Por Marcelo Cantelmi.
La atracción casi sin límites que China ejerce en algunas naciones de América Latina como Argentina, Venezuela o Ecuador, es una curiosa marca de la actual etapa. Es razonable que el poderío económico del gigante asiático constituya uno de los objetivos estratégicos de una región que ha explicado gran parte del auge de la última década en la demanda comercial de Beijing. El problema es cuando ese criterio estratégico deviene en un formato apurado por las circunstancias, que el mismo autodenominado progresismo que lo alienta denunciaría como entreguista si fueran otros los protagonistas.
La relación con China requeriría ciertos cuidados debido a que el ímpetu pragmático de la segunda potencia global combina en el beneficio del intercambio comercial una amenaza concreta para el sistema industrial de los países donde aterriza. La presión a la primarización es un efecto claro de ese proceso. Ian Bremmer, el responsables de la influyente consultora Eurasia Group recordaba hace un par de años a un entusiasta funcionario de Nigeria, la potencia petrolera africana, que explicaba que Beijing es un socio mucho más provechoso que EE.UU. y Europa porque “firman cheques, y tienen voluntad de venir y construir infraestructuras”. Pero, al mismo tiempo, el Banco Central de ese país se despachaba con un discurso de queja que parecía de otras épocas y otros espacios: “China toma nuestros bienes primarios y nos vende manufacturas. Eso es la esencia del colonialismo ... Es un nuevo imperialismo”.
Ni tanto ni tan poco, pero es cierto que las asimetrías son inocultables. Los cambios que ha venido imponiendo México, por ejemplo, segunda economía latinoamericana, que ha desarmado monopolios internos busca modernizar su perfil productivo para aminorar el aluvión de productos chinos que incluye componentes industriales. En este dilema entre necesidades y costos hay una serie de datos clave. Es claro que la ofensiva china en estas comarcas fomenta por demanda la producción de bienes primarios. Brasil multiplicó por cuatro su area sojera para abastecer el apetito de su gigantesco socio asiático.
El propio Bremmer comenta que “el quid pro quo” del gigante, es decir el algo por algo en el intercambio “incluye gran cantidad de contenidos chinos y de trabajadores que ellos envían, lo que perjudica al empleo local. Y por cierto, la disponibilidad de productos primarios para ser exportados a China”.
Lo que emerge es una nueva división internacional del trabajo al estilo del diseño que afloraba a comienzos del siglo pasado cuando era Gran Bretaña la potencia reinante. Pero este encuadre puede tener también ecos no tan lejanos como el Consenso de Washington que irritó al subcontinente en los albores de la década del ‘90 por el lugar dependiente y pastoril que se le asignaba en el reparto mundial.
Bremmer no es un crítico de la expansión china. Sí advierte que Beijing busca lo que desea de cualquier modo que pueda negociarlo, sin prejuicios ni pruritos, ni discutiendo la moral, desvíos, violaciones de quien tenga por delante o los eventuales costos sociales de la operación. África creció en la última década como nunca antes debido a la fuerte inversión de Beijing, pero ese fenómeno modificó escasamente la situación objetiva de sus poblaciones.
La producción manufactura con valor agregado y los servicios son la llave del crecimiento y la prosperidad que es por donde ha caminado con seguridad China. Ningún imperio suele ser amable a la hora de defender sus intereses, y el asiático precisamente no esta exportando aquellas virtudes entre sus socios.
Si bien desde 2004 el intercambio entre América Latina y Asia tuvo un impulso geométrico, el fenómeno se aminoró en los últimos años debido a la pérdida de dinamismo de la economía China que se combinó con la caída del precio de los commodities. Esa novedad elevó dos preocupaciones en el subcontinente americano, según la mirada de The Economist: “la región se ha confiado demasiado nuevamente en las exportaciones primarias y, como antes, sucumbió a la maldición de los recursos naturales”.
Por ahí marcha la preocupación del empresariado local, especialmente si la ofensiva china carece de condiciones. Kevin Gallagher, coautor de The Dragon in the Room, China and the future of Latin American industrialization, sostiene que “en términos de competitividad China esta desplazando a América Latina en el mundo de las manufacturas y de los servicios”. Si bien en 1980 el gigante asiático no era una amenaza grave, en 2009 las manufacturas chinas se convirtieron en las más competitivas del mundo. “Argentina, Brasil y México son los únicas naciones latinoamericanos con una significativa cuota de exportación mundial y los tres deberán luchar para mantener competitividad”, advierte.
