Ramona Yesenia espera en la plaza de un pueblo del norte de México por una pila de agua gratuita que no tendrá. El servicio fue cortado repentinamente por un gran derrame de ácido sulfúrico en un río cercano sin que los vecinos estén advertidos de los riesgos.
“Si aquí matan a una vaca, no vamos a saber si vamos a comer esa vaca. No vamos a saber si nos va caer bien o mal… dicen que con una poquita de agua (del río) que tome (el ganado) ya se infectan”, expresa con dudas la mujer, que trabaja limpiando casas y cosechando ajo en el pueblo de Arizpe, estado de Sonora, fronterizo con Estados Unidos, de unos 3,000 habitantes.
Acompañada de sus hijas pequeñas, bañadas en sudor, y con dos botellones de plástico de 20 litros vacíos, Ramona Yesenia vive el mismo drama que otras 20,000 personas que fueron sorprendidas por el corte de agua.
El 6 de agosto, alrededor de 40,000 metros cúbicos de ácido sulfúrico de la mina Buenavista que pertenece al Grupo México, uno de los más importantes de América Latina, se salieron de su cauce y fueron a parar al río Sonora a la altura del municipio de Cananea, a unos 110 kilómetros de Arizpe.
Autoridades sostienen que nunca fueron notificadas del vertido por la firma, mientras sus directivos sostienen que alertaron por correo electrónico del accidente.
Un día después, la alcaldía de Arizpe alertó sobre la contaminación en el pueblo y se detuvo el bombeo de los pozos de agua de comunidades de otros siete municipios que se alimentan del río sin previo aviso a la población, que sigue sin conocer la dimensión exacta del accidente.
Yesenia y su madre solo saben que por el momento no deben acercarse al río, menos aún con las niñas.
“Solo con el lodo (de las orillas del río) se pueden infectar”, dice la abuela momentos antes de irse a su casa con los garrafones vacíos, pues el camión cisterna enviado a algunas comunidades llegó en la noche y ya estaba vacío.
En esta época lluviosa del año, el río Sonora suele añadir una zigzagueante pincelada cristalina al paisaje de la región, dominado por enormes cerros. Pero en su lugar, casi una semana después del accidente, su caudal es rojizo y en las comunidades nadie entiende a ciencia cierta por qué.
“Esto lo recogí del río los primeros días” después de que se corrió la noticia de la contaminación, dice el vecino Octavio Toledano mostrando casi con orgullo una pequeña botella de plástico que contiene un líquido amarillento con asiento rojizo. “Ese día que lo recogí tenía un olor como a fierro podrido”, recuerda.
Camionetas con logotipos de la oficial Comisión Nacional del Agua circulan por varios de estos poblados así como brigadistas del Grupo México, que evitan hacer declaraciones a la prensa y al parecer a la población en general. “¿Hasta cuándo va a durar ésto del agua y el río?”, pregunta con enfado un joven a la prensa.
La incertidumbre se replica en otras comunidades separadas por horas de camino en carretera. “Vamos notando que va más rojo cada día” el río, “pero hasta ayer (el lunes) nos dijeron que sacáramos a los animales” de granja del caudal, dice Jesús Sabori, en su casa ubicada en el municipio de Huepac.
“Estamos muy enojados porque no tuvieron la atención de avisarnos, ni que tuvieron ese derrame ni que nos dejarían sin agua. Aunque dé fuentes de trabajo, mejor que la cierren si se van a portar así cada vez que les pasen estas cosas”, remata sudoroso Israel Durán, otro habitante de la zona de 70 años.
La mina de cobre proporcionó unas 100 toneladas de cal para vertirlas sobre el río y neutralizar así la acidez de la sustancia, según comentó una fuente del gobierno regional. Pero ambientalistas de la región han adelantado que si bien los niveles de PH han vuelto a la normalidad, lo riesgos para la salud continuarán siendo altos por la alteración de los metales del agua alterados con el accidente.