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ECONOMÍA
Olivera: Kicillof busca keynesiano. Scibona: Predicciones y adivinanzas.
11/04/2015

Kicillof quiere un keynesiano en la fórmula

La Nación.com

Viejos conocidos de Aníbal Fernández están algo sorprendidos. Peronista con vuelo propio y uno de los pocos que hace tiempo, durante los partidos que Néstor Kirchner organizaba en Olivos, era capaz de encabronarse con el líder santacruceño por un simple roce futbolístico, al jefe de Gabinete se lo ve ahora llamando a subordinados de Axel Kicillof, economistas que no llegan a los 40 años, para consultarlos sobre temas que tiempo atrás él habría resuelto en soledad y en cinco minutos. Puertas adentro, el kirchnerismo es a veces una escuela de humildad. Nada nuevo para dirigentes de piel curtida: en julio de 2009, pocas horas después de la derrota legislativa de Kirchner frente a De Narváez, el propio Fernández encabezó una apertura al diálogo con empresarios de primera línea a quienes les advirtió aquella noche que, en adelante, toda la relación con el establishment estaría a su cargo. Fue su última reunión con ellos: desde entonces, por orden y hasta la muerte de Kirchner, el único delegado en esa faena pasó a ser Guillermo Moreno.

El universo Kicillof es últimamente más vasto que nunca. Acaba de incorporar, por ejemplo, el área de vías navegables, un sector que por definición siempre había cobijado la Secretaría de Transporte. Mariana González, la economista que conducirá esos asuntos, fue ascendida a secretaria de Coordinación y se convirtió en la única mujer en la mesa chica del Palacio de Hacienda. Una doble carambola de autoridad de su jefe: no sólo le arrebató la dependencia a Florencio Randazzo, sino que se dio el gusto de equilibrar las atribuciones de Emmanuel Álvarez Agis, secretario de Política Económica, cuyas ínfulas venían molestando en ese ministerio.

Kicillof representa hoy aquel sueño trunco de Aníbal Fernández: es el único funcionario a quienes las corporaciones ven con posibilidades de resolverles algo. El puente que le falta por ejemplo al Citibank, que se desvive por atenuar las asperezas con el Gobierno desde que se inhabilitó a su presidente, Gabriel Ribisich. "Si no llegan a Astroboy, no van a solucionar absolutamente nada", resumió un operador que conoce el sector financiero. Una maldición que nació hace un año en Nueva York: el ministro fue quien lapidó, el 29 de julio, en una conversación con Cristina Kirchner durante un vuelo que unía Buenos Aires con Caracas, el acuerdo que los banqueros tenían con losholdouts para evitar el default de la Argentina y que venía con respaldo de Zannini, Capitanich y Juan Carlos Fábrega, todavía jefe del Banco Central. Hace algunos meses que los banqueros se enteran sólo por la agencia Télam de las circulares, inspecciones y medidas que les atañen.

Es natural entonces que las conversaciones entre cualquier empresario y el ministro excedan a veces los asuntos económicos. Aunque, en ese aspecto, el catedrático de la UBA crea tener todo resuelto: dice que el achicamiento de la brecha entre el dólar oficial y el paralelo es el comienzo de un círculo virtuoso que ya incluye al consumo, que la realidad dejó pagando a los agoreros que temían un aluvión de presentaciones contra el país por el fin de la cláusula RUFO y que todos los problemas de la economía emergen de una raíz política. "Justo cuando la actividad se empezaba a reactivar", lo oyeron protestar días atrás, al referirse a los últimos cimbronazos institucionales. Ayer, en el microcine del Ministerio de Economía, delante de un centenar de hombres de negocios, volvió a envalentonarse con Precios Cuidados. Dijo que, de tan exitoso, ese programa había llevado a candidatos de la oposición a ocultar ahora, en campaña, pretensiones de eliminarlo que ventilaban el año pasado. "Es una política de Estado", afirmó durante una exposición que se adentraba en anuncios bastante más banales: que el repelente de insectos y la crema para el sol salían de la lista por cuestiones estacionales. Y se ocupó de Marcelo Bonelli, el columnista de Clarín que escribió sobre una inquietud que aqueja a los empresarios en general: que el Gobierno esté postergando la solución de los problemas. "Estoy con el pasamontañas, el cable rojo y el negro, activando la bomba", sonrió Kicillof.

Suele ser igual de terminante en cuestiones electorales. Cree, por ejemplo, que Mauricio Macri es "un liberal" y que Sergio Massa "no tiene cerebro". Y lamenta el escaso convencimiento ideológico de Daniel Scioli, a quien de todos modos pretende acompañar como candidato en la fórmula para octubre.

