El balance político del 2014 deja aplausos a la hora de evaluar la aprobación de proyectos emblemáticos, pero abre cuestionamientos a la conducción de cómo se llevó un complejo proceso de reformas. En el oficialismo se resiente el golpe del caso Caval, que marcó el cierre de un año de triunfos y derrotas.
En el oficialismo hay un consenso. El primer año de Gobierno de Michelle Bachelet dejó, en los hechos, un balance legislativo a favor, pero a la vez cuentas negativas a la hora del manejo político.
La instalación de su segunda administración fue compleja para la Presidenta. Ya desde antes del punto de partida el episodio de las fallidas nominaciones de autoridades hacía prever un nudo de conflictos internos que dejó heridas abiertas en la Nueva Mayoría.
“Más que ser el Gobierno de una coalición, este es el Gobierno de una persona. La Presidenta compuso un gabinete a la medida de sus propias necesidades, convicciones y sesgos, sin considerar para nada a los partidos”, resume el columnista Héctor Soto a la hora de evaluar el manejo del primer año.
Ya en la confección de sus equipos, se dejó ver que este segundo mandato sería de Bachelet, y no de la Nueva Mayoría, lo que en febrero de 2014 el sociólogo Eugenio Tironi calificó como un “régimen hiperpresidencialista”.
Así, Bachelet inició su segundo período en La Moneda con un doble blindaje: el del respaldo ciudadano (54% de aprobación al comenzar), y el de un esquema en el que dio amplios poderes a su ministro del Interior, Rodrigo Peñailillo.
El desgaste
El primer año, sin embargo, abrió un escenario impredecible en el bacheletismo. Por primera vez, la mandataria resintió el golpe directo de bajar en su popularidad y en sus atributos blandos -su mayor activo- y el acelerado ritmo de sus grandes reformas provocó un distanciamiento con la población.
“Hay que precisar mucho la manera de vincularse a la ciudadanía en todas las tareas transformadoras, eso pasa ahora a ser un tema muy central”, sostiene el senador socialista Carlos Montes, una de las figuras más respetadas en el oficialismo.
Por el contrario, el propio parlamentario resalta que pese a un inicio de año con dificultades, los cambios institucionales y tributarios logrados, además de la primera parte de la reforma educacional, reflejan “un avance” y, “desde ese punto de vista es un año bastante bueno”.
En ello coincide el senador Felipe Harboe (PPD), “Fue un año exitoso en lo político”, en base a la aprobación de ejes emblemáticos como el fin del binominal, la Reforma Tributaria y parte de la educacional, lo que, a su juicio, refleja “un ejemplo de unidad de coalició que no habíamos visto en los últimos años”.
Las reformas fueron presentadas como el tronco del programa de Gobierno, y pese a que se esperaba una rápida tramitación, la etapa legislativa abrió fisuras en el oficialismo, y un quiebre con la oposición, que acusó el paso de “una aplanadora”.
“El 2014 va a ser recordado como el año de la imposición de las mayorías y de la renuncia al diálogo”, plantea el presidente de la UDI, Ernesto Silva, que lideró con dureza el trabajo opositor durante el primer año de Gobierno.
Pero no sólo en la UDI encontró resistencia La Moneda. Desde la propia Nueva Mayoría surgieron matices a los proyectos. Fue la propia Democracia Cristiana la que mostró su fuerza interna a lo largo del 2014, e incluso criticó un “déficit” en la conducción política a través de un consejo nacional, una instancia clave en la interna.
El peso de los partidos fue foco de quejas durante el primer año, y motivó casi una decena de cónclaves para definir mecanismos de coordinación política entre La Moneda y la Nueva Mayoría.
“Hubo una debilidad en el trabajo de afiatamiento de la coalición por parte del comité político”, plantea el analista Max Colodro.
Desde la DC, el partido que marcó “matices” el 2014, el secretario nacional Víctor Maldonado considera que “El Gobierno puede exhibir una disciplina de los partidos de la coalición a toda prueba, porque todos los proyectos fueron aprobados”.
Sin embargo, el dirigente aclara que “el debate todavía puede ser perfeccionado, la relación con los partidos puede mejorar aún más y la relación conjunta de la etapa prelegislativa puede ser mucho más perfeccionada”.
El complejo cierre
Enero fue el mes esperado para La Moneda. Se cerraba un año exitoso en la arena legislativa, y de paso la aprobación de Bachelet cerraba la llave a una tendencia a la baja para repuntar.
El escenario no sólo dio un reimpulso al Gobierno, ya que además se ordenaron las huestes oficialistas y se alejaron los rumores de un cambio de gabinete.
El aliento, sin embargo, se truncó al poco andar, cuando la primera semana de febrero estalló el Caso Caval, el momento más duro de enfrentar a nivel personal y político para Bachelet.
El vínculo de su hijo Sebastián Dávalos -que renunció a la dirección sociocultural de la Presidencia- con el crédito de unos $6.500 millones a la sociedad manejada por su esposa, Natalia Compagnon, para la compraventa de tres predios en la comuna de Machalí, golpeó la línea de flotación del Gobierno.
“Ha sido muy dramático y va a ser siendo muy dramático, porque lastimó de una vez y para siempre el discurso de inclusión, de igualdad, de equidad que distinguía a la Presidenta Bachelet, del cual ella tiene un testimonio de vida. Desgraciadamente el Caso Caval la complica y compromete para siempre. Veo que el Caso Caval es medio irreversible”, afirma Héctor Soto.
“Genera un cuadro de mucha desconfianza y eso revierte buena parte de los logros”, añade el senador Montes.
El golpe del caso impactó con fuerza en la Presidenta. No sólo experimentó una fuerte caída en su aprobación en las encuestas de febrero, además reflejó una baja en sus atributos de cercanía y credibilidad.
“El Gobierno termina su primer año en una situación muy compleja”, sostiene Max Colodro, quien remarca que el “Caso Caval va a marcar el inicio del segundo año y el período que se inicia”.