El economista Tomas Bulat dijo hoy el reciente anuncio de una rebaja en el precio de la nafta del 5% es “demagogia de corto plazo”. Según el economista, esta medida destruye las “expectativas de inversión a largo plazo”. Para Bulat, es un golpe a las provincias petroleras, “las destruye”.
“Se que con esto que digo me gano muchos enemigos, ya que es cierto que el consumidor recibirá con agrado la novedad. pero hay que pensar en el largo plazo y en los inversores que necesiten previsibilidad”, dijo Bulat, quien además agregó, para fundamentar su idea de una incoherencia en esta clase de políticas, que cuando el petróleo subía no se aumentaba el precio de los combustibles, mientras que ahora que baja, sí se lo disminuye”.
Por Cledis Candelaresi*
Conciliar los precios internos de la energía con los externos podría terminar comprometiendo íntegramente el sistema de subsidios al sector. La fundada idea surge de la industria, que discute cómo abaratar el combustible sin perder márgenes.
Desde la propia industria involucrada en el tema sugieren una hipótesis difícil de refutar: bajar el precio de la nafta vinculando lo que pasa en el mercado doméstico con el internacional podría terminar resultando más perjudicial que beneficioso para el consumidor argentino. En particular, si se piensa que el derrape del crudo en el mundo es una situación coyuntural y la actividad petrolera es una apuesta de largo plazo.
Desde junio el barril de petróleo en el mercado externo derrapó a la mitad de su valor y así el WTI –que se toma como referencia local– tocó un piso de 54 dólares hace pocos días. Un desplome fundado, básicamente y sin entrar en detalles de la puja internacional en torno de este commodity, en una lógica lineal de mercado: hay menos demanda y crece la oferta.
En virtud de una serie de regulaciones y pacto de caballeros entre el Gobierno y las productoras que operan en el mercado local, ese mismo petróleo se remunera más de 80 dólares fronteras adentro. La contradicción desanima a las compañías que exportan. Tanto, que durante la puja con los trabajadores por el bono de fin de año, una de ellas especulaba con que una medida de fuerza que hiciera caer su producción en este momento era más beneficiosa que perjudicial.
Aquel divorcio explica que cuando el crudo rozó los 145 dólares afuera, a mediados del 2008, los productores locales cobrasen sólo 42. Entonces, la nafta argentina era también de las más baratas de la región, a diferencia de lo que ocurre ahora.
Nadie sabe exactamente cuánto tiempo se mantendrán los valores actuales ni cuáles serán sus oscilaciones futuras. En aquel pico, el ex CEO de una petrolera vaticinaba por escrito que se avecinaba una época de escasez de hidrocarburos y que el barril se encaminaba a 200 dólares. Nadie lo denostó por exceso de optimismo o impericia analítica.
Obligada a predecir el futuro a pesar de los errores, la comunidad petrolera coincide en que en algún momento habrá un repunte. Una primera consecuencia, de maridar el mercado local con el de afuera, es que los combustibles que pueden bajar hoy indefectiblemente volverán a subir. Y tal vez de modo abrupto.
¿Mal menor?
Un crudo tan barato animó la discusión entre funcionarios de Nación y provincias con directivos de algunas compañías locales sobre la posibilidad de que el precio de los carburantes puedan bajar algo. Eso sí, después de haber trepado por encima de cualquier índice de precios al consumidor y quizás más como gesto político que como real apertura de un vaso comunicante con el exterior.
Para operar ese eventual milagro en los surtidores, se pusieron sobre la mesa algunas hipótesis de trabajo.
La más amigable con los deseos de las productoras y refinadoras es que ocurra en base al sacrificio fiscal de reducir aún más las retenciones a las exportaciones o recortando los gravámenes sobre los combustibles.
El argumento para transitar este andarivel es que ya que el Estado nacional se beneficia pagando menos los hidrocarburos que importa, podría soportar esa pérdida fiscal sin mucho drama.