No es casual que los industriales de estas playas se retuerzan por lo que les suena como un riesgo imparable de pérdida de mercado. En la década pasada, 92% de las exportaciones de manufacturas latinoamericanas --40% de las ventas totales--, estaban desafiadas por China. El caso de México es paradigmático dice este experto. Cuando el país ingresó al Nafta logró una mejora al abrir el mercado norteamericano. Pero “todo cambió cuando Beijing entró en la Organización Mundial de Comercio. Ahora muchas de las principales exportaciones industriales mexicanas penden de un hilo, entre ellas textiles y vestimenta elaborada”, sostiene.
Consenso de Washington o granero del Asia, esta contradicción recuerda también la controversia por el ALCA, el acuerdo de libre comercio para las Américas creado por Bill Clinton y que George Bush buscó imponer en el hemisferio. Justamente el libre comercio es uno de los paradigmas en el discurso oficial chino. Vale recordar que pese a la insistencia del relato, el ALCA no colapsó por la ofensiva de Hugo Chávez, Néstor Kirchner o Diego Maradona en aquella legendaria cumbre de Mar del Plata de 2005. Más prosaico, fue el empresariado de Brasil, que codirigía la iniciativa con EE.UU., el que lo detonó por las asimetrías que Washington proponía en beneficio de sus industrias respecto a las del sur. Sin mirar tanto hacia atrás, los líderes latinoamericanos justifican esta novedosa xenofilia usando incluso la coartada ideológica de un maoismo perimido y que ninguna relación tiene con el presente del gigante asiático. Amables y sonrientes los chinos agradecen. Y se abrazan confiados y en silencio a la proclama de Deng Xiaoping, padre de la reforma china: “enriquecerse es glorioso”.
Por: Claudia Peiró.
Cristina Kirchner definió a las economías china y argentina como "absolutamente complementarias", al destacar los acuerdos bilaterales rubricados con el gigante asiático, presentados por el oficialismo como "exitosos". Sin embargo, los acuerdos establecidos con China dejan la sensación de que nuestro país, urgido por factores de coyuntura, no potenció todos sus recursos.
Ante las críticas y temores expresados por algunos industriales, la primera pregunta que surge es la de si existía espacio para una mejor negociación.
"América Latina tiene muchísimo espacio, como no lo ha tenido en casi un siglo –dijo a Infobae el profesor Mariano Turzi, coordinador del programa Asia Pacífico de la Universidad Di Tella-. Por primera vez desde el recambio de potencias, América Latina tiene lo que las potencias necesitan Además, en estos últimos 10 años nuestro continente ha ganado mucho espacio en autonomía externa. Por razones económicas y políticas, las condiciones para un acuerdo beneficioso están dadas".
"Es una cuestión de decisión política y de conocimiento –afirma-. De esta situación se sale con conocimiento. Los activos que nosotros tenemos no están solo en el campo, también están en la universidad, entre la gente que tiene la experiencia de haber negociado, los que estudiamos y seguimos este tema. Si no se articula el sector público, el sector privado y la Academia, que es como lo hacen en China, vamos a perder".
El economista Martín Hourest señala por su parte que, al dato objetivo de que se trata de dos economías de talla muy diferente, se suma una desigualdad en el nivel de las estrategias: improvisación de un lado versus planificación del otro. "Si me interesa venderles productos de la cadena agroalimentaria, porque se trata de un mercado de muchos millones, pienso una estrategia con los actores locales de esa cadena, antes de salir a venderle al mundo. Y eso claramente no ha sido hecho. Se está jugando sin plan con gente que hace de la articulación una estrategia. Ellos venden el tren, el financiamiento, los durmientes, los ingenieros y la señalización. La relación es claramente desigual y si uno forma parte de un bloque conviene negociar articuladamente con el bloque", dice, apuntando así a una de las grandes falencias de la negociación argentina.
"¿Cuánto de coyuntura y cuánto de estructura hay en esto? –se pregunta Hourest-. Mi impresión es que básicamente es un acuerdo para nosotros coyuntural y para los chinos de mediano plazo. Por la desesperación de acceder a recursos que equilibren la cuenta capital por vía del swap, lo que hace Argentina es tratar de comprar tranquilidad en su cuenta capital. Y lo paga caro. No con la tasa de interés sino con concesiones".
