En uno de sus giros discursivos típicamente persuasivos, Bill Clinton dijo: Hasta ahora, todas las personas que apostaron en contra de Estados Unidos perdieron dinero.
La prueba reciente más fehaciente de la verdad de la proposición de 2012 del ex presidente ante la Convención Nacional Demócrata estuvo en la industria energética. Hace diez años, EE.UU. parecía condenado al aumento inexorable de las importaciones tanto de petróleo como de gas.
Desde el auge de la producción de gas esquisto, EE.UU. pasó de preocuparse por las importaciones de gas natural licuado a la planificación de sus primeras exportaciones, mientras que en materia de petróleo contempla la posibilidad de volver a alcanzar el pico histórico de producción que logró en 1970.
Para las empresas y los gobiernos de América del Norte, el auge creó una nueva serie de desafíos en materia de transporte de gas y petróleo, decisiones de inversión y políticas de medio ambiente. Las tensiones que acompañan el éxito son generalmente preferibles a los problemas asociados al fracaso, pero no dejan de ser reales.
El aumento de la producción estadounidense provocó una suerte de sacudida cósmica en la energía norteamericana. Antes, EE.UU. era la estrella moribunda alrededor de cuya órbita solían girar sus vecinos más pequeños al norte y al sur, dado que sus recursos eran succionados por su atracción gravitatoria. Pero ya no.
Antes de la revolución del esquisto, los productores de petróleo y gas de Canadá, nación rica en recursos, y México, nación de ingresos medios, tenían claro que su foco principal tenía que centrarse en satisfacer las necesidades de los consumidores estadounidenses, el mercado energético más grande del mundo.
Ahora se están dando cuenta de que EE.UU. no necesariamente estará dispuesto a comprar todo lo que ellos deseen vender.
Los productores de petróleo y gas ahora se ven obligados a buscar nuevos mercados, tanto entre compradores nacionales como clientes de todo el mundo. De hecho, ambos países son cada vez más grandes importadores de gas de EE.UU.
Todo un sistema de comercio se está poniendo patas para arriba. En América del Norte, tanto los productores como los consumidores de energía están obsesionados con temas vinculados al transporte de petróleo y gas.
El auge de esquisto en EE.UU. y la creciente producción en las arenas petrolíferas de Canadá occidental han reconfigurado la demanda de tuberías y otra infraestructura. Regiones como la formación de esquisto Bakken de Dakota del Norte occidental, que tuvo muy poca producción de petróleo, se han convertido en importantes centros productores.
El aumento de los precios del gas en el noreste de EE.UU. durante la estación invernal a principios de año fue un recordatorio de que, independientemente de cuán grandes sean los recursos de gas de esquisto en EE.UU, no tienen mucha utilidad si no pueden entregarse a los clientes cuando hacen falta.
El anuncio efectuado la primera semana de junio por TransCanada, la compañía de oleoductos, relativo a que tenía previsto invertir 1.900 millones de dólares canadienses (u$s 1.730 millones) en un proyecto para ayudar a suministrar gas a la planta Kitimat LNG prevista por Chevron y Apache para la costa oeste de Canadá, sirvió para recordar las grandes oportunidades que surgen de la construcción de la infraestructura que será necesaria.
Para Canadá, sin embargo, el problema del transporte se ve agravado por la política.
El proyecto Keystone XL para traer bitumen diluido de las arenas petrolíferas de Alberta a Nebraska, donde se puede conectar con otros gasoductos de la red de EE.UU., se retrasó más de la mitad de una década por una pelea entre la industria y los defensores del medio ambiente. Reacio a ofender a una u otra parte, la administración Obama aplazó en varias ocasiones la decisión que tiene que tomar sobre si el proyecto debe seguir adelante. Como ambas partes admiten, Keystone XL reviste, en gran medida, un valor simbólico. Si sigue bloqueándose, gran parte -si no la totalidad- del petróleo que habría transportado se trasladará en vagones cisterna ferroviarios.
