Por Taos Turner.
A excepción de unos cuantos países como Irán y Venezuela, la inflación no es un problema mayor para el mundo. Cifras del Banco Mundial indican que sólo una pequeña fracción de los países sufrieron de una inflación de dos dígitos a finales de 2013. Esto se debe a que los economistas en su mayoría concuerdan en qué es inflación y cómo luchar contra ella. También están de acuerdo en que es mala y que debe combatirse.
Aunque un poquito de inflación puede ser buena en algunas situaciones, los economistas generalmente consideran que una inflación alta es una amenaza a la estabilidad económica. Pero aunque la mayoría del mundo ha aprendido las dolorosas lecciones de la inflación, Argentina parece haberlas ignorado una y otra vez. Esto parece ocurrir actualmente y queda aún más claro gracias a la investigación del economista Luis Secco.
Secco, quien dirige Perspectiv@s Económicas, una firma de consultoría de Buenos Aires, estudió la tasa promedio mensual de inflación en Argentina desde que el país regresó a la democracia en 1983. Luego tomó esa tasa y la anualizó para ver cómo se vería si se mantuviera durante un año bajo los últimos presidentes del banco central.
El resultado, destacado en el gráfico que acompaña a este artículo, muestra que una inflación alta ha sido la constante por buena parte de las últimas décadas. Para ser más claros, nuestro gráfico cubre sólo las dos últimas décadas y media. Justo antes del inicio de la tabla, el promedio mensual de inflación alcanzó una sorprendente tasa anualizada de más de 109.000% antes de caer a un relativamente benigno 332% en el segundo trimestre del año siguiente. La tasa anual real de inflación variaba durante los términos del presidente del banco central de Argentina y no se refleja en nuestra tabla. Puede consultar la tabla original de Secco aquí.
La mayoría de los muchos presidentes del banco central de Argentina parecen haber sido incapaces de frenar la inflación. De hecho, con algunas pocas excepciones, los gobiernos y presidentes del banco central han tratado el problema de manera inefectiva o incluso permisivamente, como si fuera una molestia inofensiva.
La hiperinflación de tres y cuatro dígitos se desató en 1988 y 1990 pero Argentina la doblegó al atar al peso al dólar en un plan conocido como “convertibilidad”. Eso abrió una década de estabilidad de precios en los años 90, pero colapsó en 2002 después que Argentina devaluara el peso, elevando los temores de un regreso al caos inflacionario.
Eso no sucedió y los precios subieron moderadamente hasta 2007, cuando extrañamente, el gobierno argentino comenzó a pretender que su creciente inflación no existía. Aunque pronto se hizo obvio que los precios estaban subiendo, funcionarios del gobierno aseguraron que la gente que decía lo contrario eran mentirosos interesados en desestabilizar al gobierno.
En cierto punto, hace unos años, un funcionario dijo que el gobierno no podía hablar abiertamente del tema porque los argentinos no estaban psicológicamente preparados para lidiar con ello. El gobierno incluso presentó cargos penales contra los economistas que cuestionaron públicamente los datos oficiales. Sin embargo, mientras el gobierno le restaba importancia a la inflación, presionaba a los supermercados y otros minoristas para que “voluntariamente” congelaran los precios de ciertos bienes. Predeciblemente, tales acuerdos tuvieron pocos efectos a largo plazo.
Por varios años, el gobierno dijo que la inflación se encontraba en cerca de 10%, mientras que los economistas y los gobiernos provinciales decían que era dos o tres veces más alta. El Fondo Monetario Internacional incluso censuró a Argentina y abrió la puerta a sanciones si no se aseguraba que sus cifras fueran confiables.
Actualmente, las cosas son un poco diferentes. El gobierno admite la inflación de dos dígitos y promociona el éxito (o lo que considera éxito) de un programa que fija un tope a los precios de cientos de bienes, desde el ajo en polvo hasta los condones ultra delgados. Los consumidores incluso pueden usar una aplicación para celulares para escanear los precios y presentar quejas si los minoristas no venden productos que cumplen los requisitos.
No obstante, la inflación sigue rampante y se cree que está cerca de 40% anualmente. Es un viejo problema para los argentinos, pero en cierta forma es más una molestia que la pesadilla macroeconómica que podría ser en otro país.
Los argentinos se han acostumbrado tanto a la alta inflación que han desarrollado una cierta inmunidad psicológica a ella. Lo han visto una y otra vez y no los asusta. Lo que podría causar que la gente entrara en pánico en otros países a los argentinos curtidos en las crisis, apenas los hace bostezar.
Y ese podría ser parte del problema. Como la rana de la fábula que se cocina sin saberlo en la olla con agua hirviendo, los gobiernos argentinos y los presidentes del banco central e incluso algunos argentinos de a pie no sienten la necesidad de salir y bajar la temperatura. Están cómodos con las cosas como están, lo que significa, quizás, que el agua podría seguir hirviendo por muchos años más.