Noche del 25 de abril de 2012. El Real Madrid se encuentra a una tanda de penaltis de disputar después de 10 años la final de la Champions League, para lo cual es imprescindible que Sergio Ramos anote su gol. Da varios pasos hacia atrás y coge carrerilla. Su pie impacta con el balón y el resto es historia. Quizá no deberíamos haber corrido tanto en hacer mofa del defensa madridista, y no sólo porque apenas un año más tarde se fuese a tomar la venganza por su mano, sino porque como han demostrado diversas investigaciones, fallar un penalti es más fácil de lo que parece.
La soledad del tirador de penaltis
Aunque suelan ser los guardametas quienes salen peor parados, los tiradores también tienen que sortear sus propios obstáculos. Como puso de manifiesto una investigación realizada por la Universidad de Exeter en Inglaterra, el lanzador de un penalti es víctima de la ansiedad, como se refleja en sus movimientos oculares, algo que puede conducir fácilmente a la distracción.
“Durante una situación muy estresante, tenemos más posibilidades de ser distraídos por cualquier estímulo amenazador y centrarnos en ellos más que en la tarea que estamos realizando”, señalaba el artículo publicado en las páginas del Journal of Sport and Exercise Psychology. “Por lo tanto, en el estresante disparo del penalti, es probable que la atención del futbolista se dirija hacia el guardameta, en lugar de las zonas más óptimas para el disparo, como la parte interior del palo. Esto perjudica la puntería del tiro e incrementa la probabilidad de golpear el balón hacia el portero, haciéndolo más fácil de parar”.
De ahí que los porteros suelan moverse de manera ostensible cuando tienen que parar el tiro: de esa manera, es más probable distraer al tirador. Greg Wood, el profesor que encabezó el estudio, lo tiene claro: “lo mejor es ignorar al portero y centrarse en el mejor lugar”.
Solo ante el peligro
Aunque, si simpatizamos con el pobre portero que debe afrontar una tanda de penaltis entera, también hay estudios que nos recuerdan que es casi imposible parar un penalti (de hecho, es más fácil que sea el tirador el que lo falle).
Uno de ellos fue realizado por el canal deportivo estadounidense ESPN en un estudio en el que, de la mano de John Brenkus de Sport Science, desvelaban que parar un penalti era incluso más difícil que batear una pelota de béisbol. ¿Por qué? Para empezar, porque el tamaño de la portería es mucho más grande de lo que parece por televisión, con sus 7,32 metros de largo y 2,44 metros de altura, una superficie de 17,82 metros cuadrados. No obstante, es fácil llegar para un portero con una mínima altura y agilidad… siempre y cuando tenga tiempo.
El principal problema no es, por lo tanto, el tamaño de la portería, sino la distancia que hay entre el punto de penalti y la línea de gol, los célebres 11 metros. Una distancia demasiado pequeña como para que el portero pueda reaccionar: la ventaja es para el lanzador, en cuanto que dispone de todo el tiempo del que desee para elegir por dónde se dirigirá la trayectoria del balón.
Como calculó el estudio difundido por ESPN, si el balón es golpeado a una velocidad de 70 millas por hora –es decir, unos 112 kilómetros, que puede aumentar en el caso de golpeadores más fuertes como Cristiano Ronaldo, que puede llegar a los 130 kilómetros–, el balón puede alcanzar la escuadra (la zona más apartada de la portería) en 400 milisegundos.
El problema para el portero es que este necesita al menos 100 milisegundos para procesar mentalmente el disparo, y otros 100 milisegundos para enviar a su cuerpo la orden de tirarse hacia un lado u otro. Hasta ahí las cuentas salen, ¿verdad? Nos olvidamos que más tarde, el cuerpo tiene que ejecutar dicho movimiento, algo en lo que se tarda 700 milisegundos. Para entonces, es muy probable que haga ya 500 milisegundos que el balón se encuentre en el fondo de la portería.
¿Qué se puede hacer entonces? Hay dos alternativas. Por un lado, lo que hace la mayor parte de porteros: tirarse hacia un lado antes de que el lanzador golpee el balón, y en lo cual es muy importante haber estudiado previamente los hábitos y preferencias del rival. De ahí nace la paradinha popularizada por Pelé, y en la cual se ralentiza la velocidad de la carrera para obligar al portero a reaccionar antes de tiempo y golpear el balón con este ya vencido.
Otra posibilidad es intentar adelantarse unos centímetros a la línea de gol (no demasiados, puesto que el árbitro puede pedir que nos echemos hacia atrás), lo cual tiene efectos positivos en la cantidad de espacio que puede cubrir –el ángulo del balón se reduce–, pero negativos en la tan preciosa capacidad de reacción del guardameta.