ver con la contaminación.
Los analistas no son muy optimistas con respecto a la resolución del problema. Es que para utilizar menos carbón, China puso en marcha en 2010, y luego de 17 años de construcción, la represa Tres Gargantas, la mayor del mundo (el año pasado por generación de energía superó a Itaipú, la represa que comparten Brasil y Paraguay) y la que le permite a China ahorrarse 49 millones de toneladas de carbón. Así y todo, el nivel de smog de las ciudades industriales es altísimo. Aunque no se divise humo de fábrica alguna, la sensación que tiene quien visita Shanghai es que siempre está nublado.
Como dato de color, el mayor contratista en Tres Gargantas es Gezhouba, la empresa china que se asoció con la cordobesa Electroingeniería para construir las represas en la Patagonia argentina.
Cambio de rumbo
El crecimiento de 10% anual promedio duró casi dos décadas en China. Pero el último año, la situación empezó a cambiar. Los organismos internacionales y los mercados en general están a la expectativa de lo que marquen los números del primer trimestre. La mayoría coincide en que el crecimiento rondará el 7%, lo que devolvería a China a cifras de 2009, cuando el país sufrió el impacto de la gran recesión mundial de 2008. Por otro lado, las exportaciones en marzo cayeron 14,6%. El Banco Mundial sumó otra arista negativa: dijo que China no sólo este año crecerá 7%, sino también en 2016, una cifra envidiable para el resto del mundo, pero impensada allí.
El primer ministro chino, Li Kegiang, dijo que el país se enfrenta a una "presión cada vez mayor a la baja" y dio a entender que deben tomarse medidas para que los números no afecten el salario y el empleo.
Con respecto a esto último, hoy, y según datos oficiales, el desempleo en China es del 4%. Los salarios son un gran tema.
Según el sitio web zaichina.net, en 2012, por ejemplo, el salario medio disponible (después de haber descontado los impuestos) en las zonas urbanas de Shanghai, Beinjing, Zhejiang y Guangdong (las cuatro más ricas) fue de 40.188, 36.468, 34.550 y 30.226 yuanes al año respectivamente; en las de Xinjiang, Tíbet, Guizhou y Ningxia (las más pobres) la cifra se situó en 17.920, 18.028, 18.700 y 19.831 yuanes. Es decir, vivir en una región o en otra puede traer consigo el doble o la mitad de sueldo. Al tipo de cambio actual, un dólar equivale a 6 yuanes.
Los analistas, por su parte, creen que China está dejando su dependencia de las exportaciones y concentrándose en el consumo. A simple vista, la última hipótesis parece ser muy cierta, sobre todo en Shanghai, la ciudad más occidental de China donde los hanfus (ropa tradicional similar a los kimonos japoneses) sólo se venden para los turistas.