Las otra línea de acción, mucho más desafiante para las empresas y saludable para el conjunto de la economía, es que una rebaja en los combustibles se haga sobre la base de un recorte de márgenes de utilidad o abaratando costos en toda la cadena.
Miguel Galuccio reivindicó días atrás en público este camino franciscano, que también sostienen otros directivos de YPF. Prueba de esa filosofía es que aún con una caja nutrida por los combustibles caros, la empresa está empecinada en mejorar la productividad del upstream y por ello en un año y medio bajó de 11,5 a 7,5 millones el costo de un pozo no convencional.
Pero el hipotético caso extremo de reformular íntegramente la ecuación económica de todo el sector de hidrocarburos –en algunos renglones también sostenido por la subvención estatal de planes estímulo como el Gas Plus y otros–, posiblemente obligaría a desarticular íntegramente la red de millonarios subsidios que hoy beneficia a los consumidores con gas y electricidad baratos.
Parece inviable anular una parte de la maraña de normas y subvenciones al sector energético sin tener que desmontar el andamiaje entero. En particular si el cambio fuera repentino.
El dilema base es si el Estado interviene o no. De no hacerlo, no podría asistir al consumidor pero tampoco a las empresas.
Aquel razonamiento, que un directivo petrolero habituado a pensar en el largo plazo pone sobre la mesa, es una sólida defensa para mantener el statu quo, incluyendo la nafta cara.
Vuelta la vista al valor del crudo, hay otros indicios de que se trata de una cuestión coyuntural que por ello no debería complicar desarrollo futuro de áreas como Vaca Muerta, el gran reservorio de hidrocarburos no convencionales.
La ratificación del convenio entre YPF y Petronas para explotarla en sociedad cuando el barril ya había caído a 60 dólares puede ser una muestra de que la industria tiene mira larga.
Otra prueba es el flamante plan que la Fundación de esa compañía local diseñó con el BID para atender el desarrollo meteórico la neuquina Añelo y santacruceña Las Heras: un programa de casi 500 millones de dólares para que esos pueblos crezcan armónicamente. La idea sería inconcebible si se pensara la baja del crudo es condenatoria de una actividad que tributa cada vez más Ganancias y paga sin inmutarse un plus navideño a sus trabajadores convencionados de 24 mil pesos.
*Prosecretaria de redacción
Por Adriano Calalesina.
El petróleo pareciera que arrasa con casi todo lo que se le interpone en el camino. No bastan los estudios de planificación. El progreso es “ahora” y las empresas buscan a cualquier precio instalarse en la región con el menor costo posible. Es la lógica del mercado. A pesar de que el barril de crudo está por debajo de los 60 dólares, el negocio apunta a invertir en la compra de lotes fiscales.
El paisaje ya no es el mismo en el trayecto de la Ruta 7 hacia Centenario. Loteos por doquier, pedazos de tierras vendidas a empresarios de servicios petroleros, alquileres de volquetes, herramientas, maquinarias, compañías grandes y otras desconocidas son parte de la visual que cambió en estos pocos meses.
El futuro parece llegar más rápido que las inversiones y desde hace tiempo que gran parte de la tierra fiscal del ejido está vendida. Hoy ya hay más de 132 empresas que están pagando la tierra, a un valor fiscal, puede decirse, bajo: 60 pesos el metro cuadrado. Sin embargo, son pocas las que abonan al contado. La mayoría de los empresarios o pequeños emprendedores prefiere las cuotas. Es un negocio casi redondo tanto para el Estado como para los privados. Así las cosas, una hectárea está en unos 600 mil pesos. Años atrás, apenas superaba los 100 mil. Hoy, la rentabilidad de algunas empresas pasa por cercar y construir bases. Quién sabe si en un futuro cercano, las mismas serán vendidas a otras compañías a un mayor valor de las que fueron adquiridas. Hace tres días el EPEN conectó el servicio de media tensión en el parque industrial y el valor de los terrenos cada día se aprecia. Se planifica sobre la marcha y la idea (si la hay) es generar el menor efecto colateral posible.