En palabras del profesor Fernando Vilella, director del Programa de Agronegocios y Alimentos de la UBA, el problema "es que en los últimos años, precisamente cuando China juega un rol creciente en la política internacional, el Mercosur está casi desdibujado".
"La mejor carta de negociación que tiene Argentina con China es el tema agroalimentario –explica Vilella-. Ellos son el 20% de la población del planeta y tienen el 7% de la tierra cultivable y ya la están usando. Cada año, 20 millones de chinos se trasladan del campo a la ciudad y cambian sus hábitos de alimentación y consumo. La demanda de alimentos que van a generar a futuro es muy importante. De aquí a 2030, en China, India, Japón, Vietnam, Tailandia, etc. habrá 900 millones de personas que sólo podrán alimentarse si viene comida de otros lados. Y esos 'otros lados' son EEUU-Canadá, Australia-Nueva Zelanda, la zona de Ucrania, y Argentina-Brasil y en menor medida Paraguay y Uruguay. No hay otras regiones que puedan producir esos alimentos. Con lo cual, tenemos una carta de negociación muy fuerte. Y deberíamos negociarla en forma integrada con otros actores; Argentina debería convenir con Brasil esas estrategias para sacar mejor provecho".
Todos estos datos subrayan aún más la necesidad de una estrategia. ¿Qué hay de la idea de formar una OPEP de la soja alguna vez evocada?
"Bueno, nosotros tenemos un margen de maniobra escaso porque somos una economía chica, por eso debemos fortalecernos a través de la unidad con otros, responde Vilella. Brasil y Argentina son los grandes proveedores de algo que ellos necesitan sí o sí: soja para producir cerdo y pollo, que constituyen su dieta. Esos términos de negociación se fortalecerían si de este lado de la mesa estuviera una OPEP de la soja, o de los alimentos. No es fácil, pero tampoco imposible. Tampoco parecía posible que se juntasen Francia y Alemania después de la Guerra... y lo lograron".
Uno de los factores que condicionó las posibilidades de Argentina de explotar mejor sus ventajas fue la acuciante necesidad de financiamiento de un país que veía mermar sus reservas y cuyo default técnico le impide acceder al mercado de capitales. Así lo explica Sergio Cesarín, politólogo y profesor de la Universidad Tres de Febrero (UNTREF), que realizó parte de sus estudios en Pekín: "Siempre hay posibilidades de negociar mejor pero sucede que los márgenes para la Argentina están reducidos, dado que somos un país que necesita inyecciones de dinero para financiar, como en este caso particular, obra pública, infraestructura. Aunque partamos de grandes asimetrías, y con un escenario de ensanchamiento del poder relativo de China, que ha crecido en los últimos años, mientras que nosotros perdemos poder relativo, incluso a nivel regional, siempre se puede contar con una mejor plataforma de negociación y construcción de acuerdos. Son las condiciones micro y macroeconómicas, la postura internacional del país y ciertas decisiones de política económica las que nos imponen –o autoimponen-un margen más acotado de acción".
"Hace varios años que se habla de la unión de los agroproductores competitivos a nivel global –agrega Cesarín, en referencia a la mentada OPEP de los alimentos-, pero lamentablemente por diferentes factores, como la degradación del Mercosur en los últimos tiempos, cuyos miembros precisamente son actores competitivos en esa área, no ha avanzado. Igual es una idea que se puede reflotar. Para países como el nuestro que tiene grandes asimetrías con China, negociar en forma conjunta siempre agrega capacidad para maximizar los beneficios de un acuerdo".
También Martín Hourest subraya las limitaciones locales en esta negociación: "China sabe que le conviene comprar commodities antes que productos elaborados porque están comprando trabajo argentino. Lo grave es que nosotros, sabiendo esto, no hemos hecho nada en diez años para agregar trabajo a nuestros exportables. Lo que la Argentina recuperó industrialmente en estos años se debió al atraso salarial, por la brutal devaluación inicial de Remes Lenicov – Lavagna, y a una importante demanda internacional de bienes. Cuando esas dos cosas se cortan, se empiezan a sentir los remezones porque la base industrial no cambió en estos años".