Su estrella viene en realidad cobrando vuelo desde hace tiempo, independientemente de los resultados de gestión, gracias a dos condiciones caras al corazón presidencial: tiene llegada al oído de Máximo Kirchner y no arrastra, a diferencia de gran parte de la dirigencia política argentina de todos los niveles, sospechas de haberse quedado con fondos públicos. Esta enorme ventaja sobre sus compañeros no lo eximirá en los próximos meses de una paradoja propia de todo kirchnerista encumbrado: su única incertidumbre es qué pasará por la cabeza de quien lo encaramó en el poder, la jefa del Estado, al momento de decidir sobre el futuro. Todo un desafío. Porque ella parece haber optado este año por una especie de sobrevuelo papal sobre quienes tienen aspiraciones electorales.

Esta postura, que mantiene el suspenso y evita cortar alas antes de tiempo, le permite al mismo tiempo al Gobierno captar la atención empresarial sobre múltiples aspirantes a gobernar cualquier distrito. Hace dos viernes, Patricio Mussi, intendente de Berazategui y uno de los que todavía fantasean con la idea de una candidatura en la provincia de Buenos Aires, dejó plantados a empresarios de la Cámara de Comercio de Chascomús porque, mientras recorría la planta de Unitec Blue, emprendimiento de Corporación América, recibió un espaldarazo de Eduardo Eurnekian, que se acercó en helicóptero y lo demoró dos horas. El encuentro en la cámara era a las 11.30 y Mussi llegó a las 13.30: cuando entró, sólo quedaban unos pocos concejales con hambre.

Este modo presidencial de conducir contiene cualquier celebración anticipada de Kicillof. Ni en La Cámpora ni en el sciolismo, por ejemplo, serían todavía capaces de descartar como integrante de la fórmula para octubre a Eduardo de Pedro, el único funcionario que puede acreditar experiencia en los tres poderes: fue representante ante el Consejo de la Magistratura, diputado nacional y, ahora, secretario de la Presidencia. Abogado e hijo de desaparecidos, oriundo de Mercedes, es entre los nuevos funcionarios el más respetado intelectualmente por Cristina Kirchner.

No hay que olvidar que, aunque haya decidido abrazarse a La Cámpora, Kicillof no pertenece orgánicamente a esa agrupación, conducida desde un vértice de neto corte político que conforman De Pedro, Andrés Larroque, Juan Cabandié, José Ottavis, Mariano Recalde y Mayra Mendoza bajo las órdenes de Máximo Kirchner. Como si, entre las ironías de un ambiente al que ya parece habituado, el exégeta de Keynes se viera amenazado por un eslogan que ayudó a consolidar: la economía debe ir siempre detrás de la política.

Predicciones y adivinanzas para 2016

La Nación

Por Nestor O. Scibona

La pregunta del millón tiene respuestas devaluadas. Cualquiera que busque adivinar qué ocurría con la economía después del cambio de gobierno en diciembre, se topa con múltiples presunciones basadas en dibujos en el aire.

No es para menos. Cuando faltan poco más de dos meses para la presentación de las candidaturas y poco menos de cuatro para las PASO nacionales, los presidenciables siguen enfrascados en sus internas y relegan a un segundo plano los diagnósticos de sus asesores económicos. A veces, lanzan propuestas aisladas y voluntaristas (Macri, el fin del cepo cambiario; Massa, el fin del impuesto a las ganancias para trabajadores), que poco tienen que ver con un programa económico consistente. Scioli, fiel a su estilo, habla sin decir nada que pueda comprometerlo. Con matices, sus equipos coinciden en bajar la inflación, movilizar millones de dólares "encanutados" fuera del circuito económico, promover inversiones, más empleos y salir del estancamiento de los últimos años. Pero ninguno se arriesga a anticipar precisiones.

A corto plazo, más previsible es la estrategia para 2015 de la dupla Cristina-Kicillof: convertir a más consumidores en votantes del oficialismo, aun sin candidato. Con la premisa de que la gente vota con el bolsillo, no pasa semana sin que eleven el piso del gasto público. Ni sin ofrecer por la cadena nacional de radio y TV más créditos subsidiados, para contrarrestar el deterioro real de salarios y jubilaciones en 2014, a la espera de las inciertas paritarias de este año. Mientras tanto, contiene la inflación con más atraso cambiario, subsidios tarifarios y "precios cuidados". Y contrarresta el retroceso de las exportaciones y el drenaje de reservas por ventas récord de "dólar ahorro" a precios de ocasión, mediante el racionamiento de importaciones no energéticas que tal vez se flexibilicen transitoriamente con la liquidación de la cosecha de soja.

