Por Marcos Suárez Sipmann.
Durante la pasada visita del presidente ruso, Vladimir Putin, a Shanghai tuvieron lugar varios acuerdos. El más importante fue el relativo al suministro de gas -por valor de más de 400.000 millones de dólares- entre el consorcio ruso Gazprom y la Corporación Nacional de Petróleo de China. En virtud del mismo, Gazprom suministrará anualmente 38.000 millones de metros cúbicos de gas natural a la segunda economía mundial a partir de 2018 y los 30 años siguientes.
Gazprom intentaba obtener un precio de 400 dólares por 1.000 metros cúbicos de gas, con sus contratos en la Unión Europea como referencia. Por su parte, China ofrecía entre 350 y 360 dólares por esa cantidad, basándose en sus importaciones de Asia Central.
Pekín rechazó el plan anterior de importar gas a través de la región nororiental de Xinjiang, ya que, en ese caso, Gazprom le exigía precios europeos. Rusia acumula mucho retraso en este terreno en relación con las repúblicas centroasiáticas de Kazajistán, Uzbekistán y Turkmenistán, que llevan varios años suministrando el hidrocarburo a la potencia asiática. Rusia suministrará gas siberiano a China a través del gasoducto oriental "La Fuerza de Siberia", es decir, la misma ruta geográfica por la que Moscú ya exporta petróleo al cinturón industrial del noreste del país vecino.
Tras el encuentro mantenido en Shanghai, Xi Jinping y Putin abogaron por una "completa asociación de cooperación energética". La energía sigue marcando el ritmo de la geopolítica. El contrato abastece copiosamente a China, el mayor consumidor energético mundial, a la vez que fortalece a una Rusia debilitada cuando se enfrenta a sanciones económicas por parte de EEUU y la UE por su actuación en la crisis ucraniana. Sin embargo, Rusia y China llevaban años negociando una alianza de este tipo por lo que no puede considerarse una consecuencia directa de la crisis en Ucrania.
Moscú tiene una necesidad estructural de diversificar geográfica y políticamente los países que importan su principal recurso energético. No se olvide que incluso Japón y Corea del Sur, los dos grandes aliados de Washington en Asia, sondean a Putin para obtener su propia versión del acuerdo del gas.
La UE va a registrar tasas bajas de crecimiento durante años. Por lo demás, Bruselas busca a su vez nuevos proveedores en Asia central. China es cada vez más dependiente de las importaciones de gas y petróleo principalmente de Oriente Medio y Asia Central. Una China muy preocupada por su acceso a la energía será más propensa a desarrollar una política exterior asertiva y a involucrarse en temas de seguridad más allá de sus fronteras.
Compromiso económico
La alianza energética entre Rusia y China ha provocado inquietud en Occidente. El acuerdo gasífero es el mayor compromiso económico de la historia rusa y constituye, indudablemente, una respuesta a la vocación estratégica de una y otra nación. En términos geopolíticos el convenio permite a Moscú disminuir la dependencia económica de la UE, a cuyos países dirige la mayor parte de su exportación gasífera. Para China, a su vez, significa satisfacer las necesidades crecientes de provisión energética que su fenomenal desarrollo económico demanda. La pretensión de la República Popular es abandonar gradualmente el carbón, su principal y más barata fuente de energía, en favor de alternativas más eficientes económica y ambientalmente.
La situación política de creciente aislamiento de Moscú por parte de Occidente parece compensarse por su acercamiento a Pekín. En efecto, el representante chino ante la ONU se abstuvo en la votación que buscaba impugnar el referéndum independentista de Crimea y que determinó por abrumadora mayoría su anexión a Rusia. En tanto, China se enfrenta el temor de sus vecinos: Japón en especial se inquieta por la vocación expansionista del régimen de Pekín en los mares del Este y Sur de China.
Rusia y China se consideran a sí mismas grandes potencias y actores centrales del proceso político global. Tanto en Moscú como en Pekín, la cúpula del poder político entiende que su misión es devolver a sus países el tradicional rol de liderazgo mundial. La recuperación del orgullo nacional y la grandeza perdida constituyen el punto de partida de la agenda estratégica de los gobernantes rusos y chinos.
Esto no debe ocultar que el verdadero protagonista de esta alianza es China. Aunque públicamente, el Kremlin celebra el acuerdo, Rusia se encuentra en una posición complicada. Aislada, con una economía disfuncional y una grave crisis demográfica, no es más que una ficha en la estrategia global del gigante asiático. Rusia corre el riesgo de convertirse en poco más que un apéndice energético de una China cada vez más poderosa.