Por Rubens Ricupero.
La credibilidad del gobierno de Dilma Rousseff exigirá un ajuste económico mucho más duro que si hubiera ganado la oposición. Dos malas noticias de las primeras semanas después de las elecciones han revelado la dimensión del reto que enfrentará la Presidente. La primera ha sido la decisión del Banco Central, que sorprendió a los mercados financieros, al aumentar la tasa de interés al 11,25%.
Días después, se reveló que en los doce meses hasta septiembre, Brasil tuvo un déficit fiscal nominal de 4,9% del PIB, superior a los de Francia e Italia, países más afectados por la crisis mundial. Por primera vez desde el Plan Real (1994), el país dejó de producir un superávit primario, es decir, el ahorro para pagar el costo financiero de la deuda. Voceros oficiales informaron que la consecuencia será un ajuste “violentísimo” en los gastos públicos.
El problema es que la presidente reelecta siempre negó la gravedad de la situación económica y la necesidad de un ajuste serio. El viraje repentino del gobierno en esa materia explica porqué la mandataria carece de credibilidad ante los mercados. Puede discutirse si Dilma es o no amiga de los mercados. De lo que no cabe duda es que los mercados no son amigos de Dilma. En 2002, en la elección de Lula, los mercados se desplomaron por miedo a lo desconocido. Ahora las bolsas caen y la moneda se desvaloriza por miedo a lo demasiado conocido. Una de las cosas que se conocen bien sobre la personalidad que gobierna Brasil es que, no importa el nombre del nuevo ministro de Hacienda, la verdadera ministra se seguirá llamando Dilma Rousseff.
La Pesidente hereda de sí misma una situación incomparablemente más peligrosa que le había dejado Lula. La economía crecía en 2010 a 7,5% del PIB; este año debe “crecer” a menos de 0,5% (como la población aumenta a 0,9%, se trata de una reducción del ingreso per capita). A pesar del estancamiento, la inflación alcanza casi 6,5%, cerca del techo de la meta, no obstante la represión artificial de los precios públicos (combustibles, electricidad, entre otros).
No eran brillantes las perspectivas de crecimiento para 2015 con una tasa de inversión de 16,5% del PIB y cayendo. A eso se agrega ahora el efecto recesivo de la elevación de los intereses y del recorte en los gastos públicos (que subieron este año más de 13% contra aumento de solamente 6% en los ingresos fiscales). Si eso no bastara, la sequía que afecta San Paulo y el Sureste, el corazón económico de Brasil, amenaza con elevar el precio de la energía, con posibilidad de racionamiento.
El oficialismo no tiene alternativa. Si no sacrifica aún más el crecimiento mediante un ajuste fuerte, perderá el nivel de inversión de las agencias internacionales de crédito. Para eso, tendrá de hacer lo que acusaba a la oposición de preparar. Será así con razón denunciado por la práctica de una estafa electoral.
Con una tasa de ahorro de poco más de 13% del PIB, Brasil necesita del aporte del ahorro externo. Todavía no puede aumentar mucho ese aporte pues el déficit en cuenta corriente ya atinge 3,7% del PIB. La balanza de pagos cada vez depende más de los capitales especulativos atraídos por la alta tasa de interés. Como decía un cínico, esos especuladores continuarán en la fiesta pero bailarán cerca de la puerta de salida…
El dilema económico de Dilma no es envidiable. Tampoco le ayuda el resentimiento de la oposición, víctima de una campaña feroz y envalentonada por el respaldo de mitad de la población, concentrado en las regiones productivas. Las consecuencias políticas del escándalo sin precedentes de Petrobrás hacen el cuadro más sombrío.
No es difícil concluir que Brasil tendrá que asignar una prioridad preponderante a la recuperación de la confianza de los empresarios y al saneamiento económico-financiero. Esas son condiciones indispensables para reconquistar la productividad y la competitividad perdidas. Sin productividad, no reanudará el crecimiento; sin competitividad, no podrá hacer frente a los desafíos de apertura comercial y de inserción en las cadenas productivas mundiales.
Espero no parecer impertinente si sugiero que el dilema de Argentina no es distinto. Y confío que tendremos más chance de salir vencedores si Argentina y Brasil se muestran capaces de promover la recuperación de sus economías con sinergia y colaboración mutuas, por medio del aumento, no de la reducción de las corrientes de comercio y de la colaboración monetario-financiera.
Rubens Ricupero es jurista y diplomático. Ex ministro de Economía.