Pronosticar puede ser peligroso: hace 12 meses, cuando los delegados el Foro Económico Mundial se reunieron en Davos, nadie predijo que Rusia anexaría en cuestión de meses un estado vecino, y a cualquier persona que hubiera proyectado que el petróleo perdería la mitad de su valor la habrían llevado a una habitación oscura para que se recostara.
Sin embargo, otros acontecimientos eran más previsibles: el bajo crecimiento y la baja inflación en la zona euro afectarían la capacidad de Europa de dejar atrás su crisis de deuda y reducir el alto desempleo. En parte como resultado, la predominante corriente política en muchos países europeos se debilitó y los partidos nacionalistas cobraron mayor fuerza. Otros gobiernos tuvieron que lidiar con fuertes vientos que azotaban a sus países.
De una u otra forma, la mayoría de estos acontecimientos —previstos o no— ahora amenazan con erosionar más el tejido de nuestra economía mundial interconectada e internacionalizada.
“La globalización ha ayudado a millones a salir de la pobreza”, apunta Robin Niblett, director del centro de estudios Chatham House, en Londres. Sin embargo, dice, está avanzando más rápido que a lo que la gente y los estados se pueden adaptar, política, social e institucionalmente. En consecuencia, “los niveles de confianza entre los gobiernos y los ciudadanos se están debilitando a un ritmo alarmante”.
La confianza entre los gobiernos también ha sido una víctima, argumenta. La anexión de Crimea por parte de Rusia y su apoyo a los rebeldes separatistas en Ucrania socavó la suposición de que todos los países están avanzando a un ritmo más rápido o lento hacia democracias de mercado. A China le preocupa que Estados Unidos intente contenerla, mientras que Occidente teme que las incipientes potencias —como China e India— no sigan las reglas de juego mundiales.
El colapso de los precios del petróleo tendrá amplias repercusiones para la economía mundial, al redistribuir los ingresos globales desde los productores de energía —Rusia, Venezuela y otros países de Medio Oriente— a sus consumidores, que incluyen la mayoría de las economías desarrolladas.
Esto debería contribuir al crecimiento global. De hecho, de acuerdo con las cifras de las ventas de autos y otros indicadores, los estadounidenses ya están gastando su dinero caído del cielo, lo que hace que EE.UU. sea quizás el único gran motor de crecimiento que está impulsando la economía mundial.
La producción mundial de petróleo ha aumentado gracias en parte al desarrollo de fuentes no convencionales de energía, como el crudo de esquisto, que ha llevado a EE.UU. hacia la autosuficiencia. Arabia Saudita, por su parte, ha mantenido abiertos sus grifos con el aparente objetivo estratégico de limitar la futura inversión en los suministros no convencionales.
Sin embargo, la caída de la demanda también parece ser un factor, y en la medida en que el precio del petróleo refleja una economía mundial debilitada —y la evidencia de una desaceleración china— no es una buena noticia. La menguante demanda ya ha golpeado a otros commodities y perjudicado a los productores de materias primas de África y América Latina.
Otra preocupación es que el declive de los precios conduzca a una Europa de bajo crecimiento y baja inflación hacia una mentalidad deflacionaria que llevaría a la gente a posponer sus decisiones de gastos, lo que socavaría aún más la expansión.
“Si estuviera discutiendo asuntos en Davos, creo que las perspectivas de una deflación europea y un freno repentino en el crecimiento de China son las dos cosas que más me preocuparían”, señala Lant Pritchett, economista del desarrollo de la Escuela de Gobierno Kennedy de la Universidad de Harvard.
La incertidumbre económica en Europa se está filtrando a su política. La fuerte reacción contra los partidos políticos establecidos no está limitada a Europa pero se está arraigando allí. La gente percibe que está perdiendo el control de sus vidas y culpa a las “élites” del gobierno por sus problemas.
Un motivo de esto es que las tendencias ligadas a la globalización —el veloz cambio tecnológico, la tercerización y las finanzas mundiales— parecen ser responsables de las crecientes disparidades en la riqueza. Miles de millones de personas en todo el mundo son más ricas gracias a la globalización pero dentro de muchas naciones ha resultado en una creciente desigualdad en los ingresos y la riqueza.
El debate de política sobre si —y cómo— lidiar con las desigualdades nacionales se ha intensificado debido en parte al economista francés Thomas Piketty, cuyo tomo con abundancia de datos El capital en el siglo XXI fue publicado en inglés el año pasado. Piketty propuso una mayor cooperación internacional en el cobro de impuestos, una opción que en este momento está siendo explorada dentro de la Unión Europea por otro motivo: para frenar la evasión desenfrenada de impuestos por parte de las empresas.
En Europa, muchas personas ven a la UE como responsable de su incomodidad con la economía globalizada y por alentar la inmigración no deseada.
De hecho, la inmigración está también en la mira de algunos de los que luchan contra uno de los lados oscuros de la globalización: el terrorismo islamista. Unos cuantos fanáticos tienen la capacidad de convulsionar países, como lo demostraron los ataques de este mes en Francia. Las atrocidades terroristas también han cobrado miles de vidas en África, Medio Oriente y Asia.
“Temo que este sea el futuro”, señala Niblett, de Chatham House. Sin embargo, agrega, “no veo que la economía globalizada esté en retirada por la sencilla razón de que todos han visto los beneficios. Creo que el mundo permanecerá junto”.