Hourest explica que, en esta década, de los grandes de América Latina, Argentina es el país que menos invierte, 17,3% del PBI. Además, antes, tanto la región como Argentina, invertían 40% en bienes de capital y 60% en construcciones. Pero mientras América Latina invirtió esos porcentajes -ahora es 60% en bienes de capital y 40 en construcciones-, el único país que quedó fijo en la anterior proporción, invirtiendo poco y con esa mala matriz de inversión, es la Argentina. "Por lo tanto, dice, la economía que le ponemos enfrente a China es una economía que invierte poco y mal, que produce y comercializa bienes primarios y cuyos centros de decisión en materia de cadenas de valor están concentrados y son transnacionales".
Argentina no sólo no habría negociado en las mejores condiciones, sino que ha experimentado un retroceso en la relación. "Dentro de la canasta exportable hemos perdido valor agregado –dice Cesarin- y esto es por factores combinados: escasez de la oferta argentina, fallas en la política de promoción, falta de interés o voluntad de compra por parte de China, represalias chinas porque imponemos medidas antidumping, etc. Lo cierto es que antes vendíamos más tubos sin costura, más aceite de soja, y ahora hemos retrocedido hacia una canasta más primarizada. Pero es una preocupación compartida con otros países de la región: pasa en Chile con el cobre e incluso en Brasil con el mineral de hierro".
"Nuestras exportaciones a China en los últimos años están conformadas cada vez más por productos sin agregado de valor, siendo la soja el producto estrella –dice Vilella-. Y si antes vendíamos aceite, ahora es casi todo grano, con lo cual tenemos un retroceso en las ventajas comparativas de Argentina".
En cuanto a las concesiones más discutidas de los acuerdos, la adjudicación directa de obras de infraestructura a empresas chinas y la posibilidad de que éstas importen mano de obra, a Vilella le parece más preocupante lo primero: "No tener un precio de referencia, lleva al '¿cómo cerramos la cosa?', queda todo sujeto al nivel de corrupción de un país en un momento dado. Desde el punto de vista de la transparencia siempre es mejor un concurso de precios que decisiones basadas en la voluntad de un funcionario. Aunque es obvio que si un país da un crédito lo da para que los equipos los fabriquen sus empresas".
"Por experiencia propia –dice Sergio Cesarin, que en el pasado trabajó en Cancillería y en el Ministerio de Economía-, y además porque está asentado en documentos oficiales chinos, me consta que ellos buscan promover la exportación de mano de obra. Es una práctica muy común, sobre todo en el caso africano. Se puede decir que no somos África y que los trabajadores latinoamericanos están más calificados. De todas maneras no deja de ser un punto a tener en cuenta. Siempre la expectativa de China es, en la medida de lo posible, trabajar con sus obreros porque saben que el nivel de conflictividad laboral en nuestras regiones es más alto que el de allá".
Detrás de la complementariedad evocada por el Gobierno, ¿estamos reeditando esquemas coloniales del pasado? Los especialistas destacan que las condiciones no son las mismas, sobre todo porque hoy la Argentina no tiene una única opción, como en el pasado sucedió con Gran Bretaña. "No deberíamos repetir los errores de comienzos del siglo XX, cuando había un solo mercado, Inglaterra, y cuando eso se cayó, cayó Argentina. Hoy, a diferencia de aquel momento, hay muchos mercados. Por suerte, el mundo emergente ha crecido, el sudeste asiático, la Asean, el mundo árabe, el África subsahariana, y la propia América Latina. Deberíamos tener una estrategia de mercados diferenciada porque nuestra capacidad de negociación es muy baja y estos países desde el punto de vista de nuestra escala son muy interesantes y no demandan solo soja, Los países árabes, en particular, son otro foco interesante del mundo porque importan mucho y con más valor agregado. Importan 5 veces más no commodities que China".
Hourest sostiene que "hay que promover exportaciones y generar oferta local, y esto se debe ir haciendo sobre la marcha". "El problema es que no se hizo nada. Asentados en un boom de consumo que duraba mucho, todo ese proceso de reconversión del aparato productivo no se dio. La lógica del vivir con lo nuestro no va, porque todos los actores del sistema industrial son importadores".
¿Qué margen tendría un próximo gobierno para modificar o desconocer estos acuerdos?
"Si por ejemplo, este conflicto con la UIA fuese políticamente rentable no me extrañaría que alguno de los candidatos a presidente considere denunciar el acuerdo. Este tipo de problemas se podría evitar consultando, preparando", dice el profesor Turzi.
"Una posibilidad –responde Hourest por su parte- es decir, por ejemplo respecto al plan de equipamiento ferroviario, discutamos de acá a 5 años, cuánto de todo esto lo podemos producir localmente. Pensemos en cuántas empresas –cerca de la mitad- desistieron de sus juicios ante el Ciadi, que eran fruto de los acuerdos de inversión firmados por Menem en los 90 que parecían inamovibles. Nada indica que eso con China no se pueda hacer. El error es vender este acuerdo como si fuera un exitazo cuando en realidad no lo es".
Por Juan Carlos Villalonga.
El desafío climático y la necesaria innovación energética no están en la agenda del gobierno argentino. Así quedó demostrado en la reciente gira de la Presidente Cristina Fernández de Kirchner por China.
A pesar de que China es hoy la mayor potencia en materia de energías renovables, -claro que esta “revolución” tiene su contracara en ser el mayor emisor de CO2 a nivel global debido a su modelo de industrialización-, la Presidente argentina se animó a desairar el rol que éstas fuentes de energía tienen a nivel global y local, rubricando una visión anacrónica en materia energética y una posición “negacionista” sobre el cambio climático.
En su discurso frente a empresarios y banqueros chinos, Cristina Kirchner se jactó de no ser ingenua ya que no cree “que las energías fósiles vayan a desaparecer como por arte de magia”.
Inmediatamente, y con un cinismo un tanto desubicado para los tiempos que corren, aseguró que hablar de energías renovables es algo “políticamente correcto y muy cool”. En un solo gesto, desacreditó el poderoso desarrollo de la industria de las renovables y ubicó al cambio climático, el mayor desafío ambiental que enfrenta la humanidad, en casi un asunto de “tilingos”.
Paradójicamente, desde 2013 es China el país que viene liderando el crecimiento del mercado global de energía solar fotovoltaica y el primero en potencia eólica instalada. Muy lejos de buscar mostrarse como una administración “cool”, el gobierno chino está obligado a disminuir sus emisiones de CO2 y a reducir la contaminación, producto de la quema de fósiles, que ha elevado el smog en muchas de sus ciudades a niveles intolerables para la salud de sus habitantes.
Pero la confusión en materia energética que la Presidente desplegó en China no quedó sólo allí: la obsesión de su gobierno por el desarrollo nuclear demuestra el anacronismo ideológico que orienta sus decisiones. Para justificarlo, Cristina Kirchner repitió la falaz idea de que la industria nuclear es una fuente energética limpia sólo porque no emite CO2. Esta realidad es bien diferente cuando se contabilizan los impactos ambientales del ciclo completo del combustible, que comienza con la minería de uranio y finaliza con los residuos radioactivos.
Pero además, la energía nuclear lejos de ser la fuente barata, limpia y pujante que prometió ser alguna vez, hoy se encuentra cuestionada y estancada. Si se compara a nivel global el crecimiento de la nuclear con fuentes renovables puede observarse que mientras en 2013 la eólica creció un 12% y la solar un 34%, la energía atómica sólo tuvo un incremento del 0,3%.
Muy por el contrario a lo que la Presidente sostuvo en China, las energías renovables constituyen hoy un mercado creciente y poderoso, y tienen en las próximas décadas un protagonismo central en el urgente y necesario reemplazo de los combustibles fósiles. Cada vez más países se suman a esta tendencia y el nivel de inversiones que movilizan coloca a las renovables en una de las actividades tecnológicas más dinámicas y robustas.
Esa falta de visión que manifestó nuestro gobierno semanas atrás en China, explica, en buena medida, el abismo existente en Argentina entre la parálisis en materia de energías renovables y un potencial extraordinario que nadie comprende que no sea aprovechado.
El potencial eólico en nuestro país supera en más de 50 veces el consumo de electricidad. Contamos con sitios excelentes en vasta zonas del país para aprovechar muy eficazmente la energía solar.
No sólo disponemos de recursos abundantes y tecnologías seguras y eficientes, sino además de un potencial de inversiones extraordinario capaz de generar miles de empleos verdes en una actividad asociada a uno de los más grandes desafíos de este siglo, el cambio climático.
Juan Carlos Villalonga es presidente de la Agencia de Protección Ambiental de la Ciudad de Bs.As.
Por MAXIMILIANO MONTENEGRO.
Nunca como en esta etapa final del gobierno de Cristina los objetivos de la política económica K fueron tan explícitos: aguantar el dólar oficial como ancla, bien atrás de la inflación y de los salarios, intentar recuperar el consumo con la receta clásica del efecto atraso cambiario, dejar en un segundo plano el modelo productivo de matriz diversificada con bases en la industria y las economías regionales. Y por sobre todas las cosas que lo arregle el próximo.
Para que la estrategia problema del que sigue funcione hay que cuidar las reservas, de modo tal de esquivar cualquier sobresalto cambiario en el camino. Y echar mano al endeudamiento con el socio chino y, si es posible, en el mercado de capitales para no repetir el ajuste del año pasado y financiar una modesta recuperación en el año electoral.
Las reservas reales es decir, para vender en el mercado ante una corrida al dólar son la mitad de los u$s 31.300 millones que informa el Banco Central. A saber: u$s 3.100 millones corresponden a yuanes del swap con China; u$s 1900 millones corresponden a los bonos ley Nueva York impagos por el bloqueo de Griesa; u$s 2500 millones a deuda exigible de corto plazo con los importadores (automotrices y electrónica de consumo); y u$s 7000 millones son depósitos privados en dólares, que se contabilizan como parte de las reservas.
En fin, al Central le quedan unos u$s 16.000 millones para intervenir frente a una corrida cambiaria. Pero este año hay que afrontar vencimientos de deuda del Estado nacional por unos u$s 10.000 millones incluidos 2000 millones de las provincias suponiendo que se refinancia la totalidad de créditos con organismos internacionales 3000 millones y se mantienen impagos los vencimientos de bonos ley extranjera.
Todo esto en un contexto en el que habría, por primera vez en la era K, déficit comercial: según el Estudio Bein, llegaría a u$s 1000 millones, si la economía creciera 1,5% con aumento de las importaciones de 1% atenuado por el abaratamiento en las compras de combustibles y una caida de las exportaciones, por segundo año consecutivo, del 10%. El déficit de cuenta corriente saldo comercial, menos servicios financieros y reales ascendería en tanto a unos u$s 14.000 millones, 2,5 puntos del PBI.
Con los dólares tan justos, el gobierno deberá este año emitir deuda por, al menos, u$s 8000 millones para evitar una fuerte pérdida de reservas (como ocurrió en 2013 ante un esquema similar de atraso cambiario en un año electoral), con el riesgo de desembocar en otra devaluación. Y tampoco abusar de la receta del cierre de las importaciones (como en 2014) que profundizaría la recesión ante la falta de insumos para la producción nacional.
Para cumplir con este objetivo, China tendría otra vez un rol crucial de prestamista de última instancia. Este año el Central accedería a otros u$s 4000 millones en yuanes del swap de monedas, mientras otros u$s 4000 millones podrían conseguirse emitiendo deuda a una tasa inferior al 10% en el mercado entre el Gobierno nacional, las provincias e YPF, en un mundo en el que todavía sobran los dólares.
Si este esquema se confirmara, Cristina dejará al próximo Gobierno toda una originalidad: a fines de 2015, uno de cada 4 dólares en las reservas del Banco Central serán en realidad yuanes prestados por los chinos.
La desesperación de la administración K por juntar dólares en el último año sin actuar sobre las causas de fondo inflación, atraso cambiario, cepo, déficit fiscal financiado con pesos devaluados será una caja de sorpresas para el próximo Gobierno. Como destaca Dante Sica, dentro de los daños colaterales que habrá que afrontar están los acuerdos firmados con China, guiados por la debilidad que implica la urgencia de divisas en la coyuntura. En los últimos 6 años, las exportaciones a china (productos primarios del complejo sojero) se mantuvieron constantes mientras que las importaciones se más que duplicaron. Y en los últimos tres años el rojo de la balanza comercial bilateral acumuló u$s 16.000 millones. Según Sica, los pactos con China para garantizarse yuanes cash, corren el riesgo de potenciar ese modelo de primarización, además de meter ruido en la relación con Brasil, el socio al que se dirigen la mayor parte de las manufacturas industriales argentinas.
Otro de los efectos colaterales del modelo en su última versión es la insólita intervención en el mercado paralelo del dólar, a través de la venta de dólares ahorros autorizados por la AFIP: u$s 3000 millones en 2014, y tal vez u$s 4500 millones este año. Es el instrumento que encontró el Gobierno para intervenir en el dólar blue y evitar así que la brecha supere el 50%. Pero para conseguir esos dólares el Central reprime importaciones o toma yuanes para financiar futuras importaciones chinas, afectando el empleo y la producción nacional, mientras subsidia con dólares baratos a los sectores de altos ingresos. El modelo funciona al revés.