Ningún analista económico prevé que esta política de "radicalizar el populismo" (según la definición que en 2011 acuñó el entonces viceministro Roberto Feletti) explote antes de las elecciones. Pero la mayoría coincide en que no es sostenible sin complicar la gobernabilidad a partir de 2016, por más que el cristinismo se empeñe en asignarle carácter "irreversible".

Esta perspectiva coloca en un brete a Scioli, si se confirma la presunción de que aceptaría a Kicillof como compañero de fórmula, a cambio de un apoyo de CFK en las PASO. Al igual que con el número de pobres, difícilmente el ministro de Economía admita en campaña el agravamiento de la herencia macroeconómica kirchnerista. Tampoco la urgencia de remover restricciones al comercio exterior y el exceso de intervencionismo para reactivar una economía necesitada de mayor inversión para crecer. Por ahora sólo se sabe que el pragmático gobernador bonaerense quiere ser presidente a toda costa. Pero, con tantos desequilibrios acumulados, todavía es prematuro conjeturar cómo haría equilibrio dentro de su ambivalente consigna de continuidad con cambios.

Por razones diferentes, los equipos opositores tampoco arriesgan definiciones que impliquen costos políticos. No sólo para evitar prematuros "escraches" del kirchnerismo que, en caso de convertirse en primera minoría opositora, ya tiene preparada la consigna "con nosotros no pasaba". También porque exploran cómo ampliar su futuro margen de maniobra.

Para encarrilar el sector externo, todos tienen in péctore la perspectiva de colocar deuda en los mercados externos -en un rango de 10.000 a 20.000 millones de dólares- para saldar pagos pendientes, reforzar reservas y salir lo antes posible del cepo cambiario. Sería la forma de aprovechar la baja relación deuda externa/PBI, uno de los pocos puntos a favor de la herencia K. Pero esto implicará no sólo resolver el default de la deuda con los holdouts, sino también definir la futura política cambiaria. No es lo mismo arrancar una nueva gestión con tipo de cambio de equilibrio o con "colchón"; y de eso dependerá si se eliminan retenciones a la exportación (menos la soja) o si habrá una reducción gradual. Esta incógnita, junto con el fin de los ROE, ya desvela a los productores de trigo que deben sembrar con este gobierno y cosechar con el próximo.

En cuanto a la reducción del gasto público, las predicciones apuntan a los crecientes e indiscriminados subsidios a la energía y el transporte, superiores al 4% del PBI. Malas noticias a futuro para usuarios residenciales e industriales; especialmente del área metropolitana de Buenos Aires. En un seminario organizado por los Ex Secretarios de Energía, el economista Fernando Navajas reveló que las tarifas eléctricas muestran el mayor atraso real desde 1945. Pero reiteró la necesidad de un sendero gradual de ajustes para reducir los subsidios, además de una tarifa social de suma fija para sectores de menores ingresos y criterios de eficiencia energética nunca utilizados en estos años (como tarifas diferenciales según horarios o demanda estacional).

Estas cuestiones abrieron un debate entre economistas sobre la disyuntiva de shock o gradualismo. No sólo eso: en el sector financiero hay quienes conjeturan si el ministro de Economía del próximo gobierno podrá aplicar de movida un programa integral, o conformarse con un trabajo sucio de transición. Desde la heterodoxia racional, el economista Carlos Leyba enfatiza que para salir de los ciclos de crisis y reactivaciones basadas en endeudamiento, no sólo hay que ocuparse de la macroeconomía sino de una estrategia de desarrollo, que hoy tampoco surge -dice- de la financiación china.

Los presidenciables apuestan a la mejora de expectativas económicas que provocaría el cambio de gobierno. No obstante, son conscientes de que quien sea electo deberá asumir con un programa integral y consistente debajo del brazo, para corregir los desequilibrios y recuperar la confianza.

Más lejos de estos interrogantes, los mercados apuestan a que el efecto "chau, Cristina" implicará el fin del default y nuevos repuntes en el valor de los activos. Por eso están más atentos a las encuestas que a los indicadores económicos: si a medida que se acerquen las elecciones no se despejan las incógnitas para 2016, tendrán tiempo suficiente para desarmar posiciones y refugiarse en el dólar.


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