El informe del Departamento de Estado de EE.UU. sobre el impacto ambiental del proyecto llegó a la conclusión de que las emisiones de gases de efecto invernadero -el foco de las preocupaciones de los ecologistas- en realidad sería más alto si se rechazaran los oleoductos y el petróleo se transportase por ferrocarril, y el riesgo de accidentes probablemente sería mayor.
Aun así, los combatientes están tan profundamente atrincherados sobre Keystone XL que la retirada de una u otra parte parece imposible.
El rápido crecimiento continuo de los trenes de petróleo está causando problemas de seguridad en EE.UU. y Canadá, tras una serie de accidentes. Para las compañías de petróleo y gas, las posibilidades que abre el esquisto siguen atrayendo altas tasas de inversión, dado que muchas empresas reconfiguran sus carteras para aumentar su peso en EE.UU.
Marathon Oil, por ejemplo, dijo que estaba vendiendo sus activos en el sector noruego del Mar del Norte por u$s 2.100 millones, para redistribuir el capital en el gas esquisto de EE.UU.
Los lugares de interés de EE.UU. también plantean preguntas acerca de otras inversiones en América del Norte. Total, de Francia, dijo el mes pasado que planeaba dejar de lado su proyecto de u$s 10.000 millones en extracción en las arenas petrolíferas Joslyn de Canadá porque los costos eran demasiado altos.
Todo parece indicar que la industria de arenas petrolíferas está reflexionando sobre cuáles podrían ser las implicaciones de la creciente competencia en la producción de EE.UU.
El gobierno de México está teniendo que hacer cálculos similares a fin de decidir las condiciones de inversión energética extranjera.
Existe un gran interés por parte de la industria mundial en las posibilidades que se abrieron a partir de las reformas energéticas de México, pero las compañías dicen que los detalles deben estar perfectos antes de que puedan comprometerse.
Entretanto, tal como señala Michael Levi del Consejo de Relaciones Exteriores, hubo dos revoluciones energéticas en EE.UU. en los últimos 10 años. Además del auge de esquisto, hubo un rápido crecimiento en la producción de energía a partir de fuentes renovables.
La semana pasada el anuncio del presidente Barack Obama de los planes para regular las emisiones de dióxido de carbono de las centrales eléctricas se suma a una serie de subsidios y reglamentaciones que estuvieron empujando en la misma dirección: disminuir el uso de carbón y dar un papel más preponderante a las energías renovables.
Las políticas de la administración estadounidense, que fueron ampliamente favorables al desarrollo de esquisto y energías renovables, se enfrentan ahora a un par de desafíos críticos.
En materia de petróleo, el auge de la producción estadounidense de crudo dulce y liviano (con bajo contenido de azufre) a partir de esquisto está generando un desajuste en la capacidad de refinación que en los últimos años se fue configurando cada vez más para llevar crudos pesados y agrios (con alto contenido de azufre).
La solución obvia sería relajar las rigurosas restricciones impuestas a las exportaciones de petróleo crudo a fin de permitir las ventas al exterior de petróleo liviano y dulce, a la vez que EE.UU. sigue importando mezclas pesadas y agrias. La presión política para mantener el petróleo estadounidense en el país a fin de beneficiar a los consumidores estadounidenses podría obstaculizar esa medida que, sin embargo, puede conducir a un exceso de oferta de petróleo ligero y dulce y la caída de los precios, lo que, a su vez perjudica a la producción.
Un problema independiente pero también vinculado al comercio ha surgido con la energía solar, donde, tras una denuncia de una compañía de propiedad alemana llamada SolarWorld, el Departamento de Comercio de EE.UU. dijo que planea imponer aranceles de hasta 35,2% a los paneles solares importados de China. Esos paneles ayudaron a que la energía solar se volviese competitiva frente a los combustibles fósiles en algunas partes de EE.UU., y si los aranceles hacen que los precios suban, esa posición competitiva se verá perjudicada. Sobre todo porque nadie sabe a ciencia cierta cómo evolucionará la producción del gas esquisto.
La Administración de Energía de EE.UU. espera que la producción de petróleo del país alcance un pico en 2020, y luego empiece a decaer, aunque lentamente. En todas las decisiones que tomen, los gobiernos y las empresas tienen que ser conscientes de esa incertidumbre.