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Escribe Ricardo Alonso: Los ríos obesos y su riesgo geológico
29/09/2014
El Tribuno Salta
(Por Ricardo Alonso) Hasta el más profundo de los cañones fluviales fue labrado gota a gota. La gota horada la piedra. Es solo una cuestión de tiempo. Y si hay algo que le sobra a la naturaleza es precisamente tiempo. El desmesurado tiempo geológico choca en magnitud ante lo efímero de las vidas humanas. De allí que para el hombre todo parezca estático. Desde las montañas que se elevan varios kilómetros sobre el nivel del mar, hasta los profundos valles que cortan hasta el hueso de la corteza terrestre. Sin embargo, la mayoría de esos relieves tienen una juventud de unos pocos millones de años. Nada, si se piensa en el abismo del tiempo geológico profundo y menos todavía en el más desmesurado tiempo cosmológico. Pero allí están las montañas y los valles, ante nuestros propios ojos, tan presentes y tan efímeros, dependiendo de cuán profundamente podamos penetrar en su origen y evolución como avezados zahoríes.
 
José María Arguedas tituló a su novela cumbre "Los ríos profundos" y habla en ella no solo de los profundos ríos peruanos sino también del alma de un pueblo. Son los ríos inmortalizados en postales que muestran a los viajeros cruzando por un débil puente de sogas colgando en el abismo. Repetidos hasta el cansancio en la iconografía peruana, caso del puente colgante sobre el cañón del Apurimac. Representan esos valles jóvenes y profundos excavados en la ladera oriental de los Andes. Los cursos fluviales de la cuenca imbrífera del Amazonas que tienen allí sus cabeceras. En una región de flora tropical exuberante, cálida, húmeda, nuboselvática, con 4, 5 y hasta 6 mil milímetros anuales de precipitación y en donde el vapor de agua ahoga los pulmones. Ríos profundos que se duplican en una geometría especular del otro lado, en la cara reseca de los Andes. Allí donde los cañones han excavado kilómetros de profundidad como pasa con el Colca, probablemente el cañón más profundo del mundo. Alimentado por las aguas del deshielo de volcanes que se elevan a más de seis kilómetros sobre el nivel del mar. Aguas que bajan furiosas en una corta distancia horizontal desde los altos picos cordilleranos hasta el océano Pacífico, lo que genera una pendiente mayúscula.
 
Estos cañones profundos son la consecuencia sinérgica que conjuga la tectónica y el clima. El crecimiento aritmético del relieve contrapuesto a la excavación geométrica de los agentes erosivos. En este desbalance el río se encuentra hambriento y sufre la inanición de sedimentos. Las laderas o vertientes no dan abasto como proveedoras de materiales rocosos al lecho. El río excava su cauce con libertad para terminar prisionero de la celda geológica que ayudó a construir. Desniveles de uno a dos kilómetros en la vertical hablan del trabajo erosivo sin prisa pero sin pausa a lo largo de decenas y centenas de miles de años. Pero no todo es erosión y profundización.
 
Cada tanto tiempo el proceso se detiene, hay cambios hidráulicos, metamorfosis. Las cuencas empiezan a entregar más sedimentos de los que el río es capaz de evacuar. Empieza entonces un proceso inflacionario donde los ríos comienzan a hincharse, a inflarse, a llenarse de sedimentos que los atascan y ahogan. El nivel del cauce comienza a subir. Los puentes van viendo reducida su luz. Antes el río corría profundo allí abajo y ahora casi puede tocarse el aluvión con la mano. Es el fenómeno del aluvionamiento que sufren la mayoría de los ríos del norte argentino. Aluvionamiento que ha puesto el cauce del río por encima de caminos, vías de ferrocarril, puentes carreteros y ferroviarios, campos de cultivos, acequias y otras obras humanas emplazadas en estas cruciales vías de circulación.
 
Puede verse con notable efecto en la Quebrada de Humahuaca. El río Grande de Jujuy, que corre encajonado en esa histórica quebrada, rebalsó en numerosos sectores por excesiva carga sedimentaria. La vieja vía de ferrocarril que funcionó hasta principios de la década de 1990 y que solo era interrumpida esporádicamente por el famoso volcán del arroyo del Medio, ha sido superada en muchos puntos y hoy se encuentra obsoleta. Igual que el trazado de la ruta a lo largo del eje de la quebrada y en muchos de sus afluentes laterales. También acequias y campos de cultivos pequeños. Al igual que la mayoría de los puentes viales que debieron ser reemplazados por otros más elevados.
 
Similar situación se vive en los ríos que drenan hacia o desde el Valle de Lerma. Los que pertenecen a las altas cuencas del río Bermejo al norte del valle y a la alta cuenca del río Juramento al sur del Valle de Lerma. Muchos de ellos sometidos a periódicos aportes extras procedentes de los "volcanes de barro" o flujos densos que tienen en los veranos lluviosos su mejor expresión. Son muy conocidos los flujos densos que bajan desde los cerros de la Cuesta del Obispo y de sus montañas vecinas a lo largo del río Escoipe. Grandes masas de fango y roca se desplazan río abajo aumentando sustancialmente el nivel del río.
 
Una situación similar se vive en la Quebrada del Toro donde los aportes de materiales superan largamente a la capacidad de evacuación que tiene el río. Esta situación inflacionaria convierte a esos cauces fluviales en ríos obesos, lo cual trae aparejado una serie de situaciones que hacen al riesgo geológico. Entre ellas, al aumentar el nivel del río sube también el nivel freático y se producen fenómenos de salitrización o encharcamientos en campos vecinos.
 
La metamorfosis de ríos profundos y campos elevados se invierte lo cual acarrea problemas de inundaciones que se han hecho más frecuentes en la región. Esta problemática global de los ríos lleva a que los gobiernos deban gastar enormes recursos económicos en la canalización de los cauces, en la protección de los puentes y márgenes, en el drenado del curso medio y demás obras civiles.
 
La solución es extraerle al río todo el material posible. A los ríos le sobran áridos y lo ideal sería usarlos en grandes obras de infraestructura tales como autopistas, pavimento, edificios. Uno de los usos sencillos y muy útiles es el enripiado de calles de tierra barriales que se vuelven lodazales en el verano. También el enripiado de caminos y rutas vecinales o provinciales. La naturaleza gestiona los áridos y el hombre debe evacuarlos, antes que los áridos evacuen al hombre.
 
*Geólogo

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