(Por Lili Fuhr* y Niclas Hällström**) Las emisiones resultantes de la quema de carbón, petróleo y gas están calentando nuestro planeta a un ritmo tan rápido, que parecen casi inevitables unas condiciones climáticas cada vez más inestables y peligrosas. Es evidente que debemos reducir rápidamente las emisiones y al tiempo crear fuentes de energía sustitutivas, que nos permitan dejar los combustibles fósiles en la tierra.
Ese imperativo es casi escandalosamente sencillo y, sin embargo, el cambio climático ha sido objeto de tanta inercia política, información falsa y confusión de la realidad con los sueños durante los últimos decenios, que seguimos viendo soluciones ineficaces o imposibles, en lugar de un empeño por abordar las causas profundas. Con frecuencia, dichas “soluciones” están basadas en nuevas tecnologías inexistentes o arriesgadas.
Ese planteamiento es muy conveniente, pues no amenaza ni la continuidad del funcionamiento habitual ni la ortodoxia socioeconómica, pero los modelos climáticos que dependen de tecnologías imprecisas debilitan el imperativo de aplicar los profundos cambios estructurales necesarios para evitar la catástrofe climática.
La “solución” más reciente que ha aparecido es la de las “emisiones netas cero”, que depende de los llamados “captura y almacenamiento de carbono”. Aunque la tecnología aún afronta bastantes deficiencias, el presidente del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), Rajendar Pachauri, hizo pública una declaración profundamente problemática, al decir que “con la captura y el almacenamiento de carbono resulta totalmente posible seguir utilizando en gran escala los combustibles fósiles”.
Para ser justos, el más reciente informe de evaluación del IPCC hace hincapié en el imperativo de reducir drásticamente las emisiones de CO2 para evitar que se rebase el pequeño –y aún arriesgado– presupuesto de carbono del mundo, pero sustituir objetivos bien determinados como “emisiones cero”, “descarbonización completa” y “energía renovable en un ciento por ciento” por el mucho más nebuloso de emisiones netas cero es adoptar una posición peligrosa.
De hecho, la idea del “neto cero” entraña que el mundo puede seguir produciendo emisiones, mientras exista una forma de “compensarlas”. Así, en lugar de lanzarnos inmediatamente a una trayectoria radical de reducción de las emisiones, podemos seguir emitiendo cantidades ingentes de CO2 –e incluso creando nuevas centrales de carbón– y al tiempo afirmar que estamos adoptando medidas climáticas mediante el “apoyo” al desarrollo de la tecnología de la captura y el almacenamiento de carbono. Al parecer, es irrelevante que esa tecnología podría no funcionar, esté plagada de problemas técnicos y corra el riesgo de fugas futuras, con graves consecuencias sociales y medioambientales.
La bioenergía con captura y almacenamiento de carbono es el anuncio publicitario del nuevo “ambicioso planteamiento” de las emisiones netas cero. La bioenergía con captura y almacenamiento del carbono entraña plantar una cantidad enorme de hierba y árboles, quemar la biomasa para generar electricidad, capturar el CO2 que se emite y bombearlo hasta depósitos geológicos subterráneos.
La bioenergía de la captura y el almacenamiento de carbono tendría consecuencias enormes para el desarrollo, al provocar apropiaciones de tierras en gran escala, de personas relativamente pobres, con toda probabilidad. No se trata de una hipótesis descabellada: el aumento de la demanda de los biocombustibles ha provocado devastadoras apropiaciones de tierras en países en desarrollo durante muchos años.
Sería necesaria mucha más tierra para compensar un porcentaje importante de emisiones de CO2. De hecho, habría que dedicar entre 218 millones y 990 millones de hectáreas al cultivo del almorejo para secuestrar 1.000 millones de toneladas de carbono mediante la bioenergía de captura y almacenamiento de carbono, es decir, entre 14 y 65 veces la cantidad de tierra que los Estados Unidos utilizan para cultivar maíz, a fin de obtener etanol.
Las emisiones de óxido nitroso resultantes de la ingente cantidad de fertilizante que sería necesaria para cultivar el almorejo serían suficientes para exacerbar el cambio climático. Además, hay que tener en cuenta las emisiones de CO2 resultantes de la producción de fertilizantes sintéticos, la tala de árboles, arbustos y hierba de centenares de millones de hectáreas de tierra, la destrucción de grandes depósitos de carbono del suelo, y el transporte y la elaboración del almorejo.
Aún más problemática es la revelación de que la captura y el almacenamiento de carbono y su bioenergía se utilizarían con la mayor probabilidad para “aumentar la recuperación de petróleo”, bombeando CO2 comprimido en antiguos pozos de petróleo para su almacenamiento, con lo que se crearía un incentivo financiero para la recuperación de más petróleo. El Departamento de Energía de Estados Unidos calcula que semejantes métodos podrían producir 67.000 millones de barriles de petróleo –tres veces el volumen de reservas de petróleo comprobadas de los Estados Unidos– económicamente recuperables. De hecho, en vista del dinero que está en juego, la recuperación perfeccionada del petróleo podría ser en realidad uno de los motivos para fomentar la captura y el almacenamiento de carbono.
En cualquier caso, ninguna forma de captura y almacenamiento de carbono contribuye a la consecución del objetivo de un cambio estructural con miras a la descarbonización, que es lo que los movimientos sociales, el mundo académico, los ciudadanos comunes y corrientes e, incluso, algunos políticos están exigiendo cada vez más. Están dispuestos a aceptar los inconvenientes y sacrificios que surgirán durante la transición. De hecho, consideran el imperativo de la creación de una economía de cero carbono una oportunidad para renovar y mejorar sus sociedades y comunidades. Las tecnologías peligrosas, imprecisas e ilusas están fuera de lugar en semejante empeño.
Una comprensión clara de la crisis climática amplía considerablemente la diversidad de soluciones potenciales. Por ejemplo, al prohibir nuevas centrales de carbón y sustituir las subvenciones de los combustibles fósiles por la financiación de energía renovable mediante tarifas reguladas, se podría brindar energía sostenible a miles de millones de personas de todo el mundo y, además, reducir la dependencia de los combustibles fósiles.
Mientras se impide la intensificación de semejantes soluciones innovadoras y prácticas, se dedican miles de millones de dólares a subvenciones que refuerzan el statu quo . La única forma de reformar el sistema y lograr avances reales hacia la mitigación del cambio climático es la de esforzarse por eliminar completamente los combustibles fósiles. Los objetivos vagos basados en tecnologías nebulosas, sencillamente, no darán resultado.
*Directora del Departamento de Ecología y Desarrollo Sostenible en la Fundación Heinrich Böll de Berlín (Alemania).
**Director del Foro What Next en Uppsala (Suecia).