Por Martín Dinatale.
Cristina Kirchner sueña con la palabra "Bricsa". La idea de sumar a la Argentina al grupo de países emergentes que conforman Rusia, Brasil, la India, China y Sudáfrica (Brics) no es un capricho de la Presidenta. Es un proyecto que construyó desde que recibió señales de algunos países que integran ese bloque de grandes mercados para incorporarse en lo inmediato y disfrutar de los beneficios de ese club.
En la Casa Rosada se entusiasmaron con la idea de sumarse a los Brics, luego de la invitación del presidente de Rusia, Vladimir Putin, a Cristina Kirchner para concurrir la semana que viene a la cumbre de esos países en Brasil. El optimismo oficial se potenció con algunos gestos o mensajes informales que la Argentina recibió de China y de la India.
Varios motivos movilizan al Gobierno para soñarse en el podio de este bloque de países emergentes, que hoy concentra el 25% del PBI mundial, maneja el 18% del comercio, conforma el 45% de la población mundial y ocupa la tercera parte del territorio del planeta.
En primer lugar, la inclusión de la Argentina en los Brics le daría mayor reputación al país y le abriría la puerta a nuevas inversiones.
En segundo término, Cristina Kirchner cree que el acceso a este grupo de países le permitirá recibir eventuales préstamos del Banco de Fomento que se espera conformar en la cumbre de Brasil.
No es casual que antes de esa cumbre de presidentes la Casa Rosada encomendara a sus legisladores aprobar la ley que establece la inmunidad de "los bancos centrales extranjeros a la jurisdicción de los tribunales argentinos". Esto le permitirá a la Argentina suscribir convenios internacionales para que los activos del Banco Central de nuestro país gocen de la misma inmunidad frente a eventuales embargos de tribunales foráneos.
"Si contamos con una herramienta legal para que el Banco de Fomento de los Brics nos preste dinero sin problemas, éste será un requisito más que estemos cumpliendo para sumarnos al grupo", dijo a LA NACION un funcionario de la Cancillería.
Es obvio que la eventual incorporación de la Argentina a los Brics le abrirá al país muchas puertas. "Estar en los Brics no sólo mejorará la reputación de la Argentina, sino que habría un beneficio amplio por recibir más inversiones extranjeras", expresó a LA NACION Marcelo Elizondo, titular de la consultora Dirección de Negocios Internacionales.
Claro que no toda la realidad responde a los sueños de Cristina Kirchner. La invitación de Putin a la cumbre de los Brics no se extendió sólo a la Argentina. También irán a Brasil los presidentes de la Unasur. Y no hay seguridad plena hasta ahora de que los Brics quieran sumar algún país en estos momentos. El último que se sumó fue Sudáfrica y generó bastante polémica porque sus dimensiones de población y mercado no se ajustaban a los parámetros originales del Bric.
Según analistas internacionales, la idea de la cumbre de los Brics será consolidar una estructura financiera y comercial para darle mayor empuje al que hoy tiene este grupo.
De hecho, el presidente Putin expresó que vería con agrado una alianza estratégica de Rusia con la Argentina, pero aclaró que, "por ahora", el bloque de los Brics no tiene previsto aumentar.
Juan Gabriel Tokatlian, profesor máster en derecho internacional de la Universidad Di Tella, fue determinante: "Nada insinúa que haya una invitación especial para que la Argentina se asocie al grupo Brics.
Más allá del incremento de vínculos comerciales, financieros, energéticos y militares de la Argentina con China y Rusia, cualquier decisión de Brics de incrementar sus participantes activos depende, en el caso regional, de Brasil. Y no hay indicación alguna de que Brasil promueva tal iniciativa". Hay, incluso, quienes creen que esa decisión dependerá del resultado de las elecciones previstas para octubre en ese país.
Para el embajador Miguel Velloso, que integra el Consejo Académico Argentino-Chino, la estrategia de Pekín parecería estar más encaminada en ampliar sus lazos estratégicos en América latina que en ampliar los Brics.
Es probable que haya un gesto formal hacia la Argentina en la cumbre de Brasil. Pero no será su incorporación al bloque. En las declaraciones políticas de los encuentros con presidentes de la Unasur, se prevé un apoyo a Cristina Kirchner en su embestida contra los holdouts.
Pero estos posicionamientos se encuadran en los objetivos ocultos de China y Rusia: su búsqueda por lograr una mayor presencia en América latina para contrarrestar el poder de Estados Unidos.
Por: Fabián Calle.
Uno de los objetivos históricos de la persistente y ordenada diplomacia brasileña a lo largo del siglo XX ha sido insertar al país en los mecanismos institucionales de mayor visibilidad y gravitación del sistema internacional. Ello la llevó a apartarse de opciones de neutralidad durante las dos Guerras Mundiales. Pasando a integrar la fallida Liga de las Naciones, que se confirmaría como un pato rengo post-1918 dada la reticencia de la gran potencia estadounidense a comprometerse en su consolidación.
Lo mismo sucedería finalizada la conflagración contra el nazi-fascismo en 1945 de la mano de las Naciones Unidas. Un Brasil beligerante junto a los aliados desde 1942 fue la rendija por la cual durante las décadas posteriores y, en especial cuando Brasilia se comenzó a sentir con espaldas más anchas en lo político y económico en los años 60 y 70, para aspirar a ser miembro permanente del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Espacio de élite reservada para las potencias triunfadoras de la gran conflagración y para la China comunista de Mao a partir de 1972-73, cuando Washington decide jugar su “carta china” y usufructuar las tensiones de Moscú con su ex aliada Pekín.
A comienzos de esa misma década, el todopoderoso titiritero de la política exterior americana, Henry Kissinger, hizo su famoso comentario sobre Brasil como “Estado llave” en América Latina. Parecía haber llegado el esperado momento de la dirigencia brasileña de ser el “sub hegemón” de la zona sur del hemisferio americano en un esquema de consulta, respeto, garantías mutuas y ciertos márgenes de maniobra cara a cara con la Casa Blanca.
Los meses y años posteriores demostrarán que ese click tan esperado se retrasaba y no llegaría. Washington restringía la venta de tecnología nuclear a Brasil y el proteccionismo sobre exportaciones de materias primas hacia su mercado seguían y se acentuaban. Para peor, la crisis del petróleo del 73 y luego del 79 impactaban de lleno en un territorio brasileño inmenso pero carente en ese entonces de pozos con la capacidad de respaldar la expansión económica del país. El mazazo final seria la crisis de la deuda externa detonada en 1982, cuando la tasa de interés de referencia de la Reserva Federal alcanza su máximo para neutralizar la inflación de dos dígitos en EEUU pero al mismo tiempo tornar impagable la plata dulce contraída por diversos países emergentes a mediados y fines de los 70.
El “milagro económico” de 1964 a 1973 quedaba atrás y se entraba en una larga etapa de dos décadas de bajo crecimiento y alta inflación. El único consuelo era que el rival regional por el liderazgo, la Argentina, tenía un escenario igual o peor con el agregado de la guerra y postguerra de Malvinas. Así como un sistema político en donde ni militares ni peronistas ni radicales lograban darle gobiernos estables desde 1955 en adelante. En cambio, pese a sus limitaciones y tropiezos, los uniformados del Brasil gestionaron ininterrumpidamente entre 1964 y 1984, y en líneas generales continuaron una política económica desarrollista iniciada por gobiernos democráticos ya en la década de los 50. Nada más distantes que las idas y vueltas de la Argentina. En otras palabras, no era tanto que Brasil hiciese las cosas bien, su vecino del sur las hacía peor.
Aún así, ciertos elementos le seguirían dando a Buenos Aires interesantes activos de negociación, tal como su desarrollo en materia nuclear, de vectores misilísticos de uso dual y satélites, como también el marcado desinterés en Washington de poner todas las fichas en un solo casillero de la ruleta. La política exterior encarnada por Guido Di Tella en los 90, más allá de sus histrionismo y frases provocadoras, entendió perfectamente esto.
Los años 90 le darían a Brasil un atributo importante en su consolidación cómo aspirante a esa categoría. El denominado Plan Real en1993 viabilizaría una estabilización de sus variables macroeconomicas y control de la inflación. El impacto de la crisis económica rusa a finales de esa década fue capeada exitosamente por Brasil con la ayuda del FMI y un rol activo y cooperante de la administración Clinton. Pese a ello, el Real tuvo de devaluarse aportando un tiro de gracia a la ya agonizante Convertibilidad del tipo de cambio en la Argentina.
La historia posterior es más que conocida: al colapso económico y político de nuestro país en el 2001, le sucedería el ascenso de la izquierda del PT en Brasil de la mano del entonces ya tanta veces candidato fallido a la Presidencia Lula Da Silva. Esta “institucionalizacion” de sectores que usualmente habían visto la política desde la oposición y priorizando lo clasista o lógica politica agonal o de confrontación, estaban ahora en la cúspide del poder. Un sindicalista pragmático cómo Lula no dudo en continuar las sanas políticas macroeconómicas de su antecesor Fernando Henrique Cardoso, así como una política exterior prudente y de buena sintonía con las grandes potencias en general, y con los EEUU en particular.
Para el 2003-2004, otro factor inesperado entraba en la escena. El boom de los precios de las materias primas que exportaban nuestros países, en especial soja, carnes y minerales. Brasil podía comenzar a combinar, luego de décadas, baja inflación, altos ingresos por exportaciones y crecimiento económico. Este círculo virtuoso le permitirá incorporar al equivalente a la población argentina, unos 40 millones de habitantes, al consumo de niveles de capas medias bajas y medias. Dándole forma a un portentoso mercado interno que se combinó con las grandes demandas de alimentos y materias primas por parte de China, India y otros emergentes. Con ese marco, la Presidencia del Brasil no dudo en apostar fuerte a un intenso lobby internacional junto a Alemania, Japón, India y Sudáfrica para lograr una reforma en el Consejo de Seguridad de la ONU y, en especial, en lo referido a las bancas permanentes con poder de veto.
Para el 2005, ya era evidente que ni los EEUU, ni China ni Francia y el Reino Unido tenían consenso básicos para viabilizar estos cambios. A partir de ese momento, Brasilia comenzó a poner el foco en darle forma político-estratégica-diplomática a una sigla inventada por fondos de inversión de los EEUU para colocar bonos en mercados dinámicos a comienzo del siglo XXI, o sea BRIC: Brasil, Rusia, India y China. En un primer momento, Moscú, Pekín y Nueva Delhi no se mostraron muy interesadas, dado que dos de ellas ya tenían su plazas aseguradas en la mesa chica del Consejo de Seguridad, y los herederos de Ghandi contaban con un poderoso arsenal nuclear y una naciente relación preferencial con los EEUU, paí, que comenzaba a verlos como protagonistas claves para la futura, lenta y paciente contención a la ascendiente China.
Sin duda, Brasil era y debía ser el más preocupado y ocupado en darle carne y forma a esa categoría financiera especulativa de BRIC. Así, con la paciencia y método que caracteriza a la diplomacia verdeamerilla, y aprovechando la imagen y carisma mundial de Lula, Brasilia dio importantes pasos para impregnarle contenido a ese acrónimo inventado en Wall Street. En la misma sinfonía, la diplomacia del gobierno de Lula -en especial su brillante y carismático ex Ministro de Defensa, Nelson Jobim- llevó a cabo también un incansable esfuerzo para ir dando forma a un espacio sudamericano: el UNASUR, que marcaba una línea imaginaria que cruzaba a la altura del Canal de Panamá. Un regreso al viejo sueño de cogestion del hemisferio.
De esa línea hacia arriba, el “patio trasero” del hegemón estadounidense y hacia el sur, la presencia de una potencia regional prudente garantizaría un marco de seguridad y estabilidad a intereses nacionales vitales de Washington. El bolivarianismo de Hugo Chavez y su estrecha alianza con el régimen cubano, paradojicamente arriba de la línea geográfica imaginaria, fue de gran utilidad para este inteligente proyecto geopolítico brasileño. Para complementarlo y facilitarlo, la Argentina, tras la Cumbre de Mar Del Plata en 2005, comenzaba a perder la posibilidad de tener la cintura suficiente para moverse hacia Washington o Brasilia según fuese conveniente (Cabe recordar que, luego de ese acalorada cumbre de Presidentes que dio por tierra, con justas razones económicas, con el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), Lula se encargo de invitar al presidente George W. Bush a pasar unos días en su residencia privada en Brasil).
A casi una década de esos eventos, que luego tendrían nuevos capítulos cómo el allanamiento de un avión militar de los EEUU en Ezeiza, se produce en julio del año pasado en Brasil la cumbre de los países de los BRICS (la S por la recientemente agregada Sudáfrica). Potenciada por el paso por la Argentina por unas horas del mandatario ruso y el chino, y la esperanza más o menos justificada de poder apoyarse en los recursos financieros de estos Estados cómo forma de poder tomar distancia del “pérfido capitalismo internacional”.
Luego de algunas versiones cruzadas y malentendidos, quedó en claro que la Argentina no sería invitada a sumarse a los BRICS cómo miembro pleno sino como observadora junto a todos los restantes países del UNASUR durante la cumbre en la ciudad de Fortaleza. Si en algo Brasilia no tiene un lógico interés es en sumar a Buenos Aires a este espacio, por el cual ha hecho un gran esfuerzo para constituirlo cómo un escenario donde sobresalir claramente sobre todo el resto de la región y posicionarse como una de las potencias del mundo multipolar. Siempre recordando que dentro de la sigla BRICS conviven países que aún apuntas parte de sus misiles nucleares uno contra otro, o sea China y la India, u otros dos que los une transitoriamente el balancear el mega poder norteamericano, pero que a ojos vistas pueden volver a tener serias tensiones cómo lo tuvieron a lo largo de su historia y aun cuando ambas eran comunistas en la guerra soviético-china de 1969.
Nuestro país está en óptimas condiciones de sacar provecho de ese mundo emergente, siempre que no se asuma al mismo como un atajo o mecanismo para revanchas o jueguitos para la tribuna. Cabría repasar los estudios y análisis sobre lo no tan fácil y barato que ha resultado para Venezuela y Ecuador algunos “préstamos blandos” chinos que han tenido en diversos casos como garantías de pago las reservas petroleras de estos países. En eso, hay mucho que aprender del Brasil y su capacidad de darle un espacio importante de autonomía a su política exterior de los enredos y necesidades estéticas ideológicas que plagan las políticas domésticas. Sabiendo que no contamos con sus capacidades materiales pero sí de algunos activos que aún nos permiten sentarnos en la mesa con los grandes jugadores.
La puesta en marcha del Banco de Desarrollo de los BRICS deja patente la fortaleza económica de estas cinco economías, llamadas a superar en pocos años a las economías consideradas hoy más industrializadas. De hecho, el PIB agregado de los BRICS hoy es mayor que el de las 44 naciones que firmaron los acuerdos de Bretton Woods y entre todos acumulan un 56% del crecimiento económico generado en los últimos años, según sus propias estadísticas. Pero la diferencia dentro del grupo es enorme. “Solo China supone una vez y media el PIB de los otro cuatro países juntos”, recuerda Jim O’Neill, el economista que inventó las siglas en 2001. Cierto es que China es la segunda economía del mundo, pero Brasil es la séptima, India la décima y Rusia ocupa el puesto número 11.
Sin embargo, los datos de 2014 no presentan un panorama muy halagüeño para las economías de los BRIC. Según los cálculos de William Jackson, economista de mercados emergentes de Capital Economics, las economías emergentes han crecido a un ritmo ligeramente por encima del 4,5% en la primera mitad del año “y el crecimiento en las grandes economías BRIC sigue siendo decepcionante según los estándares del pasado”, apunta.
La crisis de Ucrania ha provocado la vuelta de Rusia a los números rojos en este segundo trimestre, con el consiguiente impacto en toda la región de la antigua Europa del Este. Brasil avanza hacia un escenario de estancamiento económico, inflación al alza y la vuelta del déficit en la balanza por cuenta corriente. Las protestas mineras en Sudáfrica y la inestabilidad cambiaria han rebajado las perspectivas de crecimiento del país para este ejercicio. La llegada del nacionalista Narendra Modi al Gobierno de India ha generado grandes expectativas entre los inversores extranjeros, unas esperanzas aún sin concretar en su primer presupuesto. Y aunque China mantiene ritmos de crecimiento superiores al 7% el temor a un aterrizaje abrupto o el estallido de la burbuja inmobiliaria y financiera aún no se ha disipado. Un escenario poco favorable para la constitución de un banco de desarrollo pero que, sin embargo, se vería muy beneficiado de una rápida puesta en marcha de los planes de financiación.
La presidente brasileña, Dilma Rousseff, negó que los países del grupo BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) tengan planeado discutir el ingreso de nuevos miembros durante la cumbre que celebrarán la semana próxima.
"Eso no está en discusión en este momento", declaró la presidenta en un encuentro con periodistas de medios extranjeros realizado en el Palacio de la Alvorada, su residencia oficial en Brasilia.
En los últimos días, hubo diversas conjeturas sobre una posible ampliación del número de miembros del foro que agrupa a las mayores economías emergentes del mundo, que pudiera dar lugar a la inclusión de Argentina.
Sin embargo, Rousseff descartó que ese asunto pueda ser tratado en la cumbre que se celebrará el próximo martes en la ciudad brasileña de Fortaleza, en el noreste del país.
Argentina sí participará, al día siguiente en Brasilia, en una primera reunión de los líderes del foro BRICS con los presidentes de los países sudamericanos.
En ese sentido, Rousseff explicó que se trata de una iniciativa similar a la adoptada el año pasado por el presidente surafricano, Jacob Zuma, quien como anfitrión de la cita anual de los BRICS organizó un encuentro con los jefes de Estado y de Gobierno africanos.
Rousseff ratificó, además, que durante la cita de Fortaleza será creado el banco de desarrollo de los BRICS y que se formalizará un fondo de reservas constituido por los miembros del grupo y dotado con 100.000 millones de dólares.
"Desde hace un año y medio queríamos esas dos cosas: el nuevo banco de desarrollo de los BRICS y el acuerdo de reservas" y ambos "nacerán en esta cumbre", declaró.
Putín también le cierra la puerta a Kirchner
"La cuestión de aumentar el número de miembros de los BRICS por ahora no se considera", sentenció el presidente ruso Vladimir Putin en una entrevista con la agencia cubana Prensa Latina.
Después de su reunión en La Habana con Fidel Castro y su hermano Raúl, el mandatario tiene previsto viajar a Buenos Aires y luego a Brasil, donde participará entre otras actividades en una cumbre de los BRICS los días 15 y 16 de este mes.
"Rusia valora el deseo del gobierno argentino de unirse a los BRICS. Es muy posible establecer relaciones de alianza estratégica entre los BRICS y Argentina - lo mismo que con otros países en desarrollo - en los aspectos de política internacional, economía y finanzas", dijo también Putin.
En los últimos meses, tanto China como la India, abogaron porque Argentina se una al bloque de países emergentes, según informaciones publicadas en medios argentinos.
"Primero se deben optimizar todos los numerosos formatos de la cooperación establecidos en el grupo", explicó Putin. "No hay criterios rigurosos para que un Estado se una a los BRICS. La decisión se toma individualmente", detalló.
El líder ruso no descartó sin embargo que el bloque se amplíe más adelante debido a las buenas "perspectivas" de la alianza. "Es probable que en el futuro se plantee la cuestión acerca de una ampliación gradual de los BRICS", sostuvo.