La presidenta chilena Michelle Bachelet promulgó el domingo una ley que permite la creación del Ministerio de la Mujer y la Equidad de Género.
"Estamos dando un paso decisivo para las reivindicaciones de género", señaló la mandataria en un acto en la céntrica Plaza de la Constitución en el día que se celebra mundialmente a la mujer trabajadora. "Estamos promulgando una nueva institución, más robusta, con más herramientas" que ayuden a "modificar las mentes y los corazones que mantienen un sistema injusto".
En un video dirigido a toda la nación y difundido el domingo, Bachelet denunció las desigualdades a las que se enfrentan las mujeres hoy en día.
"El mundo en el que cotidianamente aportamos lo mejor de nosotras no es equitativo: hay oportunidades desiguales de trabajo remunerado, de ascensos; es desigual la carga de trabajo en el hogar, el acceso a espacios de liderazgo en la política y los negocios", indicó.
El nuevo ministerio permitirá contar con más recursos y una institucionalidad a lo largo de todo el país para luchar contra estas desigualdades, poniendo en marcha políticas de equidad y género.
Hasta ahora en Chile existía el Servicio Nacional de la Mujer (Sernam), que pasará a ser integrado en el nuevo ministerio. Su directora, Claudia Pascual, será la nueva ministra de la Mujer y Equidad de Género.
Una mujer con acceso a la educación superior, que participa más del mundo laboral y que, por lo mismo, retrasa la maternidad. Ya no piensa sólo en casarse y tener hijos. Tiene más voz, pero aún no logra llegar hasta los puestos de poder. Así es hoy la mujer chilena. ¿Cómo llegó a este punto? Una revisión histórica permite entender esta evolución.
Elena Romero, académica de la Facultad de Educación de la U. Mayor, explica que el principal cambio histórico de la mujer chilena está relacionado con la participación y la mayor visibilidad. “Antes se quedaba en la casa y se iba cuando se casaba, pero a partir de los años 90 su participación en el mundo educacional y laboral es mucho mayor”.
Pero no sólo se incorporó más al trabajo, sino que también comenzó a acceder a otro tipo de empleo. “Hoy, una niña ya no piensa sólo en ser enfermera o profesora. Puede trabajar en minería, por ejemplo, algo impensado hace unos años. Ello, porque ha cambiado el pensamiento sobre el rol de la mujer en la sociedad”, agrega Romero.
Según el director del Centre for Experimental Social Sciences de la U. de Santiago, Juan Carlos Oyanedel, el acceso masivo a la educación superior a partir de los 90 fue un cambio social tan importante como poder votar. “El derecho a voto las convierte en personas habilitadas para el Estado, en ciudadanas. El acceso a educación superior las convierte en agente para decidir, lograr autonomía financiera e insertarse en el mercado del trabajo de manera más calificada, permitiéndole sistemáticamente tener mayores derechos”, dice.
A su juicio, este acceso a la educación superior trae nuevas demandas, como la igualdad en diferentes ámbitos. Por ejemplo, el trabajo.
“Antes, la mujer no tenía mucha participación social, porque debía estar en la casa y cuidar a los hijos. Era mal visto que abandonara ese rol. Pero hoy, las posibilidades económicas permiten que la mujer ya no sólo se quede en su rol de madre y pueda asumir cargos públicos también”, indica Romero.
Pero participación no significa poder de decisión. Según un informe del PNUD de 2009, la participación de las mujeres en la alta gerencia de empresas llega apenas al 10% y en los directorios no supera el 7%.
María Emilia Tijoux, investigadora de la Facultad de Ciencias Sociales de la U. de Chile, advierte que aún hay cosas que no cambian, como la escasa participación en puestos donde se toman decisiones y la violencia contra las mujeres. Sobre lo primero, dice que en Chile no existe paridad y falta mucho para eso, aunque considera que la ley de cuotas es un avance que obliga a la reflexión y a la resistencia de quienes no quieran hacerlo. En cuanto a la violencia, explica que “hay un maquillaje superficial que da cuenta de ciertos cambios, pero la cantidad de femicidios en los que la justicia no actúa o que quedan sólo en la denuncia es una muestra de que la violencia contra las mujeres permanece y la reacción de la sociedad sigue siendo pasiva”.
Según Susana Arancibia, docente de la Escuela de Trabajo Social de la U. del Pacífico, el ingreso masivo de las mujeres al mundo laboral en la crisis económica de los 80 fue un quiebre radical para el que el país no estaba preparado. Ni siquiera había salas cuna o jardines infantiles suficientes. Esa generación de niños se crió sola, porque los padres tampoco estaban preparados para participar en esa crianza y la mujer se quedó con el doble turno del trabajo fuera del hogar y el doméstico al finalizar la jornada. “A la mujer le gustó tener y manejar su dinero. Además, el doble sueldo era beneficioso para toda la familia”, dice Arancibia.
La baja en la tasa de fecundidad es un reflejo de que la mujer hoy prefiere estudiar, trabajar y luego tener hijos. El acceso a tratamientos de fertilidad hace que hoy puedan decidir en qué momento lo hace, dicen los expertos.
¿Qué falta? En el ámbito familiar, dice Arancibia, queda que la figura del hombre-padre-trabajador se involucre más en la crianza, pero al mismo tiempo, la mujer-madre-trabajadora debe permitírselo, porque muchas veces no los dejan tomar ese rol.