Gustavo Ng (*)
Durante siglos Occidente depositó en China la posibilidad de que la realidad fuera fantástica. Desde una muralla infinita hasta sabios alquimistas que inventaban la pólvora. Cuando los lazos se estrecharon, esos relatos se convirtieron en esa variante del bluff conocida como “cuento chino”. “Cuento chino” se dijo meses después de la visita del presidente Hu Jintao a la Argentina en 2004, cuando se mencionaron inversiones que haría China por miles de millones de dólares. Pero, aunque no en los tiempos apurados por el optimismo, las inversiones llegaron.
El desencanto había sido fruto del desconocimiento de los tiempos chinos. El acercamiento real entre Argentina y China tiene poco más de una década. Es un período muy breve para conocer a China y además a la sociedad argentina le ha faltado vocación.
En la información sobre nuestro segundo socio comercial estamos en veremos Gobierno y oposición, académicos, medios de comunicación. China fue el país más poderoso del planeta durante milenios y se encamina a recuperar esa posición. El Gobierno encara su irreverencia ante los imperios sagrados, pero además de coraje hay que tener ácido fórmico, lo que en este caso significa tener qué vender y también poder de negociación. El conocimiento del socio económico es clave para defender los intereses del país y sacar el mejor provecho de la relación.
Los grupos y centros de estudio que funcionan en Argentina, heroicos, sostenidos en una vocación indeclinable, revelan con su excepcionalidad la ausencia de políticas de información sobre China en Argentina.
China es percibida desde Argentina a través de siete miradores. Por un lado está la imagen clásica, milenaria, la de los prodigios, la tradición, el arte, los emperadores. Luego está la China que ha llegado de la mano del new age, en el mejunje de meditación, artes marciales, estética, medicina, filosofía, religión, esoterismo. En el campo económico, una tercera China del made in China. Las dos primeras imágenes tienen como condición la perennidad, esta tercera es dinámica. Hasta hace poco las manufacturas chinas tenían el sello implícito de la mala calidad, pero hoy se impone el concepto de que China ofrece la calidad que se le pida –y mientras empieza a ganar terreno la constatación de China como fuente de innovación–. La contraparte de la China exportadora es la que se nos presenta como mercado. Para la soja, para el vino, para la leche, los caballos… En este campo el conocimiento se revela crítico de la manera más visible. No es posible intentar vender nada a China sin comprender sus mercados, con sus escalas y sus metamorfosis incesantes.
Otro mirador de China son sus empresas que invierten en Argentina, que configuran un fenómeno nuevo. El banco ICBC formó un área para atender exclusivamente a las empresas chinas que trabajan aquí. Estas empresas son el vehículo de la inversión china en Argentina y no es posible tener un plan para el país sin entender exactamente cuáles serán los beneficios estratégicos para China, tanto como para Argentina.
Un grupo del Conicet trabaja con su paralelo chino; en el área de agricultura el Estado argentino cuenta con un muy buen servicio de nuestra embajada en Beijing y, trabajosamente, académicos de diferentes ámbitos, más privados que estatales, van haciendo aportes. Relacionado con este esforzado mirador está la China a la que acceden los estudiantes de idioma chino, quienes también lo hacen a expensas de su bolsillo y tiempo.
Finalmente, conocemos a China a través de los chinos que viven en Argentina. Es un conocimiento directo, sensitivo, silvestre y horizontal, el que se obtiene de comprarle la yerba para el mate al chino del súper de la otra cuadra. Rápidamente se aprende que un intercambio elemental es posible, pero que la barrera del idioma es implacable.
En estos escenarios es que se jugará la posibilidad de que Argentina conozca a un país con el que caminará inevitablemente los próximos años. La relación se está haciendo estructural y quien sea que decida abordarla, debería tener en cuenta que ante los tamaños tan disparatadamente desiguales de nuestros países, no conocer la intimidad de la idiosincrasia china, desconocer su mentalidad, muy posiblemente acarreará el beneficio de China en detrimento de Argentina.
(*) Editor